Para Consuelo que la esperaba.
Antes que nada, perdón por la deshora. Tengo excusas, escoged la que más os acomode: el
desánimo por el futuro de Bones, el
olvido que gobierna mi memoria, Microsoft
Word 2010 que se negó a abrir el archivo de la crónica que escribí nada más
regresar a casa tras asistir, en el Teatro Chino de Hollywood Bulevard, al
homenaje que la profesión rindió a Emily
Deschanel y David Boreanaz, en el estreno de “Bones, la película”…
Y lo cierto es
que llegué entusiasmada, dispuesta a escribir mi mejor crónica sobre Bones. El estreno al que acababa de
asistir lo merecía, era espectacular, brillante, elegante, trepidante, divertida. Y la
escribí, la escribí. No me salió tan “redonda y divertida” como el guion de Stephen Nathan pero casi, casi. Y sabéis
qué, se perdió en el limbo de los textos
corruptos de Microsoft Word.
Esta que sigue ya
no puede ser la misma, pasada la primera impresión, mi entusiasmo
por el episodio se atemperó. Vaya por delante que The 200th in the 10th me sigue pareciendo visualmente espectacular y divertido, pero en mi opinión está lejos de
ser el mejor episodio de Bones, aunque su romántico y redondo final nos lo
haga creer, para eso fue así escrito, que Stephen
Nathan aún tiene mucho pelo y desde luego ninguno de tonto.
Pero mejor será
empezar por el principio, y el principio fue el cumpleaños. Cuando uno va a
cumplir doscientos años, qué de raro tiene, sobre todo cuando el futuro se
presenta incierto, que se dé un homenaje,
que por un día se permita cumplir sus sueños más secretos sin pensar en el
mañana. Y es más, se diga lo que se diga, cuando uno cumple doscientos años, doscientos episodios, en quién piensa uno si no
en sí mismo. Se han pasado tantos sinsabores, tantas ansiedades y también, por qué no, tantos buenos momentos que lo más reconfortante es volver la vista
hacia atrás, soltar lastre y reflexionar; que eso, entre otras cosas, significa la
palabra homenaje.
Y eso, en el
homenaje fue, no me cabe duda, en lo que pensó Stephen Nathan. El showrunner de Bones, echó un vistazo a su alrededor y se dijo, voy a recuperar la
química que durante las seis primeras temporadas vibraba en cada mirada que Booth y Brennan cruzaban, la diversión
con sus disputas, las controversias entre dos seres tan diferentes y en el
fondo tan idénticos; en fin y dicho con todas las letras, la recuperación de la
tensión sexual no resuelta que el matrimonio y los hijos les han hecho perder.
Porque como Homer Simpson dice “El
amor es lo que pasa entre un hombre y una mujer antes de casarse” y Booth y
Brennan llevan ya casados un año y tres años durmiendo juntos.
Y además, se
diría, ya que nos ponemos, vamos a recrear el nacimiento de la antropología
forense. Qué mejor homenaje para Brennan,
la primera autoridad mundial en la materia (según la mitología de la
serie), que convertirla en la inspiradora de “su ciencia”; que fuese ella y no
el primer antropólogo físico Wilton Marion Krogman quien dijese la frase “The
skeletons talks, the skeletons tells its story”.
Con esa
premisas, no me cabe duda, escribió el guion de The 200th in the 10th, no como el guion de un episodio de la serie,
sino como el guion de algo excepcional e irrepetible, Bones, la película. En la que aparentando
un homenaje a las películas clásicas de suspense, con guiños cinéfilos a “Con la muerte en los talones”, “Atrapa a un Ladrón”
o “Sospecha” de Hitchcok, homenajear
en realidad a Bones.
Y convocó a
todo el equipo, desde el utilero a la peluquera, del carpintero al electricista
y cómo no a los actores a conseguir el reto, a reconvertir durante cuarenta y
tres minutos, a la desorientada, decrépita y olvidada por millones Bones en la comedía chispeante y romántica de ingeniosos y
vibrantes diálogos, con un ligero toque macabro que un día fue.
Decía
precisamente Alfred Hitchcok que el
cine es como la vida real a la que le han cortado los momentos aburridos.
Lo mismo cabe decir de The 200th
in the 10th. “Bones, la
película” es “Bones la serie”, ahí están uno tras otros los momentos
“meta”, las auto citas, seguro que las reconocéis todas, pero cómo si la
celebración y la diversión estuvieran reñidas con la emoción Stephen Nathan al reconstruir los personajes de Bones les quita algo consustancial, algo
que les hace únicos, su pasado, su lucha por superarlo.
Y por eso Bones, la película y por ende The 200th in the 10th es una historieta de aventuras, un vistoso
divertimento en el que se entrecruzan los destinos de una doncella
ambiciosa, una millonaria solitaria, un gigolo, un perista con buen corazón, un
gacetillero novato, una taquimeca curiosa, un matrimonio salsero, un paleontólogo
con mucha vista, un ladrón de joyas con estilo y una mujer inteligente, tozuda y
con visión. Divertido, sí,
pero…
... Exento de
emoción, la que la vulnerabilidad de Brennan
nos provoca y nos hace amarla a pesar de su arrogancia. La Brennan de The 200th in the 10th no es una mujer herida que se esconde tras
la ciencia y la racionalidad, ni una mujer sin aptitudes sociales; al contrario
es una mujer integrada, tozuda, inteligente
y decidida a conseguir sus propósitos, una mujer cuyo hobbie es la
ciencia, la hija del jefe de policía, que intenta por todos los medios labrarse
una carrera como detective en el cuerpo en plenos años cincuenta. Ni científica,
ni racional, desconfiada y con la intuición suficiente para conocer a los hombres.
Lo mismo sucede
con Booth, en Bones, la serie, cuando
lo conocemos es un hombre tierno, intuitivo y con un deseo inmenso de redención, por eso le
amamos, por eso le ama Brennan, no
porque sea un macho alfa, un tío bueno con entretelas. Sin embargo en The 200th in the 10th, Booth es un veterano reconvertido por
mor de la justicia en ladrón de joyas, un Robin Hood moderno que roba, a los
que hicieron sus fortunas comprando y vendiendo en la guerra sin importar el bando, para
ayudar a sus viejos camaradas venidos a menos. Pero también un vividor que gusta de los desafios, sexy, de media sonrisa en el rostro,
un hombre que disfruta de la vida y se divierte.
Así que con todo ello cuando las luces de la sala del Teatro Chino se apagan y dan paso a las imágenes de la película, lo que nos presentan es una Bones envuelta en un suntuoso papel de regalo comprado en el Hollywood de los años cincuenta.
Es David Boreanaz, el director, quien con su lectura le da la espectacularidad a las
imágenes, la secuencia de apertura, que en el guion dirá, “Booth
conduce por una carretera de las colinas hasta una mansión”, se
transforma por mor de su visión en los seis minutos más inolvidables
visualmente hablando de Bones.
Y así cuando
callan las fanfarrias de la Twenty
Century Fox, lo primero que vemos es una carretera
serpenteante por la que circula un coche, a su derecha el mar azul recortado
por un cielo rosado y la oscuridad palpitante de las colinas de Hollywood. El
coche, silencioso, se acerca, es un Mustang
que elegante se desliza por el asfalto; la música suave e intrigante llena la sala mientras a la antigua usanza, los títulos
de crédito desgranan los nombres de los autores de la historia.
Luego el color
se satina, la oscuridad cerca al hombre vestido de negro que conduce el coche, la
cámara se detiene en su rostro ensimismado, mira el reloj, no tiene prisa. Cuando
la imagen cambia nos muestra a una mujer de labios rojos. Conduce el coche que
le sigue, otro descapotable años cincuenta; el rostro enmarcado por un
pañuelo multicolor atado por detrás al cuello, conduce
con cuidado, vigila las luces traseras del Mustang, no quiere perderlo.
El hombre llega
al jardín de una mansión, aparca el coche y mira a su alrededor, se siente
seguro, corriendillo se dirige hasta la casa, la cámara le sigue a ras del
suelo. Mira a un lado y a otro antes de iniciar la escalada por un enrejado blanco,
conoce el camino. El segundo coche se acerca, apaga las luces y aparca, la
mujer se baja, se quita el pañuelo dejándolo caer en el coche, de un bolsillo de la gabardina saca un revolver pequeño, lo
empuña decidida y
camina hacia la mansión, la cámara se queda atrás para mostrarnos sobre el
asiento la primera página de un periódico. La noticia, la llegada a la ciudad y
desaparición de Booth, un ladrón de
joyas.
Ha transcurrido
más de un minuto y el silencio matizado por la música sólo ha sido roto por el
ruido de las puertas de los coches al cerrarse, la mujer avanza insegura con
respecto al camino a seguir; mientras tanto en el primer piso, el hombre
vestido de negro salta ágilmente de balcón en balcón en busca de una ventana
abierta. La cámara desde lejos contrapone los caminos de ambos, no cabe duda
que terminarán confluyendo.
Es él quien la
encuentra primero, de pronto, como si su instinto le avisase de un posible
peligro se detiene, se acerca a la barandilla de la terraza, se asoma, la ve y en su rostro se dibuja una
agradable sorpresa; abajo la mujer intrigada alza la mirada buscándole,
presintiéndole, el hombre ha desaparecido en las sombras. Ella no se arredra,
el enrejado blanco le muestra el camino y decidida en se encarama en él.
Cuando ya está
casi en el balcón oye un ruido, una ventana que subrepticiamente se abre, ella
se detiene, él se introduce en la casa. Desciende por una escalera de madera
pulida, de repente un escalón cruje a su paso, se detiene escuchando, también
una doncella con una bandeja en la mano. Sorprendida pregunta ¿Miss Braga? Nadie
responde. El hombre de negro se aproxima a la caja fuerte, manipula la
combinación y el chasquido que produce al saltar la cerradura atrae la atención
de la doncella que desciende por la escalera. El hombre abre la caja fuerte,
mira a su interior y huye.
En la huida se
vuelve hacia el balcón dónde sigue la mujer encaramada; con “estilo” se lleva
la mano a la cabeza y la saluda. Dentro se oye un grito y el estruendo de una
bandeja al romperse. La mujer se introduce en la casa, baja por las escaleras revólver
en mano, la caja fuerte está abierta y los restos de un cadáver chamuscado son
visibles. La doncella llora desconsolada, la mujer saca una placa del bolsillo
y dice: Temperance Brennan, policía de Los Ángeles. La doncella
gimoteando repite, “Pobre, miss Braga, pobre miss Braga”. Para cuando Brennan mira con atención los restos de
“Miss Braga” acabamos de presenciar
los seis minutos visualmente hablando más impactantes, glamurosos e intrigantes
jamás vistos en Bones.
Luego resulta que Temperance Brennan es la hija del jefe
de policía y ha actuado sin su consentimiento, dejando escapar según le
recrimina a “un peligroso criminal”, lo confirma un policía (antiguo ex cura)
de la Interpol que lleva años persiguiéndole, el hombre la piropea en la
presentación “Es un regalo para los ojos”, dice. Y Temperance Brennan, en su única bordería, responde: No
los tendrás mucho tiempo si sigues hablando así.
Por supuesto
que aunque entrega la placa y la pistola no está dispuesta a rendirse, ella
sabe que Booth no la mató, no es su
estilo. Por eso acude al mejor hotel de la ciudad donde (¿de incognito?) se
aloja Booth, el famoso ladrón de
joyas, tiene una oferta para él. Booth,
llega sediento, no es nadie sin un Martini en las manos. Desde las sombras Brennan dice: “Todavía no es hora de
celebrarlo, Booth”. Cuando enciende la luz le apunta con un diminuto
revólver. Booth, sin amedrentarse, luciendo
media sonrisa y empleando un tono engolado de película de serie B responde “Por
favor, baja el arma. Cómo va a disfrutar un hombre de un Martini con un arma
apuntándole.”
Y a partir de
ahí, con una cama de matrimonio por testigo, se suceden las réplicas y
contrarréplicas, los dos son ingeniosos, y a pesar del evidente flirteo, se estudian, ninguno está seguro de las
intenciones del contrario, sólo hay una cosa segura, los dos quieren utilizar al otro en su provecho, como en el Piloto.
— Tengo
una proposición que hacerte — dice ella.
— Por
favor, darling, vas a hacer que me sonroje —le responde él flirteando.
Él conoce a la
gente de su profesión tiene que saber quién más podría haber robado las joyas
de la brasileña, le dice ella ocultando su interés. Pero Booth pone las cosas en sus justos términos.
— Quieres
que te ayude a encontrar al verdadero asesino para demostrar que deberías ser
detective.
— Tal y como yo lo veo es el único modo de demostrar que tú no eres un asesino — ¿Tenemos
un acuerdo? —le pregunta Brennan
con voz insinuante, pero sin dejar de apuntarle.
— ¿Por
qué no? —responde Booth—Brindemos por ello—. Y en sus ojos se
insinúa el pecado. En los de ella el resultado de la evaluación es incierto,
continúa evaluándole.
Cuando la
escena cambia muestra la fachada del museo de Historia Natural. Brennan lo lleva a ver al profesor Hodgins, un paleontólogo
brillante. Booth realista protesta. “No
es el momento de andar jugando con dinosaurios, darling. Vayámonos de aquí”.
“No
soy tu darling”, le corta Brennan,
frase y jugueteo que se mantendrá hasta que en el final se cambien los
términos.
La antropología
forense no se deriva precisamente de la paleontología pero como ambas se
dedican al estudio y reconstrucción de seres que vivieron en el pasado a partir
de sus restos esqueletizados o fósiles, resulta, a pesar del escepticismo
ignorante de Booth, totalmente
creíble esta asociación gracias a la interpretación “impresionista” que del “profesor
Hodgins” hace TJ Thine, está genial en el papel de sabio loco, con ese tupé
tan siglo XIX.
Y a partir de
que la ciencia entra en juego los descubrimientos de la causas de la muerte,
así como de la identidad de la víctima
(con alguna que otra trampa) se van sucediendo poco a poco, deduciéndose unos de otros. Pero
como en todo crimen la solución no viene solo de la ciencia. A los criminales los
atrapa la policía hablando con unos y otros, enfrentándolos con sus mentiras.
Lo que en The 200th in the 10th,
propicia la aparición más o menos apoteósica del gran elenco de artistas
invitados que han ido apareciendo en la serie a lo largo de estos diez años.
Y el seguir las
pistas les lleva de un lado a otro…, desde una sala de fiestas, regida por una
gran dama con visión, donde Aubrey (un
gigolo de buen corazón que consuela a jóvenes
herederas) y Rodolfo y Jessica (un matrimonio de salsero -él un simpático mujeriego,
y ella, esposa traicionada que en plan Gilda
le abofetea-), aportarán las pistas definitivas. Todos conocían a Miss Braga, cada uno con diferente rostro.
… hasta la casa
de Brennan a donde gracias al “Cacao
Maravillao”, Booth, experto bailarín
de salsa logra escaparse de mujer en mujer del cerco de la policía. Y es en ese
amanecer, en una escena doméstica donde la pareja comienza a conocerse como
posible sujeto de amor. Ya sus intereses han cambiado, ahora se miran y se ven
el uno al otro, no como ladrón y policía sino como hombre y mujer, no hay
encimera por medio sino una mesa de
desayuno, él lleva un mandil y ella una bata de boatiné, como debe ser.
Que la muerte
les acechaba era algo que cualquiera podía ver, los descubrimientos del profesor Hodgins las declaraciones de Aubrey les estaban acercando. Al final
es Brennan, como no, la policía, quien
descubre a la culpable, sólo que tanto ella como Booth son novatos en lo de atrapar asesinos y se dejan ganar por la
mano por la doncella traidora. Y Booth
se verá obligado a luchar por la vida de ambos en un antiguo bombardero de la Segunda Guerra Mundial. Y al final, con un gran
suspense, que implica un descenso en picado, como no podía ser de
otro modo vence la justicia.
A la asesina la
avaricia la pierde, y cae silenciosa al vacío cuando se suelta la
mano de Booth, por no abandonar la
bolsa del dinero y las joyas robadas. Cuando el avión está a punto de
estrellarse, Booth por fin se pone a
los mandos y él y Brennan, remontan
el vuelo hacia un atardecer dorado. Un final feliz. Pero no…
… Aún no se ha
hecho del todo justicia. Falta la recompensa a los héroes y así Brennan obtiene el reconocimiento a su
inteligencia y tozudez, una medalla de honor y el nombramiento de jefa de la nueva oficina de Antropología Forense. Booth
está orgulloso de ella, a partir de ahora la llamará "Bones". un gacetillero novato los inmortaliza en una foto.
Final perfecto. Pero no, aún no se ha hecho justicia del todo.
Pero como "hay un tiempo para la ley y otro para la justicia, darling", en las colinas de Hollywood,
donde Ángel, el vampiro con alma, consiguiera su redención, con las luces
de la ciudad al fondo y en el cielo la luna, la “bella luna” por testigo, en la noche de la justicia, Booth obtiene por fin su premio cuando él y Brennan se besan.
Y colorín
colorado este cuento se ha acabado.
Y aunque bien está lo que bien acaba y todos salen triunfantes,
incluidos los fans, The 200th in the
10th no logra hacer olvidar episodios como The Recluse in the Recliner, Two Bodies in
the Lab, Aliens in a Spaceship, ni The End in the Beginning, otro Bones
alternativo y desde luego ni se acerca a The
Woman in White. Es divertido, sí, pero no es Bones. Es la película que los productores y el elenco regalarían a
los fans diez años después de acabada la serie.
Y es que en Bones, todo, todo se hace al revés y nos
dicen adiós antes de la despedida. Que eso, adiós, significa también homenaje.