Si alguien me dice, antes de ver el episodio de Bones de esta semana: El carnicero en el Coche (en español en el original), que iba a escribir lo que voy a escribir, le pregunto si se está quedando conmigo. Y me parece genial, si me parece genial que Jonathan Collier y Dean Lopata, los dos escritores que firman el guión, me hayan sorprendido escribiendo este gran episodio. Es uno de los bonus, se rodó nada más terminar de emitirse la octava temporada, y salvo por las menciones a Pelant, queda descolgado de lo que han sido los dos primeros de la novena, centrados en la relación de Booth y Brennan, pero no importa, ni se la echa de menos.
Lo cierto es que cuando me esperaba otro "encantador asesinato", estos dos, sobre todo Collier, jefe de los guionistas de Bones, responsable de los dos últimos episodios que tenían por protagonista a Pelant y sobre todo del último de la octava temporada, llegan y dicen, "Aquí estamos, mira de lo que somos capaces". Y es que cuando quieren lo hacen bien, muy bien, tanto que parecía por la intensidad, el ritmo y la emoción uno de los de la excepcional tercera temporada. Y la pregunta es ¿por qué no lo hacen siempre igual de bien?
Si alguien me dice, antes de ver el episodio de Bones de esta semana, que un episodio centrado en la persona del doctor Sweets iba a gustarme, le pregunto si está de coña. La entronización del doctor en la octava temporada, en detrimento del personaje de Booth, contribuyó, tanto o más que los deslavazados guiones de muchos de los episodios, a que la octava haya sido, sin duda, la peor temporada de Bones. Demasiado Sweets entre Booth y Brennan.
Y así empezó. Lo primero que conocimos de Sweets en el episodio de la tercera temporada títulado "The Secret in the Soil" fue su voz, decía "Júntense un poco más, más..."; luego la cámara entraba en el despacho y se centraba en Booth y Brennan, de pie, uno frente a otro, con las palmas de las manos juntas. Cuando Booth protestaba por lo estúpido del juego, la cámara nos mostraba por primera vez el rostro del doctor, justo por debajo de los brazos de la pareja, entremedias de sus cuerpos.
En aquel episodio, como en los que, ya como personaje recurrente, intervino en la tercera y la cuarta temporada, su papel fue pequeño, centrado primero en la terapia de la pareja; su pinta de niño crecidito, su mirada triste y su boquita de piñón hacían que las burlas de Booth y Brennan parecieran más crueles. "Chaval", lo llamaban. Comenzó a ser una molestia a partir de la quinta, cuando su presencia en la sala de interrogatorios "Mi sala" como la ha llamado Booth en este episodio, se hizo continua; luego lo convirtieron en agente, le dieron la pistola, investigó crímenes por su cuenta y por último, en el colmo de los colmos, porque al decir de los productores "era divertido", lo metieron a vivir con la pareja.
En El Carnicero en el coche, no ocurre. Su intervención es como doctor, como psicólogo, y aunque pueda parecer un poco forzada, Booth, con una preocupación de hermano mayor, va a verle al principio del episodio para saber cómo le va desde que dejó el FBI, y luego vuelve, una vez más, para pedirle ayuda con el caso que investigan que, precisamente, se desarrolla en el barrio marginal en cuyo centro comunitario está trabajando, resulta ser una intervención crucial; no tanto en la investigación ni en la comprensión de los motivos del asesinato, como por la relación que ha establecido previamente con "el asesino" y su gente.
Porque lo que se investiga en "El Carnicero en el Coche" es precisamente la muerte de un carnicero, Jaime del Campo, miembro de la banda "Los Estrellas Locos" que se dedica a asesinar y a descuartizar los cuerpos en nombre de la banda. Al principio parece muy simple, se trata de un ajuste de cuentas entre bandas; luego las cosas se complican, el asesinado convivía con una mujer, María, miembro igualmente de los Estrellas Locos, una mujer encargada de custodiar las armas de la banda, una mujer que no desea colaborar con Booth y Sweets porque los Estrellas Locos son su vida, su familia y para ellos es su lealtad. Eso a pesar de que en su rostro hay huellas del "amor" del carnicero.
El ambiente se vuelve tenso, hay disparos, hay sangre, más que en otros episodios. Hay promesas de avisar si a uno le han disparado Booth a Brennan. Y cosas asquerosas como la cabeza de una policía encubierta, asesinada previamente por "el carnicero" a la que Cam despelleja como si se tratara de un plátano. Por supuesto hay risas, el doctor Hodgins se pasa medio episodio colgado de un arnés, lo que sin duda va en detrimento del aumento de su progenie, según dice, por lo pronto coloradote se le ve en algunas escenas. Hasta que un descubrimiento de Brennan lleva a la resolución del caso. Al muerto le dispararon una sola bala y de abajo a arriba.
Ella, María, es la culpable, se dicen todos, sólo que está tan mediatizada por su lealtad a los Estrellas Locos que Booth será incapaz de doblegarla, no conseguirá que confiese. Sweets les pide que le permitan interrogar a Javier, el hijo de la detenida delante de ella, tal vez el niño ha visto algo, tal vez diga algo que la obligue a confesar. Y entonces sucede lo más triste y hermoso del episodio. No hay asesino, sólo un niño que defiende a su madre y lucha por su vida. Y lo más terrible, que la madre, fanática, reniega del hijo por amor a la banda.
Al final, el niño, con una llamada de teléfono que Angela consigue triangular, les entrega el arsenal de armas de Los Estrellas Locos y Caroline, la gran Caroline Belcher (tres episodios ya esta temporada e intervendrá en el próximo), decide no acusarle por la muerte de el Carnicero, tendrá una oportunidad para crecer y desarrollarse en un ambiente alejado del dominio de la banda, Sweets velará por él. El doctor vuelve a su trabajo en el centro comunitario, eso sí, antes de despedirse le promete a Booth que regresará si lo necesita. La próxima semana.
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