El segundo episodio de Longmire,
Of Childrens and Travelers va de viajes y enseñanzas, viajes porque cuando
la gente se desplaza se lo pone difícil al cielo para que se derrumbe sobre su
cabeza, a no ser que se sea una niña mala, y de enseñanzas, a saber: los tipos duros sólo se preocupan por sus
sombreros, los hermanos por la
pureza de la raza.
El maestro John Coveny
ha escrito en la pizarra el temario de la temporada, que, aún, siendo casi
idéntico al de las anteriores, contará, en mi opinión, con un tema estrella, el
que seguro entrará en el examen final, a saber: Las chicas malas sólo quieren que las quieran y los tipos lacónicos
terminan por abrir la puerta.
BRANCH Y SU SOMBRERO
El ayudante Branch
Connally como no podía ser de otra manera es un tipo duro, el más duro de del
condado de Absaroka, al menos eso
pretende que creamos, por eso sube sólo, recién salido del hospital las
escaleras de la oficina, pero por dentro siente otra cosa, ha sido derrotado y
lo sabe. Hasta ahora en la disyuntiva entre la ambición y el deber, en él
siempre vencía la primera, de ahí sus alianzas con los poderes fácticos que le
podían dar el poder.
Pero…, pero siempre se ha quedado a medias, a un paso del
salto al vacío. El guerrero blanco que le disparó parece que le ha hecho
retroceder tres pasos del borde del precipicio, si es sólo para tomar impulso o
para alejarse definitivamente está por ver, depende de lo que haya visto en la
pluma negra que el médico extrajo de su herida. Al menos ha agradecido a Walt Longmire que le salvase la vida. Y
lo ha hecho de verdad, como lo hace un tipo duro.
— Walt —dice cuando desmadejado por el sobre esfuerzo por llegar
hasta la oficina, está a punto de sentarse de nuevo en su escritorio.
— ¿Qué? — responde el sheriff.
— Gracias por… encontrar mi sombrero— y en sus labios se esboza una medio
sonrisa.
LOS HERMANOS Y LA RAZA
— No puedes ser medio indio aquí. No con la
hermandad rodeándote. Con nosotros hombre rojo u hombre muerto.
El sentimiento identitario debe ser el único material
genético que no está sometido a la acción de los radicales libres en el genoma
mitocondrial (con perdón), que no sufre mutación. Henry Standing Bear lo está aprendiendo en sus propias carnes. La
tribu, la nación no admite ni disidentes ni impurezas.
El alcaide de la prisión de los Tres Condados debe ser de la misma opinión que los directores del Zoo de Copenhague que mataron a la
jirafa Marius porque sus genes no eran lo suficientemente puros para la selección de
la especie que buscaban (mirad las fotos)
Por eso mantiene a Henry
incomunicado, por eso consiente que los guerreros rojos de la hermandad le
muelan a palos, para que aprenda a respetar las reglas de la nación, para que
reniegue de su amistad con Walt Longmire,
el gran jefe blanco.
Pero es un trampantojo. La pureza, siempre estará preconizada
por los jefes, lleven plumas o estén calvos, por quienes ambicionan gozar de
más privilegios o temen perder lo que ya tienen. Y quienes golpeen serán los
pobres de espíritu, los que en verdad temen perder lo que no tienen.
Así ocurre
en la prisión de los Tres Condados,
y así nos lo han contado. Cuando a Henry
lo tienen bien macerado, las razones se clarifican, el viejo jefe de la
policía de la reserva Malacay (Graham
Greem) se las explica convenientemente al jefe blanco. Él es el jefe de la prisión, o testifica a su favor ante la
comisión que revisará su petición de libertad condicional o Henry Standing Bear recibirá los palos.
Lo que no sabe Malacay es que la
naturaleza es muy sabia, que ha incrustado en el ADN, bien encriptado, un
código de autodestrucción, la pureza debilita, la mezcla fortalece. Walt Longmire se lo demostrará,
próximamente
LAS CHICAS MALAS DEL CONDADO DE ABSAROKA
— Miles de años y todavía nadie sabe qué hacer con ellas —dice
Vic a Walt acodada en la barra de un bar de Arizona.
— ¿Con quién? —pregunta Walt
más preocupado porque se haya bebido la mitad de su cerveza.
— Chicas malas. La gente piensa que necesitan más disciplina y reglas más
estrictas y las envían a conventos, manicomios y campamentos de animadoras.
Pero todo lo que en realidad NECESITAMOS es un poco de amor y aceptación.
Y así comienza el viaje de Vic esta temporada, de la mirada húmeda a la espalda castigada de Walt a beberse su cerveza, del silencio
a las medias palabras. Vic, por fin
habla y no lo hace precisamente de Polina, la chica mala que terminó en la
cuneta, la chica mala que por creer en los unicornios viajaba de un lugar a
otro para evitar que el cielo cayese sobre la cabeza de quién más quería.
Y Walt, que no es
inmune, aún a sabiendas de la respuesta pregunta, porque está en el guion,
estará en el guion de toda la temporada.
— ¿Necesitamos?
Y Vic confiesa.
— Bocazas, problemas de autoridad, poco control de impulsos.
— Y mal genio
—puntualiza Walt.
— Así que sí, podría haber estado en la situación de Polina. La única
diferencia entre chicas buenas y chicas malas es que las chicas buenas piden
permiso y las chicas malas piden perdón; pero todas queremos lo mismo.
Y esa confesión vuelve loco, por unos instantes, al lacónico Walt
Longmire. Él no habla sólo mira un pomo que no gira; el mismo que ella
duda en abrir en otro plano. Y la tensión, como en el camino hasta el OK Corral, se masca. Y los pomos y las puertas se convierten en secuaces del deseo,
inspiradores de la tortura, porque no se abrirán solos. Por eso cuando
inesperadamente unos golpes suenan en la puerta, Walt abre dispuesto a aceptar
el castigo, a realojarla.
Lo de Polina sólo ha sido la demostración empírica de que a veces los sueños se vuelven pesadillas, que los infelices siempre pierden. Pero... ¿y Vic?, a la vista está que sigue siendo una chica mala ¿conseguirá
su unicornio blanco o terminará en la cuneta a pesar de llevar la pistola en el
cinto? La historia continuará...
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