No es necesario haber leído previamente la veintena de libros
en los que Michael Connelly ha descrito
las peripecias de Harry Bosch para
saborear, como un buen bourbon, Bosch
el piloto que Amazon ha distribuido
gratuitamente a la espera de que la aprobación del público lo convierta en
serie.
Ni saber que su verdadero nombre es Hieronymus Bosch; ni que se lo puso su
madre, una prostituta con alma de postulante que amaba, antes de que la sangre
negra le rajase la garganta, el cuadro El
Jardín de las Delicias de El Bosco, con su nombre lo bautizó. Por supuesto no es necesario saber de
su niñez desasistida ni de las palizas ni los moratones amarillos, negros o purpuras, dependiendo del calendario, inscritos en su piel; ni saber de su rebeldía, de su
orgullo invencible, de su desarraigo que le empujó a gatear por los túneles de Vietnam
en busca de enemigos de sus camaradas.
Ni conocer su fecha de nacimiento convenientemente
falsificada en el piloto para acomodarlo al devenir del siglo. Ni saberlo de
antemano perdedor de cualquier carrera por las colinas salvo la que traza la
bala; ni tener la lista de sus mujeres pelirrojas olvidadizas u abandonadas. Ni de las cervezas ni whiskys que trasegaron en las noches sudores fríos y sábanas revueltas. Ni por supuesto recordar a su repentino padre ni a esa hija
traspapelada. Ni guardar memoria de las veces que esas nenazas de Asuntos Internos
del Departamento de Policía de Los Ángeles olieron el cañón de su pistola.
No es necesario tampoco haber visto previamente la cuarta
temporada de The Wire, a pesar de que el piloto parece una reunión de
viejos compañeros de las calles de Baltimore, Sí. la cuarta, mi temporada
preferida, la dedicada a las miserias y al fulgor de la comunidad educativa en la que Eric Overmyer,
el guionista, productor y adaptador de Bosch
junto con Michael Connelly, participó dando brillo y
esplendor a las escenas más desgarradas; ni saber que en esa, precisamente en
esa temporada The Wire recibió el
premio del Sindicato de Guionistas, ni, os lo aseguro, haber visto Homicidio
ni siquiera haber oído hablar de Treme (también
de David Simon, también en ellas
trabajó Overmyer) para comprender que
no estamos ante un procedimental cualquiera.
Tampoco es necesario haberse dejado antes embaucar por el
lamento del saxofón de John Coltrane
con un vaso de whisky en la mano, rodeado de penumbra, el ceño fruncido, el
rictus amargo y el humo de un cigarrillo ocultándote el vacío de la instancia,
para dejarte seducir por el inquietante hechizo de la banda sonora, tan
amenazante como la noche angelina, que Jesse
Voccia ha compuesto para acompañar los solitarios anocheceres de Bosch.
Basta con saber que Harry,
el Harry Bosch del piloto de Amazon es
un tipo duro de piel curtida, hombre honesto a su manera, a su manera luchador implacable
contra el crimen en la ciudad de los ángeles dónde, sin embargo, los demonios
campan por las esquinas, que aunque le han quitado veinte años y alistado a
otra guerra más cercana, sigue siendo el perdedor de siempre gracias Titus Welliver que lo interpreta con
rostro a lo Humphrey Bogart y cigarrillo colgante en la comisura de la boca. A Dios gracias, porque cuando en 2012 comenzaron los
ruidos sobre su posible adaptación Connelly,
con visión de la jugada cortoplacista, dijo que le gustaría que lo interpretara House, sí el británico Hugh Laurie,
a mi entender se equivocaba, Laurie será por algunos años más el doctor cojo
enganchado a la videcoina, al final optaron por un actor menos conocido,
menos cínico, más elegante.
La historia del piloto, dirigido brillantemente por Jim Mkay (Rectify, Treme, The Wire), se
basa en dos novelas, la primera de la serie, Eco Negro y La Rubia en el Hormigón
y un relato corto, Ciudad de Huesos y comienza una noche negra, mientras llueve a
cantaros Harry y su compañero Jerry
Edgar (interpretado por Jamie Hector
el implacable Marlo Stanfield de The
Wire) persiguen a un sospechoso. “Muestrame tus manos”, le ordena Harry en español cuando en un solitario
callejón de mala muerte lo arrincona, “De rodillas”, insiste, el hombre
obedece, Harry dispara.
La acción se traslada dos años después, la familia del muerto
le acusa de dispararle a sangre fría, “Otro
más”, le dice la abogada de la familia, al inicio del juicio, presentándolo
al tribunal como un asesino, un hombre brutal y corrupto. El Departamento de
Policía, representado por el subjefe Irvin Irving al que interpreta Lance
Reddick (otro ex-Wire), le apoya.
Y en flahsback se muestra la doble versión de lo ocurrido, la ¿interesada? de la
familia y la ¿ambigua? de los recuerdos de Harry.
“Harry”,
le dice su teniente (Amy Aquino), “No
había nadie allí, sólo tú sabes lo que pasó”. Paralelamente al juicio,
un Harry cansado de que le traten
como un asesino se sumerge en la investigación del asesinato de un niño de
trece años cuyos restos son desenterrados en las colinas por la afición a los
huesos del perro de un viejo médico, interpretado por Scott Wilson (Hershel, The Walking Dead).
Y con la investigación de la muerte del niño víctima de
malos tratos, los demonios bajarán desatados desde las colinas a los
bulevares de anchas aceras, a los callejones oscuros que lloran en
spanglish y allí estará esperándoles, a pesar de los recuerdos de los huesos
rotos, un hombre armado, menudo, taciturno, peligroso y elegantemente triste,
dispuesto a superar sus miedos y su dolor para atraparles. Seguro. Siempre ha
sido así.
Y sí, es un procedimental y nos muestra imágenes vistas en cientos de procedimentales, salvo que en Bosch parecen diferentes, tal vez por la sobria fotografía, tal vez por la subyugante banda sonora, tal vez por el inquietante retrato que de la ciudad, tal vez por el humo de los cigarros o tal vez porque Harry cree que "En cada asesinato se puede encontrar la historia de una ciudad" y es exactamente eso lo que nos muestra, el reto de un perdedor a los demonios que habitan Los Ángeles.
Un brillante piloto precursor, sin duda, de una gran serie. ¿Tendrá la oportunidad?