Tres eran tres
las amigas de Hannah, Jessa, Marnie y Shoshanna. Cuatro eran cuatro las niñas de Girls, y en la taza del váter abandonaron a Amy, Jo, Meg y Beth, las de Mujercitas, sin
remordimientos. Nada más ajeno a la rancia inocencia de las March que la coraza de egoísmo con la que las muy modernas Girls ocultan a sí mismas
y a los demás la dimensión estratosférica de su simpleza.
Aunque lo que en
verdad hay que decir sobre Girls es
que en la televisión actual no hay otra serie que más certera y apropiadamente refleje la confusión e inanidad de ciertas
mujeres y hombres que transitan la edad de la inocencia, la que se esconde entre la
esquina de los veinte y la de los treinta, la edad de las incógnitas, cuando aún
se está por decidir si uno va a ser, pongamos, místico a lo Leonard Cohen o muerto a lo Kurt Cobain, esposa a lo Yoko Ono o a lo Ivana Trump. Cuando uno
cree que aún todo es posible, menos convertirse en, pongamos, comunity manager de una webserie de chicha
y nabo o encargado de la plancha en un bar
de camioneros adictos a Camela.
Y Lena Dunham, su autora y protagonista,
la mujer más premiada en el último año de la televisión, descoloca al personal
retratando sin eufemismos, obviando lo políticamente correcto, la suciedad
física y moral, la falta de escrúpulos y sobre todo el egoísmo, egoísmo, de esas niñas desprovistas de norte y guía que se creen brillantes
porque lucen diamantes de Swarovski,
bolsos falsos de Gucci y vestidos de
poliéster o de plexiglás; porque tienen cuerpo de Venus, lo de menos es el
apellido, las hay tanto de Willendorf como de Cranach.
Y aunque
unos la aman y otros la odian nadie se dice, como la Gaskell cuando habla de Charlotte
Brontë que “Tal vez hubiese sido
preferible que hubiera descrito sólo personas buenas y agradables, que hacen
sólo cosas buenas y agradables (en cuyo caso) podría no haber escrito nunca”.
Porque en ese caso no habría generado polémica y su obra habría pasado
desapercibida; otro “Sexo en Nueva York”, habrían dicho. Pero ha jugado
inteligentemente sus bazas y ha ganado. Y ahora los que la siguen se preguntan
entre el morbo y el escándalo ¿es Lena Hannah? Lena es Girls y yo que la crítico no
puedo dejar ser otra cosa que un fásimido misógino
¿qué no sabéis lo que es eso? Aquí conté como me transformé.
Lo que está
claro es que en un mundo confesional, en el que todos disfrutan aireando sus
trapos sucios es muy fácil confundir al personal. Identificar al autor con el
personaje. Lena ha jugado al engaño,
su estrategia de despegue, su pasaporte al éxito, Hannah no soy yo. Y todo el
mundo entiende, Lena es Hannah. Inteligente, muy inteligente. Valiéndose de las
bajas pasiones y la mala baba de los espectadores, abonándolas con un
exhibicionismo naturalista, se ha quedado con el personal y ha conseguido el
aplauso de la hipstería que la cree su
igual. Mientras las hipster critican su ropa, su celulitis y sus
michelines a ella le llueven los contratos (nueva serie, libro de autoayuda
y adelanto de 3 millones de dólares) y los premios.
Y sin embargo
no hay más que ver lo que va de la segunda temporada para comprender que Hannah Horovath, a pesar de su dedicación a
su obra, nunca escribirá Girls. No desde
luego a los veintisiete años, ni siquiera el cutre y hediendo episodio
piloto. Ese, ese por el que recientemente le han otorgado a la autora el premio
al mejor director de serie de televisión los del sindicato de directores. Ni
mucho menos, los seis episodios de la segunda temporada emitidos hasta ahora en la HBO, cada uno, como en una carrera de relevos, más brillante que el
anterior. Comenzando por el autoreferencial It´s about Time, en el que Lena, considerando la hora del ajuste de
cuentas, se burla de las críticas raciales y de la rendición de la mujer ante
el amor.
Y así, con
profesionalidad e instinto, en un ejercicio de transformismo propio de artistas
consumados como Marina Abramovic, Lena Dunham, abre la temporada con un
primer plano de Hannah besando a un
nuevo novio, negro, al que por supuesto abandona al final del capítulo por no
ser consecuentes sus ideas políticas, con las propias de su raza y color. Eso
se llama alardear de prejuicios, y por supuesto de valor, porque hay que tener
mucho para en una serie de televisión seguir su propio rumbo. Y no ha sido
el único riesgo que ha corrido. Ha hecho “madurar”
a Hannah.
Después de
haberse pasado la primera temporada persiguiendo al siniestro Adam (“Yo no aceptaría nada de mis padres, son unos
payasos, pero mi abuela me da ochocientos al mes. No quiero ser esclavo de
nadie), aceptando de él las más vergonzantes humillaciones, desde hacérsele
pis encima hasta “tienes que pedirme
permiso siempre que quieras correrte”, en “I Get Ideas”, da una vuelta de tuerca a su relación y le pone fin
de una forma harto violenta. Ya lo dijo Loory
Moore, la escritora, “El fin más
violento y satisfactorio del amor se produce cuando los amante comienzan a
imitarse uno a otro”. Justo lo que Adam hace, perseguir a Hannah
suplicándole amor. Y Hannah, Hannah, por
Dios que lo sabe hacer bien Lena, Hannah llama a la policía y pide una orden de
alejamiento para él.
Y aunque en Bad Friend, el tercer episodio, Hannah
se desata ante la necesidad de adquirir experiencia para su obra, lo que queda
de lo hasta ahora visto, es que Lena,
logrados sus propósitos, obtenido el éxito y los premios, abandona, a la hora de contarnos la historia de sus Girls, el trazo grueso y el feismo y con una fina ironía propia de Elizabeth Bennet, nos muestra la
melancolía por la pérdida de los sueños y el dolor por la desoladora realidad: “Por favor, no se lo digas a nadie, pero yo
quiero ser feliz”.” Por supuesto que quieres ser feliz, todo el mundo quieres
ser feliz”, le contesta el hombre de la basura. “Pero yo pensaba que no”.
Confieso que
soy un converso, que cuando el año pasado vi el episodio piloto debía ir ciego
de meta porque me pareció propio de gafaplastas
con problemas de halitosis, vamos, que catalogué Girls como una serie sólo apta para artistas alternativos, de los
que explican el universo observando las diferencias de densidad de un gargajo.
Confieso que no la supe ver. Que me
quedé en el reflejo y no vi el espejo.
Me echó para atrás la sordidez del sexo, el
petardeo de niñas de papá, la ridiculez de sus aspiraciones y la enjundia de la
obra de la artista. Un error, y ¡qué gran error! Ojalá y le hubiera dado antes
otra oportunidad, me habría ahorrado el bochorno y los cuartos del viaje a Gotemburgo.
¿Os acordáis de mi enamoramiento de la sueca amante de los esqueletos?
¿Recordáis la noticia? Pues me lancé a la aventura, sí, fui hasta allí con la estrambótica
idea de que nada más ver el tuétano de mis huesos se me rendiría. Inteligente que es uno. Hasta que
no he regresado con el estigma del fracaso sangrando en mi frente, hasta que no
sentido la necesidad de complacerme con las desgracias de otros perdedores como
yo, no le he dado una oportunidad, pensé que con la sórdida vida de las Girls se saciaría mi sed de venganza
sobre las mujeres.
Y no la sacié.
No. Lo que hice fue recuperar la vista. Las palabras con las que Hannah se despide de Adam, en “It´s about time” fueron tan eficaces como un gramo de cristal cocinado por el mismo Heizemberg para
restañar mi amor propio herido. “Sabes,
soy una persona y siento lo que siento, y justo ahora siento que no quiero
volver a verte.” Y cuando Adam, estúpido y perdedor, le contesta que no
está de acuerdo. Hannah con voz
firme, le dice “Bueno, no es tu elección, es mi elección“.
Comprendí, al
fin, que el rechazo de la sueca no se debía tanto a mí persona como a su
personalidad, comprendí que ellas siempre eligen y negarlo es ofuscarte en el
fracaso. Ojalá y hubiera visto antes Girls,
hubiera llegado a comprender mucho mejor que los infelices de Ray y Adam (candidatos a fásmidos)
como son y cómo piensan las mujeres de
hoy en día. Porque Girls es todo un tratado de antropología,
como comedia no vale un pimiento, ¿Quién podría reírse viendo llorar a una pija de Brooklyn? ¿A quién podría parecerle
gracioso el patético y narcisista Booth (no confundir con el de Bones)? ¿Quién
podría reírse con los fracasos de la pretenciosa Marnie o el que se avecina de
la inocente Shoshanna?, pero no se
trata de risas. Quien quiera reírse que vea Miranda, la gran PAYASA de
la BBC, con mayúsculas, genial la mujer, genial la comedia, glorioso el
romance.
Lena está escribiendo en la pantalla, con total conocimiento
de causa, para la memoria de su generación. Y digo bien, para la memoria, para
que cuando lleguen a los cuarenta y ya vivan en los suburbios de Nueva York y
trabajen de brokers en Goldman Sachs
o sigan sacando la basura en un diner de Staten Island no puedan cambiar la
historia. Como alguien dijo en no sé donde, unas
memorias sólo se escriben para provocar la verdad escondida. Ahora, que aún
no es memoria sino día a día, les pone el espejo para que se vean; quien quiera
pase, pasen y vean, les dice, nos dice.
Puede hacerlo, pertenece a la clase alta de la
sociedad, la de los intelectuales creativos, sí, de los de Richard Florida, de los que contribuyen más al desarrollo de las
ciudades que un secadero de jamón de
Jabugo. Está libre del estigma del resentimiento de quien ha de cruzar el
Hudson cada mañana, de quien llega a
sentarse junto a ella a base de codazos a dentelladas. Puede escribir que a una
madre le gusta sentir sobre su piel las manos ásperas de un camarero porque
puede elegir al camarero, porque no tiene miedo, porque está protegida de la
maldición de las clases medias, esas de las que decía el poeta que están
infinitamente dotadas para el fracaso.
Y da
miedo que una mujer de veintisiete años tenga esa capacidad de análisis y de
desnudez y no me refiero a su culo, que por cierto no está tan mal, es alto y
repomponudo, de la sociedad, sino que tenga la clarividencia e inteligencia
para incidir en su destino, para transformar unos vídeos de amiguetes en una
serie de televisión de éxito y encima nos
haga creer que es una perdedora como su amiga Marnie.
Y eso no me
gusta. No. No me gusta el cambio de juego que Girls presupone. Mientras psicólogos, sociólogos y antropólogos se esfuerzan una y otra vez en explicarnos que el amor, a pesar de
ser sólo química, duele, y sin embargo ninguno
nos dice que podemos vivir sin él y podemos. Mientras otras mujeres de la
televisión como Shonda Rhimes o Amy
Sherman Palladino nos muestran mujeres duras, independientes y talentosas
pero que indudablemente sucumben ante el ciclón del amor. Viene Lena y en un
hermoso y tierno capítulo titulado, como no, “La basura de un hombre”, se atreve, aparentemente rindiéndoles pleitesía
(y ya puesta aprovecha el metraje para darse un autohomenaje con uno de los
actores maduros más sexys de la televisión), a burlarse de las mujeres
fuertes que sucumben al amor y de todos nosotros denunciando la impostura de relegar a millones de
mujeres a una cama, a un abrazo, a una cuna. Y no, no me gusta.
Y lo que es
peor, que haya gente, hombres sobre todo, que sean capaces de reconocerle el
talento; si su éxito se afianza y otras mujeres se lo reconocen, el reinado del
hombre habrá perecido. ¿Es que no se da cuenta Judd Apatow y los directivos de la HBO que han lanzado una bomba en
el centro de la civilización? ¿No se han dado cuenta de que a partir de Girls a todos nosotros, como al pobre Ray, sólo se nos valorará por lo que en
su misericordia ellas nos concedan? ¿No se dan cuenta la subversión de valores
que significa que Ray se pregunte
delante de Soshannna, la única que
es buena, “¿qué me hace valer la pena?”
y ella le conteste “estoy enamorada de ti” ¿No se dan cuenta que ese es el verdadero
triunfo que han venido soñando las viejas feministas? ¿No se dan cuenta los del
sindicato de directores que han llamado a los bárbaros? ¿Qué les han abierto
las puertas de Roma? ¿Qué Russell Crowe
ya no vestirá las farelas ni empuñará la espada, sangre y honor, para
defendernos?
La sueca me
derrotó. Iluso de mí, como Ray, como
el marido de Jessa, como Adam, viajé hasta Gotemburgo para
demostrarle cual firme puede ser el amor de un hombre muerto, cual potente
puede resultar su amoroso trato, hasta me creí su ilusión por la cita. Y no
supe de su impostura hasta que no gritó “guardias,
a mí, que me violan”. Sí, durante el
viaje me creí el Adam de la primera
temporada, hasta me creí el hombre
de la basura, cuando sólo es un sueño del que disfrutan a solas, y fracasé. La
que creí mi amante perfecta, la niña de paredes de terciopelo que se abriría ante
mí con la generosidad del Mar Rojo ante
Moisés, resultó ser otra Jessa avariciosa.
Y eso que al
principio, aceptó con agrado los presentes que le entregué, cosas del
calvinismo y los beneficios, que a mí español, feo y católico no dejan nunca de
asombrarme. Los aceptó, y también, sin dudas ni remilgos que mis huesudos dedos
se engarzasen en su suave melena, que mis dientes de marfil acariciasen la piel
turgente y cálida del interior de sus muslos, que mis falanges bailarinas
danzasen con su clítoris, la danza del escondite y el encuentro…, ¿qué…?
De acuerdo, me
callo… Lo que peor llevo es que, precisamente cuando me encontraba en las
puertas del éxtasis y mi gabardina, por
el ímpetu del amor se abría mostrando la potencia y dimensión de mi hueso
peneano, me empujase. Sí, me tiró contra la pared, a punto estuve de
descomponer toda mi armazón, porque por la potencia del choque y de las fuerzas
contrapuestas mi clavícula se dislocó, el húmero huyo de su encaje, la rótula
se me torció y los metatarsos se pusieron a jugar al guá con el calcáneo.
Casi ni tiempo
tuve de devolverlos a todos al redil antes de que aparecieran las celadoras
suecas. No podéis ni siquiera imaginar el pánico que me entró, me creí el
mismísimo Julian Assange y me vi consumido y sin tuétanos, traspasado por el
“expreso de medianoche” en una cárcel del último rincón de Suecia, sin nadie que me facilitara la huida. ¿Cómo pude ser
tan pardillo? Sólo cuando me di el maratón de Girls lo vi. Es su elección. Siempre es su elección.
este artículo es en serio?
ResponderEliminarAnonimo, ¿tú qué crees?
ResponderEliminarMe gusta esta serie al principio tenía expectativas erróneas sobre ella pero con el paso del tiempo me engancho por completo, muestra una cara de Nueva York que no se había llevado a la pantalla y me ha parecido buenísima, sin duda estará mucho mejor que la primera temporada, Hanna tiene unas ocurrencias que me encantan.
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