¡Santo cielo, en qué berenjenales me
he metido! Tenía razón la madre Calimero
cuando me llamaba “polvorilla”; ¿a cuenta de qué tenía que hacer el maldito
comentario en El País? El peor fin de
semana de mi vida. Qué nervios, el número de visitas al blog creciendo y yo sin
saber por donde continuar.
Fue un pronto, claro; abrí twitter
el sábado, vi el tweet del artículo de Leila
y allá que fui de cabeza y ahora qué Marien, ¿cómo vas a responder a la expectación
creada? ¿Cuál es tu plan?
No tienes ninguno, ¿verdad? El blog fue
fruto de un berrinche y ahora resulta que desde Canadá recibes visitas. Y no eres Dickens, ni siquiera Elizabeth
Gaskell.
¡Maldita sea, estás bloqueada!
Lo estoy. Quisiera seducirlos,
atraparlos y no sé cómo. Temo que se den cuenta de mis limitaciones, que no he
asistido a cursos de escritura creativa, ni hecho másteres de técnica
narrativa, ni asistido a talleres de guión, ni de cuento, ni de poesía, que no
he ganado ningún premio literario (ni siquiera los de la feria de mi pueblo), que
ni siquiera he leído la Poética de Aristóteles, que soy una ignara. Pero es que hasta ahora, todo eso eran
para mí zarandajas, como diría Rhett
Butler, “Frankly darling I don´t give a damm”. Yo sólo escribía.
Por instinto (y así te ha ido ¿no?),
hasta el domingo. Sí, llevo todo lo que va de semana leyendo artículos de la Wikipedia sobre técnica narrativa, por
si algo aprendo. Y, ahora, ahora… estoy hecha un lío.
Al parecer el protagonismo del autor
es una técnica desfasada, propia de adolescentes, de escritores primerizos, aunque
a mi, en la cuarentena, no debería tenérseme en cuenta la edad (soy la mujer
que ha llegado tarde a todo, a internet también). Y aunque la razón (o el
miedo) me dicten que debería contar sin más, por educación, las circunstancias
de la muerte de Amada y olvidarme del
blog, mi instinto me dice que no, que ya que se me calentó la lengua al
contestar un comentario en DIABLURAS DE
VERANO III, y dije que las últimas noticias sobre Amada nos habían llegado de Santa
Fe, Nuevo Méjico, es necesario que cuente el cómo y el porqué habíamos llegado
hasta allí. Y eso implica convertirme en protagonista del relato. Y eso, al
parecer es un rasgo de psicopatía propio de los futbolistas.
Mala técnica, que diría la sargento Margaret, miembro de la Patrulla de Salvación, blog que sigo
religiosamente, precisamente para no olvidar lo lejos que estoy de llegar a ser
uno de los escritores a los que ella alaba; pero me dio tanta alegría encontrar
a un seguidor interesado por el desarrollo de la historia, que no pensé en las
consecuencias.
Un ejemplo de mi ignorancia, sólo
esta mañana después del café, los churros y una profunda reflexión he comprendido
lo que realmente significa literariamente Mímesis,
palabra atribuida a Aristóteles, y
que al parecer viene a decir que el fin esencial
del arte es la imitación de la naturaleza. Confieso que cuando la leí por
primera vez pensé que se derivaba de Mesmer, creí que iba sobre espiritismo; en
mi defensa, que Vanessa me apremiaba para que cerrase el ordenador, decidida a
invocar al espíritu de Amada y averiguar
si estaba conforme con que se hiciesen públicas su vida y sus miserias.
Y lo malo es que cierta parte de mí,
la más cercana a la amígdala, sabe que su respuesta fue no. Porque cuando
esperábamos con los ojos cerrados y las manos cogidas su aparición se desató una
tormenta de polvo y aire que, además de llevarse volando la caseta del perro
(cómo si la meseta manchega fueran las Malas Tierras de Oklahoma), arrancó de
cuajo los tilos recién plantados del jardín y las pérgolas que rodeaban la
piscina, amén de derribar la chimenea de la cocina campera (¡Dios, cocina
campera! así de choni soy ahora).
Pero éste no es el colapso del que
hablé en DIABLURAS DE VERANO III, cuando
dije que por un tiempo me olvidé de Amada
porque literalmente mi casa se derrumbó; esa fue otra casa, otra vida, otra
Marien de la que no hablaré, no quiero que nadie me acuse de solipsismo (palabra aprendida este
domingo) y sólo mencionaré de pasada a quien me ha ayudado a descubrir lo que
en el fondo ya sabía, que Amada había
muerto en Nueva York.
Porque lo que decía el correo de Santa
Fe no era diferente a lo que me había anunciado Vanessa hace unos cuantos
meses. Amada había muerto en un
tiroteo en Nueva York. Y si bien era lógico sospechar su muerte (ni siquiera ella,
tan fría y despegada habría mantenido un silencio de cuatro años), aceptar que
Vanessa, una simple pasante de abogado matrimonialista, era capaz de hakear los archivos del Departamento de Policía de Nueva York, suponía
cambiarme de arriba abajo, no en vano toda mi vida he sido devota seguidora de
las teorías de Santo Tomás, apóstol.
En fin, que ya no hay duda, Amada
murió el 3 de febrero de 2008, es decir, setenta y dos horas después de nuestra
despedida en el Retiro madrileño. Y
es un desiderátum, lo sé, que siga pensando que algo que hubiera dicho hubiera
podido salvarla. Imposible, la muerte la hubiera atrapado donde quiera que la
hubiese escondido. Lo dejó escrito en Samantha,
sólo que hasta ahora no lo he comprendido.
Así que aquí estoy, luchando entre
mi instinto y mi razón. Contar las miserias de Amada, traicionando mi intención de rendirle homenaje, o callar
para siempre y borrar el blog. Y después de todo ¿qué más da lo que cuente?,
está muerta y sólo son palabras, no balas. ¿Que matan reputaciones? Es tan
trasnochado el concepto, tan del Siglo de Oro, tan propio de mis ancestros
campesinos que suena hasta ridículo; y además puedo mentir, aunque cuando se
juntan demasiadas es más fácil que se escape alguna verdad, que entre líneas se
lea lo que se pretende ocultar.
Por cierto, Amada era Amada Muñoz
Expósito (de nada sirve ya mantener el incognito). Y sí, sé quién le puso
el nombre y el porqué. Me lo contó un día entre chupito y chupito de güisqui Dick, su primera y creo que única
borrachera, pero claro, la noche anterior había descubierto que Margot Serna, la artista, después de
casi cinco años de angustiosa relación, había compartido cuerpo y cama con Luis Alfredo, su antiguo novio.
Dios, qué testamento, prometo ser
más breve la próxima entrada. Os dejo con otro fragmento de
Samantha
o la Recompensa de la virtud
¡Querida
Raquel! Que feliz me ha hecho esta mañana recibir tu billete, si hubieras visto
con que reverencias me lo entregó la señora K. te habrías caído de bruces en la
cama. Si, querida, recuerdo muy bien cómo te reías cuando contemplabas la
desmaña con la que yo hacía la genuflexión. Y sin embargo la hacía con más
gracia que esta barragana (cómo no va a leerlo puedo decir lo que pienso de
ella, o mejor dicho, lo que piensa el señor, que así la ha llamado en mi
presencia), y estoy por decirte que me envidia, que lo que desea es estar en mi
lugar, ¡qué ocurrencia!, cómo iba el amo tan encantador, elegante y hermoso a fijarse
en un estafermo como ella.
Raquelita,
no tienes que agradecerme las gestiones para buscarte acomodo. Lo hago
encantada, sólo lamento que el amo no vaya a quedarse con la mansión de la que
tantos buenos recuerdos guardo, que no puedas mantenerte al lado de la querida
señora J.
Le expliqué al amo, cuando me preguntó quién
era la amiga por la que suspiraba, quien eras. Pero soy tan lerda, tan escaso
es mi lenguaje, que no conseguí que te reconociera, lo cierto es que para él
todas las doncellas parecen la misma, excepto yo (me lo ha repetido cientos de
veces, desde que me vio la primera vez en el cuarto de su madre, supo que tenía
que ser suya y sólo suya), ya ves. Y yo temiéndole. Claro que cuando le describí
bien, quien eras, lo que amaba su madre saciarse de tus pechos y la flojedad de
tus piernas, ni siquiera lo pensó, y de inmediato dijo, “ya está, tú amiga
Raquel será granjera. La casaremos con el inquilino de Farmer Creek”.
Y
yo que recordaba perfectamente al inquilino de F.C. (cuando mi padre me acompañó
a la mansión de la condesa, para cobrar las monedas de mi venta, nos detuvimos
a descansar en su granja), por poco me desmayé con su anuncio. Tú, tan dulce y
flaquita, no podías convertirte la esposa de un energúmeno y además que el amo añadió,
entre risas, que ya era hora de que dejara en paz a las cerdas de la granja,
que saldría ganando si las cambiaba por una ternera. No sabes el sofoco que me
dio oírle esas palabras, y no, nada tiene que ver que en esos instantes entrara
la señora K, en el cuarto y me viese con el culito en pompa dispuesta a recibir
un nuevo embate.
La
odio. La odio, a veces cuando la siento cerca desearía que mis ojos poseyeran
la maldad del rayo para fulminarla, freírla, reducirla a ceniza…, es toda fingimiento
y disimulo, y sin embargo, su mirada tiene cuchillos de doble filo. Anda
deseosa por apartarme del amo, lo percibo a pesar de las lisonjas y arrumacos
con los que delante de él me trata. Y te juro que no lo conseguirá. Jamás,
antes la rajo.
Cariño
mío, disculpa que te hable de la señora K. desde luego en nada se parece a
nuestra señora J. cierto que su musgo tenía un olor peculiar, pero seguro que
el de esta rata huele a ajo.
Como
te decía, en cuanto le oí al señor que tu futuro marido se beneficiaba a las cerdas
de la granja me puse de rodillas, le miré con ojitos tiernos, y suavemente,
como a él le gusta, acogí entre mis pechos su hermoso cayado, que plácidamente
y sin nervio descansaba en su peluda guarida. Disfruta tanto cuando juego con
él, que en esos instantes dice que no puede negarme nada y es que poquito a
poquito lo voy despertando, encelándolo; le doy toquecitos, suaves, como al
desgaire, al principio parece remiso, adormilado, incapaz de levantar su linda
cabecita; pero en cuanto con la punta de la lengua toco su agujerito pega el
primer respingón. Y entonces si lo intento atrapar, si lo aprieto un poquito,
si juego a que se me resbala y se escapa se va enfureciendo, una delicia,
Raquel.
Espero que adoptes estas aptitudes para con tu
futuro marido, si le tratas como tu amo y señor no dudo que te entregará en un
santiamén las llaves de la despensa y no te hará dormir en el establo. Porque,
querida, mientras estrujaba entre mis pechos la suave seda de su piel y
conseguía devolverle el poderío a su cetro, rogué y rogué al señor por ti.
En
primer lugar le pedí que no te entregase al granjero, que deberías venir a
vivir aquí, que las dos juntitas nos encargaríamos de su cuidado, que le
haríamos feliz. Se me río en la cara, Raquelita, se rió tanto que el cayado se
me escapó y no pude atraparlo en toda la tarde, porque de inmediato el amo se
levantó y tocando la campanilla hizo venir a su ayuda de cámara.
Nunca
te he hablado del señor R. ¿verdad? No es tan feo como el granjero, pero es que
es tan grande e inmenso como el armario ropero de la lavandería de la mansión
de C. ¿recuerdas que Tommy se quedó dormido dentro y a pesar de que era época
de limpieza de primavera nadie reparó que estaba dentro y por poco muere asfixiado
cuando le cubrimos con las frazadas que retiramos de las camas del servicio?
Temí en verdad por ti, que te entregase al señor R. sería inevitablemente tu
muerte.
Pero
lo que el amo le pidió al señor R. fue el listado de los inquilinos de las
granjas. Y, querida, creo que lo he conseguido, te he librado del criador de
cerdos, te casarás con el señor Martin de Farmer Five Mills, recientemente
viudo y al que el único vicio que se le conoce que pueda ofender a una buena
esposa (al decir del señor R.), es su pasión desmedida de echar humo por la
boca. (Continuará…)
tu si que eres genial jajajaja besos
ResponderEliminarGracias, María.
EliminarMuy bien Marien! Lo imaginaba, la historia de tu amiga Amada se pone cada vez más interesante. Ya que su única novela "oficial" no es demasiado original, al menos su vida (y su muerte) si lo parecen.
ResponderEliminarEn cuanto a tus supuestas limitaciones parecen bastante comunes, además para ganar algún premio literario parece necesario haber sido parte del jurado en otro ¿no? ;)
En cualquier caso es pertinente el consejo que el laureado Robert Southey le "aplicó" a una esperanzada Charlotte Brontë:
"Pero no debe cultivar este talento esperando distinción si estima la propia felicidad"
Y se quedó tan "laureado" el hombre...
Sé que no debería sentir lástima por Amada porque creo que al final hizo lo que quería, estoy convencida que las circunstancias de su muerte las había previsto antes de despedirse de mí.
EliminarGracias por tu consejo, soy demasiado "vieja" para esperar distinción, pero escribir, a pesar del trabajo, si que me produce satisfacción. Gracias por seguirme