No lo tenían fácil en
la sala de guionistas escribir The Lance
to the Heart, responder al desafío que se impusieron cuando comenzaron a
fraguar “la Conspiración”. En los cuatro
episodios previos trenzaron una red de
corrupciones y chantajes de tal dimensión que parecía haber asumido el mando del mismo FBI;
desde el planteamiento inicial en The
Ghost in the Killer (9.12) pasando por el desasosegante The Nail in the Coffin (9.22), el
trepidante The Recluse in the Recliner
(9.24) en el que el mal atrapó como un pequeño insecto a Booth y sobre todo el sorprendente y doloroso The Conspiracy in the Corpse (10.01), en el que por fin se cobraron su
tributo de sangre, los conspiradores había tenido a su merced a todos los
personajes. Para acabar con ella se necesitaba de otro gran
episodio que respondiera con solvencia a las expectativas levantadas. Stephen Nathan
lo ha reconocido “la Conspiración ha sido una de las tramas más complicadas de hacer
para nosotros (…) That’s a meal you
have once”.
Sí, escribir The Lance to the Heart ha debido ser
una locura, un infierno, de hecho su autoría se atribuye a tres de los mejores
guionistas que actualmente le quedan a Bones:
Michael Peterson, Nkechi Okoro Carroll y Keith Foglesong; no sólo debían
resolver la Conspiración sino que, entretejido
en su resolución, involucrándolo en la misma, debían decir adiós al doctor Sweets, elaborar el duelo por su muerte, el de
los personajes y el de los fans, impresionados
por su desaparición, pero sobre todo debían pasar página de manera creíble, volver a reponer los mimbres que sustentan
Bones. Un agente del FBI y una
antropóloga forense antagónicos en pensamientos y creencias, que se aman
profundamente y que con la ayuda de unos cuantos genios del laboratorio forense
del Jeffersonian resuelven crímenes con un toque macabro de humor. Lo han conseguido. The Lance to the Heart es un gran episodio.
Y para hacerlo, en
mi opinión, se han valido de un sentimiento básico en el ser humano, el
religioso. El subtexto de The Lance to
the Heart no es solamente la pérdida, sino también los diferentes modos en
que el ser humano se enfrenta al fenómeno religioso. Ignorándolo como la doctora
Brennan o bien convirtiéndolo en
parte de su vida, y como esa vivencia puede ser o bien fuente de salvación y esperanza, para Booth o bien un sistema de imposición de creencias y vivirlo como
mandato, en el caso de los conspiradores.
Pero lo mejor será
empezar por el principio. Y el principio, como no podía ser de otra manera es
devastador.
BOOTH
Y BRENNAN
La primera imagen es totalmente engañosa tanto Booth como Brennan hablan por teléfono,
han transcurrido escasas horas desde la muerte de Sweets y parece como si todo fuera normal, la investigación del
asesinato está en marcha. Y de repente Booth
tira el teléfono sobre la mesa y la expresión de su rostro cambia, por primera
vez se le oye pronunciar las palabras que desde que Sweets muriera debían corroerle el alma “Es mi culpa, yo era el agente de
mayor rango, era mi responsabilidad, yo debía haber cumplido la orden”.
Brennan, la
racionalista Brennan se sorprende,
no entiende el arrebato, él no es el
culpable, van a encontrar al que lo ha hecho, a quien está detrás de todo. “Y lo
harán por Sweets”, dice. “Tenemos que hacerlo… era de la familia”,
le responde un desolado Booth. Las
diferencias entre los dos nunca se habían sentido tan grandes como en ese
instante. Una Brennan serena, sin
más sentimiento que la extrañeza y un Booth
roto, un hombre al que la muerte de Sweets
ha hundido en un pozo de culpa y dolor, para quien la hipotética esperanza que
ella le ofrece no es suficiente.
Si el amor es un antídoto para la soledad en esa escena
no hay amor sino dos soledades luchando cada uno a su manera con la perdida y
la aflicción que la muerte siempre trae como acompañante. Brennan se ha compartimentado, tiene experiencia, se ha centrado en
el trabajo para huir de los sentimientos. Booth
no es así, los sucesos de los últimos meses, la lucha por su vida, por la de
ella, matar a un hombre con sus propias manos parece que lo han retrotraído a
un estadio anterior, más salvaje; el hombre paciente y humilde ha desaparecido,
el que ha quedado es un hombre devorado por la ira y la culpa, un hombre feroz.
La nueva Brennan,
la que cogió su mano en el final The
Conspiracy in the Corpse es capaz de acercársele, acunarle entre los brazos
y consolarle, como tantas veces hiciera él con ella, precisamente lo que ese
hombre roto necesita en esos instantes, llorar la perdida en un refugio seguro.
Pero no lo hace. No lo hace porque justo en esos instantes aparece una
sonriente Christine “Estoy
lista”, dice, lista para ir al parque con el tío Sweets y Daisy; y entonces, entonces Booth olvidándose de sí mismo, encierra su dolor para explicar del
mejor modo posible a su hija, una niña que nada sabe del poder de la muerte,
que el tío Sweets nunca acudirá a la
cita.
Una gran escena, preludio necesario, del gran
enfrentamiento que luego se ha producido.
Todos los indicios de la investigación del asesinato de Sweets apuntan a Sanderson, el
principal beneficiado de la red de chantajes, como el hombre que la ha ordenado.
Booth está convencido, y así se lo
dice al mismo Sanderson, a Brennan y a
Caroline pero es un hombre que se sabe protegido, sus acusaciones apenas le
inmutan. Tiene poderosos amigos, abogados, es un hombre intocable le dice Caroline Julian desalentada, “Así
es el mundo”. “No mi mundo”, le responde Booth, abandonando el diner y dejando a una Brennan sorprendida.
Parece como si Brennan no hubiera entendido la dimensión del dolor de su hombre, y es que
no lo ha entendido, no puede, no está en su naturaleza. No puede ver que la
angustia de Booth, su ansiedad no
proviene tan sólo por la muerte de Sweets,
sino por su impotencia en impedirla, él es un hombre que siempre arregla las
cosas, tiene que reparar lo sucedido, rescatar “al chico” de la muerte. Y por eso sucede lo que sucede.
Cuando se vuelven a encontrar en su casa, Booth está limpiando unas armas, necesitan protección, Pero Brennan, racional, no se conforma. “¿Qué planeas hacer, Booth? No
preguntes lo que no necesitas saber”, es su respuesta. ¿No
crees que deba saber que intentas matar a un hombre?, le enfrenta, pero
Booth está preparado, si no pueden tocar a Sanderson, sólo será cuestión de
tiempo que venga a por ellos una vez más. “¿Vas a matarlo por una corazonada”.
Pero para él no es una corazonada, para Booth
es una certeza y nada de lo que ella le ha dicho podrá detenerle.
Y entonces ocurre,
para sorpresa de Booth y la nuestra,
Brennan olvidando su racionalidad reacciona como el
ser miedoso y temperamental que en realidad; y como ya hiciera en su día con su
hermano Russ (fuiste tú quien me abandonó,
le dijo su hermano en The Woman in Limbo
1.22) se desliga de Booth “Entonces
estás sólo, porque no quiero tener nada que ver con esto y tampoco contigo”
dice y aún le pregunta “¿Quién eres en estos momentos?” y se responde
así misma No eres alguien al que quiero en mi vida. Ni en la de mi hija”.
Y cuesta entender tan duras palabras que en realidad no
lo son, son su desahogo, su modo de liberar el miedo a perderlo, no son las de
una mujer racional, sino de una mujer que ama terriblemente enfadada, no están
dichas para curar, para ayudar, sino para preparar la huida. Pero Booth no es Russ ni tiene diecinueve
años.
“¿Te
haces una idea de lo que estás diciendo?, le pregunta. Y entonces Brennan estalla, ¡Sí, siempre sé lo que digo!,
como muestra le lanza su último sin sentido ¡Disfruta de tu nueva casa!
Y entonces hace, lo que no podía dejar de hacer cuando está siendo emocional,
lo que ha hecho toda su vida desde que sus padres la abandonaron, ante el dolor
huye, coge el bolso y se va, como cogió el portante y se fue cuando creyó que
la había llamado mala madre en “The Shot
in the Dark” (8.15), cuando no puede controlar la situación emocional Brennan huye…
— Estupendo, qué vas a hacer ahora, saldrás
huyendo? ¿Me vas a dejar aquí?, le pregunta Booth.
Pero no…esa Brennan
ya no existe, la prueba está en que retrocede, huía pero vuelve, y ahora
sí, ahora sí comienza a hablar con verdad, a darle las bofetadas, los golpes precisos
para hacerle reaccionar “Tú eres el que está huyendo, huyendo de
todo en lo que crees ¿por qué? ¿Por qué las cosas no salen como tú quieres?
¿En qué clase de hombre te convierte eso? Y el directo, el golpe que
definitivamente tumba a Booth en la
lona ¿Cómo
te enfrentarás a tu Dios si matas a un hombre inocente? ¿Tu fe es tan débil?
TU FE EN MÍ.
—
Eres un buen hombre, Booth. No permitas
que te quiten eso, porque realmente eso sería tu muerte— le remata, pero Booth ya no puede defenderse, sólo
quiere que el dolor pare, que pare su angustia, librarse de su culpa.
—
Fe, Fe —repite apesadumbrado, invocándola incrédulo. Y entonces Brennan, rompe la soledad a la que lo
había condenado, se sienta a su lado, le echa la mano por la espalda y lo consuela. Una hermosa
escena, catártica la llama Stephen
Nathan que fue quien la escribió desde el profundo conocimiento de los dos
personajes.
LA
CONSPIRACIÓN
Increíblemente lo han hecho y les ha salido bien, parecía
imposible que cuarenta y dos años después de su muerte, J. Edgar Hoover, quien fuera el primer director del FBI, desde fecha
tan temprana como 1929, a quien siete presidentes no pudieron destituir del
cargo que conservó hasta su muerte en 1972, quien acumuló una impresionante
cantidad de dossiers sobre la vida y miserias de políticos, científicos e intelectuales de su país,
pudiera estar en el vértice de esta Conspiración y no resultar ridículo.
Y es de justicia poética
que haya sido el doctor Hodgins
quien haya establecido las pautas para acabar con ella “Si queremos acabar con ella (la Conspiración) tenemos que destruir su sistema central”, dice. Y aunque la doctora no
lo entienda, Angela, sí. Ella será
capaz de identificar el ADN que la sustenta utilizando todos los nombres que
aparecen en el chip, analizando su comportamiento en las dos últimas décadas
Y de justicia que haya sido el doctor Sweets, tan presente en todo el episodio, quien les
facilitara el trabajo al herir a su asesino. Cuando Booth y Audrey lo encuentran las ratas están celebrando un festín
sobre su cuerpo, con gusto se relamen los bigotes. Buen trabajo, Sweets,
dice Booth. Aubrey le reconoce
estuvo con él Quantico hasta que fue expulsado por agredir a un compañero. La Conspiración le salvó del
procesamiento y le convirtió en uno de sus soldados.
Pero en el laboratorio descubren que la bala de Sweets no es la responsable de su
muerte, que alguien le apuñaló. En su blog de notas que el doctor Hodgins y Angela con su magia
reconstruyen aparecen los nombres tanto de Cooper, la primera víctima, como el
de Sanderson, este como un creyente, un acólito. Por primera vez tienen la
visión de que la Conspiración puede
ser más una secta que un hombre, que un puñado de hombres con ambición.
Booth
se reincorpora al FBI, y aunque al principio le cuesta aceptar las palabras
del subdirector Stark, aunque se le enfrenta al hablar de Sanderson, su único
sospechoso, el subdirector no lo retira del caso, al contrario cuenta con su
total confianza, ni siquiera necesitará presentarle informes. La mejor manera
de demostrarle que el FBI no está involucrado en la Conspiración.
Y la Conspiración está vencida desde el momento en que Angela, Hodgins y Aubrey analizan las
relaciones entre unos y otros. Durant (el médico que le atendió antes de su muerte) y
Cooper se conocían. Y Hoover, el director Hoover, parece ser el centro,
después de todo fue él quien mandó al agente Norsky a proteger a Sanderson, y
Norsky (el senil ex agente del FBI) quien puso a Durant en contacto con Cooper.
Les falta un nombre, un nombre que una a Norsky,
Sanderson, Durant con Hoover, un hombre que hubiera acumulado todo su
conocimiento y su poder. Y es Aubrey quien
ofrece el posible candidato, Desmond Wilson, uno de los ayudantes de Hoover ya muerto.
Las pruebas de su implicación las obtienen Hodgins
y él, un simple cable que contiene una grabación del presidente Kennedy,
hablando no muy profesionalmente con una de sus secretarias. La pregunta es
¿quién mantuvo la Conspiración en
marcha tras su muerte?
Los huesos de Cooper les dan la respuesta, en su médula
encuentra un ADN que no se corresponde con el suyo, debe pertenecer a su
asesino, cuando le inyectó la toxina que lo mató debió arañarse, pero no está
en el sistema. Que Aubrey se esté
dando un festín como si no hubiera comido en un mes cuando Brennan se presenta en el diner donde se encuentra con Booth, no se debe a que padezca ningún
trastorno alimenticio, sino que ha estado buscando pruebas en los archivos del
FBI. Una fotografía llama la atención de Brennan,
es de Wilson con un niño, lo reconoce, es Durant, era su hijastro. Lo que
necesitan ahora es confirmar que el ADN hallado en Cooper pertenece a Durant.
Y Booth lo
consigue a su manera, cuando con Brennan
le interroga Durant se muestra orgulloso de su actuación, lo que ha hecho ha
sido por defender al país, por mantener las ideas de los Padres fundadores de
que debía ser gobernado por una élite, “Hay gente que cree que debe salvar a este
país de la chusma”. “Intentó matarme a mí y mató a mi amigo”,
le responde Booth, cargándose de
razones para propinarle un puñetazo. Cam analizará la sangre de sus nudillos,
el ADN coincide, la Conspiración que les ha traído en jaque es obra de un burócrata
convertido en redentor. Durant irá a la cárcel, pero…
Pero si aún mantiene los archivos en su poder se librará,
tienen que encontrarlos. Y de nuevo Aubrey
y Brennan azuzados por Booth que
pretende que le ayuden como si fueran Sweets
resuelven el problema. Esos hombres vivían su idea del país como una
religión, todas las religiones tienen sus escrituras, los archivos de Hoover,
necesitan un lugar sagrado para ocultarlos. Y ese lugar no es otro dice Booth que la oficina de Hoover, la
réplica que de la oficina hay en el propio Jeffersonian, concluye Brennan.
EL
ADIÓS AL DOCTOR SWEETS
Y al final es Daisy
la que toma la palabra, si la Conspiración ha sido derrotada y Sweets ha ayudado a hacerlo “es
hora de decirle adiós”. Y no, no voy a hablar de lo solos que se quedan
los muertos, ni de los escarabajos que se han dado el festín con sus restos, ni
siquiera de la terrible soledad de Daisy,
la única persona que lo ha velado,
la que ha estado en íntima conversación con sus huesos en su primera noche de muerto para que el tránsito no se le hiciera tan duro, porque aún en su blancura se veía su vida.
Y no voy a hablar de cómo la doctora Brennan
se une a esa conversación cuando comprende que ella, ella y el
Jeffersonian son la única familia de Daisy,
ni siquiera de cómo se enteran de que Seeley
era el nombre que Sweets había
elegido para su hijo porque me he excedido en tiempo y palabras.
Lo que no puedo dejar de señalar es que en el singular
adiós, es la doctora Brennan quien
tiene la última palabra para decir, lo contrario de lo que siempre ha pensado, Sweets sigue vivo en cada uno de ellos,
porque ha sido la variable que ha cambiado la frágil ecuación que son todos y cada uno de ellos. Y
lo más importante, lo que definitivamente la convierte en una mujer nueva “Ahora
creo que el amor no puede ser explicado por la ciencia o la religión. Va más
allá de la mente, más allá de la razón. Ahora sé que querer a Sweets es
querernos los unos a los otros”.
Que al final sus cenizas se las lleve el viento mientras cantan
Lime in the Coconut va a cuenta de
las lágrimas que derraman las fans como catarsis y liberación.
La próxima semana Bones
volverá por donde solía. Y estas reseñas, me lo prometo, se reducirán a la
mitad.
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