Capítulo IX
Que trata de cuando conocí a una
graja parlanchina Y MATÍAS SE ENFADÓ.
Volvimos al patio, Rosi nos seguía con un plato cargado de
sobras, Para Matías y los gatos, dijo. Bernardino descorrió el cerrojo de
la puerta de los corrales. Y me quedé otra vez con la boca abierta. Como había
dicho que daba al corral yo esperaba encontrarme con vacas y toros, como en las
películas de vaqueros de la tele, pero aquello era otro patio, casi igual que
el anterior, sólo que en lugar de baldosas rojas, el suelo estaba cubierto de
cantos rodados. Empedrado. Y ahí os he pillado, je, je, ¿a que no sabéis lo que
son los cantos rodados? Pues un canto rodado es ni más ni menos que una piedra
redonda que cuando la pisas hace siuuuu, siuuu, siuu, siuuu, y si te caes
encima no duele (aunque no os recomiendo que hagáis la prueba, a lo mejor sí...
un poquito).
— Eso es un laurel —dijo Bernardino, señalando un arbol alto y
fuerte que presidía el patio—, lo plantó tu abuelo el día que nació tu padre.
Yo sabía que al papá de papá se lo
había llevado hacía muchos años Sunman,
pero no me pareció muy conveniente decírselo, no quería que
pensase que era un miedoso. Para disimular le pregunté: — ¿Y eso? —señalándole
las plantas que rodeaban las paredes, repletas de hojas reverdes y sin ninguna
flor.
— ¿Eso, lo de los arriates? —Se
extrañó Bernardino— Eso sólo son hierbas —y como me viera una vez más con la
boca abierta me explicó—. Hierbas que curan las enfermedades sin necesidad de acercarte
a la farmacia. Mira, ven –dijo cogiéndome por un hombro y acercándome a uno de
los arriates—, eso del rincón que parece un árbol enano es un saúco, y no verás
muchos por esta zona, te cura los resfriados y la fiebre; esa bajita con tantos capullos dorados es la
manzanilla, dentro de dos semanas habrá florecido por completo, es una de las
plantas que más cura, el dolor de tripa,
las llagas de la boca, las legañas; mira, esa otra con los tallos
arqueados y con tantas espinas es la zarzamora, no florecerá hasta junio, te
cura la diarrea.
— Y esa, esa que parecen ramas
sueltas terminadas en espigas malvas es el espliego, huele, huélelo si te tomas
una infusión desaparecen los nervios, y duermes a pierna suelta; y la que está
al lado es la salvia, mira las hojas, por el revés parecen grises, tócala ¿a qué
parece que tiene pelo?, ahora estruja las hojas entre las manos y huéletelas
—lo hice y me pareció que notaba el peso de la cabeza—, a qué marea— me
preguntó (a mí nunca me había dado un mareo, uno de la cabeza, a mí lo que me
pasaba era que a veces se me dormía la tripa)— pues que sepas que aparte de dar
buen sabor a la comida también cura los rasguños de las caídas en bicicleta
porque tú sabes montar en bici ¿verdad?
Asentí, claro que sabía, bueno en
bicicleta grande mamá nunca me había dejado montar, pero en mi triciclo vaya si
corría, aunque tampoco me pareció oportuno contárselo, mejor dejar que hablase
él, así podía aprender más cosas. Como lo de los arriates, ¿conocéis la
palabra? Pues un arríate, aparte de un lugar con tierra rodeado de piedras es
también un lugar dónde si te arrimas te pones perdidos de barro los pantalones
y encima se ríen de ti. ARRIATE, eso, arrímate que te manche, je, je, je.
— Y ésa, es la hierbabuena
—continuaba Bernardino y seguía
señalándolas una a una— y ése tomillo, y ese romero, ya se le ha pasado su
época, florece en enero y con una cucharadita
se te abre el apetito, a ti habrá que darte unas cuantas porque estás
hecho un alfeñique.
Más que romero yo necesitaba cazos
enteros del espliego ese que decía, tantas explicaciones me estaban poniendo de
los nervios ¿y si papá había aprovechado mi ausencia y se había vuelto a casa?
Estaba claro que no sabía qué hacer conmigo, tal vez…
Y sí aquella noche probé una
infusión, la abuela tuvo que llevarme una taza a la cama porque no podía dormir. ¿Podéis creer que
exista una palabra así? INFUSIONES, en
principio parece algo malo, como cuando vas al médico y te pinchan, ya, ya sé
que eso son INYECCIONES, pero se le
parece ¿no?, una INFUSIÓN podría ser
una INYECCIÓN que se fuma ¿no?, pues
no. Se bebe. ¿A que parece de broma?, pues es de verdad y las de espliego calman los nervios.
Bernardino
estaba
resultando eso que mamá decía que debía ser yo de mayor: Un pozo de ciencia, sino hubiera sido porque por allí rondaban
muchas mocas y se te metían por la boca la habría tenido siempre abierta.
— ¿Por lo que te he dicho? No,
hombre, eso no es ciencia, eso se aprende solo, no hay más que observar a las cabras o a las vacas cuando se ponen
malas.
Por un instante la volví a abrir (la
boca digo) así que las sabias eran las vacas y las cabras… eso, eso no me lo
había explicado mi mamá.
Mientras tanto Rosi había abierto un portón y por él aparecieron, picoteando por
entre los cantos (que protestaban diciendo cloc, cloc), un montón de gallinas.
Me escondí detrás de Bernardino, por
si acaso, yo nunca había visto ninguna tan de cerca. Luego, de repente apareció
una más decidida que las demás mirándonos altanera y agitando con fuerza las
alas, parecía un indio dispuesto a atacarnos. Bernardino me empujó hacia atrás y tuve que agarrarme como pude a
su pantalón para no caerme.
— Quédate quieto, no te muevas, verás
que susto se va a llevar ese presumido —y cuando el bicho estuvo a su altura le
largó una patada que lo lanzó por la puerta abierta.— Ese gallo está pidiendo a
gritos una buena olla y como se descuide la va a tener.
— ¿Eso… eso era un gallo? —Pregunté un
poco asustado.
—
Si, eso era un gallo y venía derecho a sacarte los ojos —contestó Rosi en medio de la puerta abierta—. El
otro día se me tiró a la cara y me picó aquí, mira todavía tengo la señal. —Era
cierto, pegado a la nariz, cerca del ojo
derecho, se le veía un rasguño—. Cuando paso al corral sola cojo el palo de la
fregona, pero me despistó Lucrecia
con sus tonterías y cuando quise darme cuenta lo tenía encima.
— Lo que yo digo —murmuró Bernardino—. Una buena olla y un buen
arroz. Eso va a ser lo que va a conseguir.
De pronto un pájaro de plumas negras
se posó en el hombro de Bernardino y
repitió imitándole la voz: Una olla. Una
olla.
— ¡Hola Lucrecia!, ¿qué te cuentas? —la saludó.
— ¿Kia entás, kia entás? —repitió el pájaro.
Bernardino le ofreció un trozo de calabaza que
sacó del bolsillo y el pájaro lo cogió de un picotazo. Yo estaba realmente
impresionado, otra vez con la boca abierta. En mi vida había visto un pájaro
que hablase.
— ¿Qué es? —pregunté.
— Quique —dijo Bernardino
muy serio—. Te presento a Lucrecia,
una graja muy mala y ladrona— y dirigiéndose
al pájaro añadió muy formal—. Lucrecia,
éste es Quique. Quique va a vivir un tiempo con nosotros, pórtate bien con él. Éste
es Quique—repitió.
— Kia-kie, kia-kie —dijo la graja.
— Ves que lista —señaló Rosi —ya se ha aprendido tu nombre. ¡Hola
Lucre! —y acercándose al pájaro se
puso a rascarle la cabeza.
— Kia, Lucre, kiaa, Lucre —saludó
el pájaro, imitándole la voz.
— No te he dicho que es muy lista, lo
bien que arrienda a todo el mundo.
(¿La habéis leído? ARRIENDA, ¿a qué es bonita?, dentro de
un rato os la explico, que si no me pierdo y quiero contar primero lo de Lucrecia)
— ¿Pica? —pregunté receloso.
— ¡Que va!, no te va hacer daño, sólo
te dará un picotazo cariñoso para llamar tu atención o para quitarte algo que
tengas en las manos y le guste; pero Lucre
no quiere ir a la olla ¿A qué no?
— A qué no, a qué no. —Y realmente era como si el propio Bernardino continuase haciendo la misma
pregunta.
— ¿Le enseñaste tú a hablar? Y Bernardino me miró asombrado.
— ¿Enseñarle, a Lucre? ¡No! Aprendió sola. Un día me la encontré en el suelo medio
muerta, se había caído del nido, me la traje y la cuidé. Es tan lista que no
necesita más que oír una voz una sola vez para arrendarla.
Vale, ya habéis oído a Bernardino, a él esa palabra le
encanta. ARRENDAR, no significaba
como yo creía ALQUILAR, bueno, tal
vez sí, porque que lo que la graja hacia era coger prestada la voz de las
personas, me parece, aunque lo que Bernardino
quería decir era que la imitaba. La abuela cuando me lo explicó me dijo
otra tan rara o más, dijo REMEDAR,
pero no me gustó, parece como que va a ponerse a remar. Yo también he aprendido
a ARRENDAR, ahora ARRIENDO a Bernardino, pero sólo cuando
estoy con papá para no ofenderlo, porque ARRENDAR
a alguien no está bien. Pero, es muy, muy divertido.
Lo cierto es que la graja me miraba y
yo la miraba a ella pero los dos manteníamos las distancias, tenía pico como el
gallo. Bernardino me explicó que con
la Lucre sólo había que tener
cuidado de no dejar nada que brillase a su alcance, botones, monedas.
— ¿Se los come? —me parecía
imposible.
— Qué va, se los lleva y los esconde
en un lugar secreto.
— Yo sé donde lo tiene —dijo Rosi haciéndose la lista.
— Lucre no es una ladrona corriente —siguió Bernardino—, digamos que se cree la
dueña de toda cosa que brille; pero ladrona
no, qué va. ¿A qué vas a ser muy amiga de Quique? —le preguntó.
— Kia-kie, kia-kie —repetía una y otra vez.
Matías llegó corriendo, ladrando y meneando
el rabo, todo al mismo tiempo; se restregó contra mis piernas y puso el hocico
en mis manos. Esta vez no me asusté, hasta me atreví a rascarle el cuello y pareció gustarle. La graja le arrendó y parecía que había otro perro más. Matías se quedó mirándola, no creo que lo engañase, creo que pensaba en asustarla.
Luego la graja voló hasta posarse
casi junto sus narices, Matías se
limitó a levantar una mano para golpearla, y la graja, con un saltito, esquivó la
zarpa sin asustarse y siguió ladrando a su alrededor.
Y claro está, Matías se enfadó y empezó a girar sobre sí mismo buscando a la
pájara, que ni por un instante se quedó quieta; unas veces a saltos y otras
volando lo esquivaba. Y entonces sí que se armó el jaleo, Matías, cabreado, comenzó a ladrar; la graja, pareció entonces
asustada o lo fingió, el caso es que huyó
lanzándose como un rayo a las ramas más altas de un árbol del corral y una vez
a salvo comenzó muy ufana de nuevo a ladrar.
— ¡Callaos ya! —Gritó Bernardino-. Vaya barahúnda que habéis
montado. Lucre deja de ladrar y tú, Matías, que pareces tonto, con lo viejo
que eres y que siempre te saque de quicio. Es que no te das cuenta de que nunca
la vas a alcanzar—. Y como ninguno de los bichos le hacía el menor caso, cogió
un palo. En cuanto lo vieron con él en la mano, sin que siquiera lo levantar, se callaron.— Así me gusta, que
me hagáis caso —dijo—. Y escucha, Matías,
como vuelvas a montar otro jaleo porque la pájara te arriende te dejo sin
comida, ¿a la vejez vas a volverte un perro tonto?
— Perro tonto, perro tonto —repetía
el eco desde el enramado.
—Y tú también —añadió dirigiéndose a Lucre que muy ufana seguía y seguía
arrendándolo—, ¿te has creído, que vas a
salirte siempre con la tuya pájaro, loco?
— Pájaro loco, pájaro loco... —y, como Rosi le tirará una tapa de cerveza voló a atraparla en el aire; al
menos se calló.
— Están siempre así, estos dos —me
dijo mientras echaba la comida del perro en un cuenco—. Si Matías tiene algún hueso, la Lucre
se lanza a quitárselo y se lo lleva volando. Matías es un buenazo, seguro que le deja quitárselo para perseguirla
un rato. La primera vez que le arrendó, el pobre se volvió loco
intentando averiguar donde se escondía el otro perro, ahora ya sabe que es la Lucre, por eso le ladra con más ganas.
El corral era distinto a los patios,
más grande, y con muchas puertas a los lados. Cerca de la entrada se encontraba
el gallinero, rodeado de una tela metálica, con una puerta de hierro; pegados a
la pared unos cuantos palos donde dormían las gallinas y en el suelo de tierra,
como el de todo el corral, unos cajones de madera, nidales, NIDALES, ENE-I-DE-A-ELE-E-ESE- los llamó Bernardino, donde las gallinas ponen los huevos. También había unos
cuencos, barreños se llaman y no sé porqué porque ni barren ni tienen leña sino
agua, je, je, je.
La verdad es que estaba admirado de todo lo
que sabían aquellos dos, hasta entonces había pensado que mamá era quien la
persona más sabia del mundo, mucho más que Sunman,
por supuesto, pero empezaba a dudarlo. Claro que yo seguía haciendo lo que ella
me decía, oídos limpios, ojos atentos y mente abierta, así que cada vez que
escuchaba una palabra nueva procuraba repetírmela en voz baja para que no se me
olvidase, cuando volviera a casa la buscaría en el diccionario, aunque nidales
estuvo a punto de escapárseme porque andaba repitiéndome BARAHUNDA, esa sí que era rotunda cómo no, una vara que te hunde
las costillas si no te callas cuando Bernardino te lo manda, je, je,je.
— Esta puerta debe estar siempre
cerrada —le decía Bernardino a Rosi un poco amoscado porque las
gallinas andaban picoteándolo todo—, Enciérralas de una vez y que no se vuelvan
a escapar.
Rosi se hizo la longui, (esta es buena,
esta es buena LONGUI, que quiere
decir distraído, y esta, que conste, que ya la sabía, que mamá me la enseñó),
por lo que Bernardino insistió, y Rosi siguió modorrando (esta es de
ellos y la verdad que no sé sí la digo bien, porque Rosi lo que hacía era dar vueltas con
el perro, no dormir la siesta). Hasta que confesó que le daba miedo acercarse
al gallo, así que Bernardino se fue
hacia él y lo cogió por las alas.
—Tienes un buen arroz amigo, y a no
tardando el mochuelillo y yo te vamos a zampar. ¿Te gusta el gallo? —me
preguntó.
— De ese nunca he comido —contesté.
— Claro que no. Cómo vas haber comido
si está vivo —se burló.
— No,
yo he comido un pescado que se llama igual.
— ¡Ah! —se asombró Bernardino, y me alegré, al menos una
vez había sido yo quien le había dejado con la boca abierta—, eso sí que no lo
sabía. Tú sabes el refrán ese de nunca
te acostarás sin saber una cosa más. ¡Un pescado qué se llama gallo!, ¿quién
se lo va a creer!, pero bueno, ¿tú has comido pollo sí o no? —Asentí firmemente—,
¿te gusta? —volví a asentir—. Pues el gallo es todavía mucho más rico. Y si te
lo guiso yo, te chuparás los dedos.
Soltó el gallo en el gallinero en
cuanto Rosi metió dentro a las
gallinas y cerró enseguida la puerta con el cerrojo.
— ¿Las vacas y las cabras dónde
están? —Pregunté, siguiéndole hasta una
puerta muy rara, bueno no es no que fuese una puerta, es que estaba partida por
la mitad, la parte de abajo cerrada, la de arriba abierta y por ella se
asomaba...
— Ven que te voy a presentar a fray Junípero -me dijo.
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