Capítulo I
Que trata de cuando sólo éramos
mamá, el mundo y yo
¡Hola!, me llamo Enrique, aunque todos se empeñan en llamarme Quique, últimamente para los del equipo soy Íker, y Lucre, la graja
ladrona, cuando me ve repite KiaKie,
Kiakie.
Esta historia no es un cuento, es
verídica; aunque en ella aparezcan Severiano, un ratón cuentacuentos; Matías, un perro viejo; Escaiman,
el hombre del cielo o Bernardino, mi amigo el pastor; y como
no, Sunman, el malo.
Voy a cumplir siete años, y ocho, y
nueve..., si Dios quiere y el burro no se muere, como dice Bernardino, que nada más verme, cuando llegué al pueblo, pensó que yo era un listillo parlanchín al
que habían mimado demasiado y se propuso embastarme,
sólo un poco, porque según se dijo, más valía que fuese un listillo preguntón
que no un cazurro zamujo, que para pocas palabras ya tenía él a las vacas y
las cabras, y que las palabras finolis
se podían cambiar por otras igual de buenas, pero más recias.
Y es que desde que nací, mi mamá me habló con las
palabras del diccionario, no como las mamás de otros, que yo las oía en el
parque decirles monín, chiqui, chiqui
y ellos bobalicones sonreían y hacían pedorretas, como si de verdad entendieran
algo. Mi mamá no, ella hablaba conmigo como lo hacía con papá o con el médico,
o con la de la tienda de revistas. Cuando yo no entendía o cuando aparecía una palabra nueva se
sonreía, me miraba fijamente y me preguntaba ¿Pero, cómo puedes no saber lo qué es un ornitorrinco?
Lo sabía desde chiquitín, ornitorrinco
era nuestra palabra secreta y también un animal un poco más grande que mi Severiano, con pico de pato en lugar de hocico y palmas
en la patas en lugar de dedos. Mamá quería decir que cuando nací ya sabía casi
todo, porque desde que se dio cuenta de que estaba dentro de ella se pasaba el
día contándome todo lo que había aprendido y, claro, si ella sabía lo que
significaba una palabra yo también debía de saberlo, salvo que —me explicaba
bajito— seas un niño olvidadizo y
entonces debas refrescarte la memoria con el diccionario.
Al principio sólo estábamos mamá y
yo. También papá, pero sólo por las noches y, claro, yo no siempre lo veía
porque trabajaba muchas horas. Mi mamá, al contrario que otras, sólo me cuidaba
a mí. Y como ella me cuidaba yo no he ido nunca a la guardería. Mamá las
llamaba talleres mecánicos, porque,
como si fueran coches, se dejaba a los críos por la mañana para que los
limpiasen, desengrasasen, les cambiasen de aceite y después, en un rincón, cogiesen
tranquilamente un poco de polvo; por la noche los padres, muy cansados, tanto
que no reparaban en el polvo, los recogían, les daban otro poco de aceite
(bueno papilla) y los volvían a aparcar
en la cuna, hasta la mañana siguiente en que todo volvía a empezar.
Yo estaba seguro de que esos niños
eran los que luego se dedicaban a tirar
a los demás de los columpios, te robaban la merienda y en cuanto se hacían
grandes se convertían en ayudantes de Sunman y secuestraban a la gente para mantener en
funcionamiento los hornos del sol. Como mamá me cuidó nunca fui un niño
aparcado, así que nunca trabajaré para Sunman, pero eso me
daba más miedo porque significaba que los malos me secuestrarían para
convertirme en leña. Bueno, eso era lo que creía cuando vivía en Madrid y era
más chico.
Madrid es la ciudad en que vivo, en
que vivía antes, y lo que en ella abunda son las casas muy pegaditas, como las
ovejas en el rebaño, casi todas igual de grandes e igual de altas. A veces,
como en el bosque los arboles más viejos, se asomaba algún rascacielos —una
casa tan alta, tan alta que le rasca la tripa al cielo— otras, las casas se separan y dejan sitio a
una calle ancha y larga por donde pasa la gente y coches y más coches, y camiones. ¡Ah! y un
día vi desfilar ovejas, ¡ya ni me acordaba!
Cómo pasábamos mucho tiempo solos,
mamá se dedicaba a recordarme lo que ya me enseñó cuando estaba en su tripa,
que vivimos en el planeta Tierra, que
forma parte del Sistema Solar que a su vez forma parte del Universo.
LA
TIERRA es
redonda, como una pelota de tenis, aunque un poquito más grande para que quepan
tanta gente y tantas cosas. Y gira alrededor de sí misma, por eso hay noche y
día, y luego gira también alrededor del sol y por eso unas veces hace frío y
otras, calor.
EL
SOL, según
mamá, es un astro muy poderoso y bueno, que hace que en la tierra crezcan las
plantas y haya luz y podamos vivir los seres humanos y no helarnos de frío.
Pero yo no estaba de acuerdo con esa teoría. Si el sol es un astro poderoso, y da calor y tiene tanta luz es
porque en su centro arden unos grandes hornos, y cómo en él hace tanta calor y
los hornos son tan grandes pues no puede crecer nada, ni arboles ni casas,
nada. En él sólo hay unas pistas de aterrizaje, esas manchas que a veces se le
notan, donde Sunman y sus ayudantes aterrizan con sus naves y descargan el
suministro de carburante para mantenerle encendido. Me lo explicó una tarde doña Petra, nuestra vecina.
Mamá había tenido que ir al médico y
me llevó a su casa. Yo quería haber ido con mamá y no hacía más que abrir la
ventana y salir al balcón a ver si volvía. Un poco enfadada porque no me estaba
quieto, doña Petra me cogió por el
brazo, me sentó en un taburete frente a su mecedora y mientras acariciaba a su
gata Riska me lo contó. La verdad, a
mí al principio no me convenció, pero luego cuando se puso el sol y mamá no
regresaba me empezó a parecer que tenía razón, porque vamos a ver, ¿dónde si no
van las personas que nunca más volvemos a ver o las que viven al otro lado de
la tierra o los que están debajo de nosotros? Si la tierra es redonda deberían
estar sujetos con cuerdas, si no se caerían o se marearían de estar cabeza
abajo, y sin embargo no dicen en el telediario que se haya caído nadie de la
tierra al espacio, o que nos amenace una nube de espaguetis vomitados.
Así que pensé que tenía razón, que en
cuanto se hacía de noche, si la gente no tenía cuidado y se dormía a pierna
suelta, Sunman los recogía
a todos y se los llevaba en su platillo volante hasta el sol, para allí
tirarlos a los hornos. Aquella noche tuve mi primera pesadilla y aunque me
asusté al principio, luego me pareció fenomenal, así Sunman no sabría
nunca cuándo estaba dormido y cuándo despierto, y no me secuestraría. No se lo
conté a mamá porque como se despertaba siempre a cuidarme no le pasaría nada,
de papá no me preocupé, la verdad es que por entonces no me importaba lo que
fuese de él.
Capítulo
II
Que
trata de la naturaleza,
los animales… y los seres humanos
Mamá lo sabía todo, todo. Decía que
las cosas creadas del mundo son muchas y muy diferentes: la Naturaleza, es decir las montañas, los
ríos, los lagos, el viento y las piedras. Naturaleza, lo que se dice
Naturaleza, yo no conocía mucha, la montaña rusa del parque de atracciones
(es broma), el Manzanares, que es el
río de Madrid y no está mal, el lago
de El Retiro, donde en primavera
dábamos una vuelta en barca, muy poca cosa, ya lo sé. Ahora es distinto, a veces desde mi ventana de la
buhardilla puedo ver el Ocejón
una montaña muy alta, mucho más
que las torres Kio, tiene según Bernardino miles y miles de metros,
según el atlas viejo de papá son 2.063, pero Bernardino a veces es un exagerado.
Para ríos tengo dos, eso sí, como es
aquí cerca donde nacen, son muy
estrechos y pequeños, Bernardino
dicen que apenas aprendices de río, pero eso también lo decía mamá del Manzanares y en comparación con el Sorbe, es un pantano. A mí me gusta más
el Lillas, porque tiene truchas con
las que juego a hacer como que las pesco y se enfadan y se escapan río abajo.
El sábado pasado salimos papá y yo a
dar un paseo río arriba y él construyó para mí un molino de agua con carrizos (ahora,
aquí, papá ya no es el mismo, ahora sí es papá). Se necesita una técnica muy
especial para construirlos, los molinos, digo, no hay que ser ingeniero claro,
pero debes medir no sólo las cañas que vas a utilizar sino tener en cuenta la
fuerza de la corriente de agua, la profundidad del río y si arrastra piedras o
ramas que pueden impedir que gire. Es muy hermoso, y de verdad que
gira. Papá me dijo que hasta que no lloviese y el río arrastrase más agua
seguirá girando, ahora ya debe de habérselo llevado la corriente pero estuvo en
pie más de tres semanas, que fui a verlo todas las tardes, pero no le hice una
foto.
En cuanto a lagos no he conocido
ninguno, pero sí que hemos ido de excursión con el padre de mi amigo Rober a la Laguna de Somolinos, que es mucho más hermosa que el lago de El Retiro, y también tiene barcas,
aunque como éramos muchos no nos dimos un paseo, pero jugamos al escondite
entre los juncos y las piedras y a hacer ruido en la orilla para asustar a los
peces y evitar que, tontos ellos que creían ver moscas donde sólo había hilos,
picaran en los anzuelos y se fueran a la cesta.
Luego está el mundo Vegetal, bueno de
los vegetales. Aparte de las verduras que mamá me obligaba a comer todos los
días y los tres árboles del parque de al lado de casa que decía que eran
plátanos (creo que se equivocaba, como era de Madrid, no sabía distinguir un árbol de una fruta), lo desconocía
todo, nada que ver con lo que ahora sé.
Aquí hay de todo, pinos, la abuela tiene muchos (todo un
monte es suyo), tejos que son tan venenosos
que ni las cabras los ramonean (¿a qué no sabíais que esa palabra existía?), y
por eso duran tanto. Bernardino dice
que él conoce uno de más de seiscientos años, bueno ya digo que exagera un poco. Aunque me enseñó uno que parece extraterrestre.
Chopos, alisos, encinas, robles, muchos
robles y sobre todo hayas, que también es un árbol muy viejo y en otoño le
entra tanto bochorno que se pone todo rojo. Eso sólo en cuanto a los árboles
grandes, luego están los arboles chicos que se llaman arbustos y aquí pues ni
te cuento lo que hay, madroños que según Rober
están muy buenos maduros y te pueden achispar, igual que las moras, que son el
fruto de la zarzamora, o la jara pringosa, que sólo sirve para que las abejas
fabriquen miel, o el brezo que huele a iglesia...
Sólo de pensar todas las plantas me
mareo, y si vamos a decir nombres de hierbas pues ya no acabamos nunca, Bernardino conoce muchísimas, algunas
tienen nombre rarísimos, como Pelo de
vieja, de la que con un manojo hace una escoba, o Milenrama, que te cura la tos. Porque las hierbas curan, algunas,
claro, incluso las que te encuentras a la vera del camino, ¿a que es bonito lo
de la vera del camino? Pues quiere decir ni más ni menos que al lado del
camino, pero dicho así suena muy soso.
Y el mundo Animal, que como su propio nombre indica esta llenito, pero que
llenito de animales. Aunque yo en Madrid
sólo veía perros, gatos, pájaros callejeros, los jilgueros de la vecina del
segundo, y algunas arañas pequeñas, hormigas y moscas en verano.
Los odiaba: las palomas de las calles
porque si te descuidabas te picaban las piernas o se comían los gusanitos casi
antes de que los sacases de la bolsa; los jilgueros de mi vecina Mercedes porque en verano, cuando las
ventanas estaban abiertas, me despertaban con sus trinos; las hormigas, porque
si te dejabas en un banco un trocito de chocolate, llegaban ellas, siempre
ladronas y te lo robaban; los gatos, como Riska,
la de doña Petra, mirándote siempre por
encima de los bigotes, como si le importases un pimiento y encima te ponía
perdido de pelos; los perros, lo de los perros de Madrid es de guarros, dejan su caca y su pis por cualquier sitio, y
zas cuando menos te lo esperas, a lo mejor al bajar del tobogán, pues te
estampas contra una plasta.
Yo no digo que los perros del pueblo sean más
limpios, porque hacer caca hacen, pero en todos los meses que llevo aquí aún no
he visto ninguna de Matías. Aquí,
las cochinas son las vacas que dejan donde les da la gana las bostas o las
boñigas, que de las dos maneras se llaman sus cacas, y encima ni te hacen caso,
y se van donde les da la real gana y por más voces que les pegues pues nada.
Y el más importante de todos los
animales es el hombre. Según mamá, el animal más perfecto de la creación. Las
mujeres y los niños, también, claro. Aunque para Bernardino, excepto mi abuela que tiene la cabeza muy bien
amueblada, todas las mujeres están como chotas. Los hombres, las mujeres, los niños y también las
abuelas (que son mujeres, pero más viejas) son lo que llamamos seres humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario