Las cosas son
extraordinarias principalmente por novedosas o/y asombrosas o/y sorprendentes,
en realidad porque se salen fuera de lo común. Por el contrario las cosas
cotidianas son las habituales, las que forman parte de nuestro día a día. No,
no voy a dar una clase de sobre sinónimos, esta es la reseña de The Donor in the Drink, el episodio en
el que pasados los entusiasmos del estreno de la temporada, Bones ha vuelto por donde solía.
Del rostro de Booth iluminado por las llamas de la
pira funeraria de su hermano a un estanque envuelto en las brumas de la noche
en un lugar perdido en el medio de la nada, en el que dos estúpidas, ¿cómo si
no llamarlas?, se cuelan para que unas truchas arco iris les hagan gratis la
pedicura. Que al final el tobillo de una acabe mordido por un cadáver a medio
descomponer es lo menos terrible que le podría suceder, aunque ¡pardiez como
gritó la bellaca!, ni que le estuvieran rebanando el calcáneo. Lo dicho, Bones ha vuelto por donde solía.
En el rostro de Booth ya no se reflejan las llamas, de
sus ojos secos ya no se escapa el dolor, sino
la ira mientras por teléfono se las entiende, malentiende con el encargado
de una funeraria. Y es que apagadas las llamas del entierro vikingo, frías
las ascuas, las
cenizas de Jared parece que las aventó el viento… en realidad han
desaparecido y mientras que en los registros de la funeraria
constan que han sido enviadas a Booth,
Booth no las ha recibido.
Christine es demasiado
pequeña para saber que Hank the Tank
terminará siendo, algún día, un grano en su culo; todos los hermanos pequeños
lo son en alguna ocasión y a veces, algunos, como Jared, hasta se enquistan y terminan convirtiéndose en dolorosos forúnculos.
Christine, disfruta de su recién
estrenado estatus de hermana mayor y lo que más desea en este mundo es
despertar al dormilón, porque, Hank,
lo que realmente quiere, aunque no lo sepa, no es dormir, sino que ella se meta
en su cuna y le lea un cuento.
Pero no, no cuela,
no es eso lo que racionalmente procede hacer con un bebé por mucho que le
encanten las historias, papá ya se lo leerá cuando termine de encontrar lo que está buscando por todos los rincones de la casa. ¿Y
qué es lo que está buscando, papá? Al tío Jared. Le contesta su madre,
fiel a la verdad. Pero… papá dijo que el tío Jared estaba en el
cielo, responde atónita Christine.
Ah!, pero Christine tiene una madre
extraordinaria, racionalista y empírica que se lo explica con precisión. “El
tío Jared fue incinerado”, dice. Que a papá le parezca improcedente que sea tan explícita, sólo se explica porque quiere que ella siga
siendo una princesa, una niña y no que tenga que lidiar, a los cuatro años, con
el significado de la muerte; aunque la lógica maternal es aplastante, la muerte
es algo natural que no se debe ocultar.
Y la pregunta que
me hacía viendo el rostro de la niña era ¿sabe Christine lo que significa incinerar?
Lo sabrá seguro, es un genio en ciernes, en realidad un monito que debe correr
a vestirse porque es el primer día en que papa y mamá vuelven al trabajo y no pueden
llegar tarde…
A Booth el FBI le ha retirado la placa y
la pistola en una ocasión, en dos le han suspendido de empleo y hacía seis
meses que voluntariamente se había retirado, entre medias ha resuelto más de
doscientos asesinatos, ha matado a diez personas entre ellas a tres agentes
renegados y ha salvado a la ciudad de Los Ángeles de un ataque terrorista
precisamente cuando se celebraba una conferencia sobre la paz mundial y sin
embargo… Pero… yo lo entiendo, al FBI que es una organización muy jerarquizada
no deben gustarle los patos cojos sin más ambiciones que detener a los malos.
El caso es que cuando la puerta del ascensor se abre Booth respira profundamente como para darse ánimos. ¡Vamos allá!, se dice para sí mismo.
Pero… su retiro no ha sido en vano, él se marchó y el FBI continuó su marcha…
otro, con más ambición, se hizo cargo de su oficina…
… Sin embargo Booth parece creer que con su marcha el
FBI se detuvo, o tal vez, hombre leal,
juzga a los demás por sí mismo, y creyó que a su vuelta recuperaría su oficina,
que en realidad todo volvería a ser igual que antes, después de todo los de
Recursos Humanos se lo prometieron, pero
cuando entra por la puerta, dispuesto a colocar en su sitio presidencial al
bobbie tentetieso se encuentra que…
Exacto, que el
sitio del bobbie de plástico ha sido
ocupado por algo tan sumamente sofisticado como humificador de puros, las fotos
del “Enemigo público” y del “partido
de hockey” han desaparecido y su lugar las paredes aparecen empapeladas con
decenas de fotos de Aubrey con
personajes famosos. Es algo temporal,
le asegura, ¿Tiene Booth algún problema
con ocupar el antiguo puesto de Aubrey en la sala común?
Booth no lo tiene, su sonrisa es media sonrisa, pero él no
lo tiene. Acepta lo inaceptable, después de todo renunció ¿no? Él es un hombre respetuoso
a quien acaban de engañar ¿quién? ¿Recursos humanos? ¿Aubrey? Lo cierto es que aún habrá de beber otro cáliz más amargo.
Cuando se dirijan a visitar al primer sospechoso Aubrey tomará el mando y le presentará como su compañero, la mirada
que Booth le lanza no deja duda
alguna de su malestar, que sólo ante Brennan,
cuando le visite para comprobar cómo le va, mostrará. Que ante Aubrey calle es señal de que estamos
ante una trama que no ha hecho más que empezar.
Y de la que aún nos ofrecen otra pista. Aubrey le devuelve a Booth
su despacho cuando él consigue hacerse con otro en el piso de arriba y nada
menos que con vista al Mall, es
decir, la zona de jardines que va
desde el Monumento a Washington hasta el Capitolio.
Sí, señor, Aubrey tiene ambiciones.
¿Y cómo le va a Brennan? Genial, no en vano es la reina de la antropología
forenses y como tal es tratada en su regreso al Jeffersonian, no ha olvidado
nada de como se hace un examen forense, eso jamás se olvida, es como montar en
bicicleta le dice Wendell, Brennan
disfruta tanto haciendo los honores y rajando la bolsa que contiene unos restos
putrefactos macerados en adobo como montando en bicicleta.
Y entre examen y
examen las viejas amigas se ponen al día, Cam
se preocupa por Booth ¿ha vuelto el
también hoy al trabajo? La muerte de su hermano fue muy traumática, el tener una rutina puede ser beneficioso para
él, le contesta Brennan y educadamente y en la inopia le pregunta por cómo va la búsqueda de empleo de Arastoo.
Pero Cam no lo sabe, se han tomado un descanso en su relación,
le contesta. ¡Oh, lamento oírlo!, le dice Brennan, ¡espero que mi vuelta al Jeffersonian no
haya contribuido a ello, añade! ¡Ingenua! Pero Cam, profesional ante todo le responde que no, que el Jeffersonian
la necesita.
Sinceramente, podría saltarme todo lo relacionado con el caso. No me gusta
que se banalice un tema tan controvertido y doloroso como la donación de órganos,
ni que se muestre como falso sospechoso al padre de una niña en lista de espera
para un trasplante, ni que se permita a la intermediaria hacer una encendida
defensa de las vidas que salva con su comercio; ni que se diga, como dice Wendell que se trata de un caso en el
que nadie gana; ni que por supuesto la doctora Brennan diga que para aliviar las listas de espera y eliminar
el mercado negro “habría que legalizar la venta de órganos” así sin
especificar. Ni mucho menos que cuando Booth,
con lógica y razón, le responde que si se legaliza más dinero correría de mano
en mano y habría más muertes, la única explicación que la doctora dé, que le hacen
dar a la doctora, es tan simple como que ya se vende la sangre, el esperma, los
óvulos o las heces. No es lo mismo.
No es lo mismo. ¡Que diferente al gran y original episodio que fue The Graft in the Girl (1.20), cuando por primera vez
se trató en Bones el tema de los trasplantes!
Incluso saltarme la investigación que ha sido prolija e innecesaria. Los
primeros culpables, aparentemente, las truchas arco iris, sólo eran unos
invitados al banquete, a quienes les robaron los órganos más sabrosos, los
riñones, el hígado, el páncreas, los tendones de Aquiles, las corneas. Todos,
todos los órganos le habían sido retirados antes de tirar el cuerpo al estanque
(sólo una pregunta ¿de verdad un embalsamador está preparado para extirpar
todos esos órganos con la pericia necesaria para hacer viable su trasplante?). Por
cierto que lo de la trucha escupiendo un trozó de mandíbula ya lo habíamos visto
y más divertido en The Hot Dog in the Competition (8.02) cuando la
serpiente devolvió una falange.
Una vez más la víctima, Lloyd Nesbit, resulta ser
una mala persona, un inventor, un visionario fracasado, que se aprovechaba de
un pobre hombre al que tenía encandilado con su visión. Que su asesino fuese su
discípulo a quien no sólo no pagaba por su trabajo sino que había vendido un
riñón para seguir alimentando la farsa de alcanzar su sueño es tan verosímil como
que el hombre harto de tanta humillación, por una burla sobre su último invento, lo asesine y venda sus órganos porque
algo bueno tendría que salir de tanto mal. En realidad otra versión de la venganza
de los humillados igual a la ya vista en The Purging of the Pundit
(10.03). Ya nadie debe recordar eso de “Bienaventurados los pobres de espíritu porque ellos poseerán la tierra”.
Pero
es que toda la investigación está llena de inverisimilitud, si tenían pruebas
de las transacciones de dinero por la venta de los órganos ¿para que necesitaba
Aubrey fingir la venta de un lóbulo de su hígado
para atrapar a la intermediaria? ¿Si tenían los registros telefónicos de los
contactos entre la intermediaria y el embalsamador por qué no lo arrestan de
inmediato? ¿Por qué? Porque la doctora Brennan tenía que desnudar a un
muerto para encontrar un gran agujero dónde debía estar su estómago, ¿de
verdad? Para mí que fue mucho más divertida la primera vez
que lo hizo en The Double Death of the Dearly Departed (4.20).
En realidad casi podría olvidarme de la mitad del episodio a no ser por el bendito doctor Hodgins. Un hombre
atento a las mínimas necesidades de su mujer. Que un artista, como Angela, insegura sobre la calidad de su
arte, tenga a su lado un hombre como él es una gran, gran suerte y entiendo sus
escrúpulos, que no quiera mostrar su incipiente obra, aunque a la vista está que
se trata de obras maestras.
Pero es justo al principio cuando el artista más necesita de alguien que
crea en él y en su obra y el doctor Hodgins
no sólo cree en la genialidad de las fotografías de Angela sino que orgulloso está dispuesto a mostrársela al mundo, a
ayudarla a triunfar.
Que a pesar de que su mujer le inste a anular la inauguración él siga adelante
sabedor de que al final recapacitará, prueba
no sólo cuánto la conoce sino de cuánto la ama a pesar de conocerla. Que en
vez de ir a una galería le organice la exposición en “Los padres fundadores” no es culpa suya, sino del presupuesto de
producción de Bones, que a la
inauguración, después de todos los correos que ha mandado, sólo acudan cuatro
personas, tampoco. Que Sebastian Koll, el fotoperiodista que inopinadamente se
presenta a la inauguración y compra una de las fotos, vaya a tener algo que ver
con los cambios que se nos han anunciado en la pareja está por ver.
Que el episodio haya
sido escrito en función del final no es algo que
deba extrañarnos, es un hermoso final,
aunque a mí me rechine la premisa: Booth
no recogió personalmente las cenizas de Jared. ¿De verdad el hombre que se
metió en medio de un atraco a un peligroso mafioso por proteger a su hermano dejaría
que sus cenizas le fueran remitidas por
mensajería como si se tratara del DVD de la Décima Temporada de Bones?
Como le dice a Brennan enfadado,
consigo mismo, supongo, las cenizas no son la representación de Jared, son su hermano.
Pero si Booth hubiera ido
personalmente a recogerlas o si hubiera ido Brennan mientras él estaba en el hospital, nos habríamos perdido la
última y hermosa escena. Todo el episodio fue
escrito en función de la imagen en que Brennan le muestra a Booth el destino
que Christine ha dado a la caja “desaparecida” de las cenizas.
Porque el episodio no trata tanto del duelo de Booth, del que egoísta no deja participar a Brennan, como del amor
entre hermanos. Amor transformado en dolor por la pérdida en el caso de Booth; amor transformado en generosidad
en el caso de Christine, la niña
sabia e impaciente que quiere hacer partícipe de su mundo a un bebé de seis
meses y termina apropiándose del cajón con las cenizas de su tío para poderse
meter en su cuna y leerle un cuento.
Generosidad que calma el dolor de
Booth más que cualquier palabra de consuelo, capaz ahora sí de decir adiós a
su hermano perdido; la caja con las
cenizas se quedará donde Christine la ha puesto para qué cuando
se despierte a la mañana vuelva a subirse en ella y se meta en la cuna de su
hermano. “La niña lo quiere, verdad?
Le pregunta Booth a Brennan mirando
a su hija dormir a los pies de la cuna del bebé. “Pues claro que lo quiere”. No hay otra respuesta.
PP. Que la audiencia haya caído dos décimas después del emocionante The Brother in the Basement augura que
si Betty White y sus 93 años no lo
remedian la semana que viene bajará muchas más.
PP2. Gracias, Clara @ElisabethOtp, por tu ayuda con los diálogos. Gracias.
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