Antes de comenzar digo
a Blanca Sierra y a mis otros siete seguidores que no se vayan, ni tampoco tú, lector
asiduo y silencioso, ni tú que te topaste por casualidad con las historias de
la vieja loba… Pero no he podido evitarlo, no podía dejarlo pasar. Una
oportunidad así, dada mi particular idiosincrasia, no se me volverá a presentar
ni aunque viviese cien mil años.
Repito, no podía
dejarlo pasar.
Vista
la tierna imagen de la AFP, la noticia.
DETIENEN
A UNA MUJER SUECA ACUSADA DE TENER SEXO CON ESQUELETOS HUMANOS
Increíble ¿verdad? Que en un país como Suecia cuna de
Pippi Calzaslargas, Pippi Langstrump en vernáculo, una niña de nueve años,
pelirroja y pecosa, que vivía con Mister
Nilsson un pequeño mono pulgoso y su caballo de lunares llamado “Pequeño Tío”
al que levantaba con una sola mano, una
niña que calzaba botas de siete leguas y calcetines llenos de zancajos por
encima de las rodillas, que caminaba hacia atrás, cocinaba en el suelo y
subvenía a sus necesidades con lo que encontraba en un árbol de su jardín,
pudiera cometer tal desafuero. Claro que pensándolo bien el papá de Pippi, al
que vimos poco la jeta, era un pirata autodenominado el rey de los congoleses,
para mí que se trataba de un directivo encubierto de Ikea.
Ni en la peor de mis pesadillas hubiera podido imaginar
que la policía sueca, tan políticamente correcta, tan democrática y solidaria
como nos cuenta Henning Mankell y nos demuestra el inspector Wallander pudiera ser
tan cretina y represora como un huele braguetas de los que canta Sabina.
¿Pero no éramos los sureños, los pigs (Portugal,
Italia, Grecia y Spain), no somos la cacundía de Europa que condena a los
cisnes norteños con nuestra desidia y pereza a la recesión y a la miseria?, ¿no
escondemos todos bajo el sobaco un familiar de la Inquisición que vela por el
cumplimiento estricto de esa idolatría que es la moral católica? No podía ser,
algo andaba mal en la noticia. Wallander nunca detendría a nadie por amar a un
muerto, es más ninguna sueca amaría a un muerto.
Me lo dije y como pertenezco a la cofradía de los incrédulos,
creí que todo era un mal chiste, una inocentada de los periódicos, tal vez se
celebraba en los Estates el día de las bromas macabras y yo tradicionalista
hispano confeso, no me había enterado. Pero no. La noticia se repetía, aquí,
aquí, aquí, y cruzaba la órbita terrestre empujada por la velocidad de macht 23
de los satélites. Era cierto, me convencí
Y fue entonces, cuando acepté la verisimilitud de lo
leído cuando por dentro comenzó a brotarme el manantial, cuando los centros se
me dispersaron y mi equilibrio perdió su relación con la atracción universal como si le hubiera estado dando toda la noche a un buen vinillo aloque.
«Deseo a
un hombre como es, ya sea vivo o muerto. Me permite encontrar la felicidad
sexual”. Ha dicho.
Cuanta
ternura en ese rostro que besa una órbita ciega,
cuánto
amor al que aspirar
Cuando menos una mujer generosa la
desconocida sueca, bella y dulce como un copo de nieve en el desierto.
Valiente, sobre todo valiente. Mi heroína. Una mujer que se atreve,
en tiempos fríos en los que la muerte cotidiana se esconde y se niega, en
tiempos en los que para creernos la mentira que nos cuentan los hombres locos,
por siempre bellos y jóvenes, nos aislamos de la enfermedad despegándonos
emocionalmente de los muertos como si en cuanto dejaran de respirar ya no
fueran nuestros; tiempos vanos en los que para liberarnos del dolor de su
olvido los demonizamos envolviéndolos en sudarios de venganza; tiempos apocalípticos
sin plagas ni caballos que esconden el miedo, el intenso miedo al polvo y al
definitivo olvido. Va ella, la sueca desconocida y dice:
“Amo a un hombre como es, ya sea vivo o muerto”.
Y por esa sublime y caritativa afirmación, por hacerla
realidad va la policía sueca, la que aún no ha conseguido averiguar quién mató
a su primer ministro Oloff Palme, la detiene y durante dos meses, dos meses la
mantienen en prisión preventiva. Como diría Hart Hanson, ratas, ratas, ratas.
Y pensándolo bien no deja de tener su lógica que haya
sucedido en un país como Suecia. Un país
que se rige por la doble moral de los calvinistas y los puritanos, de la que el
cine de Ingmar Bergman ha dejado muestras palpables, por ejemplo en Fanny y
Alexander. Riqueza y rigorismo, comercio, dinero y Dios. Y eso es lo que me
huelo, que el gran pecado de la mujer no sea otro que el no pagar el iva por
comerciar con los huesos y que la policía revestida de la santa indignación
del puritanismo la acuse de profanar a los muertos y la llame urbi et orbi
pervertida y vayan a condenar a dos años de prisión a su generoso y perdulario
corazón.
Consciente de que lo que sigue no me va a granjear
demasiados amigos pero convencido, hasta ahora, de que todas las iglesias y
religiones trabajaban a favor del bien común y la paz mundial y no es un
oxímoron, tengo que confesar (bendita palabra), a pesar del hacha, que estoy
muy orgulloso y agradecido de la educación católica y apostólica que en mi
niñez mis padres y las santas monjitas me inculcaron. Sólo un católico es capaz
de disfrutar doblemente de los agridulces sabores del pecado, cuando lo comete
y cuando los remordimientos de conciencia le obligan a revivirlo.
Confieso, si confieso (bendita palabra) que siento pena
de las generaciones más jóvenes que por mor de la globalización son antes
ciudadanos del mundo que carpetovetónicos españoles. Los pobres, educados en un
mundo laico y “racional”, adolecen de los remordimientos de conciencia y del
dolor de corazón necesarios para
convertir su aburrida existencia en una balsa de juncos en medio del mar
embravecido con Willy, la orca asesina, al acecho. Willy o Leviatan, o ballena
blanca o capitán Ahab, que lo mismo da el nome que se le adjudique. Como suecos
serán más libres pero no disfrutarán más.
La idea, con ser mía, no es totalmente ajena al
pensamiento de los católicos no practicantes imbuidos en una mística de culpa
y arrepentimiento. Abundaba en ella el showrunner de la serie Bones, Hart
Hanson, estadunidense recriado en Canadá que disfruta por tanto de una doble
moral, la de los puritanos del Mayflower y la de los católicos afrancesados de
la Guardia Montada del Canadá. Se vanagloriaba Hart de serlo, católico no
practicante, porque aún comprendiendo la naturaleza y esencia del pecado, aun
sintiendo el cieno y las llamas rodeándole no sentía, todavía, el escozor de
las quemaduras. Allí estaban, sabía que le dolerían, pero, todavía le quedaba
tiempo para solicitar la absolución del ungüento. De algo así sólo un católico
se puede vanagloriar.
Y aunque su personaje, la doctora Brennan, antropóloga
forense, sea una científica racional que no crea en la existencia del alma
inmortal ni en la supervivencia de la conciencia después de nuestra muerte
física ha terminado por hacerla hablar con los muertos. Contradicciones de su
católica alma inmortal.
Una confesión (bendita palabra), me encantan las
contradicciones, soy un contradiccionadiccto.
No os preocupéis, los que habéis llegado hasta aquí, os
agradezco vuestro esfuerzo y atención. No lo haré, a pesar de las peticiones
del oyente, es decir de los comentarios de Seelyforever, y a riesgo de perder me
temo tres de mis siete seguidores, sí, siete, cuatro públicos y tres ocultos,
no voy a hablar del binomio bifronte de Booth y Brennan ni de contradicciones
ni de racionalidad e intuición. Aquí estamos a lo que estamos. Esperáis que os
cuente una historia de siniestra y pervertida y desde ya os digo que no. Que en
realidad lo que me está sucediendo y lo que sin duda sucederá cuando llegue a
Gotemborg será algo tan prosaico, común, escatológico y romántico como la de los
personajes de Hanson, vaya usted a saber, cada cual, llegados al the end tendrá
su opinión, porque voy a hablar de Bones, sí, pero en cristiano y enamorados.
Si, por supuesto que en cuanto leí la noticia,
fascinado por tanta generosidad, comprendí las implicaciones del suceso con mi
persona. Andaba inmerso en el DVD de la séptima temporada de Bones, aunque
confieso (bendita palabra) que andaba un tanto aburrido, harto de bebés, partos y abundancia
de carnes de su protagonista (volcán de
esperma reconvertido en padre de familia), y sólo persistía en el empeño por la
presencia episodio tras episodio de los hermosos esqueletos, que ya barruntaba
en mi sangre el deseo de una nueva transformación. Necesitado como andaba de
volver a ser esencia, de abandonar esta carne vieja antes de que el mundo se
vuelva también para mí en olvido.
Hablando en plata quería ser de nuevo un esqueleto
puro, ético y peripatético. Y no es morbo, ya lo entenderéis cuando leáis mis
aventuras por Nuevo México en busca del bailarín de tangos, si es que alguna
vez soy capaz de llegar hasta allí. Y entonces cuando apareció esta imagen en
internet me convencí de que el mundo no se había vuelto loco, de que todos y
cada uno de nosotros tenemos reservada nuestra alma gemela.
Confieso (bendita palabra) que la noticia me hice
perder el norte, el sur, el este y cómo no mi equilibrio emocional. Y no es
para menos. Encerrado entre cuatro paredes por mi simpar sobrina, obligado por
su voluntad a contar mi viaje a Nuevo México en el 2009 en busca de nuestro
antepasado, bailarín de tangos por más señas -aquel que un día, allá por 1939,
antes de que el ejercito vencedor dictase el último parte, se exilió de España
en compañía de un bailarín de claqué de la Brigada Lincoln-, me estaba
volviendo loco.
Y que conste que no reniego de mi fascinación por
Walter White, su sangre fría y su instinto criminal me siguen fascinando (ya
saben, soy un fásmido). Alejado de la hierática frialdad y morbo de asesinos
sin alma como Dexter, Walter es, en apariencia, un hombre vulgar y corriente,
un pobre hombre con los pies en la tierra, familia, hijo minusválido y bebé con
pañales sucios y por tanto un asesino difícilmente atrapable. Sólo cuando se es
consciente del crimen cometido se perciben la sangre en las manos y sólo ante
esa visión, como Lady Macbeth, se oye el sordo grito de tus muertos clamando
venganza. Reconozco que a mí aún no me pasa, que cuando me chupo los dedos
ensangrentados me saben a carne membrillo.
Pero aquel viaje del 2009…, aquel viaje que disfruté
como esqueleto, los parajes tenebrosos que visité, las conversaciones que
mantuve y la gente que conocí cuando bajé al osario de Santa Fe han dejado
huella indeleble, cual cortadura de papel, en mis tuétanos, como se la dejaron
en su día a Proserpina a la que la propia Ceres, su madre, no pudo impedir, que
fascinada volviera de visita cada seis meses al Hades.
Y ha acontecido lo que tenía que suceder. Ya lo dijo
Dios antes de irse de vacaciones: “No es bueno que el hombre esté solo” y yo
añado, no es bueno que el hombre esté solo y encerrado. No es bueno, en sus
pensamientos y deseos se desperezaran vengativos demonios, viscosos monstruos
que alimentan el aire de anhídrido carbónico, atufando cualquier atisbo de
realidad. Ella, mi sobrina, se ha empeñado y yo me he rebelado. No, no me
convertiré en la zorra del Apartamento 23, está claro que si caigo de nuevo en
ese frenesí la bicha levantará el mazo contra mí y ahora no será un metacarpo o
el calcáneo lo que haga astillas en su venganza.
Disculpad si me enredado en la trabazón (no es tan mala
metáfora como aparenta, leedla dos veces). Vuelvo a la historia. A la sueca.
Abstenerse chistosos que me crean Alfredo Landa, aunque bien pensado no estaría
mal, fue el don Juan patrio con mejor ratio.
Le achacan, las autoridades hipócritas, nada menos que
el grandísimo crimen de perturbar la paz de los muertos. ¿Qué muerto se puede
quejar por un trato así?
Me
temo que sí, que la fiscal, Kristina Eherenbor-Stallas, carece de la
experiencia y amplitud de miras necesarias para comprender que lo que menos
quieren los muertos es que los dejen en paz. Se mueren de aburrimiento.
“Ni es nada el mundo
hasta que el mundo acabe”
que dijo otro poeta para quien el mundo ya ha es
pasado.
Los recuerdos no bastan para la eternidad, lo sé bien
he hablado con ellos. En cuanto se aperciben de una visita acuden en tropel a
saber las nuevas, a encantarte con sus anécdotas; los muertos están tan deseosos
como cualquier vivo de que alguien les preste atención. Tienen sentimientos,
señora, sufren, se alegran y se aburren…, sobre todo se aburren, algunos lo
llevan haciendo por siglos.
Creo saber que ha sucedido, venganza. El único problema
de tan maravillosa mujer ha traído causa de que su esqueleto no era un
esqueleto, sino huesos de mala calidad, que diría el poeta, restos hilvanados
de diferentes naufragios. En la última puntada, cuando se reconocieron los unos
en los otros rompieron la thermomix y sonó el disparo. Su problema estuvo en el
tráfico comercial, las piezas sin ensamblar, hecha a los manejos de Ikea se
creyó dotada de la sabiduría del doctor Frankestein y se olvidó que al final
parió a un monstruo. Ella también.
Y es que aunque de la mezcla nace la evolución se
necesita para cuajarla que sea de amebas, de estructuras inferiores al núcleo,
pero mi hermosa sueca recosió la tibia de un hombre de uno sesenta, medio
fondista, pongamos por caso, con el coxis de un anciano muerto de cáncer de
testículos. La vertebra de un integrista musulmán se ofendió ante la presencia
de la costilla de un ortodoxo judío y harto de discusiones, amenazas y misiles
soterrados, la clavícula, perteneciente a un antiguo miembro de la Asociación
Nacional del Rifle americana hizo el disparo que alertó a la policía y comenzó
el guirigay y el juicio paralelo de los bien pensantes, las burlas y las
chanzas.
Y dan igual, todo el mundo antes de que llegue el reino
del caballo amarillo tiene derecho a echarse unas risas. Pero lo que no admito
ni consiento es que la llaméis pervertida, pervertidos son los que hacen daño a
los niños, a los seres a medio amasar, a aquellos en que su identidad aún no ha
fraguado, como algunos de sus huesos,
los que no saben lo que son ni lo que serán. Truncar su futuro debería
estar penado con tres penas de muerte cuando menos, la que le mate el sexo, la
que acabe con su lengua, la que le arranque el corazón. Destrozar un proyecto
de ser no tiene perdón, mata el futuro entero de la humanidad. Pero amar a un
esqueleto, es amar la esencia del que un día fue. Sin perturbaciones de belleza
ni riquezas. Amar a un esqueleto es el amor más puro que pueda encontrarse.
Oh ya sé lo que alguno me diréis, tío, estás zumbado, ¿no
eres un tío? Pues si te gusta la chica
ve a por ella. Y el listillo añadirá que ya lo decían los Siniestro Total, eso de “Los esqueletos no tienen pilila”. Y
ahí os quería pillar, que es falso. Que eso se ha debido a una mutación
impuesta por las féminas, deseosas de caparnos y Darwin, ese abanderado del
feminismo, vino a avalarlo como principio fundamental de la evolución humana.
Sólo para su uso y disfrute perdimos los machos el báculo, el hueso peneano, de
los mamíferos superiores somos los únicos que carecemos de él.
Nuestros primos hermanos, los chimpancés, lo disfrutan y
las chimpancés hembras también. Pero no, las féminas humanas eran cortas de
vista, para averiguar si un espécimen macho era apto para la reproducción no
les valía con que la tuviera más larga o más corta, con que la lecha que les
depositase tuviera millones de pececillos nadadores. No señor, tenían que
obligarnos a levantarla inflamándonos de deseo por ellas. Lo digo y lo repito,
la mutación sobrevino a los solos efectos de la sociedad matriarcal, la que
impuso el destino de la raza humana allá por el noveno día, en cuanto liberados
del atontecimiento del paraíso fueron capaces de pensar. Recordad si no de
quién fue la idea de comer la fruta prohibida. De ellas.
Os imagináis cuantos problemas, cuantas angustias os
ahorrareis si dispusierais de la espina, cuantas visitas al loquero se
evitarían, cuantos traumas, cuanta violencia encubierta desaparecería.
Y yo confieso (bendita palabra) que transformado en
esencia, en la urdimbre del barro que cocieron las primeras manos tenía, tengo
207 huesos, que disfruto como esqueleto del hueso de Príapo. Nunca la sueca se
irá tan bien servida, lo sé yo y así se lo he hecho saber. Ahora ando en busca
de la gabardina apropiada, la que disimule mi priapismo, porque debéis saber
que una vez que el báculo se inflama… permanece inhiesto hasta separar el Mar
Muerto y el viaje hasta Gotemburgo es largo, largo, muy largo…
Ay Marien que divertida. Gracias por mencionarme.Entiendo que digas que no vas a hablar de Bones, pero lo haces un poquito.
ResponderEliminarGracias Vanesa por tu comentario no sabes la ilusión que hace ver que lo que escribo le interesa a alguien. Y voy a volver a hablar de Bones no sé si en el blog o en los comentarios que publico en Frikarteweb sobre "series y otras historias".
EliminarSi es que... los fásmidos son los únicos que tienen la visión un poco clara. Yo quiero ser fásmido en mi próxima vida, después de ser cronopio.
ResponderEliminarGracias Mares por comentar, me alegro de que me hayas visitado. Entiendo tu predilección por los cronopios, idealistas, sensibles y poco convencionales, pero me temo que por buenas gentes siempre terminan pasándolo mal. Un fásmido, tú lo has entendido, es un ser que vive en su imaginación por su voluntad o en la de otros, en eso es muy democrático, porque como no busca réditos económicos no tiene ningún problema con los derechos de autor. Gracias.
Eliminar