Aunque a los
fans de Bones lo único que nos
interesa es la historia de amor entre el agente Seeley Booth y la doctora Temperance Brennan, para la cadena y sus
productores, Bones es
fundamentalmente un procedimental
forense. Difícil compaginar ambas aspiraciones. En un procedimental lo que
importa es el triunfo de los buenos sobre los malos cada semana, el hacer saber
a la gente del común que, a pesar de que el mundo es un lugar peligroso, lleno
de violencia y psicópatas, puede dormir tranquila, porque a los malos hagan lo
que hagan, se escondan dónde se escondan, los atrapan.
“¿Porque me
tratas así?, le pregunta Brennan
a Booth en The Man in the Morgue (1.19).
Y Booth que se ha jugado su carrera
por ella, que a pesar de que ella ha
perdido la memoria no cree que haya matado al hombre de cuya muerte la han
acusado, recita sus razones: “Porque creen que se van a salir con la suya,
queman a sus víctimas, las tiran al mar, las entierran en el desierto, las
meten en trituradoras y a veces cuando pasan los años se relajan y empiezan a
vivir como si no hubieran hecho nada, se
creen a salvo del destino, pero tú haces que esos cabrones no estén a salvo,
por eso te trato así.” Un procedimental de libro. Pero luego Brennan le responde “No
podría hacerlo sin ti, Booth”. “Sí, por eso deberías tratarme mejor”,
le contesta él. Una muestra de la simbiosis que ofrece Bones.
No parece
difícil poner fin a una serie procedimental: Un gran mal desafía al bien, al
principio la lucha es desigual, el resultado incierto porque el mal es más
atractivo y consigue imprevistos aliados, y al bien haciendo honor a la
incertidumbre del resultado le cuesta ganar las primeras batallas, así cuando
llega la gran victoria, la audiencia respira satisfecha y estalla unánime el
aplauso final. Un ejemplo claro en Bones
sería The Recluse in the Recliner,
episodio épico dónde los haya, si en vez de terminar con Booth en el hospital luchando por su vida hubiera terminado con los
conspiradores entre rejas. Sí, ese hubiera sido un gran episodio de cierre de
un procedimental.
Para cerrar Bones, Stephen Nathan utiliza como señuelo el recuerdo del gran malo por
excelencia de la serie, Pelant, el personaje que durante tres temporadas
persiguió implacablemente a Booth y a
Brennan. No hacía falta resucitar al personaje, conocida su capacidad de
manipulación de la realidad con invocar su nombre ya inspira miedo. El caso a
priori prometía. Y sin embargo al final ha resultado anodino, mediocre, un poco
gallina, dicho sea en homenaje a los pollos que asisten a la lucha final. En mi
opinión no podía ser de otro modo, no, podía ser un episodio épico de
persecuciones, tiros y bombas porque en The
End in the End el procedimental no podía impedir el cierre de la trama de
los personajes, ser un obstáculo para el gran cambio, ni por supuesto deslucir
las despedidas.
Cuando comienza el
episodio Booth encontrando unas ofertas de trabajo. Está sorprendido de
que en su ausencia Brennan las haya
estado estudiando concienzudamente. Es consciente de que la pifiado con lo del
juego, pero trabaja duro para superarlo, y esas
cosas son de las que se hablan entre los dos, son un equipo. Brennan a eso le opone el recuerdo
mentiroso del traslado a Alemania, de lo bien que se sentía Booth por la promoción, pero él le
recuerda que lo discutieron previamente. “Esto también lo harán”, le responde
ella mostrándole la recopilación de las ofertas que le han llegado a él, mostrándole
la que tanto le gustaba de la Agencia Nacional de Seguridad en Kansas y cerca
hay una universidad. Booth cree que
todo se debe a la mudanza de Angela y
Hodgins a París. Pero Brennan no lo
acepta, tiene sus propias razones. “Es por nosotros”, le responde. "Hemos pasado mucho, el juego, la cárcel,
los disparos, el nuevo bebé… ¿no crees que necesitamos un cambio?”
Cuando suena el
teléfono y anuncia que hay un cadáver esperándolos Booth intenta camelarla: “Es nuestro trabajo, es lo que hacemos”,
le dice sonriendo. Brennan lo sabe y
sin sonrisas, sería y contundente añade un rotundo “Por ahora”, que deja a Booth pensativo y consternado.
A Booth le gusta lo que hace, es su vida y la discusión continua en
la escena del crimen, insiste, “El trabajo que hacemos es importante, antes
te parecía importante. Lo es, lo es, le reconoce Brennan pero también pueden hacer otros trabajos importantes sin
necesidad de que los maten. La discusión queda en suspenso ante el cuerpo
desollado y empalado de un hombre en un obelisco egipcio.
La última vez que
vieron algo así el responsable había sido Pelant, el hacker informático
metamorfoseado en asesino en serie. Pero Pelant como bien recuerda Cam está muerto, ella examinó sus
restos. El asunto se complica cuando de
la garganta del muerto extrae una flor, un mensaje cifrado como los que dejaba
Pelant. Según el doctor Hodgins que
andaba por allí porque tenía derecho al último canto del cisne antes de mudarse
a Paris, significa: “Ten cuidado”. Y
la pregunta que en esos momentos nos hacemos es si Pelant no se ha alzado como vampiro
de su tumba, si no está buscando un nuevo amanecer desde el otro mundo, y no
andaremos muy desencaminados.
Como sus fechorías
tuvieron una gran repercusión mediática —cómo no habría de tenerla si robó la
fortuna del doctor Hodgins, miles y
miles de millones de dólares—, la conclusión lógica en la plataforma forense del
Jeffersonian a la que al reclamo de Pelant acaban acudiendo no solo el doctor Edison, sino también Angela y hasta Wendell,
es que el crimen es obra de un imitador o
de acólito. Por lo pronto el muerto resulta ser un experto informático que
vivía enclaustrado al decir de su fina cresta iliaca.
Y en el FBI Aubrey que se ha pasado la noche
estudiando los informes sobre Pelant se ofrece para hacerse cargo del caso si
es demasiado para Booth, pero para
él no lo es “Si alguien viene por mí y mi familia soy el tipo que lo va a atrapar”,
le responde; aún parecía que habría sitio para la épica. Pero todo cambia
cuando en la casa de la víctima se encuentran con una mujer Leela, que dice ser
la novia y cuando interrogada sobre Pelant asocia el nombre a la firma de
inversiones financieras que le había contratado para analizar la seguridad de
su sistema informático.
Y es a partir de ese
interrogatorio cuando Booth comprende
que de ese asesino nada debe temer su familia, que el móvil del crimen son
miles de millones robados por Pelant y los implicados hakers informáticos, cuando
Booth da un paso atrás y el caso pierde su mística. Es a partir de aquí, cuando
el cierre de la trama, el destino último
de Booth se come al procedimental.
Decía Descartes, con
perdón, que el vicio deja, como si fuera una llaga en la carne, un
arrepentimiento en el alma, que no cesa de herirse y de ensangrentarse a sí
mismo, eso es lo que siente Booth,
que debe pagar el precio de su error y
lo hace, lo paga con amor, con renuncia
a lo que era una parte sustancial de sí mismo, su trabajo y su ansia de
redención. Ya no le importa su destino, lo
único que a él le importa es Brennan, la mujer que ama. Y reconocido, el
hombre roto que es Booth, el hombre
que no confía en sí mismo, cierra los ojos y como al contrario hiciera ella en
el episodio anterior, pone toda su fe en
Brennan.
La
historia de amor de Booth y Brennan se completa con una de las más
hermosas escenas que entre ellos ha habido, sin abrazos, sin besos, tan sólo
con renuncia, aceptación y entrega. Booth
llega a deshora a casa, ha abandonado el trabajo, ha ido a pasear y ha perdido
la noción del tiempo. Cuando Brennan
le pregunta si es por el caso, el titubeando, faltándole las palabras le dice “Este
es mi último caso”. Y está
seguro. Seguro de que todas las decisiones que ha tomado últimamente han sido
malas, por lo que ésta, ésta en la que sólo la secunda a ella, esta es la
correcta.
— Podrías coger el trabajo en la
Agencia de Seguridad Nacional y yo
podría encargarme del departamento de Fulton, me darían fondos ilimitados
—le propone Brennan voluntariosa,
pero Booth está cansado y le
responde:
— O podríamos tener el bebé, vivir
nuestra vida y ser felices.
Ser felices juntos Booth y Brennan. No me digáis que no es
un hermoso final para Bones. Los cuentos de
hadas acaban con el beso del príncipe a la princesa, y en Bones, ese cuento concluyó en The
Woman in White, pero cuando las historias continúan, cuando el amor madura, ya no importan tanto
las flores y la música, los deseos egoístas como el compromiso con el proyecto común.
Todo lo que a partir de
aquí sigue para Booth son las
despedidas, aunque aún haya un último disparo que ni mata ni hiere pero salva.
Especialmente emocionante la que tiene con Caroline
Julian. Nunca hemos sabido la naturaleza de su relación, cómo llegaron a conocerse,
cómo ella llegó a apreciarle hasta el extremo que todo lo que viene de él le
parece bueno. Ella nota desde el primer momento que Booth ha dado un paso atrás en el caso.
—¿Qué está pasando,
Cher”
—le pregunta— No hay ninguna razón por la que te apartarías de un caso sobre Pelant.
“Quiero ver cómo van
las cosas sin mí”,
le responde, para ante la sorpresa de la fiscal terminar confesándole “Este
va a ser mi último caso”. Y la reacción de Caroline, es más que la de una amiga, la de alguien a quién le
arrebatan a un ser muy, muy querido. “Dios, mío, no puedes estar hablando en
serio”. Lo está y le ofrece su mejor excusa, mantener, tanto tiempo
como pueda, las partes de su cuerpo que
aún no están rotas, dónde no le ha disparado. Y después de todo en el FBI hay
agentes mejores que él.
—Cállate, Seeley Booth. No hay
nadie mejor que tú —le responde Caroline
compungida. Y tiene razón, no lo hay.
Y la investigación
avanza en el laboratorio, con una Brennan
en despedida, que no acepta que sus alumnos sean menos brillantes que ella, cuando
descubren que el asesino debía tener una enfermedad en su muñeca que le impedía
hacer cortes precisos en los huesos lo que le diferenciaba de Pelant.
Cuando Angela, a pesar de que los ordenadores
de Holt habían sido robados, descubre en una cinta VHS la copia de seguridad de
sus archivos informáticos que conducen a Booth
y a Aubrey a interrogar al dueño de la empresa financiera. Cuando obligado por un Aubrey en plan justiciero el tiburón les confiesa que tenía los
millones de Pelant pero desaparecieron justo el día en que encontraron el
cadáver de Holt.
Cuando Hodgins, el genio loco, con ayuda de
una gran antigualla, el prepredecesor del espectrómetro de masas, descubre que
a Holt lo mataron en presencia de una pizza. Cuando vistas las imágenes de la
pizzería después de alguna parcial ceguera, Wendell, ante el enfado de Brennan,
descubre que quien recoge la pizza era una mujer, Leela, la novia de Holt señala
Brennan pero Angela que revisado los archivos no ha encontrado indicios de que
hubiera ninguna novia. Luego ella es la asesina y lo mató inútilmente para robarle
los códigos de acceso al dinero de Pelant, que no consiguió.
Y después, después de
que tras una lucha desigual en un vagón de tren repleto de jaulas de pollos Aubrey consiga detenerla y orgulloso le
diga a Booth “Me dijiste que atrapara al
criminal y lo ha atrapado”
… Asistimos al
perfeccionamiento de la otra gran historia
de amor de Bones. La del doctor
Hodgins y Angela. Dicen los franceses que en todo amor hay quien da los
besos y quien pone la mejilla. En su relación quien besaba y besaba y decía
siempre te amo, te amo Pookie Noodlin era Hodgins. Angela, la mujer salvaje se limitaba a poner la mejilla, a dejarse
querer pero en The End in the End descubrimos que Angela también ha madurado, que Angela no sólo le ama a Hodgins sino que es capaz, como Booth, de
anteponer los deseos del otro a los
suyos propios. Y Nathan como no podía dejar de hacer nos regala otra hermosa escena dónde triunfa el amor.
Angela ha descubierto dónde
escondió Holt el dinero que Pelant robó. “Deshazte de él, no lo quiero. Está manchado
de sangre”, le dice, Hodgins,
“Tenemos
lo suficiente para vivir, repártelo entre organizaciones benéficas”. “Con una condición”, le
responde Angela: “No
nos vamos del Jeffersonian”. Y no se van porque Angela ha descubierto que dónde realmente es feliz ese hombre maravilloso que es Hodgins es
allí, entre sus inventos locos, sus partículas, sus bichos y sus lodos. Y ella lo ama
tanto que se da cuenta que renunciar a su sueño de Paris no es realidad una
renuncia, porque lo que de verdad quiere y necesita es estar con él. A París ya irán de
vacaciones.
Llegados a este
punto sólo quedan las despedidas. Todas cargadas de emoción, algunas con
lágrimas como la de Cam que se
entera sin querer que la doctora Brennan
deja también el Jeffersonian y llora porque como bien sabe el amor, cuando es
verdadero amor, duele y ella quiere a
Booth y a Brennan.
Otras
contenidas, disfrazado el dolor con el humor “Siempre ha sido mi sueño
echarte, robarte el trabajo”, le dice Aubrey a Booth. “Llamame si tienes problemas”, le
ofrece Booth, que tras recoger su
Bobby abandona el despacho.
Otras
chantajistas, la de Angela a Brennan.
Cuando está terminando de recoger unos recuerdos, llega con una nueva, un
mensaje amenazador de Pelant. “¿Quieres irte con todo esto rondándote la
cabeza?” , le pregunta. Pero Brennan
no le da ninguna oportunidad, Pelant es
pasado y no le dejará que robe la nueva vida que Booth y ella van a vivir.
Y llegados a
este punto que más podríamos pedirle a The
End in the End. ¿Ha cerrado Stephen Nathan apropiadamente Bones? Mi respuesta sigue siendo la misma,
para mí sí. Y entiendo a quienes les ha sabido a poco, porque ha sido un
final sin besos, ni música ni flores, porque ha sido un final discreto; pero así lo es el verdadero amor cuando
madura. Y si algo ha quedado patente en
The End in the End es que el amor ha triunfado frente a todas las adversidades,
frente a todos los enemigos.
Pero todo esto
con ser cierto, resulta también ficción,
porque Fox a última hora renovó Bones para una nueva temporada. Y la
pregunta que cabe hacerse es ¿Y ahora
qué pasará?
En mi opinión
lo que pone Nathan en boca de Brennan
en el discurso final: “El universo está en flujo constante, lo que
permite a nuestras amistades y amores sorprendernos constantemente”.
De la vieja Bones ya nos hemos despedido, Hart Hanson y Stephen Nathan sus
creadores, la abandonan, las luces
de la plataforma forense del Jeffersonian se han apagado. Cuando vuelvan a
encenderse, cuando Bones regrese el próximo otoño, ya no será la misma. No
puede serlo, sus responsables serán otros, a Jonathan Collier y Michael Peterson les toca reinventarla, sorprendernos, volvernos a encandilar con Bones. ¿Lo conseguirán?
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