The Lost Love in the Foreign Land tenía todos los ingredientes para ser un gran, gran
episodio. Cuenta una historia dramática que por sí sola toca el corazón de las
gentes decentes: desesperación de los humillados y unos malvados avariciosos
que revestidos con la túnica de la ayuda humanitaria se aprovechan de su necesidad y como contrapunto porque Bones es Bones…
… Una carrera
de relevos que por supuesto gana una cabra. Y sin embargo… sin embargo no puedo
dejar de pensar que el tema merecía algo más, que han dejado pasar la oportunidad de
hacer algo grande para denunciar esa
gran lacra que es el tráfico de personas. Tal vez por la falta de
presupuesto, que se nota, tal vez porque el agujero negro del 200 todo lo traga,
se han conformado con hacer algo que se le da muy bien a la guionista Emily Silver, un “emotivo” episodio.
Porque qué hay más
emotivo que Tennyson y la busca de la felicidad.
La busca Arastoo, pendiente de que la doctora Brennan por fin acepte el tema
propuesto para su tesis doctoral, cree que lo conseguirá, ha elegido uno que a ella le entusiasma. La
esquiva Cam, la felicidad de Arastoo
se entiende, los chantajes emocionales de su madre y el “Fasejan”, la receta
persa típica de las bodas. Y así cuando Arastoo
pregunta pensando en su matrimonio “When?” “¿Cuándo? ella contesta “If”,
un muy condicional “si”.
La persigue el
doctor Hodgins, el chico de los
bichos y las cacas, el único personaje que en el episodio parece sentirse en
paz; en realidad corre tras una cabra ladrona que se alimenta con la ropa y las joyas del cadáver. Y no la atrapa,
aunque antes de rendirse entrega, en una magnifico pase, el testigo a Aubrey, tiene que recoger todos los excrementos de la cabra.
Y Aubrey, el trepa, siempre dispuesto para la fama corre y corre que se las pela para atraparla ante
la mirada incrédula de Booth, Cam y
Brennan, pero la cabra escapa ¿o no? Un capullo con afán de medro, como ya
apuntaba, uno más que pretende beneficiarse: “Imagínate la sesión de fotos”, le dice a Booth (viendo ya su imagen en primera página de los periódicos),
del dolor de los que buscan la felicidad lejos de su hogar. “¿En
serio?”, le pregunta un Booth
irónico. “Sería buena prensa”, le responde. Pero con Booth no cuela. Y el chico se consuela del fracaso con una pantagruélica comilona de comida basura. Al final hasta se
le escaparán algunos pucheros, pero eso va más a cuenta de la guionista del
episodio que del personaje.
Pero hablemos
de la felicidad, de la busca de la felicidad de las dos protagonistas, de Min Yung, también conocida por Theresa, la víctima. Una joven china
que llegó a Estados Unidos con un
visado de trabajo falso y de Chao Xing, su
amiga y compañera de esclavitud, también conocida por Tammy. Ambas víctimas de quienes, valiéndose de su desesperación por llegar a la tierra de los
sueños, alimentan su avaricia robándoles la libertad, la dignidad y la esperanza.
“La felicidad
no consiste en realizar nuestros ideales
sino en idealizar lo que hacemos”
Lo decía Alfred Tennyson el laureado poeta inglés que desde su rincón de la verde campiña inglesa, desde su hogar
revestido de cretonas y maderas, de lustrosos muebles y chimeneas de mármol,
escribía poesía que hacía soñar con la felicidad a las damas victorianas. Y
parece tan cierto... ¿Quién no siente
que para ser feliz necesita cumplir un sueño? Todo el mundo, diréis, todo
el mundo sueña con conseguir lo que no tiene.
Y arriba y abajo, la gente viene,
Mirando a donde los lirios florecen.
Pero sabéis
qué, no todo el mundo se permite soñar con la felicidad. ¿No? No. Algunos sólo
con subsistir. ¿Acaso no sueñan con la felicidad aquellos que careciendo de todo abandonan sus hogares
y familias y saltando vallas, cruzando desiertos, aguantando injurias,
vendiendo su alma vienen hasta nuestras tierras dónde los lirios florecen,
pretendiendo percibir algo de su fragancia? Sí, claro que sí, sólo que no se lo
permiten, se pellizcan para despertar, para no dejarse vencer, para no perder
el rumbo. El suyo es cierto, volver a su
hogar, abrazar a los suyos.
Min Yung, sin embargo, no tenía ese rumbo, Min Yung se puso en manos de desaprensivos pero no buscaba el lugar donde los lirios florecen por
necesidad de sobrevivir, sino por amor. Llegó a los Estados
Unidos en busca de su hombre, un hombre que, precisamente por su amor, había
matado a su padre convirtiéndose así en prófugo de la justicia. Sung, se llama, un
hombre cuyo rostro e identidad recupera Angela
en el papel cagado por la cabra. Un sospechoso antes de oír su historia.
Y sabéis qué,
que a pesar de la emoción por el amor perdido siento que ese amor abarata la
historia. Una historia tan dura que no necesitaba de padres desaprensivos, ni de nieves ni montañas ni de dedos
perdidos por el camino. Más sobria habría resultado aún más aterradora. Con dejar hablar a Tammy bastaba. Sin
embargo, es tan sencillo conseguir que
el espectador se conduela con el amor perdido justo cuando los amantes están a punto de reencontrarse, que la guionista no se ha resistido a utilizarlo.
Min Yung se labra su desgracia porque se escapa en busca de su hombre, porque se olvida que el
resto de las mujeres que la acompañan en su esclavitud no tenían ningún amor que buscar, que sus amores se encontraban lejos,
a miles de kilómetros y tan amenazados por sus amos como ellas mismas, “Es más efectivo que las cadenas y los candados”, le dice Alex
Radziwill (Danny Woodburn) el funcionario de la Secretaría de Estado, a Booth, cuando Tammy le
pregunta desesperada si Yena, su hija en China, está bien.
Tammy, la asesina, no podía soñar con la felicidad, bastante tenía con sobrevivir aferrada a su bolso recuerdo de su gran amor. Victor Lee, el que se presenta como el “humilde emigrante” que procura el “bien de sus compatriotas” las amenazó con castigar a todas y a sus familias en China si Min Yung volvía a escapar, por eso no le quedó más remedio, para impedir que los locos sueños de amor de Min Yung terminarán causando daño a su hija, que acuchillarla hasta la muerte. Y se lo cuenta a Booth, el hombre compasivo que con mirar como aferra su bolso logra arrancarle la historia. “Yo quería a mi hija, tenía que protegerla”, le dice.
Tammy, la asesina, no podía soñar con la felicidad, bastante tenía con sobrevivir aferrada a su bolso recuerdo de su gran amor. Victor Lee, el que se presenta como el “humilde emigrante” que procura el “bien de sus compatriotas” las amenazó con castigar a todas y a sus familias en China si Min Yung volvía a escapar, por eso no le quedó más remedio, para impedir que los locos sueños de amor de Min Yung terminarán causando daño a su hija, que acuchillarla hasta la muerte. Y se lo cuenta a Booth, el hombre compasivo que con mirar como aferra su bolso logra arrancarle la historia. “Yo quería a mi hija, tenía que protegerla”, le dice.
Ese es el drama, la historia “real” de las mujeres que como las que encuentran Booth y Aubrey, llegan a nuestras fronteras huyendo del hambre o la guerra.
El de las mujeres que solas, sin conocer el idioma se enfrentan día a día a una
sociedad desconocida, a un mundo aterrador, obligadas no sólo a pagar una
ficticia deuda, sino a hacerlo sin rechistar para preservar del mal a los que
aman, por liberarles de la desesperación, las que como Tammy tienen su corazón
encerrado en una vieja foto arrugada.
Bajo el azul despejado del cielo
Refulgía la silla de oro y cuero.
Refulgía la silla de oro y cuero.
Bajo el azul
del cielo refulgen en sillas de oro y cuero la gente de “alma bondadosa”, como la
hipócrita dama inglesa, Sandra Zins (Phyllis Logan), que empleaba a Min por un salario miserable y que aparentemente ni sabía que le
robaba “Sí hubiera sabido que necesitaba dinero simplemente se lo había dado”,
le dice a Booth, cuando era ella
quien empuñaba las riendas de la mafia que las esclavizaba, cuando era ella quien las explotaba. Pero también los burócratas que amparándose en “estatus” ficticios las expulsan del paraíso, obligándolas a perder todas las lágrimas que han
derramado.
Lágrimas, indolentes lágrimas.
Y frente al
mundo de los miserables, el de los banales, el de quienes si tenemos posibilidad de
sentirnos desgraciados cuando nuestros sueños de felicidad fracasan, los que sí
necesitamos comprender que más nos vale
idealizar lo que hacemos que “perecer” buscando la felicidad, Arastoo Vaziri, el interno, tiene dos
sueños, uno público y notorio, obtener
su doctorado; otro secreto que apenas puede ocultar casarse con Cam” ¿Y Cam? Cam, en cambio, no quiere casarse con
Arastoo.
Y cómo se
siente culpable de no darle una de las dos cosas que más desea, busca frente a
la doctora Brennan conseguirle la
otra. Cam es inteligente y debía
saber que interceder ante la doctora para que haga algo a lo que no estaba
dispuesta hacer era un error, un error que Arastoo le recriminaría. No tienes fe en mí, no me respetas le
dice.
En cambio de la
doctora “su mentora", si acepta las críticas y un proverbio precisamente de Tennyson. La doctora Brennan
no suele citar poetas, pero la Brennan de Emily Silver es diferente. “Nunca podremos predecir con seguridad los resultados que obtendremos
de nuestros esfuerzos, pero yo sigo con la búsqueda a pesar del día y de la noche,
de la muerte y del infierno”, le dice para aplacarle su entusiasmo.
Que al final el
caso le sirva a Arastoo para
plantear, ahora con éxito, otra tesis no tiene más sentido que redondear la historia. Métodos
forenses para demostrar las atrocidades contra los derechosos derechos humanos.
No parece muy innovadora que digamos, porque qué otra cosa hizo la doctora Brennan antes de asociarse con
Booth sino luchar para desenmascarar en Guatemala o Darfur mediante su ciencia
forense a los que inculcaban los derechos humanos. Pero bien está lo que bien acaba, al menos Arastoo hace realidad uno de sus sueños y parace estar en el buen camino para conseguir el otro.
Dos mundos antagónicos a los que sólo
podrá unir la
justicia y la compasión.
A
Tammy y a Booth, a Tammy y la doctora Brennan, a Tammy y a nosotros sólo nos podrá
unir la justicia, pero no la ciega, no la que representa, mal que le pese, Booth, que esa sólo exige venganza, que
Tammy nunca más vuelva a ver a
aquellos por los que mató, sino la Justicia que con los ojos abiertos mira el
daño, ve el dolor y cura. Y la Compasión pero no la indulgente, con
nosotros, no la que se queda detrás de la cámara mirando la historia y
limpiándose las lágrimas, sino la que acompaña y consuela con hechos.
Pero esto es una reseña de Bones y no un tratado moral y sabéis
qué, que tiene razón Tennyson, la felicidad no está tanto en conseguir
como en idealizar lo conseguido. Y eso es precisamente lo que hacen Booth y Brennan en una hermosa escena final.
— No permitas
que me acomode con todo esto, Bones, con la suerte que tenemos —le dice Booth mirándola arrobado—. No puedo dejar de pensar en
Tammy y en la situación que tenía. En que si yo estuviera en esa situación
os protegería a ti y a Christine.
A lo que Brennan, responde:
— No dejo de
pensar que Min quería encontrar a Sung —y para nuestra sorpresa, añade
—.Fácilmente yo podría haber sido como ella, perdiendo la oportunidad de vivir
la vida junto a ti. Se lo agradecería a Dios si creyera en él.
— Entonces lo
haré yo por ti —responde Booth.
Y cogiéndola de
la mano, felices, sabiendo lo que tienen y conscientes de lo fácil que sería perderlo, bailan.
Fin.
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