“No se puede tener lo
de hoy y lo de ayer, no se puede a la vez ser quien se ha sido y quien se es.
Hay que escoger. La felicidad ha de ser una. No puedes tener el sol... y la
luna.”
Ch. F. Ramuz
Y como vino se
fue, de repente. Lo que empezó como una razia devastadora que hizo crujir el
armazón de Bones, que amenazó con
arrancar de cuajo los cimientos de la serie que durante diez años habíamos
amado, se diluyó; como tormenta de primavera una vez descargada su furia, las
nubes se dispersaron, en el cielo el sol brilló y las casas, las calles y las
aceras recuperaron su esplendor. Porque al final resultó que como en los
cuentos de hadas sí era suficiente el
amor, que como en los cuentos modernos las
princesas aman a los monstruos, que siempre están dispuestas para el abrazo salvador y sin más explicación que
el principio de incertidumbre.
Y podemos
echarle imaginación y contarnos la historia una y mil veces de manera distinta,
contarnos la historia del viejo soldado
dolorido a quien de repente la euforia le incita a recaer en el viejo
vicio, a traicionarse a sí mismo, a traicionar a su amor y volver a los días de
miseria y perdición: “No, no juego”. “Lo que sucedió fue sólo un
error, sólo fue una apuesta. Déjame arreglarlo, por favor, lo siento”. “No. No
te miento. Estoy hecho un desastre, no pensaba, escucha, mírame… te amo”.
Pero las historias de soldados no suelen terminar bien, no hace falta recordar
lo que pasó al Soldadito de plomo,
los hay incapaces de abandonar la batalla, de limpiar sus manos de sangre, de
derrotar al monstruo y terminan sus días pudriéndose en el infierno, vagando por
los callejones, durmiendo cubiertos por cajas de cartón, alimentándose de vino
barato, fundidos por las llamas de un amor ya olvidado.
O contarnos la
historia de la princesa temerosa, de la madre coraje, que ante la mentira y la
traición se olvida del amor, de su amor, y huyendo del problema, olvidando sus
compromisos destierra al viejo soldado, abandonándolo a la desesperanza “Necesito
que me digas la verdad, porque sin la verdad no tenemos nada” “Necesito que te
vayas”. “No, no lo fue. ¿Por qué sigues mintiéndome?”. “No te creo, ya no”. Las
hay incrédulas, las hay que se atrincheran en el rencor, que en su arrogancia
dejan pudrirse el viejo amor y terminan, olvidada la felicidad que un día
habitó su casa, abonadas al sexo ocasional como linimento contra la soledad.
Cualquier
historia sería válida y al final falsa porque la verdadera historia sólo es la
que Stephen Nathan, el productor
ejecutivo de Bones, ha contado. La recaída en el juego de Booth, la
respuesta dura de Brennan sólo eran un recurso argumental necesario para agitar las aguas
estancadas de la poza, para salvar una temporada no especialmente brillante. Y
en ese contexto todo vale. Y como era de razón, porque después de todo no quería
suicidarse televisivamente hablando, la historia tenía que tener un final
feliz, porque las segundas oportunidades existen, porque al final tanto en la
vida como en los cuentos todo es cuestión de fe, no de empirismos y
racionalizaciones y "el verdadero amor siempre triunfa".
Y sí Booth comenzó a solucionar su problema
cuando se atrevió a mirar al monstruo que llevaba dentro de sí, cuando se
levantó y se lo dejó ver a sus compañeros de vicio, el de Brennan entró en vías de solución cuando presenció el abrazo
salvador que recibía el monstruo moribundo de su princesita, cuando se sintió
perdida ante una pregunta, un suspiro y una carita de desilusión, “¿No
puede quedarse, papá…, por favor?, le preguntó su hija.
Cuando al darse
cuenta de que su respuesta fuera la que fuera sería equivocada se quedó sin
habla y aceptó el generoso regalo de Booth, “Sabes, cariño, tengo que asistir a
una reunión, es muy importante”, le
respondió Booth a Christine. Cuando
presenció que para el monstruo, con ser importante, ninguna reunión
lo era tanto como para alejarle de allí sin renovados abrazos, que para su princesita ninguna mentira
sería tan odiosa como para dejar de dárselos.
Ya entonces
amainó el viento y comenzó a caer una lluvia mansa, iniciándose lo que mi amiga Consuelo ha llamado el cortejo, es cierto, Consuelo, desde ese momento casi parecen
dos palomos en arrullo: “Echo
de menos tus palabras graciosas, Bones. Graciosas y divertidas, graciosas y peculiares.” En un precavido
arrullo, porque aún no se vislumbra en el horizonte la cúpula del arco iris: “Me
alegro de que hayas venido hoy, Bones, eso
es todo”. Pero es mucho, porque Brennan,
aunque esboza una media sonrisa, le responde “Somos compañeros. Tenemos un
caso que resolver”. Y aunque mira al frente debemos comprender que pronto
dejará de llover.
Sin embargo es en la
escena del Royal Diner dónde el
final feliz se vislumbra por primera
vez. De justicia era, como en su día lo fue que la escena de la redención
comenzase en la sala de interrogatorios,
que en el diner ambos se reconocieran de nuevo, que se vieran como eran cuando que
se enamoraron perdidamente el uno del otro. Y fue hermoso ver a los novios que
fijas las miradas en el otro, olvidaron las agrías de quienes celosos no
estaban invitados a su mesa. Verles utilizar su código secreto inventado a lo
largo de tantos años juntos, verles reírse, arrullarse como dos tórtolos con sus tonterías.
“Es imposible que el testimonio de un tomate
se sostenga ante un tribunal”, dice ella. “Esa es buena, Bones, está
mejorando en eso”, dice él y ella
se esponja y sonríe como si no hubiera sucedido nada, como si aquella cena no
fuera una cita sino la de un día cualquiera y terminada regresaran juntos a su
hogar. Y les sucede lo que a los recién enamorados que no sienten pasar el
tiempo mientras están juntos.
Y perdida la
noción del tiempo, qué de extraño es que se pierda también el recuerdo del daño,
que ella le confiese que algún día le gustaría vivir bajo las reglas de su física
Y él que las caza al vuelo, pero es más consciente en ese instante de todo el
trabajo que le espera, no pueda evitar decir “Algún día lo harás, pronto. Muy pronto”. Porque aunque la lluvia hubiese
escampado aún le quedaban asuntos por resolver, barro por recoger, pus que drenar.
A veces es preciso
engañarnos para que no nos engañemos. Y Brennan
como cualquier personaje de ficción tiene derecho a contarse la historia a su
manera, a salvar su credibilidad, a ocultar sus errores. Porque Brennan comenzó a darse cuenta de lo
que realmente había hecho, del daño que aquel “Vete”, le estaba haciendo
a sí misma, cuando después de recibir la llamada del padrino de Booth sobre cuál era su tarta favorita,
(en realidad una invitación encubierta, una encerrona a Booth), cuando después
de saber que van a celebrar los 30 días de sobriedad de su marido, se da
cuenta, por la indiscreción de Cam,
de que con ser un hito importante en la redención, ha sido excluida de la
celebración. ¿Por qué Booth no me querría allí?, Esto me ha afectado a mí tanto
como a Booth, dice inocente. ¿De
verdad una mujer tan inteligente como ella no lo sabe?
Al principio,
desde luego no, no lo sabe la mujer enfadada y arrogante que se vuelve a
encerrar en sus huesos y en sí misma. Es como si no conociera a Booth, como si no supiera nada de la
vida, como si no supiera que él,
cualquier hombre, cualquier mujer caídos, necesitan mantener una pizca de
dignidad ante la persona a la que aman, ante la que los ama; que nunca les dejarán
ver el verdadero rostro del monstruo, porque
ningún amor, por muy verdadero que sea, lo soportaría y por eso ante su
presencia en la reunión de Jugadores Anónimos, Booth que agradecía su apoyo a
los demás monstruos, acaba su discurso. Por eso le dice que no la ha
invitado, porque aquello no tenía ninguna importancia, que sólo era una excusa
para que su padrino coma tarta porque
treinta días no es nada en el largo, largo camino que a él aún le queda por
recorrer.
Y la historia que tan brillantemente
nos mostró el camino que llevó a Booth a
iniciar la senda de la salvación en The Woman in the Whirlpool, nos oculta
sin embargo, pudorosa, el camino que ha recorrido la mujer que una vez dijo “Bien por ti”, el que la ha llevado a rectificarle: “No,
Booth, NOSOTROS tenemos un largo camino que recorrer”. ¿La soledad de su casa, el saber que
cuando abra la puerta no habrá ningún monstruo pidiéndole un abrazo, ni un beso
esperándola ni un helado de coco en el frigorífico que ella no haya comprado?
¿Qué lleva a la mujer que dijo “Vete”, sin condiciones, a decir,
ahora ”Comparto este desafío contigo”, a pedir su alícuota en las victorias.
Pero rectificado el error está por demás pedirle explicaciones.
Y habría mucho
más que hablar, por ejemplo de hasta qué punto le influye en su rectificación
la despedida de Angela, de la misma
decisión de Angela y Hodgins de dejar el
Jeffersonian, otro recurso
argumental necesario para crear el cliff, que no cliffhanger del final de
temporada (lo he comentado en este otro post). Dar muchas más explicaciones
de lo que sucede en el episodio, que con siendo
bueno no es tan brillante como lo fueron los tres anteriores en los que se
trató directamente el problema del juego, a pesar de estar dirigido por Randy Zisk, el nuevo productor ejecutivo que en la temporada once se encargará de la coordinación de los directores.
Y no lo ha sido
tal vez porque el caso de la semana no ha estado tan incardinado en la trama
principal como en los otros dos anteriores. Y así parece como si la muerte de Micah Stanbow fuese un crimen más, un
caso rutinario cuando realmente no lo es. Es cierto que no ha servido de espejo
de reflexión, pero eso ha sido porque la muerte injusta del viejo guerrero
herido, del hombre que olvidando la violencia en la que había vivido, acogiéndose
a la segunda oportunidad que le dio la vida se reconvirtió en hombre compasivo
y generoso sólo pretendía ser una
demostración de que a pesar de todo, a
pesar de la redención nada hay seguro en esta vida, porque a pesar de
cambiar, la irá que creyó desterrada terminó alcanzándole.
Porque todo
ello, con ser necesario para hacernos más amena la historia, palidece ante la demostración
que nos aguarda de que el amor verdadero aunque pudiera ser a veces, traidor, a
veces leal, a veces esquivo, aunque a veces te lleve, a dar la vida y el alma en un
desengaño, al final prevalece. Y aunque esta historia jamás debió ser
contada, aunque se echan de menos muchas cosas, aunque parezca un final
precipitado y se olviden de las huellas que en el alma deja un suceso tan
doloroso, cuando llega la última escena todos sabemos que asistiremos, como no
podía dejar de ser, al triunfo del verdadero amor, que no otra cosa es, el amor
de Brennan y Booth.
Ni el discurso,
ni el diálogo son memorables, pero a quién le importa ya. Y aunque Brennan al principio mantenga las bondades
de su decisión de expulsarle de su hogar, aunque aún siga creyendo que sólo eso
le motivó para enfrentar al monstruo, aunque retóricamente le pregunte ¿Qué
te mantendrá motivado cuando vuelvas?
Y Booth le
responda: “Que no tengo una segunda oportunidad si lo arruino de nuevo”, todos
sabemos, que eso, en esos momentos de la noche, no importa, no ahora, no aquí.
Porque Brennan una vez más como si
la crisis sólo hubiera sido una crisis de crecimiento, ha aprendido una cosa…
…a aceptar que
aunque la parte racional de su mente necesite saber que eso es verdad, estadísticamente
sabe que es un imposible porque La vida es esencialmente incierta.
“No hay garantías” le responde un
apesadumbrado Booth que aún no ha sido capaz de adivinar
que su camino de espinas está llegando a su fin. Y Brennan continua
diciendo “Si tratamos de estar seguros antes de actuar, nunca
actuamos". Pero Booth
que es un viejo soldado y los discursos y las filosofías le quedan muy a
trasmano, necesita concisas explicaciones.
Y Brennan, respirando profundamente, con la voz
estrangulada por la emoción le dice “Tengo fe en ti, Booth” y dejando escapar la pasión tanto tiempo contenida le cuenta a su marido, a su amor, cual es el deseo más profundo de su
corazón. “Creo que deberías
pasar la noche conmigo”.
Una proposición que él nunca, nunca rechazará.“Yo también creo que debería” responde mientras se le
escapa una sonrisa y respirando hondo, con ternura da un paso hacia ella, la
rodea con sus brazos y la besa y la princesa, dichosa, sin miedo, se entrega de nuevo a su amor.
Y mientras la
cámara se aleja, ellos se besan y seguirán y seguirán haciéndolo hasta que otro
recurso narrativo los separe, pero no será esa noche, porque llegada la hora el
director ordena fundir a negro.
Y colorín
colorado este cuento se ha acabado, y aunque no nos han dicho “Eso
es todo amigos” porque aún queda otro episodio, sabemos que la historia
de la recaída de Booth en la
adicción al juego, a pesar de ser un cuento de monstruos, ha acabado como
siempre lo hicieron los cuentos de hadas con un comieron perdices y a nosotros
que polemizamos, que discutimos sin tino sobre veleidades y adicciones sólo nos
dieron con las plumas en las narices. ¿A qué os ha gustado?
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