Soy
adicta a Bones, lo reconozco, lo que no empece que sea capaz de discernir cuando se me ofrece un episodio de relleno, de esos olvidables, de
cuando, como en The
Money Maker on the Merry-go-round, me ofrece una pequeña joya. Y lo siento, lo siento por toda esa gente que por prejuicios o simplemente
porque ya no recuerdan que existe Bones
se lo han perdido, también lo siento por aquellas Boneheads, que ofuscadas con una visión romántica de los protagonistas,
no son capaces de apreciar la pequeña maravilla, el delicioso episodio que Keith Foglesong,
uno de los mejores guionistas de la serie, y sin duda mi preferido, ha escrito.
Y es que los mejores episodios de Bones
son sin duda aquellos en los que la relación entre los personajes se ve afectada por el asesinato de la semana, aquellos en los que a pesar de no
contar con un gran presupuesto de producción, a pesar de desarrollarse
solamente en interiores, sin escenas de acción, sin persecuciones ni tiros (The Man in the Fallout Shelter (1.09)
es un buen ejemplo) te atrapan gracias a la confrontación de los caracteres, los
diálogos inteligentes, chispeantes, llenos de humor, aparentemente cínicos,
aparentemente románticos, aparentemente simples, pero que incorporan una carga
de profundidad en cada frase.
Encontrarle el contexto no ha sido difícil, The Money Maker on the Merry-go-round va de la conquista del mundo, mejor dicho de la lucha de los seres
humanos por ocupar su lugar en el mundo. El que ocupan los personajes de Bones está perfectamente delimitado. Unos
como la doctora Brennan están en la
cima, otros como Booth, el doctor
Hodgins, Angela o Cam no les importa tanto el lugar en el que se encuentran
como su perfecto engranaje en la rueda que lo hace girar.
Lo original e interesante del episodio ha sido como nos ha presentado esa
lucha de los personajes recurrentes;
cómo, en el caso de Christine Booth,
James Aubrey o del doctor Wells, esa búsqueda implica una "confrontación" con los protagonistas. Christine,
una niña que está creciendo y ya empieza a pensar por sí misma, a manifestar "opiniones", con sus padres; Aubrey, el trepa, con Booth; Wells en abierta competición
con la doctora Brennan. El cómo Booth y Brennan han resuelto esos
enfrentamientos, cada uno de acuerdo con su personalidad, convierten al episodio en
una pequeña obra maestra.
Por supuesto también está en la lucha la víctima del
asesinato de la semana, uno de esos hombres que viven al límite
preocupándose sólo de sí mismos, sin importarles a quién hieren, a quién
pierden por el camino con tal de ser los números uno y a quien Cam (convertida para la ocasión en
emula del doctor Frankestein) con la ayuda de Angela, devuelve la identidad, Tobias Wachlin, un bróker que chantajea, miente y roba a
su mentor, a sus compañeros, a su mujer y hasta a la puta con la que se
divierte con tal de alcanzar la cima, de obtener el
reconocimiento y la consideración que las grandes fortunas otorgan a los ojos
de los que están poseídos por la destructiva adicción al dinero.
Desde el principio sabemos bien cuál ha sido el resultado de su lucha por
la conquista de la cima. Su cráneo roto, descarnado, vuela desde el engranaje
de un tiovivo oxidado al volquete de un camión de juguete. Una genial metáfora.
Los lobos de Wall Street, los amos del
universo a la basura.
Y también el asesino, aunque no sea de los que quieren escalar la cima, no, se conforma
con ser un segundón, con ser uno de los engranajes que hacen mover la rueda de
la sociedad en un continuo. Es un hombre de equipo que respeta a sus compañeros
que da y exige lealtad, en eso basa su triunfo, el anillo de su dedo lo
proclama, campeón de fútbol universitario, en eso se basa su fracaso. Su mal carácter
le pierde. Como no podía ser de otra manera Brennan
encuentra en el cráneo de la víctima la prueba definitiva de su culpabilidad. A
pesar de sus palabras no era un hombre de equipo.
James Aubrey, el trepa. El agente Aubrey desde que
apareció esta temporada ha dejado patente su intención y su instinto para medrar. Trabaja con Booth y le
persigue hasta en su casa porque desea conseguir su reconocimiento cuanto antes,
porque quiere ascender en el escalafón del FBI, llegar a ser director, y ante
esa ambición no le importa ni hacer el ridículo ni arrogarse responsabilidades
que nadie le encomendó.
Booth lo conoce, sabe que es un buen agente y acepta sus inconveniencias con
socarronería y paciencia. Aubrey es
incapaz de percibir sus sutiles críticas. Tan imbuido está de su destino que no espera que Booth
ordene, se le adelanta al pensamiento. Esta semana quiere dirigir el caso. Sólo
que Booth es sabio y conoce sus
secretos, sabe porque odia tanto o más que él a ese uno por ciento de la
sociedad que lo tiene todo. ¿Podrá sobreponerse? “He leído tu expediente, sé que
te paso”, le dice cuando se dirigen a la sede de la empresa donde
trabajaba la víctima. A lo que Aubrey
responde “Entonces sabrás lo importante que es un caso como este para mí”
Al final resulta que no podrá. Que a pesar de que “Conocido uno, conocidos todos”
refiriéndose al carácter del jefe de la víctima, su ambición está lastrada por
su pasado. Y ese pasado le asalta justo cuando no debe, en la sala de
interrogatorios, cuando ante la derrumbada esposa de la víctima, una mujer sin
ningún lugar en el mundo ni capacidad para luchar para alcanzarlo, abre la caja
de su dolor. “Su marido no la quería”, le dice, “Si la hubiera querido hubiera
mirado por su bienestar y no por el de él mismo”.
¿Su secreto? El que lastra de dolor su futuro y su lucha, el que marca su
destino por la impronta en su carácter: un
padre estafador. Un bróker que robó millones a sus clientes en un negocio
piramidal y que antes de entrar en la cárcel huyó del país abandonando a un Aubrey de trece años y a su madre en la
ruina. Y ante la severa mirada de Booth reconoce su error, sabe que se ha equivocado, tal vez no sea un buen agente. Y en el
momento del triunfo, cuando Booth va
a arrestar al jefe de Tobias inculpándole de fraude mercantil y tal vez del
asesinato da un paso atrás y voluntariamente se aparta del caso.
¿Consentirá Booth que abandone la
lucha? No. Lo impedirá con su arma secreta.
Otro que sin ningún pudor muestra su ambición con comportamiento de lobo es Oliver Wells, el doctor Wells, el
interno más arrogante del Jeffersonian, mientras Wendell, Daisy, Arastoo buscan la aprobación de la doctora Brennan en su hacer, Oliver sólo espera la oportunidad para superarla. En el laboratorio,
frente a los restos de Tobias Wachlin tiene lugar la competición, con tanteo un
tanto igualado al principio.
El primer rifirrafe se produce cuando Wells
después de preguntarle cuantas horas dedica a su trabajo, muestra sus
intenciones “Un día planeo superarla como el antropólogo forense más importante del
mundo,” “Aplaudo su ambición, doctor Wells, pero ser el mejor en tu campo
requiere mucho más que la simple acumulación de horas", le responde Brennan. Y cuando el
interno orgulloso y arrogante le dice que está preparado, que tiene un
coeficiente de inteligencia de 160, la doctora ni se inmuta. “Quizás,
le contesta escéptica, pero voy a desanimarle, la probabilidad de que llegue a ser tan bueno
como yo es remota.
— No tan bueno como usted —la corrige respondón—, mejor que usted.
En la continua pelea Wells le cuestiona las órdenes, no acepta de buen grado que sus logros sean atribuidos tanto por Cam como por la misma Brennan
a que sigue sus instrucciones, y continúa, erre que erre, contestándole, hasta que la doctora, harta, estalla “Doctor Wells, a veces resulta un verdadero
grano en mi culo”. No en el culo, sino en su culo; en el culo de la doctora Brennan, y el pobre infeliz aún se sorprende por el insulto.
Replicas y contrarréplicas se suceden, Cam y
Hodgins le advierten de lo inapropiado de su actitud pero Wells en su "estúpida genialidad" no ceja. Hasta amenaza a Hodgins con recordarle la conversación en la que le advierte que la doctora es la mejor, "Cuando esté buscando trabajo". La respuesta del "rey del laboratorio" no puedes ser otra: "De existir un mundo con ese escenario no necesitaría trabajo porque sería un gran ala-pivot de los Lakers". Ni en sueños.
Y al final, al final ni siquiera a Wells le quedará duda quién es la mejor. Ante su su sorpresa, la doctora Brennan encuentra la prueba definitiva para atrapar al asesino.
Y al final, al final ni siquiera a Wells le quedará duda quién es la mejor. Ante su su sorpresa, la doctora Brennan encuentra la prueba definitiva para atrapar al asesino.
— Supongo que me ha ganado y dejado en ridículo.
— Sí —responde Brennan—, mientras esté por aquí consideraré mi obligación
intentar destruirle.
— Supongo que me lo merezco —reconoce Wells.
— Sí, así es -le responde soberbia, disfrutando del triunfo.
Y entonces Keith Foglesong pone
en su boca una hermosa cita
de Baltazar Gracian, el filósofo y
pensador español del Siglo de Oro. “Un hombre sabio saca más provecho de sus
enemigos que el tonto de sus amigos”. Y añade Brennan “No deje de intentarlo, doctor Wells, aunque ser
el segundo es suficientemente bueno”.
No es el único triunfo de Brennan. Booth, la cara oculta de su alma, le regala uno más satisfactorio, uno que hace dos años no habría sido capaz de apreciar. Darle a Aubrey las bases con las que volver a la lucha. En el bar, frente a una cerveza, comparte sus cicatrices, nadie la ha tenido que azuzar, como en Mayhen on a Cross (4.21) tuvo que hacer Gordon Gordon para que ayudaran a Sweets, esta Brennan es diferente, ya es capaz de ver el dolor en los demás, de ver el de Aubrey.
Y no, no le da una charla reconfortante, le
hace comprender, porque a ella, niña abandonada también, le costó hacerlo, con
una analogía científica incontrovertible que debe asumir quien es y lo que
siente porque el dolor no hay que combatirlo, forma parte de lo que somos. “No
será sencillo Aubrey, pero nada de valor lo es”. le dice.
En cambio en la deliciosa última escena, Brennan es derrotada sin paliativos por Christine. Antes de ir a
la cama la niña con la seguridad heredada de su madre, como la triunfadora que se sueña se despide con un: “Buenas noches, caraculo”. Brennan se queda atónita,
Booth, encantado, menea la cabeza “A mí no me mires”, le dice.
“¿Por qué, por qué le dices eso a mami?, pregunta a su hija. Y la respuesta es la que es.
— Porque dijiste que podía.También se lo dije a mi maestra -responde orgullosa.
Christine tiene razón. Brennan, en la mañana, cuando la niña en un intento de llamar la atención de
sus padres, de demostrar que es capaz de educar a su conejo de
peluche le espetó al muñeco un sonoro: “Las burbujas no son rosas, caraculo”.
Ante la sorpresa de Booth que no
quería dejarlo pasar, que piensa que ese "caraculo" será el precursor de otras
palabras más feas, Brennan reaccionó científicamente. Está demostrado que decir tacos o palabrotas alivia la
tensión, que ayudan a mitigar el dolor.
Y la niña atenta, con la necesidad de ir afirmando su posición en
el mundo, comprende que su madre le está dando su bendición. Por eso lo que le
dice Booth para corregirla no le importa. No es
culpa suya haber utilizado esa palabra, "Bunny es un caraculo".
Y en la noche, Brennan comprueba
horrorizada la influencia de sus palabras y se ve obligada a corregir lo que en la mañana aplaudió. No debe llamar eso "ni a mami ni a su maestra". Pero… es su hija, no la ha educado para aceptar las cosas así porque sí y Christine quiere una explicación. “¿Por
qué no?, pregunta.
Y Booth, reivindicado en su posición matinal, insiste en la
pregunta de la niña “Sí, ¿por qué no,
mamá? Y dispuesto a oír la explicación, coge a su
princesa en brazos, va con ella hasta el sofá, se la sienta en el halda y mirándola atentamente espera a qué mamá se explique.
— ¿En serio? —responde una Brennan abrumada ante la mirada
expectante de su marido y su hija.
— En serio.
Y el fundido en negro la salva. Difícil lo tiene Brennan. En la conquista de su lugar en el mundo de Christine saldrá muchas veces, muchas derrotada con sus propias y racionales armas. Y sabéis qué, lo aceptará, al
menos mientras Booth esté a su lado
para corregir los errores.
¿Qué pensáis vosotros? ¿Os ha gustado tanto como a mí?
¿Qué pensáis vosotros? ¿Os ha gustado tanto como a mí?
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