Encantador
episodio, entretenido, con vueltas y revueltas, y a pesar de la apariencia, nada
intrascendente. Y eso que el asesino es muy fino; que la víctima no era ni mala
ni buena, sino todo lo contrario; y eso es así porque el amor, que no gusta de
secretos y mentiras, requiere tiempos propios. Porque al final, consigue que
los relojes funcionen y las niñas
abandonadas vuelvan a sonreír. Encantador. Sí, pero… se le ve la intención. Es
un precursor, prepara el terreno para lo que está por venir.
Pero será mejor
empezar por el principio, y el principio, dado que los subtítulos tardan tres
días en salir, ha sido una vez más la caída de audiencia en vivo.
Encantador y simpático, lo cierto es que con The Putter in the Rough, Bones ha vuelto, sin excusa, a su mínimo histórico, 4,8 millones de espectadores y un 1,0 de share. Y lo más triste es
que ha perdido un millón, un millón
de fans, desde el 26 de marzo,
después del regreso del hiato. Da que pensar, ¿verdad? Da que pensar que la Fox
y Stephen Nathan, el productor ejecutivo,
se han equivocado y mucho, en esta, por ahora, última temporada de Bones.
Dave Thomas, el guionista del episodio, nos ha dejado, imagino que sin
pretenderlo, una imagen icónica de
la situación en la que actualmente Bones
se encuentra, terminado el rodaje de la décima temporada, enfrentados con la
mitad de los seguidores, con unas tramas anunciadas que desbaratan el que ha
sido, desde el Piloto, el centro y seña de la serie y sin saber nada cierto
sobre la renovación; la imagen no puede ser otra que esta, al borde del abismo y contemplando los restos, de lo que un día fue una
exitosa serie de televisión (aquí audiencias desde el Piloto).
Corresponde
a Hollis Peppal, un hombre
insignificante, harto de que su mujer ni siquiera le conteste al teléfono, y a
quien todo le da ya igual. “Se acabó, sobre la conciencia de su mujer
caerá su muerte,” se le oye decir, inocente. Y con decisión se alza
sobre la cornisa, se tambalea, respira hondo, se dispone a saltar, mira hacia
abajo y horror, contempla los restos del que aparentemente saltó antes, se
resbala y cae y cómo consigue asirse a la cornisa, pide a gritos ayuda. No hay mejor antídoto contra el suicidio
que contemplar lo que el amoroso abrazo de la muerte puede hacer contigo.
En casa de los Booth-Brennan andan nubes, la tormenta se avizora en la
mirada y en los gestos de Brennan
mientras habla con su padre. La niña miedosa, la abandonada, se apodera de ella cuando Max ante sus preguntas, calla. Y es que sin avisarla ha cancelado
sus planes con Christine, tiene que
salir de la ciudad. Y Brennan como
si en el cerebro tuviese un GPS que le advirtiese de la inminencia del dolor,
se niega a aceptar el silencio, los secretos, las mentiras; si se va de viaje
quiere saber por qué. Pero Max, en esos instantes no quiere darle respuestas.
Ergo, si guarda
secretos, si le miente no puede ser más que por: “¿Estas metido en problemas, otra
vez?” Y la negativa de Max en vez de tranquilizarla la enfada. “Vete
—le ordena—, a lo que sea que me estés ocultando”. Así que cuando el
teléfono le avisa de que tiene trabajo y Max se ofrece a llevar a Christine a la guardería, Brennan enfadada, muy enfadada se
larga. No tiene por qué molestarse. La cara que le queda a Max es todo un poema;
pero, ¿qué esperaba, que porque pagó la boda todo estaba olvidado, que porque
se entregó a la justicia arriesgándose a la pena de muerte por volver a estar
con ella le sería perdonado aquel primer y constitutivo abandono?
Quien también
se tiene que ir a trabajar es Andy, la novia de Wendell, pero como el amor es una droga y el reloj que marca las
horas encima de la chimenea le hace pensar al Romeo Wendell que quien canta es el ruiseñor y no la alondra, que
aún tienen tiempo para más amor, como quería Julieta, le pide que se quede.
Solo que Andy no es Julieta, sino
una responsable enfermera de oncología y ese reloj, herencia de su abuela, no
marca las horas, como el del bolero, sino que necesita una limpieza. Y Wendell,
chiquillo inquieto, ante un artefacto con llave para darle cuerda cae en la
tentación, la gira y algo dentro del reloj, salta, lo ha roto, piensa. ¿Romperá Andie también con él si lo descubre?
Por si acaso le miente, él se encargará de limpiarlo. Y que tenga un
buen día.
Booth, después de tantos años juntos no sólo es capaz de leer
en el rostro de Brennan, sino que
por fin ha aprendido a hacerla feliz y a ser feliz con ella. Y en su primera
conversación en coche, da muestras de esa sabiduría. Sorprendido al principio
por las palabras que Brennan
utiliza: “Max ha abandonado a Christine”, le dice ella, “Se va
de la ciudad porque oculta algo”, intenta, conciliador, parar el avión
que se le viene encima; “no debe sacar conclusiones, puede haber una
explicación sencilla para el abandono”; pero desiste, desiste cuando
ella, con cara de sargento de la guardia civil, le suelta sarcástica “¿En
serio?” Entonces Booth cambia
de táctica y sin avergonzarse se pasa con todos los pertrechos al bando de
Brennan. “No —dice—, está ocultando algo”.
Por si
dudábamos aún de su sabiduría, ya en la escena del crimen le propone colocarle
un rastreador en el coche, “Si eso te hace sentirse mejor”. Que
ante la rápida aceptación de Brennan,
le pregunte si está segura de que quiere
que lo espié, debemos tomarlo como una muestra de su probidad, no en vano
es un funcionario y va a infringir la ley; pero qué más da un poco de
corrupción, qué más da espiar a “su suegro” si eso le consigue la paz en el
lecho conyugal. Que cuando Aubrey
descubra sobre su mesa los resultados de esos rastreos, Booth le ordene no meterse en sus cosas, sólo demuestra que sí, que
a pesar de todo se avergüenza de lo hecho.
Pero hablemos
del intrascendente asesinato. A la víctima lo suicidaron. Booth encuentra huellas de que a alguien le costó mucho trabajo
tirarle por la cornisa. Ya en el laboratorio la muerte se complica, al menos recibió
cuatro disparos. Angela lo
identifica como Troy Carter y en la sala de interrogatorios, al interpelar a su
hermano, Aubrey descubre que había
abandonado el negocio familiar para dedicarse a jugar al minigolf, un “deporte”
con el que esperaba ganarse bien la vida. En esos días andaba jugando los Mini Masters
y tenía todas las probabilidades de ganar.
Allá que se van
Booth y Brennan, al Sammy Tropical
Tiki, un campo de Mini golf donde tiene
lugar el campeonato en un ambiente altamente competitivo. Y Brennan descubre que es fácil ganar al
mini golf, después de todo es un juego que responde perfectamente a las leyes
de la física, tanto que confunde las notas de uno de los jugadores (y posible
sospechoso) sobre cómo atacar un “hoyo” con las que escribía Isaac Newton, y siguiéndolas, hasta
ella, que nunca ha tenido ninguna coordinación visomotora, mete la bola en el
agujero en su primer lanzamiento. “Uno en el hoyo”, dice orgullosa, Booth la corrige, es “Hoyo
en uno”.
En fin que
Sammy y Lori, la pareja dueña del campo se siente muy apenada por la muerte de
Troy, eran grandes amigos, tanto que le financiaban su carrera golfista, con el
dinero ganado por la risueña esposa como modelo, por supuesto. Y ante la
extrañeza de Booth porque la buena
señora, está un poco mayor para lucir por la pasarela. Brennan, con su visión antropológica, le informa que es modelo de
manos. Y describe la perfección de sus falanges y de sus metacarpos. Cuando
Lori entre risas le asegura que es buena,
Booth orgulloso lo reconoce, “sí, es buena”.
Y tanto que lo
es, con sólo pasar la linterna por la pared de una choza “Tiki” descubre que
allí ha tenido lugar el crimen, hay restos de sangre y alguien ha intentado
limpiarla. La choza ante las protestas del dueño va entera para el
Jeffersonian, “Si la señora dice que entera, entera
irá”, le asegura, Booth, (un clásico).
Y en el
laboratorio los huesos empiezan a hablar, un poco despacio al principio porque Wendell manipula a Hodgins para que le arregle el reloj. Y el doctor, que ya destripó
todos los relojes de su familia cuando era niño, dispuesto a divertirse se
convierte en relojero. Sólo que las cosas no son tan sencillas como parecían y al
abrir la tapa, como si de una caja sorpresa se tratara, la maquinaria les salta
a la cara. Pero no hay problema, Hodgins
lo arreglará. Y en realidad lo arregla, sólo que el reloj se niega a medir el
tiempo. Y ante la desesperación de Wendell
que ya se ve abandonado, Hodgins le
propone el plan B, el que ha tenido en mente desde el principio, dar el
cambiazo al reloj, caja vieja, maquinaria nueva.
¿Pero es que
nadie trabaja en el caso? Nadie, nadie, no. Aubrey se pasa el día interrogando sospechosos, a la novia casi,
casi menor de edad, al hermano, al irascible padre de la novia; cada uno con su
secreto, cada uno con sus mentiras. Y
Angela, Angela hace magia con su ordenador y con la ayuda de Booth descubre que a la víctima no la
mataron de cuatro disparos como parecía por los orificios hallados, sólo hubo
un tirador y una bala que al dispararse se fragmentó en cuatro proyectiles,
luego el asesino le descerrajó un tiro por detrás en la cabeza. Es un nuevo
modelo de munición, así que da ahí a sentar al culpable en la sala de
interrogatorios sólo hay un paso. El que lo identifica como comprador de la
munición.
Pero Sammy lo niega, él no mató a Troy, era su
amigo, estaba financiando su viaje a Sudáfrica para jugar el campeonato mundial,
tiene pruebas. Y entonces ¿quién? La clave la descubre Brennan al detenerse a analizar una mancha roja en uno de los
huesos, una mancha que Wendell, más
preocupado por las consecuencias de la rotura del reloj ha pasado por alto.
Esmalte de uñas. La asesina una mujer que no se siente culpable, lo mató en defensa propia, en defensa de la
paz de su hogar. Troy era un aprovechado y su marido un inocente pero ella está
dispuesto a redimir su pena con trabajos comunitarios.
Y a todo esto ¿qué pasa con Max? Pues que es detenido
por la policía en Ohio profanando una
tumba. “No podías haber caído más bajo”, le reprocha Brennan cuando le echa la vista encima.
El desterrado es Marvin Barlow, uno de los diez delincuentes más buscados por
el FBI, de quien nadie sabía que había muerto. Max se niega a dar explicaciones. “Más secretos, más mentiras”,
estalla Brennan: “Ni
siquiera sé porque confié en ti”, le dice. Booth, conciliador, le pide que les de algo más, Max ya les ha dado
al fugitivo. Y Brennan reacciona
furiosa, “obviamente aún está metido en algo si se lo oculta”. Y luego
ataca. “Como ahora tengo una hija tengo que protegerla, dice, claramente
no está a salvo con él” (aviso a caminantes).
Y ¿al final
qué? ¿Cómo acaba? ¿Cómo podía acabar siendo Bones? Con el triunfo del
amor. Y así Wendell se entera,
cuando por fin confiesa su pifia, que el viejo reloj se paró cuando murió el
abuelo de Andy, que la abuela, una romántica empedernida, nunca lo arregló
porque las horas que marcaba habían sido las de su amor. Ahora también lo hará,
le asegura su novia, ahora marcará el tiempo de Wendell-Andy, el tiempo de su amor.
Y en el hogar de los Booth-Brennan negros nubarrones se
ciernen sobre la mirada de Brennan,
cuando a la hora de la cena se presenta Booth
acompañado de un temeroso Max,
ahora sí dispuesto a dar una explicación.
Pero la niña abandonada se niega a hablar con él, y no cede hasta que Booth le pide una oportunidad para el
viejo “¿Por qué, ya has tenido tiempo para inventar una nueva mentira?”
Pero al final se la da y nosotros con ella, qué trabajo nos cuesta a estas horas de la feria suspender un poco más nuestra incredulidad ¿qué importa que la historia que cuenta no soporte una revisión con lo que ya nos contaron en las tres primeras temporadas? Si Brennan, su hija herida, lo acepta, ¿por qué no nosotros? Max volvió a Ohaio después de desenterrar a Barlow porque fue a recoger un anillo que entrega a Brennan, ella lo reconoce, lo perdió cuando era pequeña. No lo perdió, le cuenta Max, Barlow se lo quitó mientras dormía. Y le amenazó. Era la prueba de que podía matarla cuando quisiera a menos que hiciera lo que él le pidiera.
“¿Entonces cuando nos
dejaste fue por eso?”, pregunta la niña
abandonada. Y la respuesta es Sí (lo
sé, lo sé, suspended la incredulidad un poco más). Y mientras Max le vuelve a pedir perdón, mientras Brennan comienza a esbozar una sonrisa,
se oye la voz en off de Christine que grita
¡Abuelo!
Y cuando la niña salta a los brazos de Max, se acabaron los secretos y las
mentiras, por ahora. El abuelo se queda a
cenar y además le ha traído un regalo, y Brennan entregándole a su hija el anillo que ella amaba de pequeña. le pasa el testigo, a Christine también le encanta.
Y es entonces cuando Booth, el viejo y sabio, vuelve a tomar
el mando de la escena, él se encargará de la cena mientras los tres, abuelo,
hija y nieta se relajan. Brennan
propone un juego, y Booth advierte a
su hija que tenga cuidado, su madre se vuelve loca cuando pierde,
sólo que no era verdad, protesta Brennan,
él había hecho trampas la última vez que jugaron.
¿Veo solo yo la doble
intención en todo este dialogo final? ¿Perdonará Brennan a quién ponga en peligro la vida de sus hijos? ¿Descubrirá Christine que en ella va repetirse la historia de su madre? ¿Qué su padre sólo es otro
desgraciado más, un perdedor que pondrá en peligro su vida? Las respuestas en las
próximas semanas, en la pasada fundieron a negro sintiéndose felices y
contentos.
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