CAPÍTULO II
CHRISTINE NO PUEDE DORMIR
Christine se giró en la cuna, llevaba una eternidad despierta. La rama
del cerezo que su padre plantara frente a su ventana cuando nació se mecía al compás de la brisa de la madrugada, aún era de noche, por la calle ni siquiera pasaban coches, todo el mundo dormía. Hizo oído y hasta le pareció oír los resoplidos de su
madre. La muy cabezota no se creía que roncaba y un día que se quedó dormida en el sofá después
de la cena su padre le grabo los ronquidos con el móvil, se rieron mucho,
porque aunque eran de ella insistía e insistía que era mentira,
que no roncaba, que aquella era una prueba falsa. Se le
escapó un suspiro…, las hormigas que cavaban túneles en su tripa se quedaron en
suspenso pero de inmediato volvieron al trabajo. “Dormíos ya”,les pidió, “aún
es de noche, hay tiempo… tal vez…” tal vez su papá se olvidaría… tal
vez…
No quería pensarlo, no quería y sin embargo, por más vueltas que se diese, por más ovejas que contara el tacto resbaladizo
de la piel de la serpiente, la mirada con la que la atrapó, la liviandad de su peso cuando la levantó, la mirada de
espanto de Michael Vincent cuando se
dio cuenta de lo que iba hacer y el momento en que lo hizo, no se le iban de la
mente… podía pretender que el doctor
Sweets era tonto, que robaba la pistola, que se convertía en astronauta (ese
sí que era un buen trabajo y no el de los muertos de su madre), podía fingir
que nada le importaba que llegase el amanecer… pero no era cierto. No podía
evitar pensar en lo que ocurriría cuando se levantase, su padre se lo había
advertido, serio muy serio.
— Mañana hablaremos, Christine.
Sólo eso, “Mañana hablaremos”, sin una
sonrisa, sin guiñarle un ojo. “Mañana hablaremos”, enfadado, muy
enfadado. “Mañana hablaremos”, “Mañana hablaremos” repetía una y otra vez
en su cabeza. Y sabía lo que ocurriría…, lo sabía.
Ya había ocurrido antes, salvo que entonces ni la tía Ángela ni Michael Vincent habían chillado tanto, lo de la araña fue una
tontería, no hubo sangre, ni hospital ni nada y en cambio su padre, en cuanto
su madre le contó lo sucedido dijo:
— Si vuelves a hacerle una perrería a Michael Vincent no volverás a subir en el carrusel hasta el día de la
Primera Comunión.
Eso dijo y no se lo creyó, no. Su madre no le había dado
ninguna importancia a la araña, hasta le pareció divertido.
— ¡Booth, no!, era
una broma —protestó... Y por un momento creyó que lo habían conseguido, que el
rostro de su padre se iluminaría con su sonrisa y que los tres terminarían burlándose
del cobardica de Michael y de la
escandalosa de la tía Ángela. Se le
escapó un suspiro. Su padre nunca llevaba la contraria a su madre en casa,
nunca. Y se equivocó porque su padre no sonrió, al contrario miró a su madre y
luego a ella como si fuera un delincuente al que acababa de detener y entonces
repitió:
— Hasta el día de su Primera Comunión —Y lo peor no fueron
las palabras sino el tono seco en que las dijo y la mirada. Su padre jamás la
había mirado como si ella no fuese su niñita.
— Booth, un
castigo tiene que ser comprensible y proporcional al delito, Christine no quiso hacerle daño a Michael —explicó su madre con el tono doctoral que a veces empleaba con ella y que a su padre le arrancaba siempre una
sonrisa.
Pero no aquella noche, aquella noche la miró fijamente y dijo
—Christine lo comprende, recuerda…
es un genio como tú.
Y era verdad lo había comprendido, sabía que su padre no la
volvería a subir a su nave espacial en mucho, mucho tiempo, porque aún era
demasiado pequeña para recibir la Primera Comunión.
— Papá… — gimoteó entre pucheros. Los había estado guardando
desde que su padre comenzara a hablar. Algo le decía que era su mejor
arma, que en cuanto los soltara a él le cambiaría el rostro, se pondría triste
y correría a abrazarla, a decirle que todo estaba bien. La subiría a caballito
y se la llevaría corriendo al columpio del jardín y se reirían, se reirían
mucho viendo cómo se acercaban las nubes de lo alto que subía cuando él la
empujaba. Porque en cuanto hacía amago de llorar, su padre se convertía en un
payaso hasta conseguir arrancarle la risa. Pero aquella noche se equivocó. Ella
gimoteó y su padre siguió impertérrito. Por primera vez en su vida su papá no
la abrazó para consolarla.
— No llores, Christine
—dijo—. Hija, no puedes hacer siempre lo que te dé la gana, tienes que ser buena y no hacer daño a nadie y mucho menos a Michael Vincent que es tu amigo. ¿Te habría gustado que la araña te
picase a ti?
— Me picó… —contestó sorbiéndose los mocos y mostrándole
la señal rojiza que tenía en el dedo meñique.
Y entonces quién la armó, quién se enfadó fue su madre.
— La culpa es del doctor
Hodgins —dijo— por permitir que jueguen con sus bichos. Christine no tiene la culpa, Booth ¿y si hubiera sido venenosa?
De nada le sirvió, su padre no rectificó.
— No compliques las cosas, Bones, no les ha ocurrido nada. Christine ha abusado de Michael
y eso está mal, debe comprender que no puede volver a hacerlo nunca más.
Y entonces había sonado el teléfono y su padre, aunque Christine lloraba a moco tendido, contestó
y se marchó sin darle un beso, porque una persona mala había hecho daño a otra
y era su obligación atraparlo para que recibiera su castigo, como con ella
había hecho.
Y llegó el sábado y como su padre no había vuelto a mencionar
el castigo pensó que se le había olvidado. La decepción fue mayúscula
cuando una vez en el parque la llevó derecho al corralito de arena, la dejó con
su cubo y la pala y se puso a leer el periódico. La música
del carrusel sonaba muy cerca y hasta distinguía las luces de su nave espacial destellando
más brillantes que nunca llamándola "Ven, Christine, ven...". Cuando le miró suplicante, dijo.
— No, estás castigada y lo sabes. Pide perdón a Michael Vincent y prométeme que nunca
más le harás daño y entonces volveremos a hablar, pero por ahora no hay nave espacial.
Y no la hubo. Ni su
padre la llevó al carrusel ni ella se lo pidió, no se atrevió, reconocía que
había sido mala… pero es que era tan divertido hacer llorar a Michael Vincent. Y por un tiempo se había
comportado bien y hasta dejó que Michael
le pegara pelotazos y que tocara el tambor en su cabeza y le pidió perdón,
por supuesto y pensó, pensó que todo estaba ya arreglado, que el sábado siguiente el castigo habría acabado.
Pero una vez en el parque no se dirigieron hacia el carrusel sino hacia el
lago.
Y aunque se sintió decepcionada no dijo nada, estaba
demasiado triste, así que cuando se le acercó un niño con la cara churretosa mirándola
con envidia, se compadeció de él y le ofreció su bolsa de palomitas para que
alimentase a los patos. Y entonces, entonces para su sorpresa ocurrió. Su padre la subió a upa y quiso a comérsela a besos. Aquella mañana estuvo subida en su nave tanto
tiempo que hasta creyó que había llegado a Marte y lo mejor que pasó fue que su
padre en vez de bajarla, cuando se cansó de el periódico se subió en la de al
lado y echaron una carrera hacia la luna que ella ganó. Entonces volvió a ser
muy feliz.
Pero… la tarde pasada, la tarde pasada la tentación fue
demasiado grande… tanto que no pudo resistirse. Y la serpiente no le dio un
picotazo a Michael como la araña.
Tuvieron que llevarlo al hospital porque le mordió en un labio y del dolor se
desmayó, se cayó y se abrió una brecha
en la cabeza al golpearse con el pico de una mesa y sangró como un cerdo.
Se montó un lío tremendo. La tía Ángela le gritaba al tío
Hodgins por tener la serpiente en casa y a ella por ser una “niña malvada”; y cuando su madre llegó le dijo “Llévate
a tu monstruito, que no la vuelva a ver por mi casa”. Y su madre no
había dicho nada en el coche pero en cuanto entro en casa se lo contó a su
padre, que también podía haberse callado. Y entonces…, entonces había vuelto a
ocurrir. Su padre la sentó frente a él, la miró fijamente y le había dicho lo
que le había dicho y en cuanto amaneciera sabría su castigo por ser una niña tan
mala a no ser que…, suspiró.
Tal vez debería hacerle caso a su madre y convertirse en Presidenta de los Estados Unidos. Todo
sería entonces mucho más fácil. La primera orden que firmaría sería que todas las mesas
del país fuesen redondas. La segunda prohibirles a las serpientes morder a la
gente. Las esquinas y los colmillos causaban dolor, por la
tarde a Michael, y ahora, en medio
de la noche, a ella. Debía pensarlo bien, debía... pero y mientras tanto qué.
¿Y si la encerraban en la cárcel como a
los hombres malos? Había habido mucha sangre; seguro, seguro que su papá la encerraba con la
gente mala. Se asustó... ¿Y si no volvía a ver más a su papá y a su mamá? Las hormigas también se asustaron, las notaba subiéndole hasta el
pecho, en la garganta provocaron un embotellamiento, se ahogaba. Una lágrima le
resbaló por la mejilla… “Papá”…lo llamó en voz baja, la
presión pareció disminuir y volvió a llamarlo bajito “Papí”, pero él no la oyó.
En una de las revueltas sus ojos se fijaron en el cuadro
pequeñito que había sobre su mesilla, un regalo del yayo cuando nació: Jesús
niño con un cordero. Y entonces lo supo, supo que tenía la solución, se
equivocaba su padre cuando decía que era un genio, si lo fuera no habría pasado
tanto miedo. Tenía la solución de sus problemas a la vista y no se había dado cuenta, podía
escaparse del castigo… Era muy sencillo, así que lo dijo:
— Jesusito de mi vida, tú eres niño como yo… por favor, por
favor, por favor… que suene el teléfono, que suene el teléfono y papá tenga que
irse a trabajar, por favor, por favor, Jesusito.
Y ocurrió, desde la cuna lo oyó. El teléfono sonó, su padre
se marchó y del castigo no volvieron a hablar hasta que no estuvieron en al
cielo; eso sí, Christine nunca,
nunca más volvió hacer a sabiendas daño a nadie.
(Continuará...)
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