El carácter es el destino, dijo el
filósofo Heráclito. En Wanted Man, Tony Tost que ha escrito
el guion y Peter Weller que lo ha
dirigido, en mi opinión, lo han demostrado. Un fantástico episodio en el que las tramas que continuaban abiertas desde el final de la segunda temporada
no sólo han recibido un fuerte impulso sino que por mor de una gallina roja de Rhode Island desaparecida han quedado conectadas.
Walter Longmire cree que las palabras
de Heráclito significan que un
hombre construye su destino a través de sus decisiones, de sus elecciones, lo
que implica que el destino de cualquier persona
no lo deciden ni el azar ni las estrellas, sino cada uno con sus acciones y sus
omisiones. Yo también lo creo, tal vez por eso disfruto tanto viendo Longmire.
Pero como
nadie vive aislado, aunque se lo proponga, y el destino de cada hombre, de cada mujer depende no sólo
de sus propias elecciones sino de las decisiones y de las omisiones de aquellos
a los que se encuentra ligado, Tony Tost
construye una trama circular en la que lanza a cada uno de los personajes a una
misión personal, a una búsqueda independiente, en apariencia, de las de los otros,
para en un magnifico cierre del episodio, hacer depender el destino de cada
uno del actuar de los demás.
Y así Walter ha buscado, ahora decididamente,
al hombre que mató a Miller Beck, el asesino de su esposa. Branch Connally a David Ridges, al hombre que le disparó. Henry Standing Bear a Hector, el
indio que puede explicar el por qué estaban en su poder las pruebas que le
incriminan en el asesinato de Beck y a Vic
Moretti, a Vic, la búsqueda más
insignificante y que al final resulta clave: la desaparición de una gallina roja de Rhode Island.
Y a cada uno
le ha hecho actuar de acuerdo con su carácter: a Walter Longmire como el hombre cabal e íntegro que es, siempre
dispuesto para intentar detener el mal, a Branch
Connally como el soberbio que vela por sí mismo, a Vic Moretti como la mujer perdida a la espera de una brújula y a Henry Standing Bear como un hombre
intrínsecamente bueno, dividido entre lo que es y lo que los demás quieren que
sea.
Y no podía
empezar mejor el episodio que con Walter
Longmire, en una luminosa mañana, contemplando desde el porche de su casa
el horizonte. Una voz desde dentro le dice “Ten cuidado Walt”. Y él sonriente
responde mientras, cargado con su termo y sus escopetas, se dirige hacia el
coche “Lo intentaré, Martha. Lo intentare”. Un hermoso recuerdo. Por
entonces Walter aún sonreía por las
mañanas.
Lo que sigue al
recuerdo le cambia el rictus, Walt testificando
en contra de Malachi Brand, el
antiguo jefe de la policía de la reserva, el corrupto al que con la ayuda de Henry encerró en prisión. Diciendo, como
el hombre íntegro que es, que el lugar de Malachi
está en la cárcel, contando que hacía
unas semanas le había chantajeado con la vida de su amigo. Y la mirada que le
lanza mientras habla Malachi, la de
ese gran actor que es Graham Greene
dice mucho más que si pronunciara palabra de cuál sería si pudiese el destino
de Walt.
Y sin embargo Walt en su búsqueda del asesino de Beck, el asesino de su esposa Martha lo descarta como sospechoso, un tanto
apresuradamente. Estaba en la cárcel. Es cierto pero la intensidad de la
mirada refleja el tamaño de la afrenta, la dimensión del odio y como luego dijo
Malachi a Henry Standing Bear “La hermandad
tiene muchas caras”.
Walt se toma un día de vacaciones, va
en busca de tres sospechosos, traficantes, psicópatas, a los tres les encerró,
los tres a cada cual más violento podrían querer vengarse. Y aquí entra en
juego un invitado especial, alguien al que no habíamos visto todavía en la
temporada Lucien Connally (interpretado
por Peter Weller) el antiguo sheriff del condado de Absaroka. Un hombre aparentemente diferente a Walt y muy ocupado. Cuando Walter llega
a la residencia de ancianos dónde vive su corneta resuena por los pasillos. El
dialogo entre ellos digno de una vieja película del oeste.
— ¿Qué
quieres? —pregunta Lucien.
—Un
favor —responde Walt.
— Estoy
ocupado.
— Es
peligroso. Puede que te disparen.
— Te
escucho.
No podía ser
de otro modo entre dos hombres lacónicos. A Creely Dorn, un antiguo cocinero de
meta, se enfrentan juntos cuando intenta escapar en el coche revolver en mano: “¿Qué
prefieres parabrisas o ruedas?”, pregunta Lucien. “Ruedas” responde Walt.
“Blandengue”,
le llama Lucien. Contra Dorn, Walt solo tiene sus antecedentes, los
dos testigos que declararon en su contra murieron dos semanas después de que
fuera puesto en libertad.
“Vamos, sheriff, murieron en accidente de
tráfico. Además usted es quien me arrestó ¿no lo pondría a usted el primero en
mi lista negra?” “Quizás estaba”, le responde. Y es entonces cuando Lucien se entera del asesinato de Martha, de lo unidos que ambos habían
estado aunque fueran tan diferentes. Una vez se le insinuó le cuenta. Dos,
le responde Walt. Martha se lo contó. Y la impresión que
queda es que la diferencia entre el lacónico Walter Longmire y el taciturno y violento Lucien Connally la marcaba la existencia de Martha.
Mientras Branch Connally continúa su búsqueda de
David Ridges dónde la dejo en In the
Pines, interrogando al indio que secuestró en compañía de su amigo Travis.
Atado y con los ojos vendados el hombre niega ser un guerrero blanco, ni
siquiera sabe de qué le está hablando. Travis a quien una mala decisión ha
unido para siempre a Branch está
asustado, cree que lo va a matar, pero Branch
no está tan loco y le obliga a beber té con peyote. Drogado nadie le creerá
cuando hable del secuestro, le explica; él no va a joderse la vida. “Sí,
eso pensé yo, le responde Travis, cuando te apunté con el arma y ahora mírame”.
Y entonces Branch responde “Así
es la cosa, a los tipos como tú les pillan. A los tipos como yo no”. Se
olvidaba de Vic.
Vic, que está al cargo de la comisaria,
vegeta sin más obligación que encontrar la gallina roja de Rhode Island; pero
entonces se presenta Mathias el jefe
de la policía de la reserva y le cuenta lo del secuestro del indio por dos
hombres blancos. Vic le entrega un
libro con fotografías de delincuentes, tal vez allí encuentre alguna pista. Y
la encuentra, drogado o no el hombre reconoce a Travis. Cuando Mathias
se lo cuenta decide encargarse del caso. Y a pesar de la oposición materna lo
detiene. En comisaría se encuentran con Branch
quien le cuenta, delante de Walt y
Lucien, que Travis y él pasaron la noche bebiendo en el bar de Henry. ¿Caso resuelto? No. Branch se olvidó de que Vic, concienzuda
comprobaría su coartada. Con una pregunta Henry la desmonta. Y Travis termina contándole la verdad.
Henry, Henry lleva muy mal lo que le
está pasando, sabe que es el culpable por guardar pruebas incriminatorias, que volverá
a la cárcel si antes Walt no
encuentra al asesino de Miller Beck. Cady
cree que es necesario encontrar al desaparecido Hector, el indio que cumpliendo
su encomienda le pegó una paliza a Beck y le saltó los dientes. Tal vez deba
ofrecer una recompensa, le propone Cady.
Y aunque al principio se opone, no quiere vivir de la caridad, lo hace porque Malachi puesto en libertad se presenta.
Él está libre y Henry volverá a la
cárcel, los tiempos están cambiando le anuncia. Terminará quedándose con su
bar, quién mejor para ello que sus hermanos. Yo no tengo hermanos,
dice Henry.
Y al hombre
buscado, a Hector al final lo encuentran, la gallina roja de Rhode Island desparecida
y una mujer que increpa a Henry por
criminalizarle cuando es el único que otorga justicia a los pobres de la
reserva son determinantes. Walt, Branch
y Vic se presentan en su campamento pero llegan tarde, lo encuentran medio
moribundo, le han cortado la caballera dejando su cráneo ensangrentado. Una
serpiente le disparó, dice, y reconoce la foto de David Ridges. No sabe
por qué quería matarlo y no le importa. Siempre supo que acabaría así, solo
quiere que le ayuden a salir de la cueva, morir como un hombre bajo el gran cielo.
Y al final de
tanta búsqueda qué se ha resuelto. Apenas nada, sólo probar que David Ridges
está vivo y el temple del que están
hecho los caracteres de cada uno de los protagonistas incluida Vic a quien la confesión de Travis ha puesto en un gran dilema; el mismo al
que se enfrentó en sus días de policía en Filadelfia, cuando denunció por
corrupción a su superior que terminó suicidándose y provocando con ello el
acoso de Gorski. ¿Qué debería haber hecho?, le pregunta a Walt en busca de brújula para el ahora. Y la respuesta que Walt le
ofrece es la de Heráclito.
Tú no eres así.
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