La física cuántica dice que “las cosas” tienen dos realidades, dos posibilidades de ser o no ser, y que quien rompe esa dualidad,
esa paradoja, es el mirón que las contempla.
No es un chiste, sino una simplificación de las teorías que revolucionaron la
ciencia a principio del siglo XX.
Que el policía que detiene al físico Schrödinger observe que el gato que este lleva en el maletero está
muerto no tiene ninguna gracia, no para el gato, que al menos antes de que se
abriese el maletero tenía el cincuenta por ciento de posibilidades de estar
vivo. Booth tampoco se la encuentra ¿Cuándo
llega el chiste?, le pregunta a Brennan
quien como si fuera una chiquilla que recita la lección del día siguiente a
su madre mientras cocina ensaya delante de él su discurso en la Convención
Nacional de Ciencia Forense.
El de Schrödinger
y el gato muerto es el chiste con el que va a iniciar su disertación. Booth intentando ayudarla le ofrece una
alternativa. El chiste del astronauta y el restaurante en la Luna, buena comida
pero mala atmósfera. ¿Lo pilláis? Tiene gracia. Pero a la doctora no le gusta,
no es científico; entonces él para reforzarla le recuerda que será la más
inteligente de toda la sala, no necesita contar chistes.
Brennan sin embargo se
siente mal, su discurso se ha ido al garete, ni siquiera tiene hambre. Booth se lo explica, mientras le sirve
una unas tortitas, es porque está nerviosa. Lo está, le reconoce. Siente la
responsabilidad de quien necesita seguir reconociéndose primus inter pares. Para mí que a veces se le olvida que ella es la
demostración empírica de los postulados de la física cuántica. Si está viva y
nerviosa y no yerta y fría como la Reina de las Nieves, es porque cuando Booth la miró por primera vez (metafóricamente
hablando) resolvió la paradoja; porque cuando él se prendó de sus ojos su corazón,
un corazón grande, tierno y generoso, latió.
Como encandilados tienen el equipo del Jeffersonian a los
asistentes a la Convención. En cuanto les ven llegar les hacen el pasillo de
los campeones. Fotos, peticiones de autógrafos, entregas de currículos vitae,
presentación de inventos. Un desfile triunfal, para todos. La más sorprendida Angela, encantada de que le digan con
mirada arrobada que es la más maravillosa del Jeffersonian, que sus
descubrimientos informáticos son una genialidad (¿a qué cuesta reconocer en
esta nueva Angela a la vieja hippy
libertaria de las primeras temporadas).
Un
momento, un momento, no todos están felices con los encuentros. La doctora Brennan se encuentra con su “colega
escritora” Tess Brown (interpretada por Nora
Dunn), sí, la que en el episodio The
Dude in the Dam (9.08) buscaba el enfrentamiento con ella para publicitar
sus libros, la que se burlaba de sus lectores. Ahora pretende hacer las paces,
está en la convención porque anda investigando para su próximo libro. Para Brennan es una novedad, nunca investigó
nada y además ella nunca podría ser amiga de alguien que desprecia públicamente
a sus lectores. Bien por la doctora.
También el doctor Hodgins
tiene un mal encuentro, una pelirroja cuarentona se le acerca, le saluda muy
amablemente, ha seguido su ilustre
carrera, y el doctor, para nuestra sorpresa, inopinadamente le suelta que
es la entomóloga más incompetente del mundo y una vergüenza para la profesión.
Hasta Cam se sorprende de lo duras
de sus palabras. “Una antigua historia”,
le dice, para luego largarse tras la pelirroja dejándola a ella y a Angela con la boca abierta. Cuando
vuelve poco antes de que comience el discurso de Brennan se le ve contento. Todo se ha arreglado,(¿cómo?)
Cuando por fin Brennan
comienza sonriente a contar la historia de la detención por el policía del físico
Schrödinger, a pesar de la
advertencia de Booth, suena la
alarma de incendios y Tess Brown entra en la sala gritando que hay un cadáver
ardiendo. Y como es natural allí que se van, a la sala de calderas, el equipo
del Jeffersonian en pleno. Pero no pueden hacer nada, hay un fuerte olor a
gasolina y cuando Brennan intenta
apagar el fuego con el extintor termina avivando las llamas. Cuando los
bomberos las apagan ya están allí Booth
y Aubrey y comienza la investigación.
Investigación a la que se une Wendell Bray, sí, Wendell ya no fuma marihuana terapéutica y vuelve
a ser un interno (¿no os parece un retroceso en su carrera? ¿De consultor
externo a interno?). Ha entrado a formar parte de un estudio clínico gracias a
la recomendación de la doctora Brennan y el cáncer está en remisión, por ahora
le va estupendamente, a él y a los otros doce que forman parte del grupo.
Desde luego es una suerte que el crimen se haya cometido
en una convención de ciencia forense, porque de inmediato todo el mundo les
ofrecen sus artilugios para ayudarles, es un auténtico griterío, una marea que
apenas si Aubrey, en plan G-Man,
logra contener tras la línea amarilla, luces led, sierras que cortan metal y
cemento, termómetros digitales, guantes que no se pegan. ¡Un momento!, no todo el mundo es tan “generoso”, entre los
asistentes hay alguien que aprovecha la ocasión para hablar de su “libro”.
Exacto, es Tess Brown quien aprovechando las
circunstancias cuenta ante las cámaras de televisión como fue ella quien
encontró el cadáver que paradójicamente estaba en las mismas condiciones que
ella describía en su próximo libro “Tan
caliente como mi corazón”, un hermoso título. Booth la pone en su sitio, no va a consentir que promocione su
libro a costa del cadáver. Y ante sus protestas de que no hace daño a nadie, le
contesta rotundo. “Sí, a alguien con sentido de la decencia”. Pero ese sentido es
tan antiguo que sólo los muy ancianos de la tribu lo recuerdan, desde luego
Tess Brown, no. Y sí, Booth sabe
quién es ella, dónde lleva a lavar su coche venden sus libros. Toma ya.
A la victima la mataron al menos una hora antes de que
ardiera, dictamina Cam y Angela con
una de sus genialidades descubre su identidad e innecesariamente da información
que pone a la cabeza de los sospechosos a su marido. La muerta es la doctora Leona
Saunders, precisamente la pelirroja entomóloga con la que discutía Hodgins.
Se siente fatal por no sentirse mal porque esté muerta,
les dice a Booth y Aubrey cuando le
preguntan. Luego les cuenta que Leona le robó un invento en la universidad, un
invento con el que ganó cuatro millones de dólares, entonces él valía miles de
millones y no le importó. Y lo dice con la seguridad del inocente; lo dice y Aubrey se aprovecha, ahí está el móvil,
la mató por el dinero.
Y como es natural se enfada, ya van tres veces que le han considerado sospechoso de cometer un
asesinato (The Man in the Mansion,
2.13, cuando investigaron el asesinato de un viejo amigo y marido de su antigua
novia y The Ghost Killer, 9.11 al ir
a ver a Trent McNamara poco antes de su muerte). Esta dispuesto a matar a alguien para que no pierdan el tiempo. Es
una broma, tiene que aclararle a Aubrey,
que parece dispuesto a detenerle. Al final les muestra una prueba contundente,
el molde de una pisada que había junto al cadáver y que contiene aceite de
oliva. Otro sospechoso entra en liza, un friegaplatos.
Él no ha sido, le dice Booth a Brennan cuando se encuentran en el diner, las cámaras lo
sitúan en otro lugar a la hora de la muerte. Brennan está preocupada no parece que vaya a atrapar pronto al
asesino. Booth verbaliza la desazón
de la doctora. Cree que va a quedar mal delante de los frikis de la convención
si tarda mucho en resolver el crimen. “Si
lo resuelvo” dice.
Y entonces Booth,
una vez más refuerza el maltrecho ego de su mujer. “Te apuesto 100 dólares a que
estarán más celosos cuando esto acabe”. Y Brennan, dulce y cariñosa,
le recuerda que está en Jugadores Anónimos, “No deberías apostar”,
dice. Y Booth muy en su papel de soporte
emocional soluciona el problema “Muy bien, y tú eres un genio ¿de acuerdo?
Así que no digas estupideces”.
Mientras tanto la investigación en el laboratorio
prosigue. Lo cierto y verdad es que el doctor Hodgins no sólo es el rey
del laboratorio sino una hormiguita
muy trabajadora, por sus manos pasan todas las pruebas, la comida del
estómago de Leona, una tirita que puede o no puede contener ADN, restos de
papel aluminio. Pruebas que como la tirita al final resultó ser suya. Y por
primera vez en diez años, el doctor
Hodgins termina increíblemente en la
sala de interrogatorios del FBI.
Por supuesto Booth
no cree que la matase, pero tiene que cumplir las normas, una pequeña
conversación y listo. Quien más estrictamente se aplica en el interrogatorio es
Aubrey, aún sigue haciendo méritos.
Cuando Hodgins le dice con sorna que pensaba que le caía bien, Booth le
defiende, hace su trabajo.
Sin embargo cuando Hodgins
explica cómo se cortó el dedo preparando el desayuno y que el mismo tiró la
tirita a la basura que el asesino desparramó sobre el cadáver, Booth considera que ya es suficiente y corta
en seco el interrogatorio. Hodgins
no lo mató, demasiadas pruebas circunstanciales en su contra. Él por experiencia
sabe lo que significan. Aunque Aubrey quiere tener la última palabra y
reticente cuando salen por la puerta le
pide a Hodgins que por favor no sea el asesino. Este chico…
Y una vez más de vuelta al laboratorio, el doctor Hodgins prosigue su trabajo. Del
contenido del estómago de la víctima se deducen dos sospechosos más. El primero
el director de la Convención con
quien la víctima mantenía una relación, la noche anterior habían estado juntos
bebiendo vino de más de mil dólares la botella, un Chateau Lafite (señor, yo quiero una copa), y comiendo fresas con
chocolate. Ya se sabe lo que son estas convenciones “ferias de infidelidades”, dice como disculpa. Pero Leona era la mujer de su vida. Por
ella abandonó a otra amante. ¿Quién, quién? Exacto. Tess Brown.
Wendell,
Wendell ayuda a la doctora Brennan a catalogar las heridas de la víctima y se marcha, tiene
cita con su médico, debe tomar la nueva medicina. A la víctima la habían
apuñalado con un cuchillo nada menos que de obsidiana (ya teníamos al
astronauta, ahora casi aparece un troglodita), un arma del periodo achelense (paleolítico inferior) como inmediatamente
reconoce la doctora Brennan, y
además ¿sabéis quien utilizó como arma asesina un cuchillo de obsidiana en uno
de sus libros? Exacto, premio. Tess Brown. Nuestra querida Tess se perfila como
principal sospechosa. Pero… se defiende bien, de inmediato saca a relucir a su
abogado.
En el laboratorio todos están preocupados por la tardanza
de Wendell, el tráfico ha dejado de
ser una excusa. La tardanza nos da otra muestra de la nueva Brennan, la empática. Preocupada como
los demás no se ha limitado a esperar, ha llamado a los doctores para
interesarse por él, sólo que por mor de la confidencialidad no le han querido
decir nada. ¿Habrá vuelto el cáncer? El trabajo tiene que seguir y la doctora
encuentra una decoloración en el Ilión, la prueba de la existencia de otro
acelerante del incendio. Y para encontrarlo, el doctor Hodgins no tiene otra ocurrencia que llamar a uno de los
frikis de la convención.
Que cuando estén hablando de clorato de potasio y ácido
sulfúrico, la receta perfecta para incendiar tiras de magnesio, se presente el
inventor de los guantes que no se pegan y el termómetro digital Aldus Carter no
deja de ser una de esas circunstancias extrañas de la vida con la que Dios
premia a las hormiguitas. Que los dos frikis se pongan a discutir y que Cam los expulse del sacrosanto
Jeffersonian, sirve para que Hodgins averigüe
como se inició el incendio. Un rollo de papel de aluminio es la clave.
Y no me resisto a citar la fórmula, el clorato de potasio y el ácido sulfúrico reaccionan violentamente
cuando se juntan, pero… si se
separan por capas de papel aluminio… exacto, el incendio tarda en declararse,
luego el asesino no tenía por qué estar en la sala de calderas cuando se
declaró el fuego. Genial. Todas las líneas temporales quedan invalidadas, de
nuevo cualquiera puede ser el asesino… incluso el doctor Hodgins… Mirad, mirad que cara se le queda cuando se da cuenta…
Cuando Cam preocupada
por Wendell insiste ante Brennan
ésta le explica que Booth sabe dónde
está y al mismo tiempo le habla de la punción que ha descubierto en una de las costillas.
La muerte de la víctima no la causó la puñalada con el cuchillo de obsidiana,
una pista falsa. Lo que de verdad la mató fue esa punción ¿Con qué se hizo? El doctor Hodgins lo averiguará.
Y por fin Wendell reaparece,
tiene una cita con Booth. Está muy
preocupado, uno de los que estaban en el estudio clínico y que un mes antes también
estaba en remisión, ha muerto por el cáncer. Y Booth, una vez más en este episodio, contextualiza la situación. Que
ese hombre no haya mejorado no significa que Wendell no vaya a hacerlo. Y entonces mirándole de reojo, para que
entienda le cuenta una de sus batallas.
Y tengo que decirlo, me encanta este Booth comprensivo y atento a las necesidades de los demás, este
hombre que tiene la palabra exacta que cada uno necesita. Porque lo que Wendell necesita oír es que tiene que
lidiar con lo que le toca, como Booth
tuvo que asistir a la muerte de sus doce “hermanos”
en la batalla. Dejar de sentir lástima por sí mismo y luchar. Booth no necesita ver morir a otro hermano.
Y
Hodgins por fin descubre al asesino, por favor Doctora Saroyan, una
gratificación con muchos ceros para él. La punción es la clave, se hizo
con el termómetro digital inventado por Aldus
Carter, es más Aldus Carter es el asesino, hay rastros de su ADN en el cadáver.
Y por fin en la sala de interrogatorios
Brennan atrapa a su asesino. Ella tiene las pruebas y no, no es el
termómetro digital donde estaba su ADN, sino en los restos de los famosos
guantes que no se pegan encontrados en el cadáver. Booth necesita saber
el por qué la mató. La clave es la víctima. Se acostaba con Carter sólo para
robarle sus inventos. Pobre hombre, pretende seguir trabajando en ellos en la
cárcel. Brennan estaría interesada
en verlos. “¿De verdad?”, pregunta Booth.
“De
verdad”, contesta Brennan.
Y al final, al final, exactamente veinticuatro horas después
de que su discurso se viera interrumpido la
portentosa doctora Brennan
comienza a contar de nuevo el chiste del gato de Schrödinger y el policía que
lo mató. Cómo pudo dudar de que lo conseguiría. “Es la mejor”, dice Wendell que llega contento porque está
en remisión. Y es que a veces “la gente duda de lo fuerte que es”,
puntualiza, una vez más Booth.
Un Booth que
se queda con la boca abierta cuando los frikis de la Convención se ríen a
mandíbula batiente ante el pobre gato muerto. Quienes sin embargo se quedan en
silencio cuando les cuenta el chiste del astronauta. Un silencio sólo roto por su carcajada.
Pero lo que cuenta no son las risas. Lo que importa es
que lo ha contado, porque confía en su “astronauta”. Porque en su realidad como
pareja no hay paradojas, ni electrones cuánticos. Lo que el observador ve es
que lo que hay entre ellos es más fuerte, mucho más que un ataque al corazón. Booth y Brennan no están enamorados. Brennan y Booth se aman, se necesitan, se
tienen y se complementan. Lo que hay entre ellos dos no es sólo fuego, ni ternura.
Lo que hay entre ellos es un misterio. El mayor misterio de las relaciones
humanas, algo que la física cuántica nunca podrá explicar y si, en cambio, una sonrisa, una mirada.
¿Qué opináis? ¿Os ha gustado el episodio tanto como a mí? Disfrutad de la última escena. Este es el gif.
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