jueves, 28 de febrero de 2013

EN NOMBRE DE LAS TETAS DE KATHY BATES




PRÓLOGO

En principio fueron dos, la mastectomía se las arrebató y según confesión propia no le dolió tanto perderlas como que cancelaran la serie La Ley de Harry en la que trabajaba. Perdida la insolencia de la belleza sólo le importó lo contingente, tal vez por eso ahora se ha apuntado a America Horror Story.

Porque es una falacia más de la publicidad considerar que la felicidad está en la juventud. Olvidarse de contar los años no es buena política, los años pasarán y en cada célula de tu piel dejarán rastro.

Porque las arrugas degradan los recuerdos, desmienten a las fotografías. Y no hay mayor peligro que una mentira al descubierto, por ellas caen los tronos y se pierden las cabezas.

¿Y la generosidad de la juventud? ¿Otra falacia más? Inconsciencia. La generosidad de la juventud nunca resulta gratuita, se adereza con la dureza del diamante y el despego de la peste.

Tienen tiempo, mucho tiempo por delante, tiempo para malgastar y aún así tienen prisa, no esperan los réditos de la inversión, pretenden recoger los frutos cuando aún penden de los árboles.

Y no esperan, porque no pueden creerlo, que la vida apague los fuegos de las grandes pasiones y se dejan devorar por ellas bocado a bocado.


Porque “La venganza es mía —dijo el Señor—, y la desgracia vuestra”, añadió dándose la vuelta y abandonándonos, volviéndose a sus labores, labores propias de un dios.

Y aquí nos quedamos esperando, infantes llorones, suplicándole “Vuelve tus ojos, míranos, misericordioso”, y para ablandarle el corazón de diamante amamos a nuestro retoños, los conservamos a nuestro lado, los protegemos de todo mal, los amamantamos.

Y sin embargo él nunca nos mira, no tiene tiempo, vaga de universo en universo, de materia a antimateria creando nuevos súbditos, olvidando a los primeros, a los segundos y aún a los últimos.

Porque el primer día creó el cielo y la tierra. El segundo dijo, hágase la luz y la luz fue hecha. El tercero creo los mares y las aguas. El quinto los pájaros del cielo y los animales de la tierra. El sexto creó al hombre y a la mujer, a su semejanza, dicen. El séptimo los abandonó. Y llegó la vejez y la muerte.

Oh, sí, ya sé que nos han contado otra cosa diferente, una historia ridícula que habla de serpientes y manzanas, de árboles del bien y del mal, de mujeres estúpidas, malignas en su ambición.


Pero la única verdad es que él nos abandonó y envejecemos, nuestro cuerpo se pudre cada día un poco más, las carnes se aflojan, se separan de los huesos, éstos se resquebrajan, el cerebro se licua. Lo llamamos vida, cuando debería llamarse muerte, nos mata desde el mismo instante que le damos la bienvenida.

Y entre que llega y se va generamos ruido y basura, nos dotamos de nombre, apellidos y soñamos aventuras a imagen y semejanza del dios vagabundo. Y no voy a confesar ni mi edad ni mi nombre ni mis apellidos, soy muchas y de todo tiempo y lugar.

¿Mi verdad? No la tengo, sólo una certeza, que cuando el cielo se cegó y la tierra se abrió, en el año en que se masacraron 5000 fieras en el Coliseo en honor a Vespasiano allí estaba yo, en la lejanía, contemplando como la noche cubría al sol, como rugían las fieras mientras los hombres morían.

¿La verdad? ¿Qué verdad? Que soy aquella y ésta que se estremece ante un ramillete de violetas o el alfanje del pirata o la que con las carnes abiertas escuchaba a Tito pronunciar el nombre secreto de Roma.

¿La verdad? ¿Qué verdad? Que vivo abandonada de mi marido rodeada de millones o que soy aquella de la que Juvenal elogiaba los carbunclos de sus dedos. La que se entristece por la desaparición, la cruel desaparición de una amiga o la que al lado del emperador contemplaba la crucifixión de los celotes. La dama que desafió al capitán o la que huyó del hombre sin patria ni futuro. La detective de carnes recentales por arrobas que buscan el estremecimiento que el dinero satisface en hoteles de ocho estrellas o la que se rinde al amor de amantes platónicos.

¿Y por qué ahora contarlo? ¿Porque siento que la muerte o la vida se están cansando de mí o más prosaico que sea Vanessa, mi amante esposa la que le abra mi puerta de par en par? La verdad, sí, tengo miedo de que me ocurra lo que a las tetas de Kathy Bates, que se me considere superflua, que se desprenda de mí sin remordimientos ni lápidas. Las tetas de Kathy fueron incineradas, sus cenizas esparcidas por el desierto del Mojave, en cuanto nieve parirán las arenas otras iguales, poderosas, firmes y al final enfermas… en un eterno bucle sin memoria ni sustancia.  

Una cita para situarnos.  Es de un libro que define a las mujeres como yo “Tomates verdes fritos” de Fannie Flagg: “Había sido siempre una buena chica, comportándose siempre como una señora, sin jamás alzar la voz, mostrándose delicada con todo el mundo y con todo. Daba por sentado que tras esa línea de conducta habría una recompensa, un premio.”

Y para conseguirlo, aunque fuera la pedrea, Kathy Bates que interpretaba a Evelyn, una cuarentona entrada en carnes, se vistió con papel transparente. Es lo que hacemos las buenas chicas con tal de seguir aparentándolo.

Una aclaración. Esta es mi historia, pero desde ya os digo, que lo que sigue  no podía ser contado de forma diferente. Tal vez os resulte egoísta, autocompasiva, antojadiza, mísera o cínica, creedme, sin necesidad de juramento, que he puesto todo mi empeño en que resultase más ejemplar. Inútilmente. Porque lo cierto es que la piedra engendra al hueso, el hueso a la carne y en la carne se ciernen los deseos. Y aunque las células vienen a renovarse cada veinte años espontáneamente, la piedra permanece inmutable.



domingo, 24 de febrero de 2013

GIRLS, LAS HIJAS DE LENA



Tres eran tres las amigas de Hannah, Jessa, Marnie y Shoshanna. Cuatro eran cuatro las niñas de  Girls, y en la taza del váter abandonaron a Amy, Jo, Meg y Beth, las de Mujercitas, sin remordimientos. Nada más ajeno a la rancia inocencia de las March que la coraza de egoísmo con la que las muy modernas Girls ocultan a sí mismas y a los demás la dimensión estratosférica de su  simpleza.


Aunque lo que en verdad hay que decir sobre Girls es que en la televisión actual no hay otra serie que más certera y apropiadamente refleje la confusión e inanidad de ciertas mujeres y hombres que transitan la edad  de la inocencia, la que se esconde entre la esquina de los veinte  y la de los treinta, la edad de las incógnitas, cuando aún se está por decidir si uno va a ser, pongamos, místico a lo Leonard Cohen o muerto a lo Kurt Cobain, esposa a lo Yoko Ono o a lo Ivana Trump. Cuando uno cree que aún todo es posible, menos convertirse en, pongamos, comunity manager de una webserie de chicha y nabo o encargado de la plancha en un bar de camioneros adictos a Camela.


Y Lena Dunham, su autora y protagonista, la mujer más premiada en el último año de la televisión, descoloca al personal retratando sin eufemismos, obviando lo políticamente correcto, la suciedad física y moral, la falta de escrúpulos y sobre todo el egoísmo, egoísmo, de esas niñas desprovistas de norte y guía que se creen brillantes porque lucen diamantes de Swarovski, bolsos falsos de Gucci y vestidos de poliéster o de plexiglás; porque tienen cuerpo de Venus, lo de menos es el apellido, las hay tanto de Willendorf  como de Cranach.





















Y aunque unos la aman y otros la odian nadie se dice, como la Gaskell cuando habla de Charlotte Brontë que “Tal vez hubiese sido preferible que hubiera descrito sólo personas buenas y agradables, que hacen sólo cosas buenas y agradables (en cuyo caso) podría no haber escrito nunca”. Porque en ese caso no habría generado polémica y su obra habría pasado desapercibida; otro “Sexo en Nueva York”, habrían dicho. Pero ha jugado inteligentemente sus bazas y ha ganado. Y ahora los que la siguen se preguntan entre el morbo y el escándalo ¿es Lena Hannah? Lena es Girls y yo que la crítico no puedo dejar ser otra cosa que un fásimido misógino ¿qué no sabéis lo que es eso? Aquí conté como me transformé.



Lo que está claro es que en un mundo confesional, en el que todos disfrutan aireando sus trapos sucios es muy fácil confundir al personal. Identificar al autor con el personaje. Lena ha jugado al engaño, su estrategia de despegue, su pasaporte al éxito, Hannah no soy yo. Y todo el mundo entiende, Lena es Hannah. Inteligente, muy inteligente. Valiéndose de las bajas pasiones y la mala baba de los espectadores, abonándolas con un exhibicionismo naturalista, se ha quedado con el personal y ha conseguido el aplauso de la hipstería que la cree su igual. Mientras las hipster critican su ropa, su celulitis y sus michelines a ella le llueven los contratos (nueva serie, libro de autoayuda y adelanto de 3 millones de dólares) y los premios. 



Y sin embargo no hay más que ver lo que va de la segunda temporada para comprender que Hannah Horovath, a pesar de su dedicación a su obra, nunca escribirá Girls. No desde luego a los veintisiete años, ni siquiera el cutre y hediendo episodio piloto. Ese, ese por el que recientemente le han otorgado a la autora el premio al mejor director de serie de televisión los del sindicato de directores. Ni mucho menos, los seis episodios de la segunda temporada emitidos hasta ahora en la HBO, cada uno, como en una carrera de relevos, más brillante que el anterior. Comenzando por el autoreferencial It´s about Time, en el que Lena, considerando la hora del ajuste de cuentas, se burla de las críticas raciales y de la rendición de la mujer ante el amor.




Y así, con profesionalidad e instinto, en un ejercicio de transformismo propio de artistas consumados como Marina Abramovic, Lena Dunham, abre la temporada con un primer plano de Hannah besando a un nuevo novio, negro, al que por supuesto abandona al final del capítulo por no ser consecuentes sus ideas políticas, con las propias de su raza y color. Eso se llama alardear de prejuicios, y por supuesto de valor, porque hay que tener mucho para en una serie de televisión seguir su propio rumbo. Y no ha sido el único riesgo que ha corrido. Ha hecho “madurar” a Hannah




Después de haberse pasado la primera temporada persiguiendo al siniestro Adam (“Yo no aceptaría nada de mis padres, son unos payasos, pero mi abuela me da ochocientos al mes. No quiero ser esclavo de nadie), aceptando de él las más vergonzantes humillaciones, desde hacérsele pis encima hasta “tienes que pedirme permiso siempre que quieras correrte”, en “I Get Ideas”, da una vuelta de tuerca a su relación y le pone fin de una forma harto violenta. Ya lo dijo Loory Moore, la escritora, “El fin más violento y satisfactorio del amor se produce cuando los amante comienzan a imitarse uno a otro”. Justo lo que Adam hace, perseguir a Hannah suplicándole amor. Y Hannah, Hannah, por Dios que lo sabe hacer bien Lena, Hannah llama a la policía y pide una orden de alejamiento para él.




Y aunque en Bad Friend, el tercer episodio, Hannah se desata ante la necesidad de adquirir experiencia para su obra, lo que queda de lo hasta ahora visto, es que Lena, logrados sus propósitos, obtenido el éxito y los premios, abandona, a la hora de contarnos la historia de sus Girls, el trazo grueso y el feismo y con una fina ironía propia de Elizabeth Bennet, nos muestra la melancolía por la pérdida de los sueños y el dolor por la desoladora realidad: “Por favor, no se lo digas a nadie, pero yo quiero ser feliz”.” Por supuesto que quieres ser feliz, todo el mundo quieres ser feliz”, le contesta el hombre de la basura. “Pero yo pensaba que no”. 


Confieso que soy un converso, que cuando el año pasado vi el episodio piloto  debía ir ciego de meta porque me pareció propio de gafaplastas con problemas de halitosis, vamos, que catalogué Girls como una serie sólo apta para artistas alternativos, de los que explican el universo observando las diferencias de densidad de un gargajo. Confieso que no la supe ver. Que me quedé en el reflejo y no vi el espejo.


 Me echó para atrás la sordidez del sexo, el petardeo de niñas de papá, la ridiculez de sus aspiraciones y la enjundia de la obra de la artista. Un error, y ¡qué gran error! Ojalá y le hubiera dado antes otra oportunidad, me habría ahorrado el bochorno y los cuartos del viaje a Gotemburgo. ¿Os acordáis de mi enamoramiento de la sueca amante de los esqueletos? ¿Recordáis la noticia? Pues me lancé a la aventura, sí, fui hasta allí con la estrambótica idea de que nada más ver el tuétano de mis huesos se  me rendiría. Inteligente que es uno. Hasta que no he regresado con el estigma del fracaso sangrando en mi frente, hasta que no sentido la necesidad de complacerme con las desgracias de otros perdedores como yo, no le he dado una oportunidad, pensé que con la sórdida vida de las Girls se saciaría mi sed de venganza sobre las mujeres.


Y no la sacié. No. Lo que hice fue recuperar la vista.  Las palabras con las que Hannah se despide de Adam, en “It´s about time” fueron tan eficaces como un gramo de cristal cocinado por el mismo Heizemberg para restañar mi amor propio herido.  “Sabes, soy una persona y siento lo que siento, y justo ahora siento que no quiero volver a verte.” Y cuando Adam,  estúpido y perdedor, le contesta que no está de acuerdo. Hannah con voz firme, le dice “Bueno, no es tu elección, es mi elección“.


Comprendí, al fin, que el rechazo de la sueca no se debía tanto a mí persona como a su personalidad, comprendí que ellas siempre eligen y negarlo es ofuscarte en el fracaso. Ojalá y hubiera visto antes Girls, hubiera llegado a comprender mucho mejor que los infelices de Ray y Adam (candidatos a fásmidos) como son y cómo piensan las mujeres de hoy en día. Porque Girls es todo un tratado de antropología, como comedia no vale un pimiento, ¿Quién podría reírse viendo llorar a una  pija de Brooklyn? ¿A quién podría parecerle gracioso el patético y narcisista Booth (no confundir con el de Bones)? ¿Quién podría reírse con los fracasos de la pretenciosa Marnie o el que se avecina de la inocente Shoshanna?, pero no se trata de risas. Quien quiera reírse que vea Miranda, la gran PAYASA de la BBC, con mayúsculas, genial la mujer, genial la comedia, glorioso el romance. 



Lena está escribiendo en la pantalla, con total conocimiento de causa, para la memoria de su generación. Y digo bien, para la memoria, para que cuando lleguen a los cuarenta y ya vivan en los suburbios de Nueva York y trabajen de brokers en Goldman Sachs o sigan sacando la basura en un diner de Staten Island no puedan cambiar la historia. Como alguien dijo en no sé donde, unas memorias sólo se escriben para provocar la verdad escondida. Ahora, que aún no es memoria sino día a día, les pone el espejo para que se vean; quien quiera pase, pasen y vean, les dice, nos dice.



 Puede hacerlo, pertenece a la clase alta de la sociedad, la de los intelectuales creativos, sí, de los de Richard Florida, de los que contribuyen más al desarrollo de las ciudades que un secadero de jamón de Jabugo. Está libre del estigma del resentimiento de quien ha de cruzar el Hudson cada mañana,  de quien llega a sentarse junto a ella a base de codazos a dentelladas. Puede escribir que a una madre le gusta sentir sobre su piel las manos ásperas de un camarero porque puede elegir al camarero, porque no tiene miedo, porque está protegida de la maldición de las clases medias, esas de las que decía el poeta que están infinitamente dotadas para el fracaso.


Y da miedo que una mujer de veintisiete años tenga esa capacidad de análisis y de desnudez y no me refiero a su culo, que por cierto no está tan mal, es alto y repomponudo, de la sociedad, sino que tenga la clarividencia e inteligencia para incidir en su destino, para transformar unos vídeos de amiguetes en una serie de televisión de éxito y encima nos  haga creer que es una perdedora como su amiga Marnie.


Y eso no me gusta. No. No me gusta el cambio de juego que Girls presupone. Mientras psicólogos, sociólogos y antropólogos se esfuerzan una y otra vez en explicarnos que el amor, a pesar de ser sólo química,  duele, y sin embargo ninguno nos dice que podemos vivir sin él y podemos. Mientras otras mujeres de la televisión como Shonda Rhimes o Amy Sherman Palladino nos muestran mujeres duras, independientes y talentosas pero que indudablemente sucumben ante el ciclón del amor. Viene Lena y en un hermoso y tierno capítulo titulado, como no, “La basura de un hombre”, se atreve, aparentemente rindiéndoles pleitesía (y ya puesta aprovecha el metraje para darse un autohomenaje con uno de los actores maduros más sexys de la televisión), a burlarse de las mujeres fuertes que sucumben al amor y de todos nosotros denunciando la impostura de relegar a millones de mujeres a una cama, a un abrazo, a una cuna. Y no, no me gusta.


Y lo que es peor, que haya gente, hombres sobre todo, que sean capaces de reconocerle el talento; si su éxito se afianza y otras mujeres se lo reconocen, el reinado del hombre habrá perecido. ¿Es que no se da cuenta Judd Apatow y los directivos de la HBO que han lanzado una bomba en el centro de la civilización? ¿No se han dado cuenta de que a partir de Girls a todos nosotros, como al pobre Ray, sólo se nos valorará por lo que en su misericordia ellas nos concedan? ¿No se dan cuenta la subversión de valores que significa que Ray se pregunte delante de Soshannna, la única que es buena, “¿qué me hace valer la pena?” y ella le conteste “estoy enamorada de ti  ¿No se dan cuenta que ese es el verdadero triunfo que han venido soñando las viejas feministas? ¿No se dan cuenta los del sindicato de directores que han llamado a los bárbaros? ¿Qué les han abierto las puertas de Roma? ¿Qué Russell Crowe ya no vestirá las farelas ni empuñará la espada, sangre y honor, para defendernos?


La sueca me derrotó. Iluso de mí, como Ray, como el marido de Jessa, como Adam, viajé hasta Gotemburgo para demostrarle cual firme puede ser el amor de un hombre muerto, cual potente puede resultar su amoroso trato, hasta me creí su ilusión por la cita. Y no supe de su impostura hasta que no gritó “guardias,  a mí, que me violan”. Sí, durante el viaje me creí el Adam de la primera temporada,  hasta me creí el hombre de la basura, cuando sólo es un sueño del que disfrutan a solas, y fracasé. La que creí mi amante perfecta, la niña de paredes de terciopelo que se abriría ante mí con la generosidad del Mar Rojo ante Moisés, resultó ser otra Jessa avariciosa.

Y eso que al principio, aceptó con agrado los presentes que le entregué, cosas del calvinismo y los beneficios, que a mí español, feo y católico no dejan nunca de asombrarme. Los aceptó, y también, sin dudas ni remilgos que mis huesudos dedos se engarzasen en su suave melena, que mis dientes de marfil acariciasen la piel turgente y cálida del interior de sus muslos, que mis falanges bailarinas danzasen con su clítoris, la danza del escondite y el encuentro…, ¿qué…? 


De acuerdo, me callo… Lo que peor llevo es que, precisamente cuando me encontraba en las puertas del éxtasis  y mi gabardina, por el ímpetu del amor se abría mostrando la potencia y dimensión de mi hueso peneano, me empujase. Sí, me tiró contra la pared, a punto estuve de descomponer toda mi armazón, porque por la potencia del choque y de las fuerzas contrapuestas mi clavícula se dislocó, el húmero huyo de su encaje, la rótula se me torció y los metatarsos se pusieron a jugar al guá con el calcáneo.



Casi ni tiempo tuve de devolverlos a todos al redil antes de que aparecieran las celadoras suecas. No podéis ni siquiera imaginar el pánico que me entró, me creí el mismísimo Julian Assange y me vi consumido y sin tuétanos, traspasado por el “expreso de medianoche” en una cárcel del último rincón de Suecia, sin nadie que me facilitara la huida. ¿Cómo pude ser tan pardillo? Sólo cuando me di el maratón de Girls lo vi. Es su elección. Siempre es su elección.








viernes, 15 de febrero de 2013

BONES: EL DISPARO EN LA OSCURIDAD



El lunes 11 de febrero se emitió en Estados Unidos el esperado episodio “The Shot in the Dark”. Como habían anticipado en las promos, el episodio se centra en el intento de asesinato de la doctora Brennan. Alguien le dispara mientras se encuentra trabajando sola con los restos de la víctima de un asesinato. Dos casos a resolver, ¿quién disparó a la doctora y quién mató a la otra víctima?, ¿mismo culpable?  Y Brennan en la mesa de operaciones. ¿En la mesa? Tal vez su cuerpo, porque mientras la operan tiene una experiencia extrasensorial cercana a la muerte en la que se reencuentra con su madre. 


Que una mente racional como la de la doctora, que se ha declarado repetidamente atea y no cree en la existencia del alma, se encuentre en esa situación había provocado grandes expectativas y discusiones entre los seguidores, sobre todo en  cómo afectaría a su futuro y al de la serie; sí la racionalista llegaría aceptar como real el encuentro y si supondría un cambio en sus creencias.

Como no podía ser de otro modo, cuando la doctora se encuentra con su madre sólo la reconoce como fruto de una alucinación de su cerebro. No necesita que le digan dónde está, aunque crea encontrarse en el salón de su antigua casa. Aún así a preguntas de su madre le explica cómo es su vida, le habla de Christine y de Booth, de lo mucho que quiere a ambos y que necesita volver con ellos.  Y como es una sobreviviente, una luchadora, intenta escapar del viejo salón. “No es tu decisión”, dice su madre. ¿De quién es?, le pregunta mientras intenta abrir con todas sus fuerzas la puerta que se le resiste. “Ya sabes lo que voy a decir”,Yo no creo en Dios”, asegura Brennan al mismo tiempo que con un gran esfuerzo abre por fin la puerta y sale disparada hacia la luz. Experiencia extrasensorial cercana a la muerte, de manual.


En la mesa de operaciones, mientras tanto, a Brennan se le para el corazón. Por dos minutos está muerta. La situación clínica y la resolución del caso se complican, los médicos no encuentran en su cuerpo ni bala ni orificio de salida. El cómo logra el equipo resolverlo es fruto del trabajo de todos, incluido Booth, quien a pesar del dolor comprende que quien le ha disparado a Brennan es alguien que la conoce, que sabe de su valía y que además se encontraba aquella noche cerca de ella. Alguien que trabaja en el Jeffersonian.

Pero mientras unos y otros andan trabajando para resolver el caso, Brennan, que había despertado, sufre una recaída y regresa con su madre. Y aunque ella no crea encontrarse en el cielo, su madre sí lo cree. Sí cree que Dios le está dando la oportunidad de hacer las paces con su hija, de obtener su perdón y la paz. “Tengo que volver”, dice Brennan, “Tengo una hija”. “Sé lo que se siente, yo también tuve que dejar atrás a una hija, eso fue lo que me mató”, dice la madre. 


Mientras Brennan mantiene la conversación que nunca tuvo con su madre, en el laboratorio prosiguen los trabajos para encontrar al culpable. Y aquí Bones, la serie, hace un guiño. Como no se ha encontrado la bala en el cuerpo de Brennan, Hodgins, brillante, dice: "Cuando rechazas lo imposible sólo te queda la verdad por improbable que sea". Luego la bala es una bala mágica, una bala de hielo. A él le toca demostrarlo.


Por supuesto que no existen las balas de hielo. En la serie Cazadores de Mitos del Discovery Channel, en el episodio de 23 de septiembre de 2003, demostraron que eran mitos dos cosas que en Bones han utilizado para resolver casos. Que un retrete no puede explotar lanzando por los aires a un usuario que arroje un cigarrillo dentro, aunque alguien haya echado una sustancia inflamable (en el ep 4x04 Man in the Outhouse explota). Y que desde lejos no se pueden disparar balas que desaparezcan después del impacto. Hodgins  lo consigue: la bala no era de hielo, sino de sangre. Y está afectando a la recuperación de Bones al generar el rechazo.





Poco a poco van resolviendo el caso, averiguando quién disparó a quién. Como siempre hay fallos, pero los paso por alto porque lo que a las boneheads importa,  es hablar de Booth. De su dolor, de su preocupación porque que lo último que Brennan hubiera pensado, antes de que le dispararan, fuera que la consideraba una mala madre, de la pelea entre ellos previa al disparo, de la espontaneidad o no de la doctora, de sus oraciones, de su creencia en el milagro que la salva, de lo tierno del beso de la última escena.

Por cierto, ¿a nadie le pareció, como a mí, que quién menos sobreactuó en la escena de la pelea fue Christine? ¿Os disteis cuenta de su preocupación?, ¿de cómo miraba, ora a uno ora a otro, mientras discutían?, ¿de su interés por ver a "su madre" sangrando en el suelo? Va siendo hora de que alguien le escriba una línea de dialogo a esta gran actriz, con catorce meses, ya puede decir algo más de “papá o mamá”.


Para tener pruebas que inculpen al autor, Brennan se vuelve a someter a cirugía y mientras está inconsciente en la mesa de operaciones se encuentra una vez más con su madre, y entonces nos enteramos de por qué Brennan es tan racional, por qué encerró su corazón y sólo usa el cerebro. La causa fue una pelea con su madre la noche antes de su desaparición. Y lo novedoso, la causa de la pelea. Un chico, por el que Brennan estaba cambiando, no sólo su apariencia sino su comportamiento. Y su madre le regañó, le advirtió que no debía cambiar por nadie, que usara antes el cerebro que el corazón.

Sin embargo antes de despedirse, antes de partir hacia la luz, satisfecha porque ha sentido el amor de su hija, añade un nuevo consejo. Está bien ser racional, le ha hecho sobrevivir, pero que ya es hora que libere a la niña que esconde y lleve una vida plena.



Y en el final, cuando Brennan por fin se despierta, después de darle a Max el mensaje especial de su madre, le dice a Booth (la realidad del amor entre ambos se hace patente, sólo Booth es el depositario de sus dudas, sólo en él confía para que le explique lo que no entiende, como tantas veces ha hecho a la largo de la serie),  “Es una locura pensar que ha sido cierto”. Y por supuesto, es Booth quién le explica, quien nos explica a todos “Que no está mal estar de vez en cuando un poco locos.” Fin. Tierno y conmovedor. Sonrisas y lagrimas. Aplausos de las fans.




Sin embargo, las opiniones sobre The Shot in the Sack de los bloggeros no son pacíficas, la mayoría están por reconocerlo como un episodio no especialmente brillante pero de los buenos. Sin embargo, Miranda Vicker en su articulo “The perfect crimen” para TvFanatic, critica que en el episodio se haya reescrito el pasado de la doctora y considera que Bones, la serie, ha saltado el tiburón. Sus palabras, de despedida, de cierre del articulo son literalmente “Dear Shark, Consider yourself jumped. Sincerely, Bones.” En vernáculo, que Bones ha saltado el tiburón.  Lo que según Wikipedia significa que en este episodio han echado mano de un evento extraordinario para remontar la línea argumental que llevaba hasta ese instante la serie.

Y ha surgido la polémica no por estéril menos ruidosa. ¿Con qué autoridad tercio? Con la que me da, después de ocho años de fiel y leal seguidora, conocerme los 157 episodios emitidos hasta ahora tan bien como caulquiera de los miembros de la sala de guionistas. 



Hart Hanson, el creador de Bones, es un hombre genial que trabaja con denodado esfuerzo día a día para que los seguidores, que los alimentan a él y a las 400 personas que trabajan en la serie, disfruten, dándoles en cada momento la dosis precisa de Bones. Y solamente la precisa. Se le conoce por el sobrenombre de su santidad. Y no es un mote sin causa. Hart Hanson hablando de Bones es tan infalible como el Papa de Roma hablando de cuestiones de fe.

¿A alguien le importa a estas alturas, es decir, a ocho años y cinco meses de su estreno, que la personalidad de la doctora, la de Booth, la de Hodgins o la de cualquier otro personaje cambie cómo y cuando a su santidad se le ocurra? ¿Se olvida que nos encontramos en febrero y la audiencia de estos episodios es imprescindible para la contratación de la publicidad en la próxima temporada? 


Porque es cierto, como se afirma en el artículo, que la octava temporada estaba siendo desconectada y desigual, ya lo dije (aquí), entre renovaciones de contratos, homenajes varios y reivindicaciones de enfermedades raras, se ha ido más de la mitad de la temporada y los seguidores protestaban, aunque fieles  mantenían los ratings. Hart Hanson sabía perfectamente que necesitaba unos cuantos episodios emotivos para reencontrarse con la afición y a eso, solamente a eso responde The Shot in the Dark, luego la personalidad de la doctora Brennan cambiará o no según el ritmo de producción que la cadena imponga ¿O no ha sido así durante los últimos ocho años?

¿No la hemos visto pasar de decir que amaba la ciencia pura, que debía dejar los crímenes y volver a sus orígenes (ep 5x22 The Beginning in the End) a decir que amaba los crímenes (ep 8x01)? ¿No la hemos visto decir que no tendría hijos (ep 1x11 The Woman in the Car) a parir uno en un establo (ep 7x07 The  Prisoner in the Pipe)?


¿No ha pasado de tener un abuelo que la saca del sistema de adopciones (ep 1x05 A Boy in a Bush), a no tener más familia que su padre y su hermano (ep 1x 22 The Woman in Limbo), a tener hermanas de su madre (ep 2x18 The Killer in the Concrete)? ¿No hemos llegado a conocer a una prima lejana que citaba continuamente a Benjamin Frankling (ep 5x10 The Goop on the Girl)?, aunque esta no cuenta, era Zoe Deschanel y era Navidad.

¿No se nos dijo que era cazadora, que poseía licencia para cazar en cuatro estados (ep 1x 19 The Man in the Morgue)? ¿Cómo es que en ep 8x04 The Tiger in the Tale, llora porque han matado un tigre de Bengala que había herido a un hombre?

Pero dejemos los ejemplos, hay muchos más cambios que no correspondían al personaje y sí a las circunstancias del episodio y la programación. 



Hay otra crítica con la que discrepo. Cuando dice que la escena de la pelea entre Booth y Brennan sólo fue escrita para que Booth acudiera al laboratorio y llegara a tiempo de salvarla. ¿Qué iban a hacer, matarla de verdad? Es broma. Todas, todas y cada una de las escenas están escritas con un fin específico, todas. 



¿Acaso no lo fue el episodio 8X13 The Twist in the Plot, escrito como soporte para la última escena, la de Booth hablándole a Christine a través de la cámara?, ¿para que escucháramos la frase “He sido el hombre más afortunado del mundo por haber podido pasar mi tiempo con ella”?, ¿para ver a la doctora, totalmente espontanea lanzarse corriendo a sus brazos? Tomémoslo por lo que es: Infalibilidad de su santidad.


Y volviendo a la polémica, ¿ha saltado Bones el tiburón en The Shot in the Dark? Mi respuesta es que no. Bones no ha saltado sobre el tiburón en The Shot in the Dark, Bones se comió al tiburón a lo largo de las ocho temporadas cuantas veces le ha dado la gana a Su Santidad y a sus seguidores no les ha importado, no nos ha importado. ¿Por qué habría de importarnos una vez más?

¿Qué opináis? ¿Tengo razón o la tiene la articulista de TVFanatic? ¿Os gustó el episodio? Se admiten toda clase de comentarios.










miércoles, 13 de febrero de 2013

LA DAMA DEL MAR XLIII




LA DESTRUCCIÓN DE ACAPULCO

Cuando el infante hizo sonar la primera campanada de la guardia de la noche, el silencio se cortaba en las cubiertas de la Dame. Los hombres miraban ansiosos hacia el este, Acapulco se encontraba frente a ellos en silenciosa. Se deslizaban tan cerca de la isla Roqueta como podían permitirse sin temor a los disparos de las baterías del fuerte. En el mesana ondeaba la bandera portuguesa y en el espejo de popa brillaba su nuevo nombre La Dona.

Los destrozos de la tormenta no habían sido graves y los hombres trabajaron rápido para desarbolar la fragata lo suficiente para aparentar que necesitaban refugiarse en el puerto. El mastelero del trinquete y el perico yacían sobre la cubierta aparentemente hechos astillas. Era un disfraz sencillo, ningún vigía sospecharía de un mercante portugués medio desarbolado. Si fracasaba la misión de Carter y Miller al menos la Dame saldría indemne del puerto. 



El cerro de la Brea apareció de repente frente a ellos y debajo una inmensa  playa de arena dorada precedió a los pantalanes del puerto. La ciudad de casas blancas parecía dormida a la sombra del fuerte nuevo de San Carlos que se erguía como frontera entre la cordillera y las calles. El capitán Bradley lo inspeccionó con el catalejo. Era un fuerte imponente de planta estrellada, con murallas de varios pies de grosor. Sus torreones cubrían los cuatro puntos cardinales ante cualquier ataque. Habían planeado derribar el torreón sur y parte del lienzo  de la muralla más alejado a la ciudad para que les fuese más fácil a los hombres escabullirse. Al verlo frente a él, tan impresionante como un castillo medieval, pensó en lo inútil de su intento; después de todo, los malditos españoles hacían algunas cosas bien. Observó las troneras donde ninguna actividad se apreciaba, parecía pacífico, tan dormido como la propia ciudad. Enfocó cuidadosamente la lente, por algunas se asomaban las bocas de los cañones pero no se veía a los artilleros sirvientes. Eran cañones pesados, probablemente de cuarenta libras o más. La Dame no resistiría el impacto de un cañonazo, uno sólo y se irían al fondo de la bahía. La suerte estaba echada.

En el fondeadero, desarbolado, escondido entre unos mercantes distinguió un buque de línea de dos puentes. Otro enemigo a destruir.  
                
         — El factor sorpresa, el factor sorpresa... —canturreó en voz baja.

         — ¿Decía algo, señor...? —preguntó de Mercx a su lado.



        Miró el reloj, pasaban cinco minutos de las ocho y seguía la calma. Ninguna cañonera salía del puerto, los muelles permanecían desiertos, las calles vacías, las troneras del fuerte silenciosas. Tanta paz le intranquilizó. “Calma... calma, hay tiempo, todavía hay tiempo”, se pidió. Pero la hora ya había pasado y el fuerte permanecía intacto. Estaba arrepintiéndose de haber confiado a Carter una misión tan arriesgada cuando por el ala este de la muralla, la más cercana a la playa, se levantó una  nube de polvo. Se encontraban tan lejos, que a pesar de aguzar el oído sólo percibió el roce del mar en los costados de la fragata. Podía ser una explosión, su explosión, pero también la aparición de un regimiento de artillería. El viento del oeste arrastraba los sonidos tierra adentro privándole de un aliado. Aparte de la columna de polvo nada, el fuerte seguía silencioso y el puerto y las calles vacías. No entendía donde estaban las gentes de aquel lugar, sólo era víspera de Navidad, aún no era fiesta. Una segunda explosión debió producirse y una tercera casi simultánea porque de pronto el fuerte tembló y el torreón del fondo se vino abajo lentamente. Un hurra salió de las gargantas de los asombrados hombres de la Dame, Jim estuvo a punto de dejarse vencer por el mismo entusiasmo pero en el último instante se controló. Los hombres de tierra habían cumplido su misión ahora era cuestión de ellos el rematar la faena. Con la bocina en la mano para hacerse oír, gritó a Bob Fultton.



         — ¡Abran fuego y que el demonio se los lleve!, ¡fuego, señor Fultton!

 Y apenas pronunciada la orden el infierno se desató sobre Acapulco. Uno tras otro los cañones de babor de la Dame arrojaron sobre el puerto más de cuatrocientas libras de  proyectiles. Cuando el viento arrastró el humo hasta la cima del cerro de la Brea comprobaron los efectos, habían destruido los edificios del puerto y un enorme boquete aparecía en la popa del navío de línea. Aún así el torreón de poniente del fuerte seguía en pie y de Mercx le avisó.

         — Señor, en el torreón mueven los cañones.

         — Señor Fultton, eleve el tiro, al torreón—ordenó.

         No lo alcanzaron. Demasiado lejano para los cañones de la Dame. Sería necesario acercarse más, casi se verían obligados a entrar en el fondeadero si querían terminar de destruirlo.

         — Vire en redondo, señor Williamson —ordenó. Debían alejarse, virar e intentar una mejor aproximación desde el sur. Los hombres respondieron con rapidez. Hasta aquel instante habían tenido suerte y ni un sólo proyectil había sido disparado contra ellos, pero el tiempo que tardasen en virar significaría tiempo de recuperación para los defensores.

         — Capitán Perking que sus tiradores de las cofas disparen a todo lo que se mueva en la ciudad.

         Aún a pesar del polvo, del humo y del olor a pólvora James Bradley se encontraba sereno. Había pensado que las minas serían definitivas en aquella batalla y había tenido razón. El desconcierto de los defensores debía ser tal que, a pesar, de que les estaba disparando desde la bocana del puerto, debían de estar preguntándose qué diablos le había ocurrido al fuerte. Podría haber una compañía de soldados en la ciudad e incluso un batallón, pero ante la Dame estaban indefensos, sólo el fuerte era vital para la defensa de la ciudad y lo habían inutilizado. Cuando de nuevo se encontraron en posición, los artilleros de estribor, con evidente afán de superar los tiempos de las brigadas de babor, lanzaron las andanadas una tras otra. Nunca antes habían disparado tanto en tan poco tiempo, apenas si el puerto era visible por la nube de humo. Sin embargo algunas balas silbaron alrededor de su cabeza. Los defensores habían tomado posiciones y disparaban a la Dame desde los muelles.

         — Capitán Perking, afinen la puntería, de cada disparo quiero un español muerto. Me oye, oblíguenles a retroceder.

         — ¡Señor Fultton, incendie los muelles, quemen los barcos, que no puedan perseguirnos!

         — Señor Marcus, suelten las escotas, ¡Al pairo, al pairo!

         — ¡Williamson, carguen el cañón de popa, ya!

Sus órdenes se sucedían una tras otra y eran obedecidas con prontitud. Los mercantes comenzaron a arder. A su lado cayó uno de los grumetes que corría de un lado a otro con su saco de pólvora. Lo cogió por el hombro y lo levantó a pulso. Una bala le había entrado por la sien derecha y un chorreón de sangre le manchó la mano y el brazo. En cuanto le vio los ojos vacíos, lo dejó caer de nuevo sobre cubierta.

— ¡Maldita sea, a qué espera, señor Perking, acabe con ellos!

 Unos cuantos soldados se habían acercado hasta los botalones de la Isla Roqueta y barrían con sus mosquetes la cubierta. Duraron poco, de nada les sirvieron las rocas para su protección. Desde las cofas, los infantes de Perking los dominaban y en apenas unos minutos aquel peligro desapareció. Aún así Jim no desistió del ataque, del torreón norte salió una nube de humo, les disparaban con un cañón. Sintieron el silbido del bolaño que pasó de largo por encima de la arboladura.

— ¡Tienen que afinar la puntería! —gritó a su lado Lovely, que había subido a cubierta ansioso por ver la batalla.

— Déjelos que sigan así, no tiente al diablo, señor Lovely —contestó Williamson totalmente ocupado con las maniobras de la Dame. El segundo proyectil que les llegó atravesó limpiamente el perico—. Lo ve, ya han afinado y no nos conviene. Larguémonos de aquí.

— Un momento, Williamson, espere, daremos una nueva pasada, destrocemos esos cañones, no dejemos las cosas a medias —ordenó el capitán.

La Dame viró y enfiló de nuevo la bocana del puerto con columnas de humo saliendo de todas las portas de babor. La andanada silenció al mar. Desde tierra no les llegó respuesta, aunque con la humareda ninguno de los hombres de cubierta vislumbraba lo que ocurría en el puerto.

— El fuerte, señor, está cayendo... —gritó el vigía desde el tope del mayor.

Era cierto, una fuerte sacudida se sintió en la cubierta. Parecían los temblores de un terremoto, salvo que cuando el humo fue arrastrado tras la cima del monte de la Brea, en el lugar donde antes se alzaba, majestuoso y terrorífico el fuerte nuevo de San Carlos, se veía una inmensa polvareda ocre y marrón que saliendo de las entrañas de la tierra se alzaba como columna de fuego por detrás de las casas blancas de la población.



—Lo han vuelto hacer, señor, ¡Hurra por el señor Carter! —gritó un eufórico Williamson.

A James Bradley se le escapó un suspiro de satisfacción, se sentía feliz, un poco mareado por el olor a pólvora y la tensión acumulada durante aquellas horas, pero feliz. Observó una vez más Acapulco por la lente de su catalejo, habían estallado algunos incendios pero no se veía a nadie que corriese a sofocarlos. Sabía por las noticias que le llevó O´Connell que la ciudad se encontraba en manos de los insurgentes. Había sido todo tan fácil, que en su fuero interno no dudó que se debió a la falta de una guarnición. Los soldados realistas hubieran opuesto mayor resistencia, que la chusma sublevada, al menos se les presuponía mejor preparación artillera, más disciplina. Pero... esa fue su suerte, y no había que desdeñarla. Se volvió hacia los hombres.

- Bien, señores ha sido un hermoso ataque —dijo y sus labios se entreabrieron en un esbozo de sonrisa.

Luego se volvió hacia los oficiales y anunció solemne.

—Hemos acabado con Acapulco la base de la Armada española en el Pacífico —y como los hombres empezaron a vitorearle, levantó los brazos y los contuvo— Hemos acabado con Acapulco —repitió, pero no ha terminado nuestra misión. Señor Williamson, alejémonos a todo trapo —ordenó—, rumbo noroeste.

— A la orden, señor.

Y las órdenes se repitieron hasta el último rincón de la Dame. Los hombres subieron a los palos. rápidos, sin mostrar la más mínima huella del cansancio que sin duda tenían. La fragata navegaba bien de bolina, pero en aquellos momentos tendría que hacerlo con mayor precisión que nunca. Y eso a pesar de que la cubierta mostraba alguna herida, y algunos cabos colgaban sueltos. Con rapidez y precisión las velas se amuraron a babor y la nave se alejó del humo y el fuego. Realmente no habían sufrido graves daños, un grumete muerto y tres hombres heridos por los retrocesos de los cañones y algunas quemaduras. Se sentían orgullosos de la hazaña. El capitán Bradley se frotaba las manos, Acapulco tardaría mucho, pero que mucho tiempo en volver a ser la base de la Armada española en el Pacífico o de cualquier otro estado, si finalmente los alzados triunfaban.


—¡Destrinquen el cúter, señor Grahan! —ordenó al segundo del contramaestre— Busquen al Galeón. Se encontrará probablemente a unas siete u ocho millas de nuestra posición a no ser que la tormenta de anoche le hiciera daño. Escuche —explicó al marinero— si no lo encuentran a esa distancia, lancen dos bengalas rojas, si están a menos, dos amarillas ¿entendido? Y no se le acerquen demasiado.

Keel había asistido a la desigual batalla con el corazón encogido, no porque tuviera miedo, sino porque no podía dejar de pensar en Eugenia. Hasta aquel día había apoyado ciegamente a James Bradley, su lealtad no era para la Armada ni para Inglaterra. La Armada, Inglaterra, el rey Jorge, eran para él tan abstractos como la trigonometría, demasiado lejanos para ser tenidos en cuenta. Su lealtad era para su hermano, para su sangre. Pero Eugenia lo había trastocado todo y la falta de escrúpulos de James Bradley rompió el lazo. En la Dame había una mujer inerme, desposeída de sí misma por otros hombres hasta hacerle preferible la muerte a la que James Bradley acababa de darle el golpe de gracia. Necesitaba verla,  hacerle comprender que Peter Keel no la abandonaría jamás. Que no importaba lo que hubiese ocurrido ni en el Magallanes ni en la Dame. Tenía que verla, hablarle, hacerle saber que debía conservar la esperanza, que en algún lugar habría una vida para ellos.

La Dame se deslizaba lentamente por las negras aguas. Despachado el cúter a vigilar el Galeón de Manila, a la tripulación no le quedaba nada por hacer más que esperar. No lo dudó, la única posibilidad que tenía para verla era acceder al camarote desde el coronamiento. Se la jugaba, no sólo arriesgaba su libertad si la guardia le sorprendía en el intento, sino la vida. Podía caer al mar, la Dame seguiría su rumbo y nadie daría la voz de alarma. Pero era su única posibilidad y la aprovecharía. Esperó a que los hombres de la primera guardia se hubieran aburrido un rato en sus puestos, a que la atención decayera ante la inactividad y el cansancio, después de todo acababan de librar una batalla y a más de uno se le cerrarían los ojos. A demás tenía la suerte a su favor, Williamson era el oficial encargado de la guardia con Clift de ayudante. 

Bajó al rancho cuando se lo ordenaron. Tendió su coy y cuando se oyeron los primeros ronquidos se  levantó con sigilo y se deslizó con mucho cuidado entre los hombres como una sombra. Markoff gruñó cuando sin querer le rozó la mano, aunque no dijo nada. Tenía preparada una excusa, iba al beque de proa. Una vez fuera del rancho no sería tan fácil. No podía dirigirse directamente a popa, el centinela lo detendría. La única posibilidad de acceder al camarote era salir por una de las portas que se encontraban entre el rancho y la escotilla de la enfermería. Quedaba cerca de la camareta de los guardiamarinas, demasiado cerca para que el ruido no fuese un peligro. Escalaría por el costado de la Dame hasta llegar al espejo de popa y entraría en el camarote por el ventanal. Llevaba tantos años navegando que la oscuridad había dejado de ser un problema, e incluso sus pies descalzos conocían, casi tan bien como sus ojos, los rincones de la Dame. Se deslizó pegado a las paredes, sin ruidos, atento a cualquier crujido extraño. Oyó los ronquidos de Dick de Mercx y los del señor Lovely; de la cabina del escribiente salía una raya de luz, el señor Sinclair estaría poniendo al día el diario de a bordo.


Extremó la precaución y pegado a los mamparos de las cabinas siguió avanzando, sus manos y sus pies eran sus ojos y aunque iba despacio tanteando el espacio delante de él, no pudo evitar el golpe en la rodilla con la cureña del cañón; aún estaba caliente y el olor a pólvora se le metió en la nariz cuando se inclinó para localizar las juntas del batiporte. Tendría que arriesgarse y dejarlo entreabierto porque debía regresar por el mismo camino. Cuando tras varios intentos fallidos logró alzarlo sin que los pernos chirriasen, la brisa de la madrugada le heló el sudor de la espalda. Ahora venía lo difícil. Se agarró al exterior de la porta y haciendo un gran esfuerzo tensó los músculos de los brazos y logró  sacar el cuerpo. Estaba fuera, lo había conseguido a costa de sus menguadas fuerzas y aún le quedaba por recorrer una tercera parte del costado de la fragata. Tendría que hacerlo saltando de porta en porta, de imbornal en imbornal hasta llegar a la popa; luego por las cadenas del timón le sería fácil escalar hasta el ventanal. 

Había sobreestimado su resistencia, a pesar del impulso de sus piernas y que sus manos asieron el trancanil del imbornal, el brazo izquierdo no le sostuvo y cayó al mar. El ruido que siguió a su entrada en el agua le asustó, atraería hacia el costado la atención de todos los hombres de la guardia. En el silencio de la noche, ningún marinero, nadie con sus sentidos alertas confundiría aquel sonido, sólo con creer oírlo a los marineros ya se le escapaban las palabras “hombre al agua”. Hundió la cabeza en el mar, la luna cómplice se escondió tras una nube y Keel se lo agradeció, al menos contaba con una aliada. Aún así siguió bajo el agua hasta que sus pulmones dijeron basta, se ahogaba. Emergió silencioso, con la boca abierta, sin jadeos y despacio, muy despacio llenó sus pulmones de aire. Volvió a emerger cuando tocó la cadena del timón. Se agarró a ella y se impulsó hacia el aire, extenuado. No sólo le faltaba la respiración sino que  los músculos de sus brazos y las piernas le bullían como si los recorriesen un batallón de hormigas rojas. Hacía casi tres meses de la herida y aún no se había recuperado del todo. Esperó agarrado a que el palpitar de su corazón se serenase, y haciendo de nuevo acopio de las escasas fuerzas que le quedaban trepó los diez pies que le separaban de la galería. Se agarró al pasamanos y desentumeció los brazos, le pareció imposible haberlo conseguido. Tenía tan pocas fuerzas que cuando alzó las piernas para pasarlas por el hueco, el brazo de apoyo le falló y estuvo a punto de caer de nuevo al mar. Esperó a serenarse agarrado al borde con una mano, cuando su respiración se recuperó volvió a alzarse a pulso sobre el hueco y se dejó caer de cabeza en el camarote.


La habitación estaba en penumbra. Por el tragaluz, el fanal del mesana iluminaba apenas una estrecha franja. Conocía la disposición de los muebles, no era la primera vez que estaba dentro, aunque si la primera desde que instalaran a Eugenia. Se acercó despacio al mamparo de estribor donde se encontraba la litera. Estaba dormida. En cuanto la vio en la cama totalmente abandonada, con el rostro gris por la escasa luz, sintió una profunda vergüenza. No debía de estar allí, no debía robarle aquella visión. Sin embargo, se acercó no podía dejar de contemplarla de cerca. La sabana que la cubría apenas si tenía un ligero relieve sobre sus pechos y en la almohada, en la penumbra una sombra más oscura señalaba sus rizos que ya caían a ambos lados del rostro.

—¡Váyase capitán! —La voz surgió como un lamento de entre las sombras. Peter retrocedió—. ¡Déjeme en paz!— La frialdad se quebró y el “por favor” sonó roto, estrangulado.

— Soy Peter, Eugenia. No voy hacerte daño —dijo sin acercársele, dándole el espacio suficiente para no intimidarla—. Sólo quería saber si te encontrabas bien.

Y como la mujer callara, como no hiciera ningún gesto hostil dio un paso hacia la cama.

— ¿Peter Keel? ¡Oh Peter, eres tú!— y ante su sorpresa Eugenia le echó los brazos al cuello— ¡Peter, Peter, Peter! —no paraba de pronunciar su nombre, y Peter sintió la humedad de sus lágrimas en el cuello. Con cuidado la rodeo con sus brazos y la apretó contra sí, el corazón quería escapársele del pecho. La abrazaba y  no escapaba. Se dejaba mecer como un bebé.

— Desahógate..., ya ha pasado todo.

Cuando Eugenia se serenó, su cuerpo se quedó rígido, al fin se había dado cuenta de a quién abrazaba. Keel le acariciaba la nuca cuando ella poniéndole las manos en los hombros se apartó de él.

— Siento que hayas tenido que pasar tanto miedo, hubiera querido venir antes, pero no he podido. ¿Estás bien? ¿Te ha herido alguna esquirla, te duelen los oídos..., dime que no te ocurre nada, que estás bien? —insistía sin apartar las manos de su rostro.

— Sí, no me pasa nada, gracias. Siento haberte asustado —contestó.

—No, quien te ha asustado he sido yo, pero no podía venir abiertamente, aún sigue el centinela en tu puerta. Siento que hayas tenido que pasar por todo esto, el miedo...

- No, no, miedo no. Dolor, Peter, cada cañonazo me partía el corazón, se me clavaba en el estómago. No podía dejar de pensar en la gente que moría por cada disparo.

— Ya ha pasado, ya ha pasado..., no te preocupes —la acunaba—. Descansa, sólo quería saber cómo te encontrabas. Me quedaré contigo hasta que te duermas... — y la volvió a estrechar entre sus brazos.

— ¿Hay heridos, muertos?  —preguntó— Nadie me ha dicho nada, ni siquiera Bell ha venido.

— Lo siento, Eugenia, Bell..., Bell a muerto.  No llores, duérmete... mañana habrá otra batalla, procura descansar...

—  Va a seguir arrasando ciudades, es eso Peter...


— No, estamos en alta mar, va a intentar apoderarse del Galeón de Manila.

— El barco que hace el comercio entre las Filipinas y el Virreinato de Nueva España —apostilló la muchacha.

—Sí, será más peligroso que el ataque a Acapulco. ¿Dónde te han llevado, a la enfermería, has estado con el doctor?

— No, pero no importa. El centinela me encerró en el pañol del pan. - Y como viera la ira en los ojos de Peter, le contuvo—. No te enfades Peter, no importa...

— ¿Cómo ha podido? —estaba indignado, ofendido por tanta crueldad —. Hablaré con el doctor —y sin poder contener más su ira estalló—. ¡Le mataré!, te juro que lo mataré…

— Por favor, Peter, no te enfrentes al capitán, tú no —le pidió verdaderamente asustada—. He estado cómoda, te lo aseguro, el centinela me dejó un farol, no ha sido tan horrible como parece.

— ¿Por qué lo defiendes, dime, le quieres? —y había tanta ansiedad en su voz, tanta angustia que Eugenia cogió una mano entre las suyas y mirándolo a los ojos le contestó

- ¿Quererle, al capitán? No, Peter, no puedes preguntarme eso. Yo no puedo querer a nadie, no te das cuenta. Yo no puedo querer al capitán Bradley.

— Puedes quererme a mí —le propuso abrazándola y cuando ella le rechazó con suavidad para engatusarla añadió—, me harías el hombre más feliz del mundo. Si tú quisieras le pediría a James Bradley que nos dejase en alguna isla y viviríamos nosotros solos, al margen del mundo. Tú y yo. Yo pescaría, cazaría... y hasta que te recuperases cocinaría, lavaría, te cuidaría. ¿De qué te ríes? —Se detuvo en su discurso deslumbrado por la sonrisa de la muchacha— Me gusta tu sonrisa,  quiero verla siempre en tu rostro. No importa que te rías de mí. Puedo ser un payaso... te cantaré mis canciones —y poniéndose serio le pidió—. Eugenia di que vendrás conmigo..., dilo..., necesito oírtelo decir...

— ¡Estás loco!, ¿dónde iríamos?


— Lo he estado pensando., hay muchas islas. Ya viste las Marquesas, son el paraíso. No recuerdas como disfrutamos en la cascada. Podríamos ser felices juntos lejos de la Dame, del capitán Bradley.

—... El capitán Bradley... Nunca podríamos olvidar al capitán Bradley, Peter, nunca —reconoció apesadumbrada.

— Pero vendrás, vendrás conmigo... –insistió.

— Peter, no tengo fuerzas para ayudarte con tu mundo, no puedo, creo que...
— Calla, no sigas. Yo tengo fuerzas suficientes por los dos, sólo quiero tenerte a mi lado. Que me mires como ahora lo estás haciendo, que me sonrías. Tú no te preocupes, déjalo en mi mano, lo conseguiré... , sólo dime que vendrás. ¡Dímelo!

— No es justo Peter, no es justo para ti, estoy tan cansada. No tendrás el barco, con  que llevas tanto tiempo soñando sólo una mujer enferma.

— ¡Te equivocas! Tendré a la mujer que amo ¿qué más puede desear un hombre? Nunca he tenido tanto...