No me gustan los desvanes, son peligrosos; acumulan
polvo, memorias olvidadas y risas viejas. Vanessa se empeñó en desenmascarar al
de la casa de El Escorial. “Tal vez encontremos un cuadro olvidado”
anunció ilusionada, “Una obra maestra”,
me burlé. “Tal vez nos hagamos ricas”.
“Soy rica”, le recordé. No necesito
coger una urticaria por descubrir una mediocre obra de “la artista”. Pero dio
igual, como si le hablase al Muro de las
Lamentaciones, se puso un guardapolvos, se cubrió la cabeza con un pañuelo y me dijo adiós. Como los conquistadores partió en busca de El Dorado. Y maldita la gracia, lo encontró.
Aunque al principio se equivocó. Es pasante de un abogado
matrimonialista, no experta en arte. Descubrió en un baúl cinco oleos sin
enmarcar de apenas veinte por treinta
centímetros, en el reverso el título “El desove del coral de la Gran Barrera Australiana”. Sé que algún día conoceré la Gran Barrera Australiana, lo sé, también que no se parecerá en
nada a lo que aquellos cuadritos, cubiertos de círculos en todos los tonos de
azul existentes o por inventar, representaban. Puede que lo que “la
artista” pretendiera transmitir fuera la cualidad del
aire, de la luz y el aire, del agua y la luz, tal vez, pero sólo pintó cientos
de huevas flotando en líquido amniótico.
Esos fueron los primeros, luego
aparecieron más, no demasiados; la verdad, para haberse dedicado sólo a su arte
y a sus visiones durante más de veinte años Margot
no resultó una autora muy prolífica. Y otra cosa más patente aún dejó clara
la expedición de Vanessa, Margot y Amada
habían partido a hacer las Américas
diciendo adiós al pasado, sin llevárselo con ellas.
El verdadero tesoro le costó descubrirlo. No estaba
tan a la vista sino encerrado en una vieja caja de galletas danesas. Un sobre
repleto de negativos y más oculto aún, forrando el fondo del baúl, las fotos
comprometedoras. Cuando Vanessa bajó entusiasmada con sus descubrimientos
parecía más chiquilla que nunca. Los cuadros eran malos, La gran barrera del
coral o como quiera que se llamara aquel amnios azul no era otra cosa que una
copia absurda del estampado de la bata de verano de una choni. Hasta que me metió por los ojos las fotos agrietadas ordenándome
con voz de verdulera en rebajas: “Mira”.
Miré y no reconocí el tesoro. “Míralo”, insistió, “Mira”.
Miré, miré pero sólo vi la espalda y el trasero de un hombre joven con las
piernas abiertas delante de la taza del váter. El trasero un poco escurrido a mi
entender, los había visto mejores. “Mira”,
volvió a ordenarme agitando la foto delante de mis narices. “Mira”. Y marcó con el dedo un punto a
la izquierda de la foto.
“Es X, el ex
ministro”, dijo. No le hice caso, tiene demasiada imaginación y ve
demasiadas series policiacas. Insistió, me
cogió por el cogote y me agachó la cabeza hasta meterme la foto por los ojos.
Miré donde el ama ordenaba. El espejo encima del lavabo reproducía, de perfil,
el rostro juvenil y con un poco de acné de un ya olvidado ministro.
Reconocible.
Me asusté, sí, me asusté. Bien está que se ligue a
un oficial de un juzgado o al celador
cabreado de un psiquiátrico pero en cosas de políticos nanay, que son muy mirados para lo suyo. “Voy a enviársela”, dijo, y las rodillas se me doblaron. Por un
instante me vi muerta en una calle por un pinchazo de ricino. “¡Estás loca!” “¿Por qué? Nos echaremos unas risas y de paso me contará lo que sepa de
Margot”, dijo, “porque esta foto la
hizo Margot”. “Nos van a matar”,
apostillé. “Estás majara, que esto es
España, no la Unión Soviética de Stalin”. Cómo si ella supiera lo que fue
la Unión Soviética o quién fue Stalin.
Por supuesto no me hizo caso. Cogió la foto y los
negativos los metió en un sobre y se los mando a la sede del partido con una
nota en la que decía que quería saber cosas de la autora. Y lo que es la vida y
los políticos, consiguió la cita. Al ex ministro le encantó el regalo.
Posiblemente dentro de unos meses las exhiba en su página web.
Político o no político, con Vanessa cumplió. Le
explicó que formaban parte de una serie titulada “El mono se baja del árbol” y eran obra de Ana Serrano Requena, una chica con la que compartió piso y otros
fluidos a finales de los ochenta. Y así supimos que a la pueblerina y mimada Anita, como se llamaba por entonces, la
habían expulsado del colegio mayor Isabel
La Católica, por promiscua y pintora. Las dos cosas a la vez.
El ex ministro confesó la sorpresa que les produjo a
él y sus amigos que una chica como aquella, tan fina y educada pretendiera
compartir piso con tres hombres un tanto olvidadizos en cuestiones de higiene y
limpieza, pero que de inmediato comprendieron las oportunidades que tenerla
como compañera les reportaría y aceptaron todas sus condiciones incluido el
calendario de limpiezas que antes de recibir las llaves propuso.
“La chica era un
bombón”, fueron sus palabras exactas, “pequeña pero muy bien proporcionada, pómulos
altos, ojos vivarachos, rostro aniñado y sus piernas y sus brazos…” y
entonces el ministro calló y en su rostro aparecieron los recuerdos de las
emociones viejas. “Se la tiró”, le
soltó Vanessa para despertarlo. “Los tres
y alguna que otra vez compartimos todos la cama”, añadió con risa de macho
cabrío satisfecho. “Pues era lesbiana”,
“En Río Rosas y en la facultad no. Fue la novedad del curso del ochenta y seis", le respondió, "se tiró a la mitad del claustro y a docenas de sus compañeros. Al pintor N. le
cupo el honor de desvirgarla, cuando la conocí ya era una gran experta”, apostilló.
Llamé mentirosa a Vanessa cuando me lo contó. Era
imposible que la niña poquita cosa que quemaba hormigas de la que nos hablaron
en el pueblo, la mujer encogida y
aterrada que yo conocí, se hubiera metamorfoseado sólo por el agua del Lozoya y los dieciocho años en una
hermosa mariposa imperial. Claro que aunque la palabra de un político poco
vale, aquél y en relación con Anita-Margot
no tenía porque mentir. Así que acepté que por un tiempo la Anita dócil, la Anita de los bichos se había escondido ante el ímpetu de la Anita arrebatada. Los conciertos, las
fiestas, los vestidos, las películas, las discotecas..., demasiadas tentaciones
para no perecer.
Y, al parecer, se
sabía donde comenzaba el día, no dónde acabaría llegada la noche. Podía ser una
discoteca de parejas o en el taller del artista conceptual que la encandiló con
su pose de maldito y su discurso sobre lo obsoleto que había quedado Rauschenberg y sus lienzos monocromos. Lo
post, post que se había quedado el pollo y los materiales de derribo. Puedo
imaginar a esa Anita escuchando y
bebiéndole las palabras mientras posaba desnuda para su óleo en blanco,
mientras fumaba con él su vieja pipa de agua.
O podía ser la
apestosa buhardilla del profesor de Opinión
Pública, ahora asesor áulico de grandes empresas, con el que había chocado un día a la salida de la cafetería Rodilla de Argüelles. Al parecer fue el
encargado de mostrarle la realidad política de aquel inmenso cementerio lleno
de fosas comunes que era España. De
él recibió sus primeras lecciones político-libertarias. “Mientras se lo hacía le hablaba sobre cómo íbamos a arrebatarles el
poder a los viejos franquistas, como les íbamos a hacer el cuello una noche, en
cuanto el proletariado tomase el poder, nos contó riéndose a carcajadas”.
“Así que no fuiste tú su Pigmalión”, le dijo Vanessa, y el ex ministro
prefirió no oírla. Porque Anita-Margot
no hacía distinciones, le gustaban todos los hombres y en el juego, en los
prolegómenos era una fiera. Un día la echaron del metro los propios viajeros, a
ella y a Luis Alfredo, el primo de
otro de los que vivían en el piso, por escándalo.
Fue en línea Uno, entre Atocha y Tirso de Molina se besaron y se metieron mano como si
estuvieran solos y a oscuras, sin importarles el lugar ni los testigos que
miraban escandalizados hasta que Anita,
presa de un arrebato de pasión, se le subió a las caderas y lo empujó contra
las puertas. Y ahí acabó la función, les había contado Anita ahogada por la risa. Alguien tiró del freno de mano, paró el
convoy y el conductor terminó expulsándolos.
El ex ministro
entró en lo que Vanessa llamó un bucle melancólico, por unos instantes,
ensimismado, guardó silencio, tal vez lamentando no haber sido él el
protagonista del suceso. Tal vez recordando las muchas risas de Anita.
Cuando volvió en
sí dejó a Vanessa con la lengua fuera. Le dijo: “Puede que tengas razón, en lo de lesbiana y eso... Cuando comenzaba el
juego era toda furia y deseo, cuando te la tirabas estaba toda húmeda, pero en
cuanto empujabas se quedaba quieta, como si aquello no fuera con ella”. ¿Y las fotos? ¿Sabíais que os estaba
retratando? “No, por Dios, fue una
trampa. Éramos jóvenes con ambiciones, luchábamos para estar en el poder, la
echamos en cuanto descubrimos. Nos jugábamos el futuro. Quisimos quemarle los
negativos y se largó con ellos. Luego se vengó. Presentó las fotos a un
concurso de unos grandes almacenes, aunque Luis Alfredo consiguió que antes nos
emborronase la cara. El jurado las rechazó por obscenas”.
¿Se fue a vivir con Luis Alfredo?, le preguntó Vanessa “¿Me das su dirección?” Y cuando me contó
la respuesta tuve que reconocer que “La
Paparrastra” pudiera tener razón.
Samantha
O
la Recompensa de la virtud
Queridísima
Raquel, cómo no agradecerte tus presentes, el amo ha quedado muy satisfecho con
el barril de cerveza y la mantequilla y yo también. No todos sus inquilinos
piensan primero en él como sería su obligación, y aunque no nos faltan, el
señor Y. no lo permitiría, las viandas recién hechas, no todas las granjeras
amasan un pan tan tierno ni una mantequilla tan fina como los tuyos.
De
la mantequilla ha sobrado bastante para el desayuno. Y es que querida, no sé si
preocuparme o no, pero él ya no es tan fogoso como hace unas semanas. Y lo malo
es que no puedo ocultárselo a la señora K. que se sigue encargando de mi aseo;
cambia las sábanas y es lista, aunque siguen oliendo a sexo ya no es un aroma
tan enervante como antes y la bruja me mira con ojos risueños. Y no es que se
hayan acabado los despertares al galope, no, es que ahora son más cortas las
galopadas y más rápidas, tanto que a veces ni rompo a sudar y eso no es bueno
¿no crees?
Ando
barruntando cómo mejorar mis respuestas a sus embestidas, a veces siento como
que mis suspiros suenan desacompasados. Sé lo que me digo. Cuando tus labios se
posaban en los míos de inmediato sentía el comezón, el calorcito y enseguida la
humedad refrescante. Pero últimamente el amo corre demasiado deprisa y se
conforma con utilizar la mantequilla. Y es que, como madruga tanto a veces cuando
comienza el galope aún ando medio dormida.
Y
me cuesta entrar en situación en una postura tan incómoda, no es que desde el
principio no haya sido así, pero como se alargaba eternamente el galope tiempo
me daba a olvidar la incomodidad del despatarre y terminaba la carrera
enajenada y chorreante por la emoción. Y claro, para satisfacerle he comenzado
a fingir, como me enseñaste a hacer con la condesa y gimo y me enajeno mucho
antes de que a mi corazón se le salten los suspiros.
Y
como sé lo que me dirás, “ensaya, ensaya”, a eso me dedico en cuanto me quedo a
solas. Es tan excitante recordar lo bien que me lo pasaba contigo que mis manos
vuelan a mis escondites fingiéndose tuyas. Y me corro rápido, aunque muerdo los
almohadones para acallar los suspiros no sea que la malvada bruja me escuche y me
traicione. Y lo he pensado, lo he pensado tanto que creo haber hallado la
solución. Despertarme yo primero. No te rías no es tan estúpida como parece. Si
le despierto mamándosela se correrá satisfecho, mi piel permanecerá tersa y se
marchará rápido al campo.
Y
estoy dominando una nueva técnica, al menos para mí, he destrozado unos cuantos
plátanos antes de atreverme a utilizarla, pero de mañana no pasa, creo que
estoy lista. Me habló de ella el Vizconde, era propia de su querida Madame,
como el rey Sol andaba sobrado de panza y le costaba encontrarse los atributos,
Madame, que era una excelente amazona se encargaba de llevar las riendas.
Ya
que no has aprendido a montar a caballo (¿aún no?) te explico. Se trata de
empalarme dominando al caballo, manteniendo el control de las riendas, no como
hasta ahora, que él, ya fuese por detrás o por delante, me cogía por la cintura
e imponía con sus azotes el ritmo del galope. Sé lo que me hago, le despertaré
el cetro con la lengua y cuando intente cabalgarme lo derribaré, no se
enfadará, lo sé, no si mantengo sus huevitos entre mis manos. La cuestión será
conseguir que se acople a mi ritmo quieto y pausado, muy pausado, sólo con los
movimientos precisos para atraparlo, para retenerlo.
Ya
ves cómo de ocupados tengo mis días. Al menos esta semana en que por la tarde
se han presentado los demonios. Raquelita, los clerigos son unos impostores,
son ángeles negros enviados de Satán para perder a las almas cándidas como la
tuya y la mía. Te explico. Gracias a que
es verano y a las cinco de la tarde aún luce el sol porque cuando se
presentó el vicario con su aire glacial y la oscuridad de sus ropajes, el
saloncito de té tan encantador y coqueto, se convirtió de repente en una
siniestra iglesia papista.
De
verdad que su aspecto tan adusto, la rotundidad de sus palabras me asustaron un
poquito, menos mal que el querido Vizconde permaneció a mi lado y cogió mi
manita. Me hizo muchas preguntas, sobre mis padres, mi formación, si había
leído al doctor Johnson y fíjate, quiso saber si dormía sola o compartía la
cama con alguna doncella. A todo le respondí convenientemente sumisa, con los
ojos bajos como me había aleccionado el amo.
He
debido convencerle, porque cuando se ha marchaba me ha entregado un ejemplar de
The Rambler para que lo lea y recapacite sobre los peligros de mi situación,
sobre todo un estudio que trata de una sobrina que traicionada y abandonada
acaba convertida en prostituta. El Vizconde no ha consentido que me lo quedase,
me lo ha quitado y lo ha tirado a la chimenea en cuanto se ha largado. “Nunca
hagas caso a lo que digan los cuervos”, me ha dicho mientras comenzaba a
desvestirme.
Pero
eso fue el lunes, el lunes, hace una eternidad, porque al día siguiente el Vizconde
se marchó a la ciudad acuciado por los negocios de un pobre amigo suyo, pintor
y puritano, por más señas, que por su mala cabeza se ha visto acusado de
traición al rey. Nadie, salvo él podrá librarle de la horca, me aseguró antes
de irse con todo el dolor de su corazón. Y esa tarde no se presentó el vicario
sino el coadjutor. Y yo estaba sola y… ¡oh Raquel! que miedo pasé hasta que el
amo acudió en mi ayuda, parecía propiamente el arcángel San Miguel, con la
espada flamígera lanzándole espadazos al enviado de Satán, desterrándolo para
siempre de esta casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario