lunes, 28 de abril de 2014

BONES (FAN-FICCIÓN) La Antropóloga, el Agente y la Presidenta VI

CAPÍTULO VI
EL CIELO NO PUEDE ESPERAR

(En recuerdo de Vanesa, la primera y más fiel seguidora del blog, por quien el cielo no pudo esperar).

Aunque siempre había sido fan de Led Zeppelin y le gustaban las canciones tristes, el Begin the Beguine de Frank Sinatra que repetía una y otra vez el hilo musical de la sala de interrogatorios había acabado agarrándole el corazón, tal vez por aquello de “cuando me susurras una vez más “Cariño, te quiero” sé cómo es el cielo en el que estamos”. ¡La echaba tanto de menos!

No se encontraba en el cielo, seguro. No lo estaría hasta que le permitieran salir de allí y volver con ellas. No pretendía ofender a Dios, pero no tenía ninguna prisa por alcanzar la gloria. Era feliz. Y se extrañó, no debería de serlo. Si Bones apareciera por allí le diría que estaba siendo víctima de una sobredosis de oxitocina, la hormona del amor y sólo con pensar en ella repitiéndoselo se le escapó una lágrima de felicidad. 

Y no debería sentirse feliz, después de todo había perdido la batalla. No había salvado a Hannah, le habían disparado y Broadsky había escapado. Una derrota sin paliativos. Debería estar hirviendo de ira, bufando contra los cabezas cuadradas que le mantenían allí y le obligaban a contestar una y otra vez las mismas preguntas. Deberían andar buscándole en lugar de interrogarle a él. Si hasta había empezado a sacarles parecidos, él último que había pasado por la sala era clavadito a Sully, el ex novio de Bones perdido con su barco en el mar.


Si hasta le había dicho con su voz pausada—. No deberías quejarte por que insistamos tanto, dos manos más nunca vienen mal.— Y era como estar oyendo al viejo Sully. Aunque luego, tal vez celoso, había añadido sarcástico
— Eres un gran observador, Booth, posees un gran instinto ¿cómo, consentiste que la situación se te escapara de las manos? ¿Por qué acudiste a la cita? ¿Temperance ya no te es suficiente?
— ¿Qué?, ¿Qué?
Broadsky  nunca estuvo allí, Seeley. En la casa no hay ninguna evidencia de su presencia.
— Él la mató, intenté impedírselo, lo juro por Dios que lo intenté —se defendió. 


— No le creo, agente Booth, es usted demasiado arrogante para consentir que nadie le arrebate el arma. Le conozco, sé todo lo que el doctor Sweets ha escrito sobre usted, su única intención al acudir a la cita era que Temperance no averiguase su aventura con Hannah.
¿Pelant? —Santa Madre de Dios, debía estar volviéndose loco. Pelant ardía en el infierno, que pintaba en aquella sala de interrogatorios.
¿Agente Booth? Conteste a mi pregunta —insistió el cabeza cuadrada. Le habían drogado, tal vez cuando le curaron la herida del pecho le habían dado algún sedante que le hacía alucinar, porque estaba alucinando, tenía a Pelant frente a él con su sonrisa inocente, con su mirada diabólica.
—La mataste a ella como me mataste a mí, obstáculos entre tú y Temperance.


Tal vez en otras circunstancias le habría saltado al cuello, le había mordido la yugular se habría bebido su sangre, pero extrañamente ni siquiera se sentía ofendido, un poco confuso tal vez. Nada de lo que decían los cabezas cuadradas o las alucinaciones resistiría una investigación seria. Pelant no era real. Él lo había matado. Había visto su cuerpo envuelto en el sudario ardiendo entre las llamas.
— Es usted uno de los nuestros, agente Booth, ¿por qué se extraña ante el comité de bienvenida? 


¿Epps?
—  No hay que hacer ninguna búsqueda booleana para descubrir sus intenciones. Su ex amante le amenazó con contar la relación adúltera que mantenían desde hacía meses, el aborto al que le había obligado a someterse para librarse del fruto de esa pecaminosa relación. ¡Un aborto, agente! ¿No es usted creyente?
— No es cierto, no es cierto—protestó a media voz, sin fuerza, no entendían nada—. Fui porque me dijo que iba a suicidarse. No mantenía ninguna relación con Hannah, mi esposa lo sabía. Se lo juro, Hannah jamás abortó ningún hijo mío. Nadie ha abortado ningún hijo mío. Ustedes mejor que nadie deberían saberlo. ¿Cómo es posible que no lo sepan? —Gritó dirigiéndose al cielo raso.
No estamos aquí para discutir nuestra base de datos, sargento —y ya no era Epps, ni Sully, ni Pelant quien estaba frente a él, sino el cabo Parker — Es la mejor, se lo aseguro. Tenía que ver el interface que se gastan. ¿Por qué acudió a la cita? ¿No era feliz con su mujer y su hijita?


Se lo debía. No me acordaba de ella, Teddy, cómo podía hacerlo. Era feliz, soy feliz, Temperance es la mejor mujer del mundo. La amo. Moriría por ella y por Christine. Nunca, nunca le haría daño. Hace unos meses me encontré con Hannah al salir de la oficina, me esperaba. Y te confieso que me alegré de verla, me pareció tan hermosa como siempre aunque un poco desgastada, el tiempo no había sido misericordioso con ella.
— No debería mirar el pasado, sargento. Estoy aquí para ayudarle, el pasado es pasado.
—Tú no puedes saberlo, llevas muerto veinte años. Pero esa mujer me devolvió la esperanza cuando Bones me rechazó.
— Jo, sargento, ¿llama a su mujer, Bones? Eso es peor que llamar a un niño Sebastian.
— Me propuso tomar un café juntos y acepté. Era como reencontrarme con una vieja amiga. 


— Pero ella  no quería ser su amiga. ¿Verdad, sargento?
— No. Me echó a los brazos al cuello y me  besó, me besó como una hambrienta. Pero te juro que la alejé de mí. La aparté y se rio. Se rio y a mí me entraron escalofríos al oír su risa rota. Iba ciega, cabo. La mujer a la que amé bajo las balas y la fragancia de una higuera había desaparecido. Un alien gastado la ocupaba. “No puedes rechazarme, Seeley“, me dijo, y en su voz sonaba la amenaza.
— La mujer murió de un disparo en el cuello, agente. Según balística la bala salió de su pistola. ¿Por qué no cuenta la verdad y así acabamos de una vez?


El subdirector Cullen había sido un gran jefe, era un buen investigador al que la muerte de su hija apartó de la cumbre del FBI, al que un piadoso cáncer acabó arrancándolo de una vida mísera de dolor y perdida. Era la última trampa. Sabían que no les mentía, aunque las pruebas materiales les ayudaran a encubrir su mierda. La habían cagado. Broadsky se les había escapado y había matado a Hannah, mejor echar la culpa de la muerte a una pelea de amantes que descubrir al país entero la corrupción del sistema federal de prisiones que le permitió urdir su venganza…
Broadsky me arrebató la pistola y le disparó. No pude impedirlo. Me golpeó en la sien, perdí el sentido —le explicó.
A usted, un héroe, sargento mayor de los Rangers, condecorado, agente del FBI con un noventa y siete por ciento de puntuación en las pruebas de aptitud, ¿un prisionero recién escapado le arrebata la pistola? ¿De verdad piensa que íbamos a tragarnos el cuento, después de lo que han encontrado en el teléfono de la mujer y en su ordenador? ¿Por qué un hombre que va a ser ejecutado al cabo de tres meses se escapa y en vez de poner tierra por medio decide vengarse del agente que lo encerró?


— Odio y venganza, señor. Él la reclutó.
— “Ya no soy la inocente muchachita prendada del héroe que la salvó en medio de las balas. Ahora te conozco. Sé quién eres” —le había dicho Hannah mirándole con las pupilas dilatadas—. Me mentiste, soldado. Dijiste que no disparabas a matar y tienes más de cincuenta muescas en la culata de tu rifle. Nadie mata a cincuenta persona y sigue siendo bueno, Seeley. Nadie. Eres un asesino, pero tan sexy, estás bueno, aún tienes ese pecho, esos brazos —insistió toqueteándole— él retrocedió, pero Hannah le persiguió acorralándole contra la pared del diner.— Te necesito, soldado y tú me vas a satisfacer. Porque te tengo pillado, Seeley —y volvió a soltar la carcajada—. Tuya es la decisión. O vuelves conmigo o contaré tu historia. La del francotirador que disfrutaba matando. Tu hijo la encontrará instructiva.
— No lo harás. No te atreverás —le había contestado más sorprendido que enfadado.
— ¿Me amenazas?
Y entonces lo dijo: “Olvídate de mis hijos, me oyes, si les haces o dices algo te mataré. Me oyes, Hannah, te mataré.


— Déjalo ya, hijo. Las bases están llenas. Game is over.
— ¿Papá?
— Nadie te cree, Seeley.
— No la volví a ver hasta esta mañana, papá. Bones lo sabía, no le conté lo de las amenazas por que Hannah no hablaba por su boca sino por la de la reina blanca. Me llamaba, al principio cada dos o tres días, últimamente a diario. Te aseguro que sólo una vez intenté verla. Fui a su hotel, quería que entrase en un centro de desintoxicación, le había conseguido plaza. Pero no la encontré.
¿Cómo escapaste de Broadsky, Seeley? ¿No lo sabes, verdad? Acéptalo, el juego ha concluido.
— Sorprendiéndole, cómo si no. Cuando le dije que jamás me arrebataría el arma, levanté el puño y se lo planté en la cara. Se tambaleó, pero no conseguí derribarlo. Me golpeó en la cabeza y entonces…
— Y te quitó la pistola, disparó a la mujer y…
Y por un instante la vieja cicatriz supuró la pus de la vergüenza. Si el juego había concluido, él era el perdedor.


— Recuerda, Seeley, la ira engendra ira, la ira, venganza, la venganza, odio y el odio, dolor. Yo no te crié para que fueras un perdedor, ni un mal hombre. Yo te crié para ser un héroe, un hombre bondadoso que no mira por sí mismo sino por lo demás. No lo olvides ahora, renacuajo. “¡Señor, conviérteme en instrumento de tu paz! Allí dónde haya odio permíteme sembrar amor, dónde haya daño, perdón; dónde haya desesperación, esperanza;  dónde haya oscuridad, luz;  dónde haya guerra, paz, allí dónde hay tristeza, alegría. ¡Oh, Señor! Concédeme no tanto buscar el consuelo como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar, porque cuando damos recibimos; cuando perdonamos somos perdonados; y cuando morimos nacemos a la luz eterna…”
— ¿Entonces, él me disparó?
— Hijo mío, toda muerte al final ha de ser conforme a nuestra vida. Nadie se transforma para morir. Recuerdas “Quien a hierro mata a hierro muere”. Tú has sido un buen hombre, un buen hombre equivocado en casi todas tus decisiones. Tú culpa es mi culpa. Por eso estoy aquí. Hijo, para ayudarte aceptar que toda muerte es un principio… 


— Te equivocas, abuelo, te equivocas. No puedo morir, no debo morir sin dignidad. No estoy muerto. Esto es una alucinación, me drogaron como cuando la enterradora me encerró en el barco y el fantasma del cabo Parker me ayudó a escapar de la trampa. Lo he visto ¿sabes? Y  a ti, y a papá y a Pelant. Estáis muertos. No hay ninguna luz. Tú no estás aquí.
— ¿Quién sabe si vivir es lo que llamamos morir y si morir no es vivir?
— Déjate de filosofías, abuelo. Morir, no es vivir. No es vivir con Bones, ni con Christine. Morir es dejarlas solas. Rotas, sin campeón que las defienda. Morir es desaparecer en el viento. Volver a ser polvo. Perderlas. ¿Sabes lo que en este momento está sufriendo? La habrán informado del tiroteo, de la muerte de Hannah, andará buscándome desesperada… Tú la conoces, abuelo, sin mí Bones morirá de soledad. Tienes que dejarme volver, pídeselo a quien sea, abuelo… me lo deben.


— ¿No creerá, agente Booth, que existe una especie de balance existencial? La muerte nos libera de todas nuestras obligaciones.
—No con ella, no con Bones, subdirector. Me necesita. Dios la necesita. No pueden dejarla morir.
— ¡De qué te ensoberbeces, hombre equivocado! Polvo y cenizas somos todos cuando perdemos la luz divina. La vida y la muerte se confunden. Su esposa por su profesión lo sabe bien. Lo aceptará.
— Se equivoca. Ella me ama, no ha amado a nadie más que a mí y ahora a nuestra hija. Yo la alimento, la protejo, soy su hogar. Si ahora la abandono se le romperá el corazón, se encerrará en su mundo de racionalidad y una de las criaturas más puras y hermosas de Dios se convertirá en sombra.
— Hombre enamorado. Lo que en realidad ocurrirá y Temperance, lo sabe, renacuajo, será que sus receptores de oxitocina dejarán de percibir su dosis. Vivirá, el amor no es imprescindible para la vida.



— Es usted un hombre violento, agente Booth, lleva la violencia en el alma. No es su culpa, usted es también víctima. ¿Es consciente de que nos está pidiendo un milagro? ¿Por qué tendríamos que dejarle volver con su familia, para repetir otra vez la misma historia?
— No… no. No es por mí, es por ellas.
— Su esposa, agente, guarda en su alma un rescoldo de violencia, en realidad es muy parecida a usted, pero al contrario que usted desconoce la obra de Dios.  ¿Por qué habría de obrar Dios una gracia por alguien que no cree en él?
Christine.
— Sí, eso es, abuelo, mi hija. Ella fue un milagro de Dios. ¿Verdad? El me la dio para que la cuidase y la amase, es la prueba de mi redención.
— Subdirector, está escrito que Christine Angela Booth Brennan salvará de la muerte a millones de personas. La doctora Brennan es una mujer frágil, tal vez el horror del crimen la lleve a la venganza. ¿No cree que deberíamos impedirlo? ¿Qué el cielo puede esperar por Seeley?


— ¿Venganza? No, no…, abuelo, Bones no puede echar a perder su vida buscando a Broadsky, la convertiría en una perdedora. Christine sería una perdedora.
— Sí se le concediese la gracia de volver, agente ¿sería capaz de hacerle comprender todo el horror que sobre ella desencadenaría? La ayudaría a odiar tanto su muerte que  terminase odiando toda réplica de la misma
Sí regresase no cabría la venganza ¿no cree, usted?
— No, agente Booth. Debe aceptar lo que ha sucedido. Usted no escapó, esto no es una sala de interrogatorios del FBI.
— Entonces, ¿qué seré? ¿Un fantasma, un ángel? ¿Volvería para ganarme las alas?
Agente Booth, esto tampoco es una maldita película de Frank Capra. Los ángeles no tienen alas.
— Y ya que lo dice, tampoco sexo—y de repente Booth comprendió lo que le experaba—. ¿Ni sexo?
— Ni sexo, agente.
— ¡Santa Madre de Dios! Bones  no lo soportará


— Lo soportará, Seeley, te ama. No rechaces la gracia de Dios, renacuajo. Corre y vuelve con ellas. Ahí llega el ascensor.

— Hey, Booth, ¿eres tú, verdad? El de Bones. Soy Vanesa.
— Encantado, Vanesa… ¿tú…?
— Sí, el sábado de madrugada. Me dormí  y no desperté.
— ¿También regresas?
— No, yo me quedo aquí, demasiado dolor, sabes. No parece que vaya a ser tan malo, ¡te he conocido! era una de mis ilusiones ¿puedo darte un abrazo?
— Te lo daré yo.
—Se feliz, Booth
— Lo intentaré, Vanesa, aunque sin sexo…, no sé… Descansa tú.
— Lo haré, estoy en la Gloria.

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