Por Cristina Díaz de Alda.
Ver
el piloto de Bones ahora, después de
que lleva 11 años en antena es curiosamente refrescante. Cuando me reservé hacer
esta reseña, no esperaba tener tantos sentimientos por un capítulo que ya he
visto, exactamente, 10 veces, por un motivo o por otro, pero la verdad es que
me emociona. Yo me enganché a la serie por él, aunque no fue el primero que vi.
Me parece una presentación fantástica de la trama, los personajes y los arcos
argumentales que terminarían por definir Bones
como hoy la conocemos. Por cierto, me costó un montón encontrarlo en inglés
con buena calidad. Me niego a verlo doblado y sin patatas o helado. Otra
tradición.
Todo
empieza en un aeropuerto, ahí va Ángela (¿se
le han agrandado los ojos con el tiempo?), inquieta como siempre, de rosa,
cabreada porque las pantallas de las llegadas no funcionan y el encargado del
mostrador no le atiende. A ella, claro, no se le ocurre otra cosa más que
mostrar su ropa interior para que le hagan un poco de caso y justo entonces
llega Brennan. Primer plano para ella, episodio completo dedicado a dejarnos
entrever las miles de capas que tiene su cebolla. A mí, por lo menos en ese
momento, no me queda duda de por qué eligieron a Emily Deschanel para el papel, y menos una vez transcurridos los
siguientes minutos, cuando habla con su amiga, le da una paliza a un agente de
Seguridad Nacional, lo deja en evidencia y luego responde a sus preguntas con
evidente prepotencia y desgana. O la desgana del prepotente, mejor dicho. Es
una chunga con estudios superiores.
Y entonces aparece Booth, a salvar a la dama de un lío en el que él mismo le había
metido. Ella se enfada, él la persigue
y en dos minutos podemos ver las diferencias principales: una sabihonda,
orgullosa, deslenguada y, por cierto, bastante creída contra alguien que le
sabe dar la réplica, pero que es mucho más comedido en sus afirmaciones, a
pesar de estar llenas de mala baba. Intenta aplacar a la bestia porque necesita
su colaboración, chico inteligente, no dice exactamente todo lo que piensa pero
desde el primer momento queda claro que es el único capaz de domar a la rebelde
Brennan. Es el único que le vacila y
le reta y, francamente, el único junto con Goodman
que le trata como lo que es: una veinteañera (veintimuchos, creo recordar)
en plena adolescencia tardía con una inteligencia endiablada. Y por mucho que
más tarde, en la serie, se empeñen en ponerla como un ser frío, incapaz de
empatizar, lo que vemos en este piloto es muy diferente. Incluso Ángela afirma que ella se involucra
demasiado y que por eso prefiere mantener la distancia. O Booth reconoce que ella usa demasiada psicología para alguien a
quien no le gusta.
Brennan
no era fría, era apasionada, en su trabajo y con su vida, nadie puede ser tan
hiriente como ella, tanto física como psicológicamente, si el arrebato no bulle
bajo sus venas. Que desconozca la cultura pop, que le cueste explicar lo que
hace para que a la gente no le duela no implica que no sienta en cada poro la
infelicidad que está causando y eso es algo que se ve de maravilla cuando van a
hablar con los padres de Cleo Eller. Eso, creo yo, es lo que le hace ser
bastante bruta con los sospechosos y no el dichoso síndrome de Asperger que
siempre ha estado rondando sobre este personaje y que yo no termino de ver.
Analicemos: es una cría abandonada por sus padres que ha ido de hogar en hogar
hasta que pudo mantenerse gracias a su inteligencia privilegiada (lo del abuelo
o tío, o ya no recuerdo, que le sacó de todo aquello y del que no hemos oído de
nuevo, casi lo obvio, mejor). No confía ni en su sombra, normal, no se fía de
los sentimientos, ni de los suyos ni de los de nadie: ella quería a sus padres,
sus padres le querían y sin embargo desaparecieron. Lo mismo sucedió con su
hermano, ¿qué otra alternativa le quedaba? Le gusta su trabajo, le encanta su
trabajo y las cosas relacionadas con él, por eso el tipo de cultura que le
gusta siempre estará relacionada con eso. Para ella, eso es evasión y no los
programas de televisión o las revistas del corazón. Además, se da cuenta de que
la mayoría de las personas le tratan diferente por almacenar tanto conocimiento
y porque a ella le resulta fascinante algo tan peculiar. Los demás le marginan,
¿respuesta obvia? Dejarlos en ridículo frecuentemente. Ayudada por esa edad del
pavo por la que siempre hay que llamarla al orden y que la hace tan
adorablemente inocente a veces, es también soberbia. Es normal: es muy joven,
es una eminencia en su campo, tiene premios, publica libros… y aunque el dinero
le dé igual (inocente, ya os lo decía), sabe que es la mejor en lo que hace y
eso satisface todo el resto de demonios que guarda en su interior. Así que
olvidémonos, por favor, de la caricatura que hemos visto posteriormente. Esta es Temperance Brennan, todo lo demás
es la economía de FOX.
Además,
hasta la temporada cinco o seis, por lo menos, Emily y sus pecas son
increíblemente expresivas. No hablo de esa ya mítica inclinación de cabeza que
ha creado escuela por Twitter. Hablo de cuando arruga la nariz cuando algo no
le cuadra, cuando aprieta los labios cada vez que quiere pegarle a Booth pero no lo hace, las sonrisas
nunca completas, pero sí airadas, esa manera de abrir los ojos de par en par
cuando tiene una revelación, el modo de mirar fijamente simulando
concentración, la relajación de sus facciones cuando esta con Ángela, de su modo de correr, de su
modo de andar… Es muy buena actriz, le regala a su Bones el protagonismo que merece. No sé qué ha sucedido últimamente
que, salvo en capítulos contados, parece que ha perdido todo ese encanto. Serán
los guiones, digo yo.
Booth en el piloto es un mero secundario,
pero, como decía, sabe calmar a la fiera sin dejar de demostrar que tiene su
propio orgullo, como cuando en el campo de tiro se rebota y termina por pedir
la orden de registro en casa del Senador porque ella le desafía. Él, pase lo
que pase, hace bien su trabajo porque lo necesita: quiere purgar todas las
almas que ha mandado al cielo (o al infierno) deteniendo el mismo número de
culpables. Queda así siendo mucho más misterioso que Brennan, pero a la vez mucho más sencillo, más transparente, más
ameno. ¿Qué esconde tras esa mirada franca? Mucho más de lo que plantea, desde
luego. David Boreanaz sabe darle ese
aire de pez fuera del agua, pero a la vez buceador experto. Él resalta, y no
solo porque sea guapísimo, sino porque algo tiene. Y en 10 temporadas todavía
no he sabido qué es exactamente. Es una persona luminosa en una vida que
consiste en atrapar asesinos y desenterrar víctimas a la que, en ese afán de la
trama gastada, han caricaturizado hasta la existencia para obligarlo a ser el
ameno de la relación. No hacía falta. Ni ella era una cerebrito fría y cansina
ni él era un policía graciosete, falsamente ameno y payaso, los dos tenían la
mezcla justa de realidad herida, solo que escondían más que mostraban… y ese
equilibrio en 10 años es complicado de mantener, como hemos podido ver.
Apenas
nos muestran un esbozo del resto de personajes: quién no ve que Ángela es bastante echada para adelante
y liberal, que Hodgins está siempre
de mal humor y viendo conspiraciones o que Goodman
es el director justo y firme de esta escuela de raritos. Zack… ¡ay Zack! Tu salida de la serie fue un delito. Está
claro que tiene un amor platónico con Brennan,
que es listo, respondón, pero que no tiene las narices de su jefa. Posiblemente
este sí sería el Asperger, en todo caso, porque es muy introvertido, incluso
más que ella, pero también tiene ese orgullo innato, soltando aquello de “No
soy virgen. Ni de lejos”. Es
el descargo cómico, sin pretenderlo con esas afirmaciones subjetivas que no son
más que pura arrogancia. Me encanta Zack.
Lo metieron en un psiquiátrico sin que todavía supiese lo que significaba…
nada.
Un
punto y aparte merece el momento “I can
be a duck”, que yo creo que conquistó a todo el fandom… y a Booth también. Puede que el chantaje
ayudase un poquito… que, por cierto, me encanta escuchar a Brennan afirmando que, efectivamente, le está chantajeando y el buen hombre, alucinado, le pregunta: “¿Estás
chantajeando a un agente federal?”. Se sorprende, claro, de que ella,
en toda su soberbia e inteligencia, no sepa que eso le pude costar la cárcel. Y
él, que es un bendito, lo deja pasar y le deja que le chantajee. Si eso no es
amor a primera vista…. En el fondo, ella le gusta desde esos minutos, porque es
desafiante, porque es intensa, porque es lista, porque tiene una respuesta para
todo y porque, dentro de todo eso, hay
inocencia, hay tristeza y hay inseguridad… casi como en su caso. No la
trata en ningún momento como si fuese un grano en el culo, sin respeto o sin,
incluso, cariño. Hasta le dice a su superior que ella es alucinante y se hace
responsable de sus actos porque cree en Brennan
ciegamente. Evidentemente, todo esto es porque ha comprobado su valía,
pero, aún así, tiene muy bonitas formas de dirigirse a ella y sobre ella.
Al
final hay una escena que para mí significa lo que será Bones desde ese instante: Booth
quiere resolver asesinatos, ella dice que puede ayudar (es un buen pato) y
entonces él le felicita por haber entrado en la lista del New York Times. Ella
afirma que no lo sabía y hablan sobre dinero, para que Booth le recomiende que contrate un contable para manejarlo. Ahí
ella le ofrece su ayuda aunque no crea en el equilibrio cósmico en el que se
basa la vida de él y él es su cable a tierra, su recuerdo de la realidad, la
agenda que le pone ante los ojos que hay un mundo más allá de los doctorados y
el laboratorio: “contrata un contable”. Así
hemos estado durante años, viendo la historia de dos personas que se
complementan, y que lo hicieron desde el primer instante. Decía Booth en los votos de la boda que ellos
se han pasado la vida persiguiéndose… No
estoy de acuerdo. Se atraparon desde el principio, desde que ella le
recriminó su escenita en el aeropuerto y, desde entonces, no se han vuelto a
soltar. En su caso, hay hilos invisibles que los unen pero que se crearon por
saltarse las normas que obligaban a los cerebritos a permanecer en el
laboratorio y a los polis en la calle.
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