domingo, 7 de diciembre de 2014

Bones. Reseña The Mutilation of the Master Manipulator (10.09) Un caso de mala suerte.



Sí, de verdadera mala suerte. Y no lo digo sólo porque en los cuarenta y dos minutos que dura el episodio, la de arriba haya sido la única vez en que Booth y Brennan aparezcan de frente y en el mismo plano, que sólo lo sería para los muy fans de la pareja, para aquellos que consideran que Booth y Brennan son el centro de Bones y cualquier línea que lo rompa, es un desaguisado.


Ni tampoco por la víctima del caso, ese maestro de la manipulación,  seguidor de Stanley Milgran, un psicólogo social de la universidad de Yale que para comprender si los cómplices de los nazis eran culpables de las atrocidades cometidas o sólo obedecían órdenes, ideó un experimento para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. Comprobando que autoridad con que se impartían las órdenes se imponía a los imperativos morales de los participantes y aún escuchando los gritos fingidos de los que eran torturados seguían apretando el botón que infligía el daño (Paul Levinson en su reseña del episodio lo cuenta).

Pues ese implacable destroza personas a la semana de comenzar su año sabático, ¡quién lo pillara! resulta asesinado y no por venganza de uno de sus afectados sino por algo tan trivial como un cascabel ¿por qué no se lo pondría al maldito gato? Más que un caso de mala suerte lo suyo parece un caso agudo de cabezonería.


Ni mucho menos por Wendell Bray, el interno enfermo de cáncer en remisión, que cuando por fin encuentra la mujer por la que, según le profetizó Booth en su día, merecía la pena luchar contra la enfermedad, la que será su esposa, con la que posiblemente tenga los hijos que esperan por nacer; asustado se niega a darle una oportunidad ante el temor a que todo sea un trampantojo y la felicidad prometida se convierta en un doloroso adiós. 


Ni tampoco por su Julieta enamorada, mujer fuerte y decidida, que no se achanta ante lo incierto de la vida, que no sólo logra enamorar al remiso Wendell sino convencerlo de que la promesa de la muerte no sólo no impide saborear los besos, sino que los hace infinitamente más deseables: y tan solo con una balada romántica de los ochenta y una ensalada de pollo por armas.



Ni siquiera por Booth quien por su mala praxis al volante (¿recordáis la imagen en que conducía sin manos?), aunque digan que es por no pagar unas cuantas multas, tiene que volver a examinarse del teórico de conducción. Él se lo toma como unas vacaciones del crimen, hace bien que para eso es el jefe y tiene a un subordinado trepa dispuesto a lidiar con lo que sea con tal de dirigir un día el FBI, incluso con la mujer del jefe. Lo cual sabiamente aprovecha para tomarse también de ella unas vacaciones (no de su mujer-mujer, sino de su mujer-genio, esa que cree que todo lo puede, que todo lo sabe).


Ni mucho menos por Aubrey, que de trepa ha pasado, sin comerlo ni beberlo (en el episodio no toma siquiera un café a pesar de sus anteriores atracones) en un gran activo para Bones consiguiendo, a pesar de sus reticencias primeras, la admiración de la doctora Brennan por sus conocimientos en química. Que el ph de la sangre absorbida por las raíces cambiara el color de las hortensias no creo que sea de general conocimiento para los chicos de secundaria norteamericanos y sin embargo él lo sabía.


No, no se puede decir que lo suyo sea cuestión de mala suerte. Obtiene un puesto de trabajo de colaboración con el agente más famoso del FBI sustituyendo a un muerto y en sólo nueve semanas consigue ponerse al mando, sustituir al jefe y resolver un caso. La verdad es que el chico tiene una gran capacidad de discernimiento con los sospechosos en la sala de interrogatorios “Dime cuando tengo que comenzar a creerme lo que dices”. Y aguanta muy bien las impertinencias de Brennan, aunque Booth se lo puso fácil “Tú asiente aunque no la entiendas, ya te lo explicará” Aunque al final, a pesar de la taquigrafía que dice tener con la doctora, se entera de quién es el culpable casi al mismo tiempo que Booth y nosotros. Cuando Brennan le cuenta el intento de asesinato del gato.


Y no, no lo digo por Skinner, el hermoso gato rubio que se salva de la muerte gracias al “gran corazón” del autoritario experimentador, después de todo tienen siete vidas. Lo digo por experiencia, ver morir envenenado a un gato al que has cuidado y mimado, que te ha seguido y olvidado según su instinto de gato, no es un espectáculo recomendable. Yo nunca averigüe quien asesinó al nuestro, ni por aquel tiempo conocía a la doctora Brennan que seguro que lo hubiera averiguado, una lástima que mi mini-mini no obtuviera justicia.


Ni lo digo por las tres chicas de oro, que de sufridoras de oídas, de mujeres viejas, cotillas e invisibles, se convierten de repente en el objeto de la investigación de un chico guapo, nada menos que un super policía del FBI. Que su afición a cotillear sobre las pautas de migración de los pájaros raros sea la causa del asesinato les importa un bledo. El muerto tenía que haberle puesto un cascabel al gato y no consentir que se comiera los más raros y hermosos. Y nadie las convencerá de lo contrario para eso son viejas y tienen pinta de que su seguro les salvará de la cárcel.


 Tal vez lo diga un poco por el doctor Hodgins, el rey del laboratorio, que a pesar de sus muchos conocimientos, se ve obligado como un doctor Jekyll cualquiera a utilizar su cuerpo para el avance del caso. Que alimenta una y otra vez con su sangre el experimento con el que intenta averiguar la fecha exacta de la muerte de la víctima calculando cuánto tarda la sangre en transmutar una hortensia azul en un engendro rosa. De verdad que creí que lo vería rodar por el suelo desmayado. Eso es un científico, loco, por supuesto.


Y también un poco por Brennan. Brennan ha visto cómo su arrogancia es derrotada por un tonto agente de tráfico online. Ella que todo lo sabe, contesta erróneamente una de las preguntas del examen que está pasando Booth. Por supuesto que su respuesta es la verdadera, la del examen es incorrecta, arguye, super listilla como siempre. Y Booth que está tan feliz con sus vacaciones, que está acostumbrado a perder todas las discusiones con ella menos las que afectan al corazón, lo acepta, acepta barco como animal doméstico. No le importa, sabe que en su momento se cobrará venganza.



Y se la cobra, se la cobra al final del episodio, cuando después de haber aprobado el examen se presenta en su casa y Brennan un tanto compungida le pide disculpas por su error. Él no le da importancia y la discusión sobre quien es mejor conductor resulta tan tonta como cualquiera que mantenga una pareja que se quiere sobre la materia; aunque al final, al final la doctora confiesa que una vez se saltó el límite de velocidad. Lo confiesa y Booth, probo agente de la ley, no tiene más remedio que sacar las esposas, pedirle que se levante y ponga las manos a la espalda… tiene que detenerla. ¿Otro de sus jueguecitos sexuales? Nunca lo sabremos.


Quien verdaderamente ha tenido mala suerte, muy pero que muy mala suerte en mi opinión y dicho sea con todo respeto, ha sido Hilary Grahan la guionista del episodio. Me explico, pero me explico con una historia. Ojo, que como todas las historias cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, pero así es como yo veo lo que le podía haber sucedido a la autora del episodio The Mutilation of the Master Manipulator.

Os cuento.


Aunque una se tenga por escritora no lo es hasta que los demás la reconocen por tal y si una se pretende escritora de ficción televisiva necesita perentoriamente aparecer en los títulos de crédito de un episodio de alguna serie de televisión. Pero es más, no vale sólo con que aparezca, con que sus padres o su novio o sus amigas le concedan el crédito, es necesario conseguir el reconocimiento de los demás, a ser posible convertirse en un fenómeno viral a nivel mundial como Sondha Rhimes o cuando menos conseguir la aprobación del fandom de la serie. Al parecer se consigue echándole horas al ordenador y con un poco, sólo un poco de buena suerte.

Pues imaginaos como se sentirá de contenta y orgullosa esta hipotética y guionista cuando después de escribir múltiples guiones de “especificaciones”, de presentarlos en cientos de productoras, de acudir a decenas de entrevistas, consigue que el productor ejecutivo de una serie del primer time de la televisión, de un procedimental  diferente, le encargue un guion. ¿Levitará? Seguro. Sentirá que el primer paso hacia su reinado mundial en la televisión ha sido dado.


Y se currará el guion,  se devanará  los sexos en busca de una idea original, diferente, necesita, si quiere triunfar, presentar algo nunca visto en las diez temporadas que lleva en emisión la serie. Sabe que no puede contar con el protagonista, que su presencia será sólo testimonial porque está dirigiendo precisamente el episodio número 200; que con la protagonista y estrella indiscutible tiene que tener muchísimo cuidado de no meterla en situaciones comprometidas porque… bueno nadie le ha dicho el porqué pero ha oído los rumores que corren y se lo imagina.


El productor ejecutivo le ha dado en cambio una buena noticia, su protagonista será un personaje del que nadie sabe casi nada, porque ha aparecido nuevo esta temporada, le han dicho que es un buen agente, que se lleva bien con la protagonista y mujer de su jefe, aunque al productor ejecutivo, ocupadísimo con la planificación del episodio 200, se le ha olvidado decirle alguna que otra cosa, pero piensa que es mejor así, cuánto menos sepa de su pasado, más libre estará de imaginarlo, aunque mirando la foto que le han dado no puede dejar pensar que mirándolo de perfil se parece un poco al “pájaro loco”.

"Bueno, se dice, dejémonos de pájaros locos y al tajo". Tiene que haber un crimen y una escena del crimen lo más insólita posible, unos restos cadavéricos asquerosos, mucha ciencia forense o no forense, algo de romanticismo y sobre todo humor, mucho humor. Vamos allá, vamos allá… se anima delante del teclado, pero, no va a ningún sitio. De repente se ha quedado en blanco, inmóvil, modo pause. Si el protagonista no aparece y la protagonista no se mueve qué, qué puede hacer… 


Lo enfocó desde otro punto de vista, ¿por qué descubren a los asesinos?, se preguntó, porque encuentran el cadáver, se respondió. Si no hay cadáver no hay asesino. Eso era. Eso. Esa era la idea. No era la protagonista la mujer más inteligente del mundo pues tendría que solucionar el  asesinato  sin cadáver en el que hacer magia. ¿Cómo, cómo podía resolverse en Bones un crimen sin huesos? No, se dijo, tiene que haber algún hueso, después de todo lo que la protagonista hace es ciencia, no ilusionismo. Le daría al menos un hueso, o mejor le lanzaría un cráneo para que lo pillara.

Luego que recompusiese poco a poco el esqueleto como si fuera un puzle. Bien… sí… pero cómo se hace eso. Y en esas miró el esquema de guion que sin darse cuenta acababa de romper y en sus idas y venidas por la habitación había ido derramando por el suelo, decenas de cachitos para la basura. Basura, basura y vertederos, decenas de cachitos, uno en cada contenedor del barrio, así lo haría.


En fin que después de muchos kilómetros recorridos por su habitación, de comerse las uñas hasta la cutícula y tres kilos de helado de chocolate; una tarde cuando ya sólo le quedan dos semanas para entregar el guion, mientras se tomaba un batido de fresas en el jardín, al lado de las hortensias, va el gato, el maldito gato de su vecina (una vieja entusiasta interprete del Copacabana de Barry Manilow), salta desde un árbol a su mesa de trabajo con tan mala suerte que en vez de empalarse con los pinchos de una escultura de jardín regalo de su padre, derriba el vaso de batido sobre el ordenador. Y el ordenador, enfadado, se pone a echar humo hasta que se le funde los cables. ¡Maldita sea! ¿Y ahora qué? 

¿Ahora qué? Lo primero es obvio, venganza. El maldito minino morirá. Para que aprendan él y su dueña. Pues no había ido la muy… la muy… zorra y había llamado a la policía una noche con el pretexto de que en la casa de al lado debían estar violando a alguien por los gritos que oía. Se vengaría de la vieja, cuando estaba en lo mejor del coito con su novio la policía había derribado la puerta; para impedir que la violasen, le dijeron.


Eso era, lo tenía. Genial, acabaría con el gato. Lo nunca visto, el equipo del Jeffersonian resolviendo el asesinato de un gato. Pero no, no podía ser, la protagonista femenina era una ardiente defensora de los animales, nunca consentiría que la víctima fuera el gato, mejor matar a la vecina. “A ver, se dijo, piensa. Si la mato, aunque sea torturándola, me vengaré, sí, pero ella descansará y a mí tal vez me atrapen”. ¿Qué hacer entonces? La solución sencilla, convertirla en la asesina. Y de repente lo supo, mirando las hortensias tintas de fresas se le ocurrió. Después de todo había sacado sobresaliente en química.


John— llamó a su novio—, deja lo que estás haciendo y vamos al centro comercial, necesito un ordenador.
Puedes esperarte, cielo —le respondió desde el garaje—, estoy haciendo el cursillo online para recuperar el carnet de conducir. Te lo conté, cariño, te mandé un wasahp.
John o bajas o subo con el bate, tú eliges —gritó imitando la voz de la madre de Howard Wolowitz el de Big Bang Theory.

Lo conocía bien, sabía que a pesar de ser un tipo con mucho carácter testicular, a pesar de su aspecto friky se rendía sumisamente a las órdenes de la autoridad… competente, por supuesto.



Que al salir a la calzada se llevaran por delante a dos críos del vecindario que bajaban por la pendiente montados en un carrito de la compra debió de haberla puesto sobre aviso de lo incierto de su tarea, pero inmersa en sus pensamientos, mientras pergeñaba orgullosa escena tras escena, no se percató de que era un aviso del desastre que se le avecinaba, que su proyecto estaba marcado desde el principio para el fracaso.


Y a pesar de que le aceptaron el guion, una vez que se emitió no sólo no se convirtió en el éxito soñado, sino que le llovieron los palos del fandom por no haber puesto juntos en más escenas a los protagonistas. Y de nada le valió la excusa de que él estaba muy ocupado preparando el episodio 200. ¡Ah! y por si fuera poco, mientras esperaba que al menos en las reseñas de las revistas online se la citara, fue el representante de la actriz protagonista y anunció que estaba embarazada. En el mismo instante todo el mundo se olvidó de su episodio.

¿Tengo o no tengo razón? ¿Es o no es un caso de mala suerte?

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