Actualización a 21 de agosto:
La BBC ha anunciado la cancelación de The White Queen tras la emisión del décimo episodio titulado The Final Battle.
A
veces a pesar del poema de Gertrude Stein "A rose is a rose is a rose", una rosa no es sólo una rosa, a veces como ocurrió en el periodo de la historia
de Inglaterra que va de 1455 a 1485 fue
símbolo de banderías, odios y muertes. Tiempos aciagos en los que, en palabras
de Shakespeare, los cascos de los caballos pisotearon los corazones de
la nobleza inglesa encenagando los campos con los cerebros de los enemigos
aplastados. Tiempos de insania.
Treinta años duró la guerra civil que enfrentó
a las familias de los Lancaster (cuyo símbolo era una rosa roja)
y los York (su símbolo era una rosa blanca), se libraron doce
grandes batallas, un sinfín de escaramuzas y ochenta príncipes y decenas de
miles de ingleses encontraron la muerte; sólo un dato, en la decisiva batalla
de Towton (por la que la Casa de York derrotó a la de Lancaster
y apresó al rey Enrique VI), que tuvo lugar, en medio de una tormenta de
nieve, el 29 de marzo de 1461, murieron más de veinte mil personas; el día en el
que más ingleses han perecido en el campo de batalla.
La Reina Blanca, la serie que ha estrenado la BBC el 16 de
junio, se enmarca en ese tiempo, concretamente entre 1464 y 1496, tiempo de vida de Isabel Woodville, “la
reina blanca”, esposa de Eduardo IV de York, vencedor de la batalla
de Towton. La serie, una coproducción entre la BBC, la VTR y la
cadena estadunidense STARZ (se estrenará en los Estados Unidos el 10 de agosto),
es una adaptación de las novelas del ciclo “La Guerra de los Primos” de
Philippa Gregory, autora inglesa de bestseller históricos sobre la
dinastía de los Tudor; la autora junto con la guionista Emma Frost
son las damas responsables de los guiones y centran la historia
en la de las mujeres que participaron en esos sanguinarios hechos. Es decir,
proponen un melodrama histórico plagado de intrigas, lágrimas y hechizos.
Lo que cuenta la historia de aquellas mujeres es
que unas vistieron cota de malla y encabezaron ejércitos como Margarita de Anjou (esposa
de Enrique VI, el rey Lancaster), que perdió el trono, a su
marido, a su hijo y a su amante. Las maldiciones que en la obra de Shakespeare
“La Tragedia del Rey Ricardo III” lanza contra todos sus enemigos son dignas de
la más doliente y vengativa mujer que pisara la tierra. Otras, en cambio, como Isabel
Woodville hicieron del lecho y las intrigas su campo de batalla para al
final, igual de doliente que Margarita, perder marido e hijos, aunque al
menos a Isabel, más transigente, le cupo la suerte de ver, al final de sus
días, en el trono a su hija mayor Isabel casada con Enrique Tudor,
matrimonio que puso fin a la guerra y las banderías de la nobleza y supuso el
comienzo del renacimiento en Inglaterra.
El primer episodio comienza cuando una hermosa
joven, Isabel Woodville (interpretada por la modelo sueca Rebecca
Ferguson), viuda, con dos hijos, ligada a la casa de Lancaster, la rosa
roja, sale al encuentro del ya rey Eduardo IV (interpretado por Max
Irons), rosa blanca, para pedirle que le
devuelvan las tierras que fueron de su marido. Eduardo, que es un mujeriego, en
cuanto la ve la desea; pero hete aquí que la joven viuda no es tan inocente
como aparenta o tal vez sí, sólo que no está sola, que tiene una madre Jacobina
de Luxemburgo (a la que da vida Janet Mc Teer), una mujer de
altísima cuna, que al enviudar del hermano de Enrique V (rosa roja)
se casó con su chambelán, el barón de Rivers (Robert Pugh, el Craster de
Juego de Tronos) una mujer que además tiene, dice, la visión (del
futuro).
Y con ella aparecen los hechizos y la magia, a puerta cerrada, por supuesto, que en Inglaterra quemaban a las brujas. Jacobina, bruja o madre interesada, da a elegir a su hija entre unos hilos mágicos, al final del que elija, si cada día lo enrolla un palmo, descubrirá lo que le guarda el destino. Y al final del que elige aparece, como no, un anillo con forma de corona. Isabel será reina, pero para eso tiene que casarse con Eduardo y sólo lo conseguirá si el rey desea hacerlo sobre todas las cosas, porque a ese matrimonio que debilitaría el trono recién conquistado se oponen tanto la madre del rey como su principal valedor Lord Warwick, el hacedor de reyes, que interpreta el veterano James Frain.
Y con ella aparecen los hechizos y la magia, a puerta cerrada, por supuesto, que en Inglaterra quemaban a las brujas. Jacobina, bruja o madre interesada, da a elegir a su hija entre unos hilos mágicos, al final del que elija, si cada día lo enrolla un palmo, descubrirá lo que le guarda el destino. Y al final del que elige aparece, como no, un anillo con forma de corona. Isabel será reina, pero para eso tiene que casarse con Eduardo y sólo lo conseguirá si el rey desea hacerlo sobre todas las cosas, porque a ese matrimonio que debilitaría el trono recién conquistado se oponen tanto la madre del rey como su principal valedor Lord Warwick, el hacedor de reyes, que interpreta el veterano James Frain.
¿Cómo conseguirlo? Con el ardid más viejo de
la historia, negándole lo que tanto desea, hacerla suya. Isabel juega el
juego, los ojos se desean, las pieles se acarician, las manos se funden, los
labios se comen, arden los dos pero… pero cuando Eduardo consigue
abrirse paso entre sus piernas, Isabel, rápida le arrebata la daga y le
amenaza: “¿Vas a ser traidora? ¿Vas a matar a tu rey?", pregunta Eduardo, y entonces ella vuelve la daga contra sí y se
clava la punta en la garganta, sólo la punta, suficiente para que brote un
hilillo de sangre. Y gana. El rey en contra de toda razón y de
su conveniencia se casará con ella, primero en secreto, "¿será un matrimonio
válido o una pantomima?" Se pregunta la familia. Isabel y su madre no son tontas, Isabel
sabe cómo amar al rey, cómo desea que lo amen. Y Eduardo cumple
su palabra e Isabel Woodville se convierte en “La Reina Blanca”. Todo
un culebrón.
La denominada por los románticos “Guerra
de las Dos Rosas” es un periodo fascinante donde queda patente que la
historia, la realidad puede ser más perversa que cualquier ficción. Y lo digo
expresamente por la serie de la HBO “Juego de Tronos”, basada en la saga
“Canción de Fuego e Hielo” de George R.R Martin. El enfrentamiento por
el trono, las decapitaciones de los enemigos, las traiciones entre padres e
hijos, entre hermanos, las cabezas colgadas en las picas, las desapariciones y
asesinatos de niños, los reyes locos, los “hacedores de reyes” y “los
mata reyes” de las que tanto gusta están en la historia, ocurrieron
mientras batallaban las rosas y fueron genialmente descritas y llevadas a la
escena por William Shakespeare en su trilogía “Vida de Enrique VI,
primera parte”, “Vida de Enrique VI, segunda parte”, “Vida de Enrique
VI, tercera parte”, obras de juventud y “La Tragedia del Rey Ricardo III”.
Y aunque en el teatro o en la simple lectura de los dramas falte el apabullante
despliegue de producción de la HBO, lo cierto y verdad es que después de leer
las cuatro obras, la impresión que el noveno episodio de la tercera temporada
de “Juego de Tronos”, el titulado “Las lluvias de Cashamere”, ese que ha
causado una honda impresión en la red, pudiera producir, se desvanece un tanto.
Igualmente se desvanece La Reina Blanca,
los productores Gina Cronk, John Griffin, conscientes de la oportunidad
juegan al equivoco, intentan el paralelismo con Juego de Tronos comenzando por los títulos de crédito y su banda sonora con connotaciones a la serie de la HBO, sin embargo, aunque dicen que ha costado diez millones (un millón por episodio), no hay comparación posible. Los millones no se notan en la producción o de notarse es porque resultan escasos.
Y además, en el segundo episodio, cuando comienzan las intrigas y los juegos de las damas por el trono y los matrimonios, la diferencia se hace más patente; los personajes y las traiciones se apelotonan, los hombres pierden la cabeza pero los prisioneros van y vienen a su antojo. Lo cierto es que si no se conoce previamente la historia resulta confuso. ¡Ah, que no se me olvide! las batallas son de las de tres soldados y una lanza y la reina luce manicura francesa.