Para hablar del comienzo de la relación
de Amada con la “artista” pocos
archivos tengo que hakear. La noche de la borrachera de la Fídula se explayó,
en realidad fue la única vez que dejó entrever algo de los sentimientos que las
unían y también de las dudas (creí entonces) que sobre los de la "artista" tenía.
Ahora pienso que me equivoqué, que Amada aquella noche no sentía celos, sino
miedo. Claro que antes desconocía el pasado de Margot.
Lo que me cuesta creer es lo que ha
insinuado su única pariente viva que Vanessa ha localizado. Nunca,
nunca admitiré que Amada fuera
cómplice de ningún asesinato, nunca.
Pero vayamos por orden, volvamos a
la calle Huertas, a la puerta de la Fídula. Amada borracha y desconsolada hablaba más para sí que para mí de su
primer encuentro con la “artista”.
Se conocieron en el Museo de la Real Academia de las Bellas Artes de San
Fernando en la calle Alcalá y
sus alcahuetes fueron tanto un suspicaz vigilante (ella utilizó la palabra
“presupuestívaro” para referirse al probo funcionario), como el Arcimboldo
de Primavera.
Acababan de rechazarle, por primera vez, en la
editorial de la calle Carmen una
novela “La Dulce Esclava” y estaba dolida. No es que se sintiera
particularmente satisfecha de lo escrito, pero si que había cuidado más que
otras veces la redacción y el lenguaje. En ciento treinta páginas contaba la
historia de una inocente huérfana a la que su familia vende por unas libras a una
condesa. Cuando la condesa muere, el hijo se la lleva a su mansión para
doncella de cama. ¿Os va sonando?
-Había leído Pamela
de Richardson –me confesó-, y aún así me sentía orgullosa, por
primera vez no me había limitado a copiar. La protagonista reflejaba mis miedos
y mis esperanzas. Lo malo fue que no me di cuenta hasta que estuvo terminada y me
dio tanta vergüenza que alguien se diera
cuenta que la maté de sífilis. Por
estúpida, por dejarse engañar por un sádico y encima amarlo. Y si no la tiré
fue porque no tenía otra en reserva, porque necesitaba el dinero para el
alquiler, porque confié en que el editor
apreciaría la novedad. Me equivoqué.
Al parecer, el dueño de la editorial era un viejo
cascarrabias de chaleco, traje gris “príncipe de gales”, calva brillante
y ojitos diminutos que escondían al buitre que llevaba dentro. Cuando Amada le entregó la novela se arrellanó
en su sillón, encendió un puro y comenzó a leerla. Ella esperó nerviosa en la
antesala acompañando a la vieja secretaria. No tardó mucho.
- A ver Adelaida
qué le parece usted el final de “La Dulce Esclava”, la obra insigne
que aquí nuestra amiga Amada ha
tenido el honor de traernos –le preguntó a la secretaria-. Escuche..., escuche querida, escuche... –y
comenzó a leer en voz alta.
“Todas las noches, menos la de ayer, el señor
Y. me ha visitado. Ya no vendrá más, la fiebre y el hedor le han
obligado a decir adiós; sin embargo no me dejarán en paz porque no bien abandona el lecho acude el coadjutor, reza unos cuantos latines, se
levanta la sobrepelliz y se adentra en mi trasero. Todos los días no bien se
marcha, el chiquillo encargado de mi custodia abre la puerta y el ventanuco que
hay sobre la cama, me levanta, me sienta en una silla de enea y me echa por
encima un cubo de agua...”
- Maravillosa prosa ¿verdad? ¿Quevedo, Fernando de Rojas, Blanco White,
tal vez? ¿No cree usted, querida Adelaida,
que esto es verdadera literatura? –y aún añadió-. Querida,
firmaremos un nuevo contrato, cien mil pesetas
de adelanto y el diez por ciento de los
beneficios. ¿Le parece bien?
Amada casi le creyó, porque la miraba con ojos amables...
iba a contestarle que le parecía bien, cuando recibió un golpe en la
frente, al parecer se había interpuesto en la trayectoria del ejemplar que el “editor” le acababa de lanzar.
- Cásela con el amo, conviértala en una buena
cristiana, olvide las referencias sáficas y entonces vuelva –le ordenó sin
despeinarse el flequillo-. Ciento veinte páginas, veinticuatro mil pesetas, como
siempre.
Así que cuando salió de la editorial iba bufando.
En una papelera de la Puerta del Sol
tiró “La Dulce Esclava”. Tenía razón el viejo, era una mierda. Lo malo
era que necesitaba el dinero.
-Me dije que era idiota por creerme escritora,
que debía dejar de fingir que lo era y seguir con mis bodrios, después de todo
me mantenían. En estas empezó a llover.
Las puertas del Museo de Bellas Artes
estaban abiertas… y entré. En qué mala hora entré –concluyó más para sí que
para mí.
Entró. En un atrio oscuro y frío. Las paredes de
piedra gris rezumaban la humedad de los caserones abandonados, aquel era de la
misma camada que el de la calle O´Donnell aunque allí no olía a niño, a leche agria, a
pis y a vomito sino a polvo viejo.
Como acababa de ver “La Matanza de Texas”
se imaginó a sus habitantes escurridizos, ocultos hasta confiar al incauto,
siguiéndole de sala en sala con un hacha en la mano, el rostro cubierto tras las
máscaras que Goya pintara para “El
Entierro de la Sardina”, sintiendo en sus almas podridas la alegría de los
que van al entierro y saben que regresarán para encender la parrilla.
En
la escalera dos personas discutían. Una chica joven y un viejo, corcovado,
contrahecho, un Cuasimodo. Pero lo
que realmente vio fue al monstruo con el hacha levantada, y, entonces se
enfureció. “Revestida con la justicia de San
Jorge, subí los escalones de dos en
dos y sin pensar en lo que hacía le agarré el brazo, se lo retorcí por la
espalda, le di una patada en salva sea la parte y le tiré por las escaleras”.
Y
luego se quedó quieta, preguntándose quién lo había tirado, sorprendida de su
fuerza. Hasta que una voz la despertó.
-
Venga, vámonos, hay que salir de aquí... corre
La
obedeció. Y corrió. Huyeron. Y cuando agotadas se detuvieron, cuando alzó el
rostro y dejando que el agua cayera mansa sobre su piel miró a la desconocida,
su corazón se paró, la tierra se paró. Durante unos segundos dejó de girar;
luego cuando la desconocida le sonrió, su boca grande se abrió en un relincho
gozoso. Asustada por el sonido estentóreo de su risa la cortó en seco. Pero la
otra, la muchacha de porcelana que reía con risa de azucena mirándose en el agua
se echó a sus brazos (literal, cómo lo contó).
-
Jesús, que puntazo –le dijo-. Tenías que haberte visto cargar contra aquel
energúmeno.
-
Te teiba a mamatar –balbuceó atorada-. Había visto el hacha –me insistió.
-
Posiblemente –le respondió la desconocida transformando la risa cantarina en
una luminosa sonrisa que por unos instantes la dejó ciega-. Hay que tener un
permiso especial para copiar y no lo tengo. Me ha pillado dibujando el Arcimboldo de Primavera –le explicó cogiéndola
de la mano, arrastrándola tras de sí-. Vamos..., te invito a una tostada, tengo
hambre-, y mirándola con ojos de gata que le dejaron las piernas montadas en palillos,
añadió-. Por cierto, me llamo Margot.
-
Yoyo a… AAmada...-tartamudeó.
Fragmento
de
Samantha
o
la recompensa de la virtud
¡Oh querida! Cómo me alegró recibir tu billete, te
añoro tanto; sí, ya sé que te he dicho lo feliz que ahora soy, y lo soy… pero
tengo miedo a que toda esta felicidad sólo sea un sueño, a que de pronto me
despierte en la mitad de la noche y aún siga en la buhardilla escuchando las
conversaciones de los ratones que corretean por entre las vigas. Aquí no les
oigo, tampoco la mansión es muy habladora, aunque claro entre los gritos del
amo instigando el galope, el crepitar de la lumbre en la chimenea y el chas,
chas de nuestras carnes golpeándose poco queda por escuchar.
No, no tienes porque preocuparte, no estoy
enferma, es sólo la zozobra que desde esta mañana se ha hospedado en mi
corazón. Culpa de la maligna señora K. ¡engendro del demonio!
Ya te
expliqué que ella es la encargada de mi aseo, el señor no consiente que me
sirvan otras manos que las suyas, claro que el resto de los sirvientes de la
casa son hombres o chiquillos, al parecer, digo al parecer porque desde que estoy
aquí apenas si he hablado con nadie más que con ella, los vecinos de la aldea
no consienten que sus hijas sirvan al amo; demasiado ignorantes para comprender
el bienestar que les reportaría.
Mira que bien nos ha ido a ti y a mí, aunque no
tengo por tanto el beneficio de las familias. A mi padre la condesa le entregó
dos libras y tres chelines por mis servicios y según el quincallero que me
trajo noticias de casa, las perdió o se las robaron en el camino de regreso.
Me alegra que seas feliz en tu nuevo hogar, que
la hija de tu marido sea tan cariñosa y bonita. Lo que no entiendo es cómo no
me has contado nada del tamaño del cayado de tu esposo y tanto de la beldad y
delicadeza de tu hijastra ¿sigues enfadada conmigo o es que aún no lo has
probado? No será como el marido de la señora K. ¿verdad? Por lo que dice jamás
la ha tocado, es más, duerme en el establo con los vaqueros. No me explico como
con esa costumbre pudo hacerle una niña tan linda. Porque la señora K. tiene
una hijita.
El otro día cuando me trajo la taza de té debió
seguirla y se metió en la cama conmigo. Sabes, ya no es tan niña, debe tener
casi los mismos años que yo cuando por primera vez compartí el lecho de la
condesa. Es un ángel de carita candorosa y juguetona. Le encanta que le
hagan cosquillas, jugamos un ratito mientras el estafermo me preparaba el baño.
Su piel es casi tan suave como la mía y ya le empiezan a despuntar las tetitas
y un plumón tan dorado como la mies en agosto. Quiere ser mi amiguita del alma
y yo le he prometido corresponderle. El primer día ya nos metimos juntas en la
bañera, cómo nos reímos salpicándonos la una a la otra, lamiéndonos la espuma
de la boca, comiéndonos a besitos, haciendo pompas de jabón.
Por cierto, ¿tienes bañera en tu granja? Querida
¿no sospecha nada tu marido de que le mandes a vender la leche al mercado del
condado de S.? ¿No está demasiado lejos? Por si acaso tiene malos pensamientos
no hagas testamento, claro que, como dice el amo, los asaltantes de caminos se
han convertido en una plaga, atacan a cualquier hora del día y a cualquiera,
sin importarle la categoría del caminante, según el amo son tan malvados como
los propios dueños de los portazgos con los que seguro están compinchados. ¿No
te da miedo quedarte viuda? Sería terrible vestirte toda de negro.
¡Oh Raquel! te echo tanto de menos. Contigo a mi lado no sentiría ningún miedo, tu cariño
me daría fuerzas para enfrentarme al estafermo. Sí, siento por dentro que la
señora K. busca mi perdición, no sé cómo se me ha metido la idea tan hondo,
pero no puedo evitarlo.
Tenías que haber visto la mirada de odio que me
echó cuando me la presentó el amo. Si hubiera sido un cuchillo me habría rajado
la cara, lo sé, aunque sus palabras sonaron lisonjeras. Fue la primera mañana que
me desperté en la mansión toda dolorida después de las terribles pruebas que me
hizo pasar el amo cuando perdí la virtud. La señora K. entró en la alcoba a eso
de las nueve de la mañana, es la costumbre que a esa hora se presente con una
taza de té, descorra las cortinas y avive el fuego. Yo estaba encogidita en un
rincón de la cama rogando para que el amo siguiera dormido, para que no me
volviera a montar de nuevo. En cuanto entró el amo se despertó, su cayado se desperezó
e inhiesto comenzó a golpearme el trasero.
De pronto sentí como me arrebataban las sabanas
que me cubrían, como el amo cogiéndome por la cintura me giró exponiendo a sus
ojos mi desnudez.
- Mira, Lisistrata –dijo- que pimpollo me ha
dejado mi madre en herencia.
- Su madre siempre las eligió menudas –le
contestó acercándose a la cama y echándome un vistazo-. A esta ratita no parece
que la haya usado demasiado…, aún la tiene aterrorizada.
-Eso dijo, esta no la ha usado demasiado…, y ¿sabes
lo que le contestó el amo?
Pues que así era como él las quería, nuevecitas y
sin estrenar, e inclinándose sobre mí me mordió un pezón; aunque no fue mi
intención se me escapó un grito. Y los dos se rieron.
Desde entonces la odié, aunque ahora que ya
pienso un poco mejor debería haberme dado cuenta que esas confianzas no eran
las debidas entre un ama de llaves y su señor;
pero sabes, creo que ella también me odia no
porque el amo disfrute conmigo, sino por
lo que eso supone de pérdida para ella (ya ves que he aprendido a pensar).Porque
el amo, añadió-. No como tú mi querida señora K. que no hay más que mirarte
para comprender que todo lo tuyo, tan poderoso antes, está en ruinas por sobreexplotación…
Y la bruja le contestó:
- Claro, señor, cómo que yo a su edad ya me tragaba los dos palmos
y medio de su señor padre y esta palomita no creo que pueda con el palmo y
medio del señor.
- Eso dijo. Palmo y medio, Raquel, y no es
verdad, para mí que es de medio brazo. ¿Recuerdas como nos asustamos cuando
vimos el miembro del semental del señor P. montar a la yegua de la condesa,
pues el del amo es del mismo tamaño y grosor y diga lo que diga la bruja me lo
he tragado entero y a su entera satisfacción.
- ¿Sabes que me ha dicho esta mañana? Que el amo
ya se ha cansado de mí, que ha ordenado que bajen los baúles franceses de las
buhardillas. ¿Qué crees tú qué será? Como no venga pronto el amo y me haga
galopar un ratito voy a morirme de angustia. ¿Qué serán los baúles franceses?.
Tuya afectísima
Samantha.
A Amada le cierran una puerta y se le abre ¿un abismo? Estoy deseando leer más, lástima que no podamos ir avanzando páginas para ver que viene ahora. Las pequeñas dosis enganchan más...
ResponderEliminarGracias Blanca Sierra por tu interés, no te preocupes aún quedan nueve entradas, en las próximas contaré todo lo que hemos encontrado sobre Margot, y es mucho. En cuanto a la historia de Samantha aunque estamos casi en el ecuador, todo está por pasar y te aseguro que pasa mucho. Gracias por tu comentario y por seguirme.
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