viernes, 31 de mayo de 2013

UNA LOGSIANA MUY EFICAZ


Viajar a una ciudad ajena significa envolverte en un manto de invisibilidad, destruir el poder de los ojos que en las aceras conocidas, agazapados en los bordillos, esperan el esguince. La liberación del condicionamiento asistido. Si lo deseas puedes reinventarte, disfrazarte o simplemente engañarte. Nadie te chistará. Espectros vagabundos te rodean en un escenario teatral puesto allí para que lo recorras, sin futuro que alterar porque dejará de ser en cuanto el polvo de tus sandalias se haya asentado, tu paso no dejará huellas.


Madrid me recibió exhalando aromas de primavera. Acababa de caer un chubasco y los magnolios del Paseo del Prado embriagaban el hormigón y se bebían a tragos los escapes de los taxis. Por primera vez en muchos meses me sentía dueña de mi destino. Dispuesta a poner en marcha mi teoría de la felicidad. Sin que importara si las aceras eran para una o para tres. Me iba a liberar. A los cincuenta años. De mi padre y de mi marido. Por fin sus archivos serían ceniza y anoréxicos emigrarían en humo. Tenía cita con un abogado madrileño especialista en divorcios.


En su despacho conocí a Vanessa. Escondida tras un escritorio repleto de expedientes desordenados. Colgada de internet, la cabeza en la nube. Ni me miró cuando le dije mi nombre. La clasifiqué de inmediato. La típica muchacha que progresa adecuadamente en sus estudios logsianos, cómo dudarlo, sus atributos a la vista saltaban. Y confieso que su imponente presencia me intimidó. Sin proponérselo. Pertenece a una generación estridente que se desternilla de las almas silenciosas. De la que te arrastra y te pisotea y encima te da de hostias por interponerte en su camino.

Algo de mi malestar debió percibir porque apartó los ojos de la pantalla y me miró con curiosidad.

— ¿Divorcio? —preguntó con un punto de conmiseración en su mirada. Me sentí ofendida. Aquella mocosa tetuda me juzgaba.
—Tengo cita a las diez y cuarto. Son y veinte —recalqué mirándola fijamente. Que supiera que no la rehuía, que la desafiaba a intentar amedrentarme. Demasiada experiencia.
Demasiada la de la tetuda. Me miró sin animosidad.
—No está –dijo moviendo la cabeza en dirección al despacho—. Un caso de urgencia. Puedes esperar si quieres. Aunque no se sabe cuánto puede tardar, una hora o una semana.
—Deme una nueva cita. Puedo esperar.

Y tanto que podía hacerlo. Aquella niñata no sabía quién era, así que no podía saber que lo mío era un puro trámite. Sólo tenía que firmar los papeles y veintiséis años de mi vida pasarían al baúl del olvido. Estaba harta de sufrir. De todas formas recalqué el Deme. Marcaba las distancias.

— Eres una borde ¿sabes? Te he dicho que está en una urgencia.

¿Borde? Y yo que pensaba que había sido muy educada. Diferencias de percepción, de educación, de generación. Veinte años escasos aparentaba su rostro aniñado incongruente con su talla xxxxxG de sujetador. Me siguió la mirada. Me sonrojé.


—Son mías. No de silicona —me advirtió con una sonrisa suficiente.
—Lo siento, no quería ser indiscreta —me disculpé.
—Estoy acostumbrada. Escucha —insistió echándose sobre el escritorio. En la pantalla del ordenador empezaron a bailar las imágenes y los textos. Su extravagante pecho descansaba sobre el teclado—, llevó trabajando aquí más de tres años y he visto de todo. Tú vienes a firmar los papeles del divorcio. Lo sé. Es mi tercer ojo. Y estás tan dolida que los vas a firmas porque estás harta, así sin más, ciega. El jefe te dirá que según lo escriturado está todo O.K., que la sociedad de gananciales puede ser disuelta sin menoscabo de tu economía y tú te lo creerás.


Se rió. Y con razón. La expresión de mi cara debió ser un poema.
—¿Me va a engañar?
— Que va. Es un buen abogado, pero no es muy eficaz para vosotras. Divide lo que le han dicho que hay. ¿Cómo sabes tú lo que tiene tu marido? ¿Has buscado a tu marido en la red?
No era estúpida, no estaba fuera de este mundo pero en aquel instante le pregunté.
— ¿La red?
—Internet, facebook, twiter, tuenti, mySpace, linked in, ya sabes.
—¿Para qué? Mi marido no tiene ninguna relación con esas cosas… —dije displicente una vez más. En todo caso su nombre aparecería en Internet por su nombramiento como catedrático publicado en el Boletín Oficial del Estado.
—¿Perdona? Hoy en día todo el mundo tiene una relación on line. Y no sabes lo que tienes que buscar hasta que no estás dentro de las redes sociales. Ahí es donde está todo. Las aficiones, los deseos, los amigos… ¿sabes el nombre de su amante?
Estuve a punto de abofetearla. Cómo podía saber que me había abandonado por otra.
—Son tan narcisistas que lo publican todo.
—Mi marido no es así —le defendí. Me defendí.
—Cielo, todos son así. Dime su nombre. Vamos a buscarlo. ¿Qué es lo que más le divierte, coches, fútbol, tías buenas, música…? Su nombre —insistió.
Me parecía absurdo. No tenía porque indagar en su vida para saber que era un hijo de puta. No me interesaba saber el nombre de su amante ni ver sus fotos. Sólo quería olvidarlo. Sin embargo… se lo dije
—José Antonio Márquez Valdivieso.



Tecleó el nombre en Google con una rapidez que ya quisiera una estenógrafa del Congreso. Salieron dos entradas. La que yo conocía y otra rarísima, venía en alemán. Nada más. Pero estaban por ver amilanarse aquellas ubres andantes. Tecleó de nuevo el nombre seguido de Tuenti. Era absurdo, jamás tendría un hombre de cincuenta y dos años una cuenta en una red de adolescentes. No la tenía. Tecleó una vez más el nombre seguido de Linked in.
— Es la favorita de los hombres.
—Es funcionario. No necesita buscar trabajo —que supiera que no era una estúpida que conocía la red, que lo del principio fue un lapsus.
—Con un hombre nunca se puede estar segura. ¿Le has visto alguna vez dar clases, has examinado los archivos del ministerio?

Era absurdo. Parecía que la vaca era más vaca que cerda. Su inteligencia no andaba más allá de un coeficiente de ochenta.


Cuando tecleó Facebook seguido de su nombre aparecieron tropecientos. Un nombre demasiado corriente o una granja de pollos. La chica no se arredró y comenzó a pinchar. Fotos y perfiles. Ninguno decía nada especial. Después de casi diez minutos de entrar y salir llegó la sorpresa. Allí estaba. Aquel era mi hombre. Con sombrero de Panamá negro que ocultaba su lustrosa calva, el pecho desnudo y tapando sus lozas una guitarra. La conocía. También entonces fue para mí una sorpresa.

—Ese es —susurré.
—Bien, pues iremos a por él.
— ¿No necesitas claves?
—Puedo entrar donde me dé la gana —se vanaglorió lanzándome una sonrisa de hiena. Pero no quiero dejar pistas así que lo haremos por lo legal. Pondré en marcha mi red de amigos para localizarlo. Sólo serán seis saltos. Ya sabes.
No, no sabía. Y en verdad no me importaba. Quería alejarme de allí. Me faltaba el aire. Me dolía el lumbago. Necesitaba caminar. Escaparme.
—Me voy. Dígame cuando puedo encontrar a su jefe y luego vuelvo y me cuenta.

Tenía prisa. No quería descubrir la vida secreta de mi marido con aquella arpía por testigo. Mi equilibrio aún era eso, equilibrio. Y podía balancearse de un lado para otro, caer de nuevo en las pesadillas, los charcos y los muertos rondándome.

—Déjame tu móvil, te llamo en cuanto tenga algo.

No sabía qué pretendía conseguir. No la conocía.Su mundo y el mío jamás deberían haber convergido. De nuestros asuntos legales, escasos, hasta la fecha, se había encargado él. Para eso una se casaba. Para no tener entre otras cosas que preocuparse de hacer la declaración de la renta o comprobar el borrador. Minuciosamente como hacia siempre él. Primero a mano sin calculadora. Luego en el programa Padre, si variaba un céntimo rechazaba el enviado por la Agencia.


Me fui al cine. En busca del Archiduque necesitaba que me sonriera. No tuve suerte, cuando me miraba parecía querer partirme la cara. Y a pesar de mi devoción tuve que reconocer que era un mal actor. En televisión disimulaba. Aún así me tragué dos sesiones seguidas de la película, por si se me había escapado algún matiz. Salí con los ojos como guisantes.

Las campanas sonaron en cuanto conecté el móvil. Había menospreciado a la tetona. Vanesa era un gran sabueso. Puesta sobre una pista se aferraba a ella con los dientes. Que tiemblen los tiburones de Wall Streect, Soros y compañía si algún día invierte en sus fondos. Tenía que verme. Ya. Llevaba toda la tarde llamándome.

Aunque no me apetecía acepté ante su insistencia. No sería agradable enfrentarme con los secretos de mi marido en una céntrica cafetería rodeada de putas viejas. Sin embargo logró sorprenderme cuando en vez de ir al grano, comenzó diciéndome:


—Siempre he sido muy consciente de mis atractivos. No podía ser de otro modo con estos dos atributos que me anuncian. Pero te aseguro que es geométricamente proporcional la fuerza con la que atraigo a los machos a la que ellos me repelen.

Y luego con fingida ingenuidad añadió.

—Y la verdad, no entiendo como no se dan cuenta. Creí que los hombres eran conscientes de esas cosas. Ya sabes, un tío no se acerca ni a cien millas de una tía que no esté predispuesta a que le entren. La inseguridad masculina y toda esa mierda. En mi caso no funciona. Me miran las tetas y se lanzan de cabeza. Y claro, se dan el batacazo y la pagan conmigo. Pero que conste que yo no les llamo.

—Les recuerdas el paraíso perdido —dije, apeándole el usted, el decurso de la conversación lo hacía conveniente.

Soltó una estentórea carcajada.

—Ya… a su madre y la primera mamada.
—Complejo de Edipo —maticé—, lo tienen todos.
—Ya, eso de que quieren acostarse con su madre y matar a su padre ¿no? Pues yo también lo tengo y no por eso me tiro a mi madre, ni voy como loca tocándole las tetas.


A pesar de lo que se cree y pretende aparentar su belleza sólo es una bagatela de escaparate. Chino. Si miras en sus ojos te hundes en el abismo y tal vez en el fondo, muy en el fondo un demonio cojuelo te sonríe. En la superficie no hay nada. Sólo una delgada lamina de vida. Desde el principio fui consciente de la maca. Aún así me devolvió mi cuerpo, el placer de sentirlo vivo otra vez, vibrante. Por eso le consiento cosas propias de niña mala. Y de vez en cuando le enseño los dientes, para que no olvide quien es el ama.

Aquella conversación me resultaba exasperante. Si tenía algo que decir que lo dijera. No me interesaban sus preocupaciones, ni sus deseos. Así que en cuanto pude saqué mi tema. A eso habíamos ido. ¿No? Por mi marido. Cuanto antes me lo quitase del medio antes podría olvidarla.

—¿Ya has descubierto quien es la amante de mi marido?
—¿Quieres saberlo? —preguntó ladina.
—No.
—Me alegro. Eso sólo es lo anecdótico.
— Menos mal que me lo adviertes. Fíjate. No me había dado cuenta. Me he pasado casi un año recomponiéndome de la traición y vienes tú a decirme que es sólo una anécdota.

¿Su respuesta?

—Tranquila, procuraré darte suficientes motivos para que la olvides rápidamente.

Y teatrera, manejando los tiempos como un eficaz director de escena, se calló, miró a un lado y a otro como si aquello fuera de espías, se inclinó sobre la mesa, me pidió con la mano que me acercara, como si fuera a contarme un secreto o hacerme una confesión, pero lo que dijo a mi oído fue mucho mejor.



— ¿Qué te parecerían seis millones de motivos? —Preguntó.

domingo, 26 de mayo de 2013

EL HUNDIMIENTO



En español, nada que ver con Der Untergang, la película alemana que cuenta los últimos días de Hitler. No, claro que no voy a cometer la tropelía de comparar mi pequeña y mísera historia con el devenir de las grandes naciones. ¡Cómo podría hacerlo! A pesar de que la que había sido mi apacible vida durante más de veinte años se hundió miserablemente sigo aquí para contarlo, y si no fuera por la “futura madre” podría vivirla como realmente me gusta, como un tango aderezado con dos notas de Jazz. No, definitivamente nada tiene que ver Der Untergang con lo que me ocurrió el 20 de agosto de 2009. Después de todo el hundimiento sólo lo fue metafórico.


Es un decir. Porque la casa entera parecía bailar sobre una botella de ron. Las viejas fotos de mi matrimonio se deslizaban con repiqueteos de cristales hasta el suelo, los besos se rasgaban y los añicos acuchillaban las manos.

Pero no, no llegó a colapsarse del todo. Yo tampoco. Por entonces. 

Lo primero que hice cuando regresé de mi expedición. más asustada y ansiosa que antes por lo despreocupado de los chapuzas y el hambre que el intenso olor del salchichón pamplonica había despertado en mis glándulas salivares, fue recurrir, como no, a mi marido, a mi José Antonio. Para qué mantiene una los sagrados vínculos del matrimonio si no es para tener a mano a alguien que le arregle los desperfectos de la casa, cambiar una bombilla, desatascar el fregadero, eliminar la gota malaya de la cisterna de la taza del váter. Cierto que mi José Antonio era un manitas algo chapucero, al contrario que Vanessa, pero para las emergencias más complicadas tenía en su agenda la lista con los grandes expertos en arreglos del hogar de toda la ciudad, rápidos, seguros y en negro.



Desde que nos velaron nunca me había preocupado de nada que afectase al mantenimiento de la estructura del hogar. De cualquiera de los hogares que en veintiséis años habíamos sufrido o disfrutado, tengo que ser justa. Desde luego era él quien como buen palomo decidía cuando cambiábamos de nido, cuando un piso, cuando una casa con jardín, garaje, piscina y buhardilla. Y la verdad, no lo había hecho mal hasta entonces. Era uno de sus escasos méritos, a mí sólo me quedaba ocuparme de llenar los armarios y el frigorífico.

Lo llamé, por supuesto, y lo cierto era que siempre respondía presto. Pero aquella mañana el teléfono sonaba y sonaba y al final saltaba el buzón de voz. Una y otra vez para mi desesperación, porque los golpes continuaban y los azulejos bailaban. Los nervios del piso se me contagiaron, mi cuerpo vibraba con la conmoción, más, mucho más que cuando en el ruedo inmenso de nuestra cama fría José Antonio se daba una corrida.  ¿Dónde estaba? ¿En el instituto, jugando al golf, en Disneylandia? ¿Por qué no contestaba? Sinceramente sus idas y venidas hacía mucho tiempo que habían dejado de preocuparme, siempre, claro está, que cuando lo llamase respondiese. Y su silencio era atronador. Estuviese donde estuviese no tenía perdón. ¿Por qué no contestaba?
     
   
Después de más de media hora insistiendo contestó. Jamás olvidaré sus palabras cuando aturullada, histérica, para decir verdad, le expliqué que la casa vibraba. Durante seis meses me machacaron el cerebro.

Francamente, querida, no me importa —dijo en perfecto y claro español  sin posibilidad de que equívocos, sin posibilidad de imaginarme que era el  capitán Rhett Butler quien me hablaba. No dijo “Frankly, my dear, I don't give a damn”, al parecer la frase más memorable del cine; que yo supiera su inglés era tan pobre que cuando se encontraba en la calle con algún turista y le preguntaban “Speaking English?”, él, desahogado, contestaba con un chiste malo y de muy mal gusto, que no voy a repetir. 



En fin, vuelvo al hundimiento, al 29 de agosto José Antonio dijo: Francamente, querida, no me importa y añadió, sí, añadió —, por mí como si se hunde el bloque entero. Lárgate. El seguro lo cubre.

— ¿Qué dices?, ¿no te oigo? —me defendí. Eran tan inconcebibles esas palabras en su boca que realmente mi cerebro se negó a escucharlas, cómo podía haberlas pronunciado si la casa era para él como el hijo que no habíamos tenido. Pero…

— Que huyas —repitió.

— ¿De qué hablas? —Pregunté incrédula, infeliz, entontecida— Te repito que hay unos albañiles en el piso de abajo que están picando el techo y nos van a derribar la casa. Chico, tienes que venir, a mí no me hacen caso — grité al teléfono.

No voy a volver contigo —dijo, alto y claro, sin interferencias.

Que no es conmigo —le aclaré harta de bromas—, que vengas a hablar con los albañiles, que son rumanos o búlgaros o yo qué sé, y no me entienden, que esto es cosa tuya. Ven. Ya. Déjate de remolonear que no estás haciendo nada en el instituto.

Que te dejo, que estoy harto —dijo de repente impaciente.

Yo a lo mío. Intentando transmitirle la urgencia.

Lo que quieras, pero ven a casa, como tardes nos dejan el cuarto de baño en tierra, y en el pasillo cuando he subido ya se había abierto una grieta. Y sí, que yo también estoy harta, que lo sepas, que me han despertado a las ocho.

— Escúchame, Leonor —cortó mi parloteo—, no  me importa si se hunde el cuarto de baño o si se hunde el piso al completo —me explicó con voz pausada, como si fuera un niño—, lo único que pretendo es que tu hermano no me excomulgue y me mande derecho al infierno si te pasa algo. Sal de la casa, ya. Coge el bolso y los documentos del seguro y vete a un hotel.

— ¿Qué dices de un hotel? ¿Pero qué te pasa, estás borracho? —Hubiera sido la sorpresa del siglo, pero preferible a aquella bromita tonta.

— No, estoy en Barajas. Me voy a Bali.

— ¿A Bali? ¿Qué Bali? ¿De qué andas?

— A Bali de Indonesia... Me voy... adiós, bye, bye, arrivaderchi, aurrevoir, sayonara...

— José Antonio, déjate de bromas que estoy muy nerviosa, que esos locos nos tiran la casa, y la hija de la de arriba se lo está haciendo con un hombre lobo y yo... —la voz se me quebró, estaba a punto de echarme a llorar. No esperaba que un asunto de tanta trascendencia se lo tomara tan a broma.

— Venga ya, que no es para tanto, si tú tampoco me quieres —dijo.

— Estás borracho...

— De felicidad, sí, por fin -dijo.

— Vamos a ser serios, chico, deja de fastidiar que nos tiran la casa —insistí, intentando hacerle entrar en razón, sus alumnos lo dominaban a base de ordinarieces y veladas amenazas, pensé que si hacía igual también me resultaría—, que esos dos no saben nada de estructuras que dicen que no pasa nada, que ellos saben lo que hacen, pero no lo saben, te aseguro que no lo saben, uno no me quitaba ojo del trasero...

— Entonces era negro.

— No, no hay ningún negro. Maldita sea, José Antonio, déjate de bromas y ven –me enfadé.

Cariño, cuelga. Tenemos que embarcaroí decir a una mujer cerca del teléfono.

¿Quién, quién está contigo? —pregunté aún ignorante de que la Orquesta del Titanic por fin había dejado de tocar.


No me contestó.

Me quedé quieta mirando como en la pared, al lado de la litografía del Guernica, único vestigio de la lucha de José Antonio por la libertad, surgía una grieta. Cómo aparecían primero minúsculas fisuras y luego, por su propio impulso, con velocidad de terremoto, grietas abisales estiraban sus tentáculos hacia mí. No, no parían ningún alien, sólo mundo disparejos. A un lado el Picasso, al otro dos moscas copulando. Las observé. Calculé por costumbre. Un poco más de los tres segundos de rigor. Agitaban las alas, zumbaban, se aquietaban y empezaban con un nuevo empuje. José Antonio no había funcionado así ni siquiera en nuestra luna de miel.


Tres segundos y a dormir.

Al otro lado del teléfono la línea comunicaba. Contemplar a las moscas me abrió a la realidad. No era broma. José Antonio volaba camino de Bali. Y no iba sólo. Solté una carcajada por el chiste. Marqué rellamada. La voz del ordenador me avisó que el teléfono estaba apagado o fuera de cobertura. No me lamenté. No. Todavía no era tiempo. Lo primero era lo primero. Busqué en la agenda el número del administrador y el del seguro del hogar. Podía haber perdido a mi marido pero lo que no estaba dispuesta era a perder la casa.

Idiota. Debí de hacerle caso y salir corriendo. En cambio me fui al baño procurando no pisar las rosas marchitas. Me duché. Me di las cremas de rigor. Cuerpo, pies, manos, cara. Me pasee desnuda frente el espejo, sólo por comodidad. Nunca me miraba. Me vestí. Abrí la ventana de par en par. Dejé entrar el sol. Se me escapó una carcajada recordando la despedida “bye, bye, arrivaderchi, aurrevoir, sayonara...” Era una maldita broma. José Antonio odiaba viajar. Si desde que nos casamos sólo viajábamos una vez al año a Valencia a ver a su padre y a Cádiz a ver a mi madre. Y cuando murió ni eso.

Me reí hasta que me dolió el diafragma.

Quité la ropa de la cama. Tal vez bajara algún licántropo extraviado. Aún conservaba el olor de José Antonio, ese olor oscuro y un tanto obsceno que guardan las sabanas cuando ha dormido en ellas un hombre que el día anterior, a pesar del bochorno, había comido judías blancas con chorizo. Las metí en una bolsa gris de basura. Puro instinto. Aún esperaba que volviera. Las puse nuevas, a estrenar. De seda y encaje. Azul petróleo. Por si volvía revuelto.

Fui a la cocina. Olvidado el aroma del chorizo pamplónica sólo la costumbre me llevó a empuñar la cafetera. Un mueble se había descolgado. Lo miré. Me reí. Esta vez sólo fue una carcajada sincopada que ni dolor me produjo. Volví al salón. Tras el Picasso la grieta se escondía. Lo descolgué, nunca lo aprecié. Volví a la cocina. Busqué otra bolsa gris. Lo reciclé en el cubo de los envases de plástico.

La voz comenzó a perseguirme. Yo no voy a volver, yo no voy a volver, yo no voy a volver…

Lo había dicho. Y era cierto. Por teléfono, sin mirarme a la cara. Sin un lo siento. Después de veintiséis años. El hombre que juró amarme y respetarme toda la vida. El que yo elegí antes siquiera de que se me acabasen las opciones. Porque no quería sufrir. Porque era feo. Porque era huérfano. Porque nadie lo quería.



“Yo no voy a volver” —me seguía diciendo.
Así de repente. Sin un barrunto. 

martes, 21 de mayo de 2013

BONES TRAS LOS UPFRONTS DESTERRADA AL VIERNES.



Aunque este artículo también podría titularse: Crónica de las Tribulaciones de un Productor Estupefacto. 

Qué enfadado estaba Hart Hanson el 14 de mayo cuando tuiteó ese exabrupto. ¡A la mierda, me voy de vacaciones! podría ser una traducción acertada. Lo estaba, vaya si lo estaba. Y es que los Upfronts han resultado desastrosos para el creador de Bones y su productor ejecutivo y mano derecha Stephen Nathan. 

¿Justicia poética? Tal vez. No habían pasado quince días de la conclusión de la octava temporada cuando ya recogían las mezquindades que en el episodio final sembraron. ¿Justicia poética? No estoy segura, dispare quien dispare, los productores o la cadena, al final los perjudicados son los mismos: los fans y la serie



Los Upfronts, por si hay alguien que lo desconozca, son el acto con el que las grandes cadenas de televisión americanas CBS, ABC, NBC, FOX, CW, presentan a los anunciantes la programación de la próxima temporada. Es  el momento en el que las nuevas series se dan a conocer y se fija la parrilla de cada cadena. A los fans de Bones les concernían este año especialmente los de la FOX y la CBS

El de la FOX para conocer el día en que se emitiría la serie y el de la CBS por si la cadena se decidía  e incluía en su programación para la temporada 2013-2014, la serie que durante todo el invierno había estado desarrollando Hart Hanson, Backstrom, y cuyo piloto rodó en Vancouver en las mismas fechas que se grababa el último episodio de la octava de Bones

Pero sobre todo había expectación por averiguar hasta que punto el inverosímil final de la octava y la furibunda reacción de las fans afectaría en las decisiones de la FOX sobre la novena temporada. Una muestra de los comentarios que siguieron a la entrevista que  Michael Auxiello hiciera a Stephen Nathan tras la emisión de The Secret in the Siege puede ser el de Amy C : "Odié este final. Odio ver hasta dónde van con él. Muy decepcionado - Huesos es mi programa favorito y esto es demasiado". No hay duda de que los programadores de ambas cadenas los leyeron y han actuado en consecuencia.


Empecemos por el principio. Como suele ser habitual David Boreanaz se adelantó a los acontecimientos y el  11 de mayo, tres días antes del Upfront de la FOX, tuiteó.
Lo que en traducción libre significa que no le hacía ninguna gracia la idea de que las viejas series (Bones) les abrieran paso a las nuevas. Y ese mismo día añadió:

Exacto, siempre habrá fans de Bones los viernes. ¿Los habrá? A pesar del tuit algunos conservaban la esperanza de que el cambio de día no se produjese. Y os preguntaréis ¿qué hay de malo en que la emitan los viernes? En España, precisamente la Fox, canal de pago, la emite los viernes. Pues si, es malo, malo, malo. En los Estados Unidos el día de menos consumo de televisión es el viernes. Por tanto las series que ese día se emiten tienen  menos audiencia, pierden sobre todo el segmento que vigilan los anunciantes, los jóvenes. Y si una serie pierde a los jóvenes lo más seguro es que termine siendo cancelada.  En fin, que el viernes es el día que se emiten las series que están muertas y aún no lo saben. Pero aún quedaban esperanzas, sólo era un tuit de Boreanaz.





Y el lunes 14, en el Beacon Theatre de Manhattan, con presencia de actores, publicistas, anunciantes y fans en general, Kevin Reilly el jefe de la Fox anunció la programación de la cadena. Nada menos que siete series nuevas. Cuatro dramas y cinco comedias. Una apuesta definitiva por la ficción. En su presentación hizo hincapié en la nueva estrategia de la cadena, más series de menos episodios. En cuanto al horario, para los lunes, el día en que Bones se ha emitido la pasada temporada, su apuesta era por la ciencia ficción y la fantasia, emitiéndose dos series de estreno Almost Human y Sleepy Hollow. Reilly las relacionó con Bones explicando que las tres tienen en común lo que llamó "El socio dinámico", gente que trabaja junta para combatir a los villanos. En resumidas cuentas que de tanta ciencia y fantasía resulta un baile: Bones comenzará la temporada en septiembre emitiéndose los  lunes y al final del otoño, después de las series mundiales del béisbol, se emitirá los viernes. Así pues la noticia se confirmaba. Bones al cementerio de los elefantes.


Calendario de la FOX para la próxima temporada: 

Lunes
A las 20:00 horas 'BONES' (otoño) posteriormente 'Almost Human' (final de otoño)
A las 21:00 horas 'Sleepy Hollow' posteriormente 'The Following' (media temporada)
Martes
A las 20:00 horas 'Dads'
A las 20:30 horas 'Brooklyn Nine-Nine'
A las 21:00 horas 'New Girl'
A las 20:30 horas 'The Mindy Project'
Miércoles
A las 20:00 horas The X-Factor (otoño) posteriormente American Idol (media temporada)
Jueves
A las 20:00 horas The X-Factor Results (otoño) posteriormente American Idol Results (media temporada)
A las 21:00 horas 'Glee' (otoño) posteriormente 'Rake' (media temporada)
Viernes
A las 20:00 horas Junior Masterchef (reality) posteriormente 'BONES' (final de otoño)
A las 21:00 horas 'Sleepy Hollow' (R) posteriormente 'Hope' (final de otoño)
A las 21:30 horas Enlisted (final de otoño)
Domingo
A las 20:00 horas 'Los Simpson'
A las 20:30 horas 'Bob's Burgers
A las 21:00 horas 'Padre de familia'
A las 21:30 horas 'Padre Made in USA'

Marisa Roffman la periodista de Give Me My Remote que transmitía el evento en directo, tuiteó el vídeo resumen de la programación 


Hart Hanson que seguía la transmisión de Marisa inmediatamente le tuiteó.

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Exacto, la echaba de menos, no había visto Bones; desde luego que hay que estar muy atentos para que no se te escape el segundo en el que aparece Booth con el fusil en la mano. Mientras las demás series, Glee, New Girl, The Following y las de estreno, repiten escenas a Bones sólo le conceden un segundo. Un segundo. ¿Ninguneo o advertencia? Desde luego la primera impresión que produce el vídeo es que la Fox no confía en Bones. Los norteamericanos tienen un dicho: "People who live in glass houses shouldn't throw stones" que se corresponde con el español: "Nadie tira piedras contra su propio tejado". Los productores de Bones, son la excepción que confirma la regla,  sólo que aún no se han enterado. La sorpresa que se llevó Hart Hanson cuando vio el vídeo demuestra, como lo  hacían las entrevistas que concedieron tras al episodio final, hasta que punto han perdido de vista la realidad. El 13 de mayo estaba convencido y posiblemente lo seguirá estando de que él no ha hecho nada para recibir tal maltrato de la cadena (la opinión de los fans nunca le ha importado). De hecho, Dean Lopata, uno de los guionistas, se preguntaba:
"Primero nos cambian al viernes, despues apenas nos ponen en el vídeo divertido. ¿Que hemos hecho?" y Stephen Nathan, con ese don de gentes que tanta adhesión concita dijo:
Genial, precisamente lo que los fans esperaban oír. "Recuerda que ya no vamos a trabajar montados a caballo. Bones puede verse cuando tu quieras". 



Era el lunes 13 de Mayo y aún no habían acabado las tribulaciones de Hart Hanson, aún le quedaba por recibir otra lección de realidad. La CBS, la cadena que debía decidir si la próxima temporada emitiría la serie en la que había trabajado todo el año, Backstrom, callaba. Su Upfront se celebraba el miércoles 15 pero ya había adelantado parte de la programación, emitiría tres dramas nuevos, del piloto de Hanson no se sabía nada. Sus amigos, los actores y guionistas de Bones hacían peña, pedían a los fans que retuiteasen "Queremos ver Backstrom", tuvieron poco eco y menos éxito. A ultima hora del lunes Hart Hanson reconoció.
No necesita traducción. Luego al día siguiente tuiteó el exabrupto con el que comienza esta crónica. Y la CBS olvidó Backstrom. Por supuesto que el porqué del rechazo sólo lo sabe la cadena, pero un fan de Bones puede interpretarlo en el mismo sentido que el cambio de emisión de la serie al viernes: perdida de confianza de la cadena en el productor. 

Lo que cambian las cosas de un día para otro. Cuando terminó el episodio final todos nos enteramos de lo que se rió Stephen Nathan haciéndoles lo que les hizo a Booth y Brennan, se lo dijo a Auxiello en la entrevista citada arriba, tanto se rieron que han terminado llorando como bebés. Tienen dos meses para recapacitar, para volver a hacer las cosas bien, para darle un final digno a Bones. ¿Reaccionarán? Por ahora, Hanson continua lamentándose...
....al parecer sigue sin entender lo que ha pasado, tal vez cuando se tranquilice y eche la vista atrás perciba el error. Esperemos que no lo haga tan tarde para que le ocurra como a Boadil, el rey moro que perdió Granada.  Si lo hace, si rectifica la deriva de la serie, si vence el cansancio de tantos años y recupera el entusiasmo tal vez Bones tenga una oportunidad (después de todo no es la primera vez, como recuerda Matt Roush en su columna de TVGuide de ayer, que la cadena anuncia su traslado al viernes). Si de algo puede presumir Bones es de la fidelidad de sus fans. En septiembre olvidado el fiasco, no me cabe duda, volverán los lunes a verla; que sigan haciéndolo en octubre, en el destierro del viernes, sólo dependerá de lo que Hart Hanson les ofrezca. 

Por ahora anda a medio camino de la transformación, como si se tratara de Gregorio Samsa, y en su tribulación dice sentirse a veces bicho a veces parabrisas donde se estrella el bicho.

sábado, 18 de mayo de 2013

LA DAMA DEL MAR VII



UN MARIDO CRUEL Y ABURRIDO


Durante la tercera semana los bailes y las cenas escasearon. En opinión de Violette para brillar en sociedad era necesario que de vez en cuando les echasen de menos; sin embargo, no abandonaron Londres ni a Jim se le ocurrió proponerle visitar Dunguear House, era rápido e iba aprendiendo. Ni rechistó ni abrió la boca cuando visitaron al tapicero de la corte, al ebanista de la corte, al empapelador de la corte, al pintor de la corte, al decorador del palacio de Saint James y a un etcétera interminable de artesanos vinculados a “la corte”, prestos a vaciar su bolsa y a llenarle la, hasta entonces, tranquila casa de “Marrion Square” de andamios, pinturas, telas, y ladrillos, y dispuestos a convertirla en una sucursal de… la corte. 


Todo lo dio por bueno con tal de preservar sus derechos conyugales. Incluso, estoicamente, aceptó que la inmensa cama del dormitorio principal, fuerte y maciza, preparada para concebir una dinastía, la sustituyesen por dos camas pequeñas. 

Vagaba por la casa buscando habitaciones vacías, escondiéndose. No se atrevía a comparecer aún por el Brooks Club. Una cosa era encontrarse a Keithel, Fultton y a la cuadrilla de solterones empedernidos de la Armada en una cena de gala o en un baile donde su única obligación era rendir tributo a las damas y otra bien distinta sentarse con ellos en el salón de fumar del club y aguantar las bromas respecto al grado de domesticación del capitán Bradley. O lo que era aún peor, reconocerle a Keithel, que su matrimonio no había resultado ser la total entrega de la que tanto se había vanagloriado. Que entre lo deseado y lo hallado discurría un océano entero. 



Ni el sexo ni el cuerpo de Violette habían resultado los esperados. El pecho tan generosamente exhibido con los trajes de gala, lo primero que atrajo sus ojos como un imán, por su poderosa presencia, una vez libre de corsés y zarandajas resultó poco firme y desmadejado, los pezones tan juguetones en los bailes, se le escurrían inanes entre los labios; los muslos esbeltos entrevistos a contra luz terminaban por abajo en unas rodillas huesudas y por arriba en unas nalgas flácidas y escurridas, y lo peor era lo que le esperaba dentro de ella, hielo y aspereza.



Y mientras la miraba circular por los salones como una reina hacía balance de los ratos buenos que habían pasado. La primera noche fue decepcionante. Había soñado tanto que la realidad no pudo ser otra cosa que mero remedo de los sueños y en parte la culpa era de él. Violette inexperta y asustada no colaboró para mejorar el resultado, que debido a sus ansias y a sus torpes manejos resultó violento, espasmódico y rápido. Culpa suya, culpa suya. Sin embargo el despertar fue inesperadamente agradable, Violette deslumbrada por la diadema que enlazó entre sus pechos se lo agradeció como ni siquiera se había atrevido a soñar, montándolo a horcajadas y dejándose empalar como una cantinera veterana. Luego llegaron las cenas y las fiestas, las jaquecas y los paños fríos en la cabeza. Sólo llevaban dos semanas de casados y por la insatisfacción parecía que había transcurrido toda la eternidad. “Está bien —se dijo decidido—, dejaremos Londres, iremos a Dungear House, allí todo cambiará”.



Como iba aprendiendo no dijo nada hasta que vaciado y exhausto después de un rápido galope se trasladó a su nueva cama vestida de satén rojo, con dosel de borlas y tul de algodón rosa. Más le hubiese valido haberse dado media vuelta y quedarse dormido. En cuanto mencionó que al día siguiente partirían a Dungear House, el berrinche estalló y aunque las recriminaciones eran inteligibles le quedó muy, pero que muy claro, que no. Que al día siguiente acudirían, como estaba previsto, a cenar en casa de Lady Hambier.


—¡Por Dios, James!... —gemía—, ¿cómo puedes ser tan cruel...? Tú no me quieres..., no me quieres...


—Claro que te quiero, soy tu marido —pero Violette desconocía la lógica.


—No, no me quieres. Eres cruel y… repulsivo. Y no..., no me toques —le pedía, pero él no la tocaba, ni se había movido de su cama—. No volverás a tocarme en toda nuestra vida... —amenazó asustándolo— ¡Oh Dios!, si ya me lo decían mis amigas, ya verás, ya verás en cuanto te cases... Y yo que no, que mi James no, que me quería...—lloraba desconsolada arrugando el embozo de la sábana con las manos— ¡Que desgraciada soy...! Como se van a burlar Lady Hater y Lady Hambier cuando se enteren... 

James contrito se levantó y con el corazón encogido por el miedo intentó apaciguarla. 

—Tranquila, cariño, no pasa nada... —pero Violette de un manotazo rechazó sus brazos. 

— Por supuesto —contestó con voz firme—, para ti no pasa nada... a ti qué te importa lo que me suceda... 

—Pero si sólo he dicho... 

—Basta ya, James, sé muy bien lo que has dicho —le cortó con el rostro congestionado por la ira—. Quieres encerrarme en tu castillo, emparedarme entre fantasmas y obispos. Con los bastardos de tu padre señoreándose en mis habitaciones. Eres cruel, el más cruel de los hombres... ya me advirtió Lady Hater... 


—¿Lady Hater, pero si la conocí en el mismo baile que a ti? 

— Conocía tu fama... 

—¿Mi fama? ¿Qué fama? —Y como la viera dispuesta a clavarle las garras en los ojos cedió —Está bien, está bien, de acuerdo ¿qué quieres, cariño? 

—Nada. Serás obedecido. —Y levantándose de la cama se fue hacia el armario y comenzó a sacar trajes que tiraba al suelo. 

—Violette, no te enfades más, por favor... cariño, ven, duérmete... —protestó un atribulado Jim. 

—¿Cómo quieras que me duerma, con todo lo que tengo que organizar? Tendré que presentar tantas excusas que aunque empiece ahora mismo dudo que estén listas para cuando ordenes que partamos.— Y su sombra encogida que se alzaba sobre ellos semejaba el de una de las comadres de Macbeth. 

—No serán tantas. — Nada más pronunciadas las palabras se arrepintió. La trapisonda comenzó de nuevo. 

—¡Cómo que no...! —gritó— ¿Pero quién te has creído que soy? Tenemos invitaciones para cenar toda esta semana y para las dos próximas. Pero si al señor conde le apetece visitar sus posesiones no se hable más… 

—¿De verdad que no te apetece visitar Dungear House, conocer a la vieja condesa? —preguntó acercándose cauteloso. 


—Claro que sí..., adoro a tu abuela, pero no precisamente ahora que estamos recién casados, James, ahora soy yo la condesa, no lo olvides —contestó tajante, y luego volviéndose zalamera añadió—, ¿crees lady Mery se sentirá cómoda teniéndonos en casa a nosotros dos, tan alegres? ¿Te has olvidado que está de luto? Sinceramente, James, eres muy egoísta exponiéndola a nuestra felicidad. Estoy segura que Lady Mary se molestaría si supiera que pretendes abandonar nuestras obligaciones con la sociedad para ir a visitarla precisamente a ella —su rostro era la viva imagen de la profunda preocupación que sentía por la anciana abuela, tanto que Jim se avergonzó de no haber pensado antes en ello. 

—La verdad Violette no había pensado en eso... 

—¡Oh cariño!, ya lo sé, estas son cosas mías. —y con voz de chiquilla añadió volviéndose tranquila a su cama—...querido, cenaremos con el Almirante Mellville. Necesitas apoyo James. Tienes que obtener un mando... 

Y James tuvo que reconocer que tenía razón, llevaba casi un año en tierra. 

—Hay demasiados capitanes y pocos barcos... 

—Lo ves, precisamente, ahora más que nunca necesitamos mantener un amplio círculo de amistades, sólo así podremos lograr otro mando... 

— Está bien, anda dame un beso —y feliz como un chiquillo quiso meterse de nuevo en su cama. 

—¿Otra vez?..., vamos, James, olvídalo, no es bueno para ti, enfermarás —y empujándolo suavemente le tiró al suelo—. Buenas noches, James. 

— Que descanses Violette... —contestó doblemente dolido. —No sé si podré, no sé si podré –rezongó su mujer—, que disgusto me has dado, James, que disgusto me has dado...

Y con la palabra en la boca se quedó dormida. Su suave resoplar hizo que Jim Bradley se sintiera tan solo y desvelado como cuando era guardiamarina y pasaba la primera noche en un nuevo barco. En una cosa debía reconocer que Violette tenía razón... no conseguiría un nuevo barco si no fomentaba las relaciones con los lores del Almirantazgo. Su primer barco la Mery, una fragata de veinte cañones, había sido desguazado antes de que pudiera tomar posesión de ella por sus heridas. Pasaba el tiempo y sus hazañas se volvían antiguas y su carrera se estancaba. Sí, Violette tenía razón… 


Al día siguiente se levantó muy temprano, desayunó solo y se marchó al Almirantazgo. No tenía un propósito concreto para la visita como no fuese recordarles que estaba vivo. En Whitehall no lo recibió nadie, salvo el viejo portero, tan perenne en su taburete junto a la puerta como el propio edificio. 

—Lord Bradley, de nuevo por aquí —saludó afable—, felicidades por su matrimonio, milord. Lo leí en el Times... ¿se ha recuperado ya de sus heridas, señor? —Una lástima lo de su padre, tan joven...— A Jim siempre que le hablaban de su padre se le revolvían las tripas. Pero el viejo Turner lo miraba limpiamente, sin reticencias. 

—Gracias Turner ¿no sabrá si está muy ocupado el primer lord? 

— ¡Cuánto lo siento, milord! hoy es uno de esos días que anda de comité en comité. Un día endiablado, señor. 

— Sólo quería saber si me recibiría... 

—Ya sabe usted, milord, que su secretario controla las citas... 

—Sí, Turner, su secretario controlará las citas, de lo que no me cabe duda es de que usted controla su puerta. —Y aplacó la posible protesta del anciano guiñándole un ojo. 

—Me honra usted, milord, pero es cierto que está demasiado ocupado, de lo contrario no dudaría en indicarle que subiese un momento a visitarle... 

—Está bien, tenga, tómese una cerveza a la salud de la nueva condesa Dungear —dijo entregándole unos chelines. 

—Gracias, milord, es usted un caballero como su señor padre. Siempre que venía por aquí me saludaba. Nunca dejaba de hacerlo, un gran señor el difunto conde... —y como Jim se marchaba se le acercó hasta casi tocarle y en bajando la voz, muy en secreto dijo— mañana entre las nueve y las diez lord Mellville no tiene ninguna reunión, tal vez si usted estuviese por aquí cerca, digamos a eso de las ocho y medía... ya me entiende ¿verdad, milord?


Tan temprano y por la calle se sintió muy solo. Le hubiera gustado estar en la cama con Violette, verla vestirse, desnudarla. Se sintió estúpido, no se lo consentiría. Dónde debía estar era en Dungear House, contemplar desde la ventana de su habitación las suaves colinas que rodeaban el lago, lo añoraba. Después del mar era el único lugar que podía considerarse su hogar... y allí estaría Peter... “Maldita sea —se dijo— pues no estoy echando de menos al maldito bastardo”. Y un pensamiento le llevó a otro. Ya era hora de concluir los asuntos de su padre. El abogado le había dicho que se encargaría de liquidar las deudas. Lady Mary, cuando se hizo patente quién era el padre de Peter Keel, impuso como condición para no meterse en la vida de Duncan que respetara la herencia de su legítimo hijo. Con las rentas podía hacer lo que quisiera, pero el obispo Grey se encargaría de la administración del patrimonio y controlaba los beneficios. Duncan aceptó las imposiciones de su madre y nunca persiguió a ninguna mujer de su clase. Pero Jim no sabía con cuantos bastardos más podría encontrarse… podía haber docenas. 




El señor Adams de Adams, Wheber y Lloyd tenía su despacho en la misma plaza del Temple. Era una buena caminata pero le sentaría bien. Se estaba anquilosando y los calzones le venían un poco justos en las nalgas. En el mar, bien porque trabajaba demasiado o bien porque comía poco, los botones no se le abrían. El abogado lo recibió en cuanto lo anunciaron. Era un anciano calvo y sin peluca, con el rostro surcado de arrugas y la boca consumida por la falta de dientes, sólo sus ojillos pequeños y sagaces brillaban independientes de la vejez. 

—Milord, es un honor verle por este despacho —le saludó obsequioso—, permítame felicitarle por su venturoso matrimonio. ¿En qué puedo servirle? 
Jim fue al grano, quería la liquidación de la cuenta de su padre. Se sentía incomodo y utilizó un tono desabrido, pero las piernas comenzaban a hormiguearle y un sudor frío le perlaba la frente y le corría por la espalda. Se había agotado por una simple caminata de dos millas. 

—Sí, milord espera un minuto mi secretario le traerá la liquidación —contestó de inmediato el viejo—. La cantidad final ha sido de unas tres mil libras.

Se sorprendió. Siempre había creído que si su padre vivía como un vagabundo no se debía a una elección sino a la imperiosa necesidad de quien derrochaba su fortuna.
—Pues verá, milord... —comenzó Adams dubitativo—… su padre vivía casi exclusivamente de lo que obtenía del juego y de las mujeres. 




Y James Bradley entonces sí se quedó paralizado y con la boca abierta.

—Lo siento, milord, lo siento... —se disculpaba como si él hubiera sido el proxeneta-. Tenía dos, señor, dos mujeres de mediana edad —explicó—, hermanas con las que convivía cuando se acordaba de donde estaba la casa. Por favor, milord, ¿quiere una copa? —Jim había palidecido —.Cuando les comunicaron el fallecimiento de su señor padre se sintieron muy tristes Estaban muy apenadas por su muerte.

— ¿Y las tres mil libras...? ¿En que se gastaba las rentas?

—No ha sido fácil dar con ello, milord. Su padre durante los dos últimos años retiraba todos los meses una cantidad fija de unas mil libras y nada más. ¿De veras no sabe nada? —los ojillos pitarrosos parecían taladrarle la frente. A pesar de su legendaria discreción el señor Adams quería saber...

Jim se irguió en la silla, se inclinó sobre la mesa y acercando su rostro terso al abogado dijo—. Dígame todo lo que ha averiguado.

—Tiene usted dos hermanastras —le soltó sin levantar ni una ceja.

—¿Dos? —Jim terminó por levantarse de la silla y apoyándose en el sobre de la mesa se mantuvo erguido a pesar de que las piernas se negaban a sostenerle.— ¿Están..., están... aquí en Londres? —las palabras no le salían, de pronto su boca se había quedado seca.

—No, milord, casadas con campesinos irlandeses. Su padre les compró las granjas donde viven.

—¿Las dotó? —No podía ser cierto, su padre no podía haber reconocido a ningún bastardo su madre se lo habría impedido.

—Sí, milord. Las tres mil libras era un plazo pendiente de las granjas. Pero no tiene usted de qué preocuparse. Es su único heredero. Milord —añadió solemne-, a partir de este mes dispondrá de mil libras extras de renta. Es usted, señor, si me lo permite, uno de los hombres más ricos de Inglaterra.

No le impresionaron las palabras de Adams y mucho menos las mil libras, James Bradley seguía preocupado por los bastardos.

—¿Hay... hay algún documento o algún legado para Peter Keel?, ¿ha comprobado si también a él le ha hecho algún pago o le ha comprado una granja o...?

—No, señor —tajante

—¿Seguro..., no necesita mirar ningún legajo..., mírelo por favor?

—No es necesario, milord, ese nombre no aparece por ningún lado en relación con su padre. Ni pagos, ni legados.

—Está bien, señor Adams —Y levantándose le tendió la mano y abandonó el despacho con precipitación.


Al salir tropezó con el secretario, con el portero y estuvo a punto de irse al suelo al salir a la calle justo cuando pasaba una mujer con unas jaulas colgadas en la espalda. En Dungear House todos eran conscientes de la existencia de los bastardos, porque después de sus raras visitas y transcurrido el tiempo necesario se presentaban ante el mayordomo o ante el ama de llaves muchachas de las más diversas procedencias con sus fardos entre los brazos. Unos lograban vivir unos meses, otros nacían muertos, que él supiese sólo Peter Keel había llegado a adulto, nunca se preguntó por qué los demás no. Lady Mary apreciaba el trabajo de la madre de Peter, su costurera y tal vez por eso la ayudó y él se salvó... del resto no quiso saber nada...

Regresó taciturno y sudoroso a Marrion Square la mañana no podía haber sido más desagradable, ni por un momento pensó en los beneficios que se derivaban de la noticia que le había anunciado el señor Adams, no le importaba la riqueza, ¿de qué le valía tener una gran renta si no obtenía un barco? ¿Para derrocharla en fiestas y bailes? Y Violette acudió a su mente y suspiró imaginando lo feliz que se sentiría en cuanto se enterase. 




Cuando regresó Violette estaba impaciente. Les esperaban para cenar en casa de Lady Caroline de Mercx, su nueva mejor amiga a la que perseguía con tesón porque era la nueva amante del príncipe de Gales, el bufón gordo y seboso que ostentaba la corona sobre su oronda tripa.