Desde el principio supimos que la relación entre Booth y Brennan no sería pacífica, que la vivirían con la misma inestabilidad que si se encontraran encima de uno de esos puntos calientes existentes en el interior de la tierra por donde se desliza una corriente de lava. Desde el principio supimos que un día el suave deslizar se tropezaría con un imprevisto, los detritos se acumularían, las válvulas de escape se atorarían y se produciría una erupción.
La aparición de Sully en la vida de Brennan fue el primer imprevisto “caliente” al que hicimos frente. Y lo fue, en principio, porque aunque Booth la amaba, nunca antes se había tenido que enfrentar con ello.
Sully lo comprendió de inmediato cuando enfadado se negó a darle consejo para llevarse a Brennan a la cama.
— ¿Por qué no? —preguntó —No es que tú la desees.
No, no sólo la deseaba, la quería, su expresión no dejaba dudas del malestar que tal posibilidad le producía. Y Sully lo supo, era por eso por lo que necesitaba hacer terapia. Y Booth protestó, claro que lo hizo, ni ante el mismo Dios reconocería que la amaba.
Que Gordon Gordon Wyatt consciente de su sinvivir le devolviese los atributos de sus rebeldías silenciosas, la hebilla cokie, los calcetines y las corbatas estrambóticas sólo fue un lenitivo, una pequeña fisura por la que dejar escapar la presión de los gases.
— Vaya, esos calcetines son increíbles —se admira Brennan cuando lo vuelve a ver con calcetines de rallas.
— Los calcetines, la hebilla del cinturón, la corbata son las válvulas de escape para mí rabia socio económica —.Le explica equivocado, porque en el primer episodio en que había hecho caso a Gordon Gordon Wyatt y había prescindido de ellos The Man in the Mansion había terminado riñendo con Hodgins, un niño rico que en su opinión se creía legitimado, como la víctima del caso, para saltarse las normas.
— No me gusta la psicología —afirma Brennan desdeñosa.
— Bueno, ya sabes, me ayuda a hacer frente a las irritaciones de hacer frente día a día a personas privilegiadas —responde Booth.
— Anoche me acosté con Sully.
— No es asunto mio—disimula Booth fingiéndose indiferente.
— Excepto que somos compañeros —contesta Brennan. Realmente ella sigue el consejo que tanto él como Angela le dieron en el Piloto, compartir información, sólo que Booth hubiera sido más feliz ignorante. Pero claro...
Y aunque a ella no se lo parezca, tiene razón Booth, no es lo mismo hablar de sexo que de calcetines. Booth ama a Brennan. Brennan… ¿no ama a Booth? Booth necesita terapia, Brennan… ¿no?
Claro que Booth hombre directo, lo primero que hizo fue chivarse, contarle que lo que realmente está afectando a su trabajo es la intolerancia de Brennan, que hable de Dios como su amigo invisible. Pero la lógica es la lógica, Booth habla con alguien que no está presente, luego es un amigo invisible.
— Le gustaría destruir todo el edificio… —insinúa Wyatt.
Y Booth, desatado, sin freno, se va cargando de razones, lo que de verdad le gustaría es prenderle fuego, sólo que allí no hay nada que quemar, todo es metal y aritmética. Allí no hay lugar para un hombre que crea en la intuición, en el alma, en el bien y el mal, en Dios. Y Wyatt lo entiende, vaya si lo entiende:
Pero la cosa no termina ahí y en The Boneless Bride in the River, Booth asegura que el doctor Waytt le ha hecho ver que hay ciertas presiones que se acumulan en su trabajo y necesitan ser tratadas.
— Sí lo hacemos todo juntos, ¿exactamente qué soportas en el trabajo que no soporte yo? —se extraña Brennan.
— A tí. Bones —afirma Booth sin contemplaciones — Tú no tienes que lidiar contigo.
Y Booth una vez más se equivoca, Brennan sí que tiene que lidiar consigo misma. Consigo y con la fisura que se ha abierto en su mente racional cuando sin saber bien por qué no se marchó a navegar más allá del horizonte con Sully. Era lo que le convenía, pero no se fue, se quedó… y eso en alguien como ella no cabe duda de que le ha roto la idea que tenía de sí misma, le ha creado un conflicto interno.
Y no, no la lleva a dispararle a ningún payaso musical, le dispara a un super ser invisible, precisamente al que Booth llama Dios. El enfrentamiento entre ambos está a punto de acabar con la singular simbiosis que resultó de la investigación del caso de Cleo Geller.
— Obviamente tenemos problemas que están afectando a nuestra relación de trabajo. Y tienes miedo de tratar con ellos, por lo que arremetes contra mi religión —le dice Booth después de su enésima discusión sobre cómo tratar a los sacerdotes en el caso The Priest in the Churchyad.
— Esta claro que no trabajamos bien juntos.
— Porque me mangoneas y me juzgas. —se defiende Brennan.
— Los problemas entre la gente, nunca son culpa solo de una persona —replica Booth.
Y no le vale el ejemplo de Hitler así que le propone acudir con él a ver al doctor Wyatt; por supuesto Brennan se resiste, la terapia es algo difuso, un procedimiento oscuro. Booth que conoce bien su arrogancia, descaradamente la manipula.
— ¿Tan insegura te sientes que ni siquiera le puedes hacer un favor a un amigo...? Y Brennan pica.
—Diré lo que pienso, Booth. Diré lo que pienso. —Amenaza cediendo, no muy segura de que su propuesta no sea en realidad una trampa.
BOOTH, BRENNAN Y EL DOCTOR WYATT
Claro que Booth hombre directo, lo primero que hizo fue chivarse, contarle que lo que realmente está afectando a su trabajo es la intolerancia de Brennan, que hable de Dios como su amigo invisible. Pero la lógica es la lógica, Booth habla con alguien que no está presente, luego es un amigo invisible.
Y Gordon Gordon que ha adivinado las razones de lo que los separa, los engatusa con una explicación poética.
—¡¡¿Qué?!! —muy buena la cita de William Blake, el loco visionario inglés, pero yo como Booth no entiendo cómo les afecta el comportamiento del reino animal. Al parecer, la metáfora es que estamos a merced de nuestra naturalezas fundamental.
— Una tontería, por supuesto, —se defiende el doctor— pero cuando entendemos nuestra naturaleza entendemos los conflictos resultantes —añade.
Ellos no discutían por la religión. La religión ha sido la chispa que ha sacado a la luz un problema subyacente. Exacto, lo que yo decía.
— ¿A qué es la leche? —exclama admirado Booth.
Sí, es genial, aunque Brennan no parece muy feliz, tal vez tema que se atreva a decirles lo que todo el mundo sabe y ellos quieren ignorar, que se aman hasta el tuétano y que si se funden el uno del otro el equilibrio entre la luz y la oscuridad se restablecerá en el universo, en el suyo y en el nuestro.
Y el fullero embaucador comienza su trabajo. Booth dice no tener problemas con el laboratorio, el lugar en dónde la doctora Brennan y los cerebrines encuentran sus respuestas, miente su boca, su cuerpo, inconsciente, no para de manifestar su incomodidad.
Sin embargo, cuando Waytt le insta a reconocer sus sentimientos negativos sobre el lugar, como un vendaval, la justa ira de Booth se abate sobre la plataforma forense, las exclusas que su voluntad habían mantenido cerradas a cal y canto vuelan arrancadas de cuajo, Booth no sólo se siente incómodo en el Jeffersonian, Booth odia el Jeffersonian...
Sin embargo, cuando Waytt le insta a reconocer sus sentimientos negativos sobre el lugar, como un vendaval, la justa ira de Booth se abate sobre la plataforma forense, las exclusas que su voluntad habían mantenido cerradas a cal y canto vuelan arrancadas de cuajo, Booth no sólo se siente incómodo en el Jeffersonian, Booth odia el Jeffersonian...
— Este sitio es demasiado reluciente… demasiado brillante. Está limpio —consigue decir arrancándose por fin las palabras, arrojándolas por toda la plataforma. — La muerte no es limpia, especialmente cuando se trata de un asesinato. Este lugar es falso —asegura desdeñosamente.
— Le gustaría destruir todo el edificio… —insinúa Wyatt.
Y Booth, desatado, sin freno, se va cargando de razones, lo que de verdad le gustaría es prenderle fuego, sólo que allí no hay nada que quemar, todo es metal y aritmética. Allí no hay lugar para un hombre que crea en la intuición, en el alma, en el bien y el mal, en Dios. Y Wyatt lo entiende, vaya si lo entiende:
— ¡¿Qué?! —Booth no ha entendido el silogismo. Pero lo que él quiere queda manifiesto. Lo que él quiere es arder con Brennan.
— Eso es bueno, muy bueno —dice Wyatt riéndose por dentro.
Y sin embargo en el trabajo les sigue yendo mal, muy mal... tanto que Booth termina echando a Brennan de la sala de interrogatorios, más que permitir que el padre Donlan les cuente su versión de los hechos, Brennan se dedica a dejar patente con sus burlas su militancia atea. Un comportamiento infantil, indigno de ella.
Y sin embargo en el trabajo les sigue yendo mal, muy mal... tanto que Booth termina echando a Brennan de la sala de interrogatorios, más que permitir que el padre Donlan les cuente su versión de los hechos, Brennan se dedica a dejar patente con sus burlas su militancia atea. Un comportamiento infantil, indigno de ella.
Su sesión con Wyatt tiene lugar en la misma sala de interrogatorios del FBI. Booth la acaba de echar de allí, le explica. Y sí, considera que es su dominio, es muy bueno interrogando, sabe cuándo mienten.
Brennan no le responde directamente, ha aprendido mucho de Booth acerca de las personas… no es que él tenga un sexto sentido, obviamente lee minuciosamente el lenguaje corporal, intenta explicarle y explicarse no muy convincentemente. Y de repente Wyatt hace la pregunta del millón.
— Porque algo pasa aquí. Él hace algo—. Reconoce.
— Y usted quiere saber lo que es, diseccionarlo, de modo que usted misma pueda hacerlo—afirma Wyatt.
—¡Sí! —Asegura Brennan, pero…
—¡No!
—La observación no es sólo ver, es experimentar. Es estar en el interior de la mente de Booth, poder ver y sentir las cosas igual que él. Así podría comprender...
— ¿Para ser uno con él? —sibilino, concluye el doctor. Y nosotros.
Y WYATT UNIÓ LO QUE SE HABÍA
PARTIDO EN DOS
En realidad ya sabía de antemano lo que les sucedía, afirma cuando se reúne de nuevo con los dos en el diner, las reuniones fueron una diversión. No era problema de geografía, de sentido de pertenencia de sí Booth no sabe qué hacer en el laboratorio o si no lo sabe Brennan en la sala de interrogatorios. El problema es que:
— Ambos están miedo de que la razón por la que la doctora Brennan no navegó hacia el atardecer con su novio Sully podría haber sido debido a sus vínculos con el agente Booth —les asegura convencido.
Brennan, una mentirosa patológica cuando se trata de sus sentimientos, incrédula quiere que le explique por qué no se fue con Sully. Era perfecto, el sexo era increíble…, tanto que Booth ni se lo cree.
— Odio la psicología —asegura Brennan desdeñosa.
— No te gusta porque dice que toda la tensión que hay entre nosotros es culpa tuya—la acusa Booth, aprovechándose del razonamiento de Wyatt. Pero se equivoca, Gordon Gordon también tiene una ración de culpa para él.
— Al contrario. En todo caso sus problemas son más pronunciados —le asegura—, dado que su comportamiento está afectado por lo que resulta ser un miedo bastante irracional de ser responsable por el destino de otra persona.
— Eso sí tiene sentido —afirma Brennan satisfecha, cuando el objeto del análisis es Booth sí le gusta la psicología.
Y con esa afirmación, esa patochada, de que ella no quiere ser una persona insustancial y que él no quiere asumir responsabilidades, Wyatt da por concluida su terapia. Ahora que sus mentes están en paz los dos serán capaces de trabajar juntos.
Y por supuesto acierta, como sí la palabrería del doctor les hubiera levantado la losa que pesaba sobre ellos, como si les hubiera dado bula para olvidarse una vez más del amor que sienten el uno por el otro, de la inseguridad que el sentimiento les provoca, Booth y Brennan comienzan a discutir tranquilamente sobre venenos y curas. ¡¡Ya está!!
¡¡Han vuelto!! Ellos son felices y el equilibrio vuelve a reinar en el universo. Y Hart Hanson y la Fox consiguen una prorroga, que para ello hayan tenido que poner nuevo impedimento a la unión de dos almas fieles, que diría un bardo famoso llamado Shakaspeare, poco importa, su caja registradora seguiría haciendo tilin tilin.
Por supuesto que el doctor Gordon Gordon Wyatt sólo engañó a quien quiso ser engañado, no a nosotros, las ya por entonces fieles Boneheads, no por supuesto a Angela que nos dio voz al final del episodio.
— Muy bien, escuche, Monty Python. Lo ha hecho bien con Hodgins y conmigo, eso está bien. Pero los dos sabemos que lo otro es una mentira. Brennan no rechazó la huida con Sully porque no sepa llevar una vida insustancial. Se quedó a causa de Booth.
Y no, no está proyectando su situación amorosa con Hodgins, sino reconociendo su superchería, la prioridad del doctor que no es otra que los agentes vuelvan al trabajo. Aunque para consolarnos nos dejó la hoja de ruta de Bones en un poema, un poema que tardó cuatro años en cumplirse:
"Los viajes acaban en brazos de un amante" William Shakaspeare.
Por cierto que según ha tuiteado Eddie McClintock, el actor que interpreta al agente Sully, hoy regresa a Bones.
— Eddie McClintock (@EddieMcClintock) 2 de octubre de 2016
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