The Master in the Slop es una metáfora. Una partida de ajedrez, o mejor dicho, un torneo con varias partidas diferentes todas estratégicamente planeadas y magistralmente jugadas. Por cierto, quien piense que el ajedrez es aburrido es que nunca ha presenciado una partida, aunque por si acaso alguien flaqueaba Dave Thomas, el autor del guión, lo ha aligerado con toques de humor de podólogo canadiense.
El ajedrez es un juego racional, de estrategia, no de azar, intuitivos abstenerse, en el que dos individuos se enfrentan en una batalla a muerte, “jaque mate” es el final. No hay equipo ni pelotón ni ejercito. Dos mentes, dos raciocinios frente a frente.
En ajedrez se denomina sacrificio a la entrega de una pieza. Desde que en el renacimiento se modificaran sus movimientos, la reina es la pieza más poderosa del tablero, la que más libremente se mueve, la que más contundentemente ataca, pero a la que es muy fácil derrotar si se lanza en solitario a la batalla.
En Bones, la reina es Bones. Brennan para mejor entendernos. Y en el torneo de hoy ha ido de sacrificio en sacrificio o de derrota en derrota, incruentas, claro.
La primera y por la mañana bien temprano se la infringe su hija Christine, sí, la ausente, la castigada por no querer recorrer la alfombra roja delante de su madre el día de la boda arrojando pétalos de flores. Christine aún en ausencia mantiene en el mástil su bandera sediciosa. Se rebela y de qué manera contra la hiper competitividad de su madre. Ante su majestad, la primera en todo, se las apaña para ser la decimoquinta en una carrera de huevos en la que participan quince, Booth no va a contratar a un entrenador para que la prepare, pero tampoco va a dejarla sin paga para enseñarla lo que significa perder. En la partida que sin duda Christine y Brennan juegan día a día fuera de cámara la niña, hoy, le ha dado jaque mate.
La segunda ha sido por cuenta de un sonriente y pacífico podólogo canadiense amante de la colaboración, el doctor Filmore, que liberado del miedo paralizante que la atenazó en The Feet on the Beach, el primer episodio en el que trabajó con ella, no sólo le hace saber que ya es doctor en antropología forense, sino que se considera su igual, no un simple interno. Y aunque al principio el doctor Hodgins y sus artilugios mantienen invicta la arrogancia norteamericana, al final se rebelará y dejará que Brennan sea quien asuma la tarea de limpiar la habitación de los huesos. Ella, si, la gran doctora Brennan que no comprende que una revista quiera entregar un premio a Cam como la científica más destacada y no a ella, tendrá que hacerlo, todo sea por el bien de la colaboración fronteriza entre esos dos grandes países.
El caso, sí, por supuesto, hay un caso, todas las semanas hay una víctima, un asesinato y un asesino. Los restos de la víctima de hoy aparecen en un comedero de cerdos. El granjero alternativo lo desmembró y se lo echó a comer para que desapareciera cuanto antes, ya tenía experiencia, al parecer. Pero él no lo mató. Alguien en la madrugada le lanzó el cadáver por encima de su valla. La víctima resultó ser Albert Magnuson, un maestro del ajedrez con una vida amorosa complicada. Como cualquier maestro que se precie tiene grandes enemigos, unos en su club, otros en su casa. Alguien lo electrocutó según descubren al unisonó Brennan y el doctor Filmore; en los dedos de sus pies, qué casualidad, está la prueba.
Angela reconvertida por mor de la escasez de presupuesto de artista plástica en genio informático y en experto detective del FBI no sólo es capaz de, con la descripción que le hace el dueño de los cerdos, reconstruir su rostro y darle un nombre sino que además encuentra a su exmujer desparecida. Sus escenarios y sus datos extraídos de los discos duros proporcionan las pruebas que permiten a Booth comprender el modo en que el asesinato se llevó a cabo. Sweets en su papel más estelar en lo que llevamos de temporada averigua quién es el culpable. Porque resulta que el doctor, hace diez años, en su etapa de la universidad, fue un renombrado maestro del ajedrez; está oxidado, pero en su primera partida gana. Suerte de tener al guionista por amigo.
¿Sospechosos?, los habituales, la exmujer, integrista religiosa que le quemó el apartamento para purificarlo de sus lujuria. La novia, la mujer con la que va a casarse, experta en marketing y un genio de las finanzas que se estaba haciendo y le estaba haciendo al maestro de oro. Las dos sin coartada, qué casualidad estaban solas. El hijo de la novia, para quien la víctima era un padre espiritual, un mentor, aunque luego inopinadamente cuando se enfrente en la última partida a Sweets resulte que tiene un complejo de Edipo de tal dimensión que si lo hubieran dejado habría matado a su padre y se habría casado con su madre.
Pero como luego explica Sweets "Las partidas son un reflejo de la personalidad del jugador" y al culpable se le descubre porque a pesar de que podía ganar fácilmente sacrificando a su reina no lo hace. No dejaba de ser un imberbe psicópata que no sabía que las reinas han llegado a este mundo para ser sacrificadas, que lo llevan en las entrañas. Si hubiera conocido a la doctora Brennan o leído el diario de nuestra madre Eva lo sabría. El doctor Sweets lo sabe y por eso lo engrilla.
La última partida la juegan en la sala de interrogatorios del FBI, Sweets sale con las blancas, pero no por eso parece que consiga ventaja, ataca con toda la impedimenta, pero el rey negro se enroca en su coartada, él es inocente, por qué iba a matar al padre, era absurdo. Booth le retransmite la partida a Bones como si fuera un partido de hockey. Sweets lo intenta pero no avanza, no consigue atravesar la defensa bien organizada del rey negro. Hombre a hombre, de uno a uno, tanto valía el psiquiatra como el psicópata. Sweets firma las tablas.
Quien al final consigue la victoria es, cómo no, Booth, el rey blanco, pero ya no en una partida de ajedrez sino en una incursión de las fuerzas especiales, estratégicamente planificada. Booth al mando de su pelotón de rangers, léase la doctora Brennan que se presta gustosamente a la manipulación, consigue que el rey negro enfrentado al sacrificio de su reina se da a sí mismo jaque mate.
Pero sigamos con el sacrificio de Brennan, la derrota más inesperada, la más sorprendente para ella se la ha infringido Booth y como siempre ella la acusa. Puede que a veces parezca que Booth es simplemente un alfil que se mueve a la estela de la reina. Pero no, Booth es el rey emboscado, aunque se finja Tom Foolery, en un juego de niños. La necesita por supuesto, la ama, y por eso la deja en libertad de movimientos, sin embargo cuando él habla, la reina se refugia bajo su hombro y se rinde sin vergüenza. Hoy lo ha hecho en una escena preciosa, en el diner.
"— Booth, ¿crees que estoy siendo mezquina en el asunto del premio a Cam en vez de a mí?
— Sí.
—¿Qué? —pregunta incrédula.
— Puede que quisieras otra respuesta, pero no puedo dártela.
— Pero está claro que soy la mejor científica.
— ¿Y eres peor científica porque le den el premio a Cam?
— Claro que no.
— ¿Lo ves? Estás siendo simplemente mezquina porque quieres ganar.
— ¿Creía que te ibas a poner de mi parte? —le pregunta compungida.
— Estoy de tu parte ¿de acuerdo? Estoy en tu mejor parte. En tu parte estupenda."
Y ella baja la cabeza y sonríe.
Sin embargo el gran sacrificio, lo ha hecho la misma Bones ante Cam. La reina blanca tiene un corazón generoso que guarda en el cofre del olvido bajo siete llaves. Esa generosidad ha estado en ella desde el principio, pero siempre ha aplicado concienzudamente su sabiduría para ocultarla a los demás. La doctora protege como nadie su vulnerabilidad. En cambio no parece que vaya a tener ningún problema por mostrar un poco más de piel de lo que nos tiene acostumbrados. El gran premio, que compartirá con otras doce científicas destacadas, Angela incluida, por el que competía con Cam, consiste en un posado en bikini para un calendario. Booth, celoso, quiere estar presente en la sesión de fotos, “ya sabes, por la ciencia”. Ella dice "No".
¿Sabéis lo que creo? Que Booth estará, seguro que estará.