“Las normas son las normas” que diría la doctora Brennan. Allá por abril, Michael Peterson dijo: “The Movie in the Making es uno de los (episodios)
más divertidos de Bones”. Y añadió: “Quería
hacerlo como un tributo a los fans”. A
fe mía que lo ha conseguido. Mis más sinceras felicitaciones al señor Peterson y a Keith Foglesong, el autor del
brillante y divertido guion, por su maravilloso regalo. Lo he disfrutado
como hacía tiempo que no disfrutaba de Bones.
Podemos discutir si The
Movie in the Making es o no es un interesantísimo, instructivo, y bien
dirigido documental del programa America
in profille. Un documental que al mostrar
la colaboración del FBI y la división forense del Jeffersonian en la resolución
de un crimen, presenta a las personas
encargadas de la investigación, como en
realidad son: a veces brillantes, a veces inteligentes, a veces ridículas,
a veces torpes, a veces tímidas, a veces arrogantes, a veces empáticas. Un documental que
transforma, por la mera presencia de una cámara ante la que hablar, a nuestros
personajes ficticios en lo que siempre habíamos querido que fueran, seres reales (acostumbrados a que nos
los cuenten, verles a ellos mismos
contarse es una agradable sorpresa).
Y como todo buen documental que se precie, America in Profille va más allá, los personajes
no sólo se cuentan, sino que al unir
trama con identidad, nos permite confrontar quienes dicen ser, con quien
por sus hechos son y nuestra opinión
sobre ellos, con las opiniones que suscitan en el resto de los personajes. Un documental que emociona
al espectador mostrando como el duro trabajo al que se enfrentan, la
muerte, el mal, terminan afectándoles en su vida personal, por no hablar del
inesperado y feliz final. Inteligente. Una brillante lección del “teatro dentro
del teatro” o sí se quiere de “la serie dentro de la serie”.
Pero fundamentalmente The Movie in the Making es un regalo, un hermoso regalo para los fans.
Porque como en los grandes episodios de Bones (The Man in the Fallout Shelter,
The End in the
Beginning, The Woman in White) no sólo el
caso es un mero instrumento para disfrutar con los personajes y sus relaciones,
sino que aunque todos se cuenten y sepamos de sus deseos, los únicos
protagonistas son Booth y Brennan, ellos y su eterna discusión.
AUBREY Y LA NOSTALGIA POR LA NIÑEZ
Nunca pensé que Aubrey en el fondo
fuese un niño nostálgico, aunque eso explique lo contradictorio de su
comportamiento. Un niño con un profundo problema afectivo del que sin duda se derivan sus
ansias por comer. El documental nos lo muestra como los fans lo quieren, como
un colaborador de Booth, inteligente, respetuoso con los procedimientos
en la investigación y torpe socialmente.
Mucho trabajo tiene Jessica por delante si quiere que su relación tenga futuro. Seguro
que el dolor terminará haciéndole crecer, lo veremos, seguro.
LA PROFESIONAL
Cam, perdón, la doctora Soroyan, es la
profesional que participa en el documental porque es su obligación pero, mujer
reservada, intenta proteger su vida privada de la intromisión de las cámaras. Inútilmente,
al ser Arastoo el ayudante de la
doctora Brennan, no pudiendo ni él ni ella en ciertos momentos ocultar
su familiaridad, “la cámara” siempre alerta a las miradas esquivas, cotilla
se recrea persiguiéndoles, hasta que las incisivas preguntas de la
directora terminarán rindiéndola.
SUS MAJESTADES, LOS REYES DE BONES
Y qué decir del doctor
Hodgins y Angela, los más naturales ante las cámaras. El Hodgins que nos presenta American in Profille es el que amamos
las fans. El hombre extrovertido, raro, entusiasta de su trabajo, feliz de
hundirse hasta el cuello en la basura para determinar la fecha de la muerte de
la víctima. Un Hodgins seguro de sí mismo y feliz con su mujer y a
quién no le importa que Angela le
confiese a Alex Duffy, la directora
del documental, que se quedó en el Jeffersonian porque Booth era muy mono, porque como él dice, al final se la terminó llevando el guapo, lease él mismo. Y orgulloso
de sí y de su espectrómetro de masas no
le importa que nadie le reconozca “su grandeza”, que sólo él se llame así
mismo “El rey del laboratorio”, lo es y también de Egipto…
Qué decir de Angela,
por fin feliz y satisfecha con su vida.
No sólo nos muestra sus capacidades sino que desinhibida como siempre fue se confiesa abiertamente la reina de
Egipto, rememorando las tórridas escenas en la supuesta cama de Cleopatra,
las que, como llevan tanto tiempo siendo un matrimonio, nadie recordaba. Y tal
vez como compensación por el dolor últimamente sufrido es la encargada de
mostrarnos cuán peligroso es el trabajo que realizan y así mientras vemos una
feliz escena familiar cuenta emocionada a cámara cómo y porqué su marido está
en una silla de ruedas.
IN
MEMORIAN
Y hablando de emociones y como las fans nunca olvidan y
de Movie in the Making es un regalo,
Hodgins a pregunta de Alex Duffy, qué buena directora, rememora
la figura del doctor Zack Addie, un
ser dulce, un muy querido amigo para quien el trabajo rodeado de muertes y asesinatos
terminó siendo demasiado. Y Arastoo
quien cuenta lo sucedido con Vincent
Nigel Murray, el loco de los datos, cómo murió en la misma plataforma
forense en brazos de la doctora Brennan ganándose su mirada reprobatoria cuando se
atreve a decir ante las cámaras lo duro que esa muerte fue para ella.
BOOTH Y
BRENNAN UN MATRIMONIO
CON SOFÁ…
Sin embargo es Gary
Lempke, conductor de maquinaria pesada de un vertedero, quien al darnos
noticia del hallazgo del cadáver, una
coliflor con dientes que no apartaba los ojos de él, nos presenta al
policía que hacía preguntas y a la dama que hurgaba en el cadáver de quienes por
cómo discutían pensó que estaban
casados.
Y aunque la dama que hurgaba en el cadáver desmiente la
suposición de Gary, “Booth
y yo no discutíamos en la escena del crimen”, dice, “Manteníamos
un saludable debate entre marido y mujer”. Su marido, resignado lo confirma:
— Es cierto — dice a cámara tras un profundo suspiro—, nuestros
debates a veces son tan saludables que termino durmiendo en el sofá. Es verdad.
Ellos son la doctora Temperance
Brennan, antropóloga forense del Jeffersonian y Seeley Booth, agente especial de la división de homicidios del FBI:
— Cuando me llaman a una escena en
la que los restos están muy quemados… o descompuestos llamo a Bones —dice Booth en off mientras la imagen nos lo muestra ajustándose
presumido el nudo de la corbata frente al espejo de su dormitorio, aceptando
una taza de café de Brennan.
Y cómo el interés del
director del documental no es otro que buscar lo que resulte más “escandaloso”
para sus espectadores y no se le ha escapado la mirada directa a cámara ni el
fruncimiento de labios de la doctora cuando Booth la ha llamado “Bones”,
en la entrevista Brennan explica:
— Me llama
Bones. A pesar de que soy su esposa, la madre de dos de sus hijos, todavía me llama con un apodo que desprecio.
— Que antes despreciabas —precisa Booth—. Ahora creo que te
gusta.
—
No, no me gusta, Seeley —le contesta, recalcándole el nombre.
Y todos sabemos que Booth tiene razón, que si al principio protestaba por el mote,
pronto dejó de hacerlo; también que ella
jamás lo llama Seeley. ¿Qué pasa entonces? Para mí que en estas escenas nos
muestran como ante el poder de la cámara, una ventana al exterior, Brennan intenta, como intentaríamos cualquiera
de nosotros, ofrecer la mejor imagen. Bones
no es un apodo para el mundo, es un apodo para la intimidad, lo mismo que Booth.
… Y
DIFERENTES OPINIONES
Y Alex Duffy que ya
ha descubierto la diferencia de opiniones
que tienen Booth y Brennan aprovecha la circunstancia, convirtiendo la
investigación de lo que sería un caso
sin ningún interés, un perdedor asesina
a otro perdedor, en una confrontación
entre ciencia e instinto, entre fe y razón.
“Confía en las entrañas, baby, son las entrañas”, dice Booth a la
cámara para certificar que la víctima fue asesinada, — No —replica
Brennan ante ellas —la única manera de que una entraña habrá
una investigación por homicidio es cuando contiene veneno. Y sin
embargo era un asesinato.
Pero Booth no sólo
confía en su instinto, sino que tal vez por su pasado, sobre el que pasa de
puntillas al hablar de sí mismo, es un
hombre capaz de ponerse en el lugar del otro, de percibir su dolor y en la
investigación llegado el punto en que los huesos llevan a Brennan a creer que la víctima sufrió abusos cuando era niño, se
enfrenta al padre, que termina
llamándolo monstruo, acusándole de matar a su propio hijo.
Y ante las preguntas de Alex
de ¿cómo fue capaz de acusar a un padre de matar a su hijo? Mientras
juega al hockey en el salón de su casa con Christine,
le responde que ama a sus hijos, que
hacerles daño es algo inconcebible para él, pero que aunque no se pueda ver, hay mucha
oscuridad en el mundo y al final del día
su lealtad estará siempre con el niño. Sin duda nunca olvida su difícil niñez.
Y un recuerdo del viejo Booth
que echábamos de menos, su capacidad
para leer a las personas. No sabe quién mató a la víctima, pero cuando descubre
que a pesar de los años el padre guardó las cosas de su hijo, que la noche en
que murió un corredor de apuestas le partió una ceja, insiste en entrevistarse
con el corredor; a pesar de las pruebas, el padre ha dejado de ser, para él, el
asesino. Y por supuesto Brennan no
está de acuerdo con él.
— Mi marido es un hombre inteligente que está en contacto con sus
sentimientos —le explica a la cámara—, es parte de lo que lo hace
excepcional en su trabajo. Pero los sentimientos son minipulables.
Booth ha creado una conexión con el padre de la víctima por su adicción al
juego, porque puede verse así mismo en el padre de la víctima y ya no puede
creer que matara a su hijo. Esa es ña razón por la que confió en la ciencia
sobre el corazón.
Por cierto, el padre no mató a su hijo.
UNA VUELTA
DE TUERCA MÁS
Pero la controversia de
Brennan y Booth va más allá de su trabajo, el futuro de Christine, su educación también es fuente de disputas. Y en un inteligentísimo y brillante cambio
de juego, la cámara sigue a Brennan
hasta el colegio donde estudia Christine,
es el “Día de la Carrera” y va a explicarle a la clase cómo se gana la vida.
Una muestra de la
confrontación ficción-realidad, porque los
compañeros de Christine son los hijos de los miembros del elenco y del equipo
de Bones. Están, que se reconozcan el sobrino
y la hija de Michael Peterson, el hijo de Emily Deschanel y la hija de David
Boreanaz, y son ellos, precisamente ellos a quienes les ceden la palabra,
no a Christine, la niña ficticia,
son ellos los que a su manera le hacen preguntas sobre su trabajo, los que se asquean
y vomitan cuando ven (ficticiamente, porque a ellos en realidad les mostraron
una pantalla verde) el cuerpo medio descompuesto por el que pululan unos
escarabajos, no Christine, a quién
las imágenes le hacen sonreír.
De lo cual se muestra muy orgullosa en el laboratorio, porque
siempre arrogante no puede dejar de ser quién es, la mejor antropóloga forense
del mundo, y su hija sería tonta si no se aprovechase de la circunstancia para
convertirse en antropóloga.
Sólo que con Booth su
orgullo no le vale, Christine
tal vez no se ha inmutado mientras los bichos descarnaban el cuerpo porque está
acostumbrada por las imágenes de cadáveres que tiene por toda la casa “Sólo
trato de prepararla”, se defiende. ¿Para qué, para terapia? Le pregunta
Booth. “No para su futuro como
antropóloga forense”.
Y por supuesto él también ha decidido lo que Christine va a ser de mayor “Portera
de los Flyers”. “Es ridículo”, responde Brennan. Pero Booth sólo quiere que su hija no pierda su infancia pensando en la
muerte. Y Brennan se defiende, ella
pensaba en la muerte y nunca lo consideró un desperdicio.
Y sin embargo mientras explica a la cámara que desde que tenía cinco años ya sabía que quería ser
antropóloga forense, que tal vez fuese un poco rara porque solía
diseccionar los animales muertos del vecindario, su rostro se va entristeciendo sobre todo cuando habla de Morticia, el apodo con los que los
demás niños la llamaban, pero nunca dejó
que eso la detuviera.
Christine
tiene sus propias ideas y en una escena familiar en la que por fin aparece Hank, ante la insistencia de sus padres
cada uno con su propia idea sobre su futuro, confiesa que quiere ser vendedor de coches como el padre de su amigo Toby. ¡Toma
esa!
Brennan no lo acepta, su hija no se ganará la vida vendiendo coches, afirma
taxativa delante de las cámaras. Booth,
comprensivo, apoya lo que su hija decida hacer, por supuesto la apoyan los dos;
pero Brennan cabezona como siempre
insiste en que ella no. No le va a ser fácil hacerle cambiar de opinión, ni siquiera citando a Sweets, que él le diría que no lo
acepta porque siente que el rechazo de
Christine a su trabajo es un rechazo a ella misma.
Por supuesto que no lo aceptaría, la psicología no es
siquiera una verdadera ciencia. Aunque lo echa de menos, era un buen amigo. Y
ante la emoción en el recuerdo al amigo perdido, Booth la coge de la mano y por unos instantes zanjan la polémica.
Por unos instantes, porque la división de opinión es consustancial a ellos, dos
seres tan diferentes y sin embargos necesitados el uno del otro para ser
felices.
Y UN FINAL
FELIZ
Pero como todo programa que quiera prevalecer en la memoria
tiene que terminar con un final feliz, Alex
regresa a la escuela a preguntarles a los niños “¿Qué quieres ser cuando seas
mayor? Y sus respuestas, las de los niños reales son las que son: una
quiere ser policía, otro alcalde de Marte, otro, tal vez el más inteligente, aún
tiene que pensarlo.
Y sin embargo para mí hay dos respuestas que no sé dilucidar
si son una línea de guion o un deseo del corazón porque a fe mía que más
parecen esto último. Y así Natalie, la
hija de Michael Peterson que nació aquejada de fibromialgia y se ha pasado
la mayor parte de su vida en hospitales, dice: Quiero ser “Un mago y un médico”.
Bella, la hija de David Boreanaz, que desde que nació ha visto a su padre pasando la mayor
parte de su vida “trabajando” con una antropóloga forense afirma: Quiero ser
“antropóloga forense”.
Y en otra vuelta de tuerca, una más para saldar las polémicas
abiertas, para concretar el carácter de los personajes, también a ellos les
pregunta ¿Qué quieren ser cuando sean mayores? Y no puede resultarle
mejor, porque llegado el momento de la reflexión, las personas que hemos visto
antes investigando, discutiendo, ocultándose, a la hora de la verdad se sinceran y muestran ante la cámara sus
más íntimos deseos.
Y así mientras Angela
fotografía al equipo de American
Profille su voz en off dice que
quiere ser alguien que ve la belleza en el mundo y es capaz de compartirlo con
los que la rodean. Hodgins,
fiel a sí mismo, a su innata curiosidad, alguien
que nunca deje de buscar. Y Aubrey quiere
volver al tiempo y al lugar en el que fue feliz, “Quiere volver a ser niño”.
Pero como buen director Alex
Duffy sabe que necesita para terminar en aplauso con alguna sorpresa y lo
consigue, su acoso a la doctora Saroyan obtiene
éxito y vemos como la mujer que había negado reiteradamente ante la cámara la
existencia de una relación personal con el doctor Vaziri, rindiéndose, proponiéndole delante de esa misma cámara, matrimonio
a Arastoo.
Mis felicitaciones a la directora no todos los documentales sobre crímenes consiguen una proposición de boda.
¿Y Booth? ¿Y Brennan? Booth en su respuesta es fiel a su deseo de ser mejor hombre, mejor
persona, mientras comparte con el padre de la víctima una reunión de jugadores
anónimos, dice querer ser Al final del día quiero ser alguien que ha
dado más de lo que tomado.
Y Brennan, cuando
finalmente Alex Duffy le pregunta,
la científica cede el paso a la mujer que escucha a su corazón:
Eso es fácil —le responde—. Me
gustaría ser la madre del mejor vendedor de coches del mundo.
El crédito de este gif es de jigsmave.tumblr |
Y la cámara nos muestra
a ella y Booth al final del día comprando
coches de juguete en el concesionario de
una muy feliz Christine.
Un gran documental American in Profille, un firme
candidato este año al Emmy. ¿Qué no
es un documental? ¿Qué es sólo un buen
episodio de Bones? Tal vez, pero os olvidáis de algo muy querido para la
doctora Brennan. Vivimos en un
universo quántico, y es nuestra mirada, la mirada del espectador la que dota de
realidad a todas las cosas… Recordad al gato
de Schrödinger…
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