CAPÍTULO VI
EL CIELO NO PUEDE ESPERAR
(En recuerdo de Vanesa, la primera y más fiel seguidora del blog, por quien el cielo no pudo esperar).
Aunque
siempre había sido fan de Led Zeppelin y
le gustaban las canciones tristes, el Begin
the Beguine de Frank Sinatra que repetía una y otra vez el hilo musical de
la sala de interrogatorios había acabado agarrándole el corazón, tal vez por
aquello de “cuando me susurras una vez más “Cariño, te quiero” sé cómo es el cielo
en el que estamos”. ¡La echaba tanto de menos!
No
se encontraba en el cielo, seguro. No lo estaría hasta que le permitieran salir
de allí y volver con ellas. No pretendía ofender a Dios, pero no tenía ninguna
prisa por alcanzar la gloria. Era feliz. Y se extrañó, no debería de serlo. Si Bones apareciera por allí le diría que
estaba siendo víctima de una sobredosis
de oxitocina, la hormona del amor y sólo con pensar en ella repitiéndoselo
se le escapó una lágrima de felicidad.
Y
no debería sentirse feliz, después de todo había perdido la batalla. No había salvado a Hannah, le habían
disparado y Broadsky había escapado. Una derrota sin paliativos. Debería
estar hirviendo de ira, bufando contra los cabezas cuadradas que le mantenían
allí y le obligaban a contestar una y otra vez las mismas preguntas. Deberían andar
buscándole en lugar de interrogarle a él. Si hasta había empezado a sacarles
parecidos, él último que había pasado por la sala era clavadito a Sully, el ex novio de Bones perdido con su barco en el mar.
Si hasta le había dicho con su voz
pausada—. No deberías quejarte por que insistamos tanto, dos manos más nunca vienen mal.— Y era como estar oyendo al viejo Sully. Aunque luego, tal vez celoso,
había añadido sarcástico
— Eres un gran observador, Booth, posees un gran instinto ¿cómo,
consentiste que la situación se te escapara de las manos? ¿Por qué acudiste a
la cita? ¿Temperance ya no te es
suficiente?
— ¿Qué?, ¿Qué?
— Broadsky nunca estuvo allí, Seeley.
En la casa no hay ninguna evidencia de su presencia.
— Él la mató, intenté impedírselo,
lo juro por Dios que lo intenté —se defendió.
— No le creo, agente Booth, es usted demasiado arrogante
para consentir que nadie le arrebate el arma. Le conozco, sé todo lo que el doctor Sweets ha escrito sobre usted,
su única intención al acudir a la cita era
que Temperance no averiguase su aventura con Hannah.
— ¿Pelant? —Santa Madre de Dios, debía estar volviéndose loco. Pelant
ardía en el infierno, que pintaba en aquella sala de interrogatorios.
— ¿Agente Booth? Conteste a mi pregunta —insistió el cabeza cuadrada.
Le habían drogado, tal vez cuando le curaron la herida del pecho le habían dado
algún sedante que le hacía alucinar, porque estaba alucinando, tenía a Pelant
frente a él con su sonrisa inocente, con su mirada diabólica.
—La mataste a ella como me mataste a
mí, obstáculos entre tú y Temperance.
Tal vez en otras circunstancias le
habría saltado al cuello, le había mordido la yugular se habría bebido su
sangre, pero extrañamente ni siquiera se sentía ofendido, un poco confuso tal
vez. Nada de lo que decían los cabezas cuadradas o las alucinaciones resistiría
una investigación seria. Pelant no era real. Él lo había matado. Había visto su cuerpo envuelto en el sudario ardiendo entre
las llamas.
— Es usted uno de los nuestros, agente Booth, ¿por qué se extraña ante
el comité de bienvenida?
— ¿Epps?
—
No hay que hacer ninguna búsqueda booleana para descubrir sus
intenciones. Su ex amante le amenazó
con contar la relación adúltera que mantenían desde hacía meses, el aborto al
que le había obligado a someterse para librarse del fruto de esa pecaminosa
relación. ¡Un aborto, agente! ¿No es usted creyente?
— No es cierto, no es
cierto—protestó a media voz, sin fuerza, no entendían nada—. Fui porque me dijo
que iba a suicidarse. No mantenía ninguna relación con Hannah, mi esposa lo sabía. Se lo juro, Hannah jamás abortó ningún hijo mío. Nadie ha abortado ningún hijo
mío. Ustedes mejor que nadie deberían saberlo. ¿Cómo es posible que no lo
sepan? —Gritó dirigiéndose al cielo raso.
— No estamos aquí para discutir nuestra base de datos, sargento —y ya
no era Epps, ni Sully, ni Pelant
quien estaba frente a él, sino el cabo
Parker — Es la mejor, se lo aseguro. Tenía que ver el interface que se
gastan. ¿Por qué acudió a la cita? ¿No era feliz con su mujer y su hijita?
—Se lo debía. No me acordaba de ella, Teddy, cómo podía hacerlo. Era feliz, soy feliz, Temperance es la mejor mujer del mundo.
La amo. Moriría por ella y por
Christine. Nunca, nunca le haría daño. Hace unos meses me encontré con Hannah al salir de la oficina, me
esperaba. Y te confieso que me alegré de verla, me pareció tan hermosa como
siempre aunque un poco desgastada, el tiempo no había sido misericordioso con
ella.
— No debería mirar el pasado,
sargento. Estoy aquí para ayudarle, el pasado es pasado.
—Tú no puedes saberlo, llevas muerto
veinte años. Pero esa mujer me devolvió la esperanza cuando Bones me rechazó.
—
Jo, sargento, ¿llama a su mujer, Bones? Eso es peor que llamar a un niño
Sebastian.
— Me propuso tomar un café juntos y acepté.
Era como reencontrarme con una vieja amiga.
— Pero ella no quería ser su amiga. ¿Verdad, sargento?
— No. Me echó a los brazos al cuello
y me besó, me besó como una hambrienta.
Pero te juro que la alejé de mí. La aparté y se rio. Se rio y a mí me entraron
escalofríos al oír su risa rota. Iba ciega, cabo. La mujer a la que amé bajo
las balas y la fragancia de una higuera había desaparecido. Un alien gastado la
ocupaba. “No puedes rechazarme, Seeley“, me dijo, y en su voz sonaba la
amenaza.
— La mujer murió de un disparo en el
cuello, agente. Según balística la bala salió de su pistola. ¿Por qué no cuenta
la verdad y así acabamos de una vez?
El
subdirector Cullen había sido un gran jefe, era un buen investigador al que la muerte de su hija
apartó de la cumbre del FBI, al que un piadoso cáncer acabó arrancándolo de una
vida mísera de dolor y perdida. Era la última trampa. Sabían que no les mentía, aunque las pruebas materiales les ayudaran a
encubrir su mierda. La habían cagado. Broadsky
se les había escapado y había matado a Hannah,
mejor echar la culpa de la muerte a una pelea de amantes que descubrir al país
entero la corrupción del sistema federal de prisiones que le permitió urdir su
venganza…
— Broadsky me arrebató la pistola y le disparó. No pude impedirlo. Me
golpeó en la sien, perdí el sentido —le explicó.
— A usted, un héroe, sargento mayor de los Rangers, condecorado,
agente del FBI con un noventa y siete por ciento de puntuación en las pruebas
de aptitud, ¿un prisionero recién
escapado le arrebata la pistola? ¿De verdad piensa que íbamos a tragarnos
el cuento, después de lo que han encontrado en el teléfono de la mujer y en su
ordenador? ¿Por qué un hombre que va a ser ejecutado al cabo de tres meses se
escapa y en vez de poner tierra por medio decide vengarse del agente que lo
encerró?
— Odio y venganza, señor. Él la
reclutó.
— “Ya no soy la inocente muchachita prendada del héroe que la salvó en
medio de las balas. Ahora te conozco. Sé quién eres” —le había dicho Hannah mirándole con las pupilas
dilatadas—. Me mentiste, soldado. Dijiste
que no disparabas a matar y tienes más de cincuenta muescas en la culata de tu
rifle. Nadie mata a cincuenta persona y
sigue siendo bueno, Seeley. Nadie. Eres un asesino, pero tan sexy, estás
bueno, aún tienes ese pecho, esos brazos —insistió toqueteándole— él
retrocedió, pero Hannah le persiguió
acorralándole contra la pared del diner.— Te
necesito, soldado y tú me vas a satisfacer. Porque te tengo pillado, Seeley —y volvió a soltar la carcajada—. Tuya es la decisión. O vuelves conmigo o contaré tu historia. La del francotirador que
disfrutaba matando. Tu hijo la encontrará instructiva.
— No lo harás. No te atreverás —le
había contestado más sorprendido que enfadado.
— ¿Me amenazas?
Y entonces lo dijo: “Olvídate de mis
hijos, me oyes, si les haces o dices algo te mataré. Me oyes, Hannah, te mataré.
— Déjalo ya, hijo. Las bases están llenas. Game is over.
— ¿Papá?
— Nadie te cree, Seeley.
— No la volví a ver hasta esta
mañana, papá. Bones lo sabía, no le
conté lo de las amenazas por que Hannah
no hablaba por su boca sino por la de la reina blanca. Me llamaba, al principio
cada dos o tres días, últimamente a diario. Te aseguro que sólo una vez intenté
verla. Fui a su hotel, quería que entrase en un centro de desintoxicación, le
había conseguido plaza. Pero no la encontré.
— ¿Cómo escapaste de Broadsky, Seeley? ¿No lo sabes, verdad? Acéptalo,
el juego ha concluido.
— Sorprendiéndole, cómo si no.
Cuando le dije que jamás me arrebataría el arma, levanté el puño y se lo planté en la cara. Se tambaleó, pero no
conseguí derribarlo. Me golpeó en la cabeza y entonces…
— Y te quitó la pistola, disparó a
la mujer y…
Y por un instante la vieja cicatriz
supuró la pus de la vergüenza. Si el juego había concluido, él era el perdedor.
— Recuerda, Seeley, la ira engendra ira, la ira, venganza, la venganza, odio y el
odio, dolor. Yo no te crié para que fueras un perdedor, ni un mal hombre. Yo te crié para ser un héroe, un hombre bondadoso que no mira por sí mismo sino
por lo demás. No lo olvides ahora,
renacuajo. “¡Señor, conviérteme en
instrumento de tu paz! Allí dónde haya odio permíteme sembrar amor, dónde haya
daño, perdón; dónde haya desesperación, esperanza; dónde haya oscuridad, luz; dónde haya guerra, paz, allí dónde hay
tristeza, alegría. ¡Oh, Señor! Concédeme no tanto buscar el consuelo como
consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar, porque cuando
damos recibimos; cuando perdonamos somos perdonados; y cuando morimos nacemos a
la luz eterna…”
— ¿Entonces, él me disparó?
—
Hijo mío, toda muerte al final ha de ser conforme a nuestra vida. Nadie se transforma para morir.
Recuerdas “Quien a hierro mata a hierro muere”. Tú has sido un buen hombre, un
buen hombre equivocado en casi todas tus decisiones. Tú culpa es mi culpa. Por eso estoy aquí. Hijo, para ayudarte
aceptar que toda muerte es un principio…
— Te equivocas, abuelo, te
equivocas. No puedo morir, no debo morir
sin dignidad. No estoy muerto. Esto es una alucinación, me drogaron como
cuando la enterradora me encerró en el barco y el fantasma del cabo Parker me ayudó a escapar de la
trampa. Lo he visto ¿sabes? Y a ti, y a
papá y a Pelant. Estáis muertos. No hay ninguna luz. Tú no estás aquí.
— ¿Quién sabe si vivir es lo que
llamamos morir y si morir no es vivir?
— Déjate de filosofías, abuelo. Morir, no es vivir. No es vivir con
Bones, ni con Christine. Morir es dejarlas solas. Rotas, sin campeón que
las defienda. Morir es desaparecer en el viento. Volver a ser polvo. Perderlas.
¿Sabes lo que en este momento está sufriendo? La habrán informado del tiroteo,
de la muerte de Hannah, andará
buscándome desesperada… Tú la conoces, abuelo, sin mí Bones morirá de soledad. Tienes que dejarme volver, pídeselo a
quien sea, abuelo… me lo deben.
— ¿No creerá, agente Booth, que existe una especie de balance existencial? La
muerte nos libera de todas nuestras obligaciones.
—No con ella, no con Bones, subdirector. Me necesita. Dios la
necesita. No pueden dejarla morir.
— ¡De qué te ensoberbeces, hombre
equivocado! Polvo y cenizas somos todos cuando perdemos la luz divina. La vida
y la muerte se confunden. Su esposa por su profesión lo sabe bien. Lo aceptará.
— Se equivoca. Ella me ama, no ha amado a nadie más que a mí y ahora a nuestra
hija. Yo la alimento, la protejo, soy su
hogar. Si ahora la abandono se le romperá el corazón, se encerrará en su
mundo de racionalidad y una de las criaturas más puras y hermosas de Dios se
convertirá en sombra.
— Hombre enamorado. Lo que en
realidad ocurrirá y Temperance, lo
sabe, renacuajo, será que sus receptores de oxitocina dejarán de percibir su
dosis. Vivirá, el amor no es imprescindible para la vida.
— Es usted un hombre violento, agente Booth, lleva la violencia en el
alma. No es su culpa, usted es también víctima. ¿Es consciente de que nos está
pidiendo un milagro? ¿Por qué tendríamos que dejarle volver con su familia,
para repetir otra vez la misma historia?
— No… no. No es por mí, es por
ellas.
— Su esposa, agente, guarda en su
alma un rescoldo de violencia, en realidad es muy parecida a usted, pero al
contrario que usted desconoce la obra de Dios. ¿Por
qué habría de obrar Dios una gracia por alguien que no cree en él?
— Christine.
— Sí, eso es, abuelo, mi hija. Ella fue un milagro de Dios. ¿Verdad?
El me la dio para que la cuidase y la amase, es la prueba de mi redención.
— Subdirector, está escrito que Christine Angela Booth Brennan salvará
de la muerte a millones de personas. La doctora Brennan es una mujer frágil, tal vez el horror del crimen la lleve
a la venganza. ¿No cree que deberíamos impedirlo? ¿Qué el cielo puede esperar por Seeley?
— ¿Venganza? No, no…, abuelo, Bones no puede echar a perder su vida
buscando a Broadsky, la convertiría en
una perdedora. Christine sería una perdedora.
— Sí se le concediese la gracia de
volver, agente ¿sería capaz de hacerle comprender todo el horror que sobre ella
desencadenaría? La ayudaría a odiar tanto su muerte que terminase odiando toda réplica de la misma
— Sí regresase no cabría la venganza ¿no cree, usted?
—
No, agente Booth.
Debe aceptar lo que ha sucedido. Usted no escapó, esto no es una sala de
interrogatorios del FBI.
— Entonces, ¿qué seré? ¿Un fantasma,
un ángel? ¿Volvería para ganarme las alas?
— Agente Booth, esto tampoco es una maldita película de Frank Capra. Los ángeles no tienen alas.
— Y ya que lo dice, tampoco sexo—y
de repente Booth comprendió lo que le
experaba—. ¿Ni sexo?
— Ni sexo, agente.
—
¡Santa Madre de Dios! Bones no lo
soportará…
—
Lo soportará, Seeley, te ama.
No rechaces la gracia de Dios, renacuajo.
Corre y vuelve con ellas. Ahí llega el ascensor.
— Hey, Booth,
¿eres tú, verdad? El de Bones. Soy
Vanesa.
— Encantado, Vanesa…
¿tú…?
— Sí, el sábado de madrugada. Me dormí y no desperté.
— ¿También regresas?
— No, yo me quedo aquí, demasiado dolor, sabes. No
parece que vaya a ser tan malo, ¡te he conocido! era una de mis ilusiones
¿puedo darte un abrazo?
— Te lo daré yo.
—Se feliz, Booth
— Lo intentaré, Vanesa, aunque sin sexo…, no sé…
Descansa tú.
— Lo haré, estoy en la Gloria.