lunes, 19 de octubre de 2015

Bones. Reseña The Donor in the Drink (11.03). "Hermanos"


Las cosas son extraordinarias principalmente por novedosas o/y asombrosas o/y sorprendentes, en realidad porque se salen fuera de lo común. Por el contrario las cosas cotidianas son las habituales, las que forman parte de nuestro día a día. No, no voy a dar una clase de sobre sinónimos, esta es la reseña de The Donor in the Drink, el episodio en el que pasados los entusiasmos del estreno de la temporada, Bones ha vuelto por donde solía. 


Del rostro de Booth iluminado por las llamas de la pira funeraria de su hermano a un estanque envuelto en las brumas de la noche en un lugar perdido en el medio de la nada, en el que dos estúpidas, ¿cómo si no llamarlas?, se cuelan para que unas truchas arco iris les hagan gratis la pedicura. Que al final el tobillo de una acabe mordido por un cadáver a medio descomponer es lo menos terrible que le podría suceder, aunque ¡pardiez como gritó la bellaca!, ni que le estuvieran rebanando el calcáneo. Lo dicho, Bones ha vuelto por donde solía. 


En el rostro de Booth ya no se reflejan las llamas, de sus ojos secos ya no se escapa el dolor, sino la ira mientras por teléfono se las entiende, malentiende con el encargado de una funeraria. Y es que apagadas las llamas del entierro vikingo, frías las  ascuas,  las cenizas de Jared parece que las aventó el viento… en realidad han desaparecido y mientras que  en los registros de la funeraria constan que han sido enviadas a Booth, Booth no las ha recibido. 


Christine es demasiado pequeña para saber que Hank the Tank terminará siendo, algún día, un grano en su culo; todos los hermanos pequeños lo son en alguna ocasión y a veces, algunos, como Jared, hasta se enquistan y terminan convirtiéndose en dolorosos forúnculos. Christine, disfruta de su recién estrenado estatus de hermana mayor y lo que más desea en este mundo es despertar al dormilón, porque, Hank, lo que realmente quiere, aunque no lo sepa, no es dormir, sino que ella se meta en su cuna y le lea un cuento.


 Pero no, no cuela, no es eso lo que racionalmente procede hacer con un bebé por mucho que le encanten las historias, papá ya se lo leerá cuando termine de encontrar lo que está buscando por todos los rincones de la casa. ¿Y qué es lo que está buscando, papá? Al tío Jared. Le contesta su madre, fiel a la verdad. Pero… papá dijo que el tío Jared estaba en el cielo, responde atónita Christine.


Ah!, pero Christine tiene una madre extraordinaria, racionalista y empírica que se lo explica con precisión. “El tío Jared fue incinerado”, dice. Que a papá le parezca improcedente que sea tan explícita, sólo se explica porque quiere que ella siga siendo una princesa, una niña y no que tenga que lidiar, a los cuatro años, con el significado de la muerte; aunque la lógica maternal es aplastante, la muerte es algo natural que no se debe ocultar. 


Y la pregunta que me hacía viendo el rostro de la niña era ¿sabe Christine lo que significa incinerar? Lo sabrá seguro, es un genio en ciernes, en realidad un monito que debe correr a vestirse porque es el primer día en que papa y mamá vuelven al trabajo y no pueden llegar tarde…


A Booth el FBI le ha retirado la placa y la pistola en una ocasión, en dos le han suspendido de empleo y hacía seis meses que voluntariamente se había retirado, entre medias ha resuelto más de doscientos asesinatos, ha matado a diez personas entre ellas a tres agentes renegados y ha salvado a la ciudad de Los Ángeles de un ataque terrorista precisamente cuando se celebraba una conferencia sobre la paz mundial y sin embargo… Pero… yo lo entiendo, al FBI que es una organización muy jerarquizada no deben gustarle los patos cojos sin más ambiciones que detener a los malos. El caso es que cuando la puerta del ascensor se abre Booth respira profundamente como para darse ánimos. ¡Vamos allá!, se dice para sí mismo. Pero… su retiro no ha sido en vano, él se marchó y el FBI continuó su marcha… otro, con más ambición, se hizo cargo de su oficina…

… Sin embargo Booth parece creer que con su marcha el FBI se detuvo, o   tal vez, hombre leal, juzga a los demás por sí mismo, y creyó que a su vuelta recuperaría su oficina, que en realidad todo volvería a ser igual que antes, después de todo los de Recursos Humanos se lo prometieron, pero cuando entra por la puerta, dispuesto a colocar en su sitio presidencial al bobbie tentetieso se encuentra que…


Exacto, que el sitio del bobbie de plástico ha sido ocupado por algo tan sumamente sofisticado como humificador de puros, las fotos del “Enemigo público” y del “partido de hockey” han desaparecido y su lugar las paredes aparecen empapeladas con decenas de fotos de Aubrey con personajes famosos. Es algo temporal, le asegura, ¿Tiene Booth algún problema con ocupar el antiguo puesto de Aubrey en la sala común?


Booth no lo tiene, su sonrisa es media sonrisa, pero él no lo tiene. Acepta lo inaceptable, después de todo renunció ¿no? Él es un hombre respetuoso a quien acaban de engañar ¿quién? ¿Recursos humanos? ¿Aubrey? Lo cierto es que aún habrá de beber otro cáliz más amargo. Cuando se dirijan a visitar al primer sospechoso Aubrey tomará el mando y le presentará como su compañero, la mirada que Booth le lanza no deja duda alguna de su malestar, que sólo ante Brennan, cuando le visite para comprobar cómo le va, mostrará. Que ante Aubrey calle es señal de que estamos ante una trama que no ha hecho más que empezar. 


Y de la que aún nos ofrecen otra pista. Aubrey le devuelve a Booth su despacho cuando él consigue hacerse con otro en el piso de arriba y nada menos que con vista al Mall, es decir, la zona de jardines que va desde el Monumento a Washington hasta el Capitolio. Sí, señor, Aubrey tiene ambiciones.


¿Y cómo le va a Brennan? Genial, no en vano es la reina de la antropología forenses y como tal es tratada en su regreso al Jeffersonian, no ha olvidado nada de como se hace un examen forense, eso jamás se olvida, es como montar en bicicleta le dice Wendell, Brennan disfruta tanto haciendo los honores y rajando la bolsa que contiene unos restos putrefactos macerados en adobo como montando en bicicleta.


Y entre examen y examen las viejas amigas se ponen al día, Cam se preocupa por Booth ¿ha vuelto el también hoy al trabajo? La muerte de su hermano fue muy traumática, el tener una rutina puede ser beneficioso para él, le contesta Brennan y educadamente y en la inopia le pregunta por cómo va la búsqueda de empleo de Arastoo. Pero Cam no lo sabe, se han tomado un descanso en su relación, le contesta. ¡Oh, lamento oírlo!, le dice Brennan, ¡espero que mi vuelta al Jeffersonian no haya contribuido a ello, añade! ¡Ingenua! Pero Cam, profesional ante todo le responde que no, que el Jeffersonian la necesita.


Sinceramente, podría saltarme todo lo relacionado con el caso. No me gusta que se banalice un tema tan controvertido y doloroso como la donación de órganos, ni que se muestre como falso sospechoso al padre de una niña en lista de espera para un trasplante, ni que se permita a la intermediaria hacer una encendida defensa de las vidas que salva con su comercio; ni que se diga, como dice Wendell que se trata de un caso en el que nadie gana; ni que por supuesto la doctora Brennan diga que para aliviar las listas de espera y eliminar el mercado negro “habría que legalizar la venta de órganos” así sin especificar. Ni mucho menos que cuando Booth, con lógica y razón, le responde que si se legaliza más dinero correría de mano en mano y habría más muertes, la única explicación que la doctora dé, que le hacen dar a la doctora, es tan simple como que ya se vende la sangre, el esperma, los óvulos o las heces. No es lo mismo. No es lo mismo. ¡Que diferente al gran y original episodio que fue The Graft in the Girl (1.20), cuando por primera vez se trató en Bones el tema de los trasplantes! 


Incluso saltarme la investigación que ha sido prolija e innecesaria. Los primeros culpables, aparentemente, las truchas arco iris, sólo eran unos invitados al banquete, a quienes les robaron los órganos más sabrosos, los riñones, el hígado, el páncreas, los tendones de Aquiles, las corneas. Todos, todos los órganos le habían sido retirados antes de tirar el cuerpo al estanque (sólo una pregunta ¿de verdad un embalsamador está preparado para extirpar todos esos órganos con la pericia necesaria para hacer viable su trasplante?). Por cierto que lo de la trucha escupiendo un trozó de mandíbula ya lo habíamos visto y más divertido en The Hot Dog in the Competition (8.02) cuando la serpiente devolvió una falange.  


Una vez más la víctima, Lloyd Nesbit, resulta ser una mala persona, un inventor, un visionario fracasado, que se aprovechaba de un pobre hombre al que tenía encandilado con su visión. Que su asesino fuese su discípulo a quien no sólo no pagaba por su trabajo sino que había vendido un riñón para seguir alimentando la farsa de alcanzar su sueño es tan verosímil como que el hombre harto de tanta humillación, por una burla sobre su último invento, lo asesine y venda sus órganos porque algo bueno tendría que salir de tanto mal. En realidad otra versión de la venganza de los humillados igual a la ya vista en The Purging of the Pundit (10.03). Ya nadie debe recordar eso de “Bienaventurados los pobres de espíritu porque ellos poseerán la tierra”.

Pero es que toda la investigación está llena de inverisimilitud, si tenían pruebas de las transacciones de dinero por la venta de los órganos ¿para que necesitaba Aubrey fingir la venta de un lóbulo de su hígado para atrapar a la intermediaria? ¿Si tenían los registros telefónicos de los contactos entre la intermediaria y el embalsamador por qué no lo arrestan de inmediato? ¿Por qué? Porque la doctora Brennan tenía que desnudar a un muerto para encontrar un gran agujero dónde debía estar su estómago, ¿de verdad? Para mí que fue mucho más divertida la primera vez que lo hizo en  The Double Death of the Dearly Departed (4.20).


En realidad casi podría olvidarme de la mitad del episodio a no ser por el bendito doctor Hodgins. Un hombre atento a las mínimas necesidades de su mujer. Que un artista, como Angela, insegura sobre la calidad de su arte, tenga a su lado un hombre como él es una gran, gran suerte y entiendo sus escrúpulos, que no quiera mostrar su incipiente obra, aunque a la vista está que se trata de obras maestras. 


Pero es justo al principio cuando el artista más necesita de alguien que crea en él y en su obra y el doctor Hodgins no sólo cree en la genialidad de las fotografías de Angela sino que orgulloso está dispuesto a mostrársela al mundo, a ayudarla a triunfar.


Que a pesar de que su mujer le inste a anular la inauguración él siga adelante sabedor de que al final recapacitará, prueba no sólo cuánto la conoce sino de cuánto la ama a pesar de conocerla. Que en vez de ir a una galería le organice la exposición en “Los padres fundadores” no es culpa suya, sino del presupuesto de producción de Bones, que a la inauguración, después de todos los correos que ha mandado, sólo acudan cuatro personas, tampoco. Que Sebastian Koll, el fotoperiodista que inopinadamente se presenta a la inauguración y compra una de las fotos, vaya a tener algo que ver con los cambios que se nos han anunciado en la pareja está por ver.


Que el episodio haya sido escrito en función del final no es algo que deba extrañarnos, es un hermoso final, aunque a mí me rechine la premisa: Booth no recogió personalmente las cenizas de Jared. ¿De verdad el hombre que se metió en medio de un atraco a un peligroso mafioso por proteger a su hermano dejaría que sus cenizas le fueran remitidas por mensajería como si se tratara del DVD de la Décima Temporada de Bones? Como le dice a Brennan enfadado, consigo mismo, supongo, las cenizas no son la representación de Jared, son su hermano


Pero si Booth hubiera ido personalmente a recogerlas o si hubiera ido Brennan mientras él estaba en el hospital, nos habríamos perdido la última y hermosa escena. Todo el episodio fue escrito en función de la imagen en que Brennan le muestra a Booth el destino que Christine ha dado a la caja “desaparecida” de las cenizas


Porque el episodio no trata tanto del duelo de Booth, del que egoísta no deja participar a Brennan, como del amor entre hermanos. Amor transformado en dolor por la pérdida en el caso de Booth; amor transformado en generosidad en el caso de Christine, la niña sabia e impaciente que quiere hacer partícipe de su mundo a un bebé de seis meses y termina apropiándose del cajón con las cenizas de su tío para poderse meter en su cuna y leerle un cuento.


Generosidad que calma el dolor de Booth más que cualquier palabra de consuelo, capaz ahora sí de decir adiós a su hermano perdido; la caja con las cenizas  se quedará donde Christine la ha puesto para qué cuando se despierte a la mañana vuelva a subirse en ella y se meta en la cuna de su hermano. La niña lo quiere, verdad? Le pregunta Booth a Brennan mirando a su hija dormir a los pies de la cuna del bebé. “Pues claro que lo quiere”. No hay otra respuesta. 



PP. Que la audiencia haya caído dos décimas después del emocionante The Brother in the Basement augura que si Betty White y sus 93 años no lo remedian la semana que viene bajará muchas más.

PP2. Gracias, Clara @ElisabethOtp, por tu ayuda con los diálogos. Gracias.

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