No mintió Michael Peterson el showrunner de Bones y guionista del episodio, cuando dijo que The Monster in the Closet era “Probablemente el caso más espeluznante que he hecho nunca. Divertido, da miedo y es por excelencia Bones”. Ni cuando añadió que sus fuentes de inspiración habían sido el escalofriante episodio Home (4.02) de la serie The X Files de Chris Carter y la película Psicosis de Alfred Hitchcock. Sí, The Monster in the Closet es espeluznante, da miedo, es divertido, es muy referencial y es por excelencia Bones y eso lo hace bueno, muy bueno, porque nunca es mejor Bones que cuando se reconoce a sí misma y se da un homenaje.
Y también es el brillante y escalofriante inicio de un viaje
incierto que llevará a los miembros del equipo hasta la guarida de un hombre que
merecen el castigo y lo que es peor, lo espera. El guionista ha plantado
sabiamente la semilla del miedo, la incertidumbre por lo que habrá de venir en Booth y Brennan y también en la audiencia y lo ha hecho
valiéndose de las pesadillas de una niña, una alegre cancioncilla, un esqueleto
articulado como una marioneta, las
imágenes de una cámara de vigilancia y el recuerdo del pasado. Pero mejor será empezar
por el principio.
Y el principio no es otro que Christine Booth despertándose asustada, gritando en mitad de la
noche. Sus padres acuden, de su armario ha salido un monstruo, les dice. Booth intenta tranquilizarla, sólo ha
sido una pesadilla, nadie va a hacerle daño. Pero Christine, lloriqueando, insiste: El monstruo salió del armario.
Booth decidido va ahuyentarlo y Brennan, la racionalista, lo detiene:
— Booth, no, no lo hagas. Los
monstruos no son reales, no hay nada que ahuyentar.
— Tu madre tiene razón. Lo que quería decir es que nunca dejaré que nada
te suceda —rectifica Booth.—
¿De
acuerdo?
No, Christine no está de acuerdo, Christine
es una niña inteligente que sabe que su padre está siendo condescendiente con
ella.
—¡No
me crees¡—protesta.—Estuvo
aquí.
—Estoy
segura de que a ti te pareció muy real.
—le asegura Brennan, la madre.
Y el incidente acaba como acaban las pesadillas nocturnas de los
niños queridos desde que el mundo es mundo — ¿Puedo dormir con vosotros esta noche?
—pregunta Christine a su madre. Y su padre, que haría cualquier cosa
por su niña, la coge en brazos, “Esta noche dormirás entre mamá y papá, no
ronques, ¿vale?
Vale, en poco más de dos minutos hemos
entrado en situación. El hogar, la
fortaleza en la que nos sentimos seguros ha sido asaltada y el miedo ha entrado
por la puerta del armario; por ahora sólo es el miedo imaginario de un niño… por
ahora.
A la mañana siguiente, en el Jeffersonian, el equipo
examina los restos disecados de una mujer vestida con ropa anticuada, blusita
blanca con lazo al cuello, falda plisada, zapatos de tacón bajo y punta
redondeada. Hodgins, el nuevo-viejo Hodgins suelta una patochada “No es sólo la víctima de un
asesino sino también de la moda”. Alrededor de la mesa las tres mujeres
se quedan estupefactas, Brennan le
recrimina la falta de respeto. “Últimamente no es muy respetuoso con los
vivos, por qué tendría que serlo con los muertos”, le advierte Angela.
Y no, no es muy
respetuoso, con malos modos le replica “Por lo menos ella (por la víctima) no
hablará más”. Mentecato como él solo. Pero Angela no quiere que Cam
lo mande a casa, en casa es peor, al
menos en el Jeffersonian es feliz. La pregunta es ¿seguimos sintiendo su dolor o ya va siendo hora de que
cambie de actitud? ¡Quién sabe la medida del dolor de una persona! Yo por ahora
sigo a su lado, pero entendería que
Angela planease tirarlo por las escaleras (es broma).
La vestimenta no es lo único raro de la víctima, del bolso
que encontraron junto a los restos Hodgins
saca una cinta de radiocasete, en la etiqueta lleva escrita la palabra Home (Hogar), una biblia de bolsillo
con párrafos subrayados y páginas dobladas y lo que resulta ser un pintalabios
muy usado.
Como Brennan
le dice a Booth en el FBI la evidencia que se desprende de los restos no es normal. El asesino no sólo actúa
como un taxidermista, sino que articula el esqueleto antes de recubrirlo de
nuevo con la piel, y lo articula una y otra vez, y aunque no hay evidencias de
abusos sexuales si las hay de que ha convivido con el cadáver. El traumatismo
que ha destrozado la mitad izquierda del rostro se produjo al menos seis meses
después de la muerte. “Casi como si hubiera visto a la
víctima como una persona viva, como si se hubiese enfadado y la hubiera vuelto
a matar de nuevo”, dice Brennan (echando
mano de la psicología que tan poco le gusta, digo gustaba).
Booth se queda
preocupado, en un viejo casette inserta la cinta “Home” y la canción que suena, es Buffalo Gals, la canción con la que George Bailey (James Stewart) ofrecía la luna a Mary (Donna Reed) en ¡Qué bello es vivir! La película en la que
Frank Capra hace una canto a la solidaridad, la amistad y a las buenas
gentes. Una alegre canción que se contrapone a las células de piel muerta
que han encontrado en el pintalabios, a
los versículos subrayados de la biblia que hablan del castigo de los malvados.
Tras la reconstrucción facial de Angela identifican a la víctima como Allison Monroe, una asistente social encargada de los casos más
difíciles de adopciones, de casas de acogida. Cuando Booth
y Brennan visitan al marido no sólo descubren a un hombre sin emociones
sino que Allison era una mujer feliz,
muy comprometida con su trabajo, nada religiosa que llevaba años sin tener una
cinta de casette.
Al decir de Hodgins
eso demuestra que no están ante un psicópata aficionado sino ante un asesino en
serie. El problema es la distinta victimología, Allison era una mujer blanca y los restos pertenecen a un hombre
negro de unos cincuenta años. La desaparición de la mayoría de los huesos de la
cara hicieron imposible la reconstrucción facial y aunque Arastoo realizó todas las pruebas no consiguió identificarlos.
— Has hecho todo lo que podías, no
deberías sentirte culpable de que el asesino haya vuelto a matar —le
dice Brennan a Arastoo. No se siente, tiene
su conciencia tranquila y Brennan
dice sentirse aliviada de que no le agobien tales pensamientos, pero sus suspiros nos dicen otra cosa, que es
ella quien se siente culpable.
Y no, no deberíamos sorprendernos de su nada racional sentido de la culpabilidad,
no es la primera vez que le sucede. ¿Recordáis las pesadillas que tenía en The Ghost in the Killer (9.12)? Lo
agobiada que se sentía porque estaba segura de la existencia de la asesina en
serie y los demás no la creían. ¿Recordáis
como trabajaba en el caso a pesar de la oposición de Cam? Recordadlo,
porque muchas son las referencias de este episodio, y las más íntimas están en The Ghost in the Killer, pero ya
llegará el momento de hablar de ello.
Cuando Karen Delfs, la analista del comportamiento,
les da a Booth y a Aubrey el perfil
del asesino, el que hasta entonces era un episodio más de Bones, se convierte en un viaje espeluznante, un viaje
perfectamente acompañado de una inteligente, sinuosa y insinuante banda sonora
que nos anticipa el horror; un viaje que les llevará de la escalera, la
controladora madre muerta de Norman
Bates (Psicosis), al horror del
hogar de los Peacocks ( Home).
De la entrevista de Aubrey con el jefe de Allison,
quien por cierto le había enviado correos no muy convenientes obtienen un
sospechoso, George Gibbons, un
candidato a padre de acogida al que por sus antecedentes penales Allison había repetidamente rechazado,
el jefe cree que si insistía era porque estaba obsesionado con ella.
Y a la casa de George
Gibbons van Booth y Brennan, y
la casa es tan espeluznante y asquerosa como la de los Peacocks, sólo que en vez de las trampas mortales que
se encontraron Scully y Malden,
encuentran gatos, muchos gatos; la suciedad por el contrario parece la misma,
cucarachas corriendo por entre los cubiertos, folios manuscritos con letra
apretada, comida de gato amasada en el suelo, y en el suelo Brennan encuentra una prueba
definitiva, un medallón de Allison.
De repente se oye un
ruido procedente del piso de arriba y Booth
tras insistir que Brennan se quede
en la cocina sube atento, acompañado por la banda sonora que nos previene del
daño, las escaleras; mira a un lado, a otro, entra en una habitación alertado
por un ruido inesperado, pero no es nada, sólo otro estúpido gato. Se equivoca
y se da cuenta demasiado tarde, cuando tiene un cuchillo a punto de cercenarle
la garganta.
Booth no se inmuta y
amenaza con la pistola al atacante, pero es Brennan quien llegando desde atrás dice las palabras correctas
acompañadas por el sonido de amartillado de un colt del 45, Booth se revuelve y detiene a George Gibbons. ¿El arma de Brennan? Una aplicación de su móvil que imita el sonido
de la carga.
Cuando el equipo del Jeffersonian examina la casa
encuentran más sorpresas, un reloj con el que identificarán posteriormente a la
otra víctima, un director de colegio amado y respetado por todos, especialmente
por su esposa y secuestrado hacía un año, y lo más terrorífico, una cámara. Una
cámara que les estaba grabando a ellos, que había grabado a Booth y Brennan. Angela no puede determinar quién recibía las imágenes.
Quien sea, ahora sabe quiénes son ellos…
Porque George
Gibbons a pesar de que quiere confesar los crímenes solo es un pobre
retrasado, un cómplice obligado, como descubre Karen Delfs cortándose en
una mano para asombro y escándalo de Booth. Al ver la sangre George
cae desmallado. El verdadero asesino había secuestrado a Charlie, su mejor
amigo, obligando a George a ayudarle
bajo la amenaza de hacerle daño. Charlie es un gato, lo único que van a lograr
sacarle, porque en llegando a la cárcel George
se ahorca.
Y es precisamente cuando llega la hora de que cada uno
se retire a su hogar, cuando la referencia del episodio vuelve a ser The Ghost in the Killer. Como entonces Booth llega enfadado al laboratorio,
lleva una hora llamando a Brennan y
no le responde. Brennan, para su
asombro, ha rearticulado el esqueleto, está vistiéndolo, porque quiere meterse
en la mente del asesino. A Booth no
le parece una buena idea. “No sé si lo puedo evitar”, le
contesta, “él y yo somos muy similares”.
Booth la detiene indignado. “No sois similares”. Pero Brennan va más allá. Si Booth mira a la víctima sólo ve huesos. En cambio el asesino no veía un esqueleto sino una persona con la que relacionarse “Y eso es lo que también veo yo”, dice. Y aquí está de nuevo nuestra Brennan, la empática Brennan.
Booth la detiene indignado. “No sois similares”. Pero Brennan va más allá. Si Booth mira a la víctima sólo ve huesos. En cambio el asesino no veía un esqueleto sino una persona con la que relacionarse “Y eso es lo que también veo yo”, dice. Y aquí está de nuevo nuestra Brennan, la empática Brennan.
Y de nuevo la referencia, Booth como entonces intenta llevarla a casa, y Brennan se niega, dado el perfil el asesino podría andar ahora por
ahí buscando a su próxima víctima. Pero Booth
no va a permitirle que se sienta culpable aunque ella insista. “Sí
no hubiéramos dejado nuestros trabajos…” Booth le termina la frase: “Allison hubiera sido igualmente asesinada…”
Brennan
no lo cree. Y apartándose del referente, Booth
le pregunta: ¿Qué necesitas? Sólo tiempo para cuestionar sus conclusiones.
Porque los agujeros no significan tortura como creían.
Y entonces Booth,
examinando agujeros y tornillos, ve
lo que ella se le había escapado. Y en
la escena más estremecedora del episodio, Booth
poco a poco, utilizando cáncamos y cuerdas comienza a reconstruir el
trabajo del asesino y lo que al final vemos es alzarse el esqueleto
completamente articulado, elevado por las cuerdas que Booth ha hecho pasar por las vigas del techo. Al final lo que Booth, Brennan y Cam y nosotros vemos es
el esqueleto de Allison convertido
en una marioneta. Y la pregunta que cabe hacerse es ¿con qué esqueleto construirá
la próxima?
Y después de asistir a tan horrible escena qué de raro
tiene que Cam le pida a Arastoo que la lleve a su casa porque
tiene miedo, que se vayan juntos de la mano y ella diga que no volverá a ver de
nuevo a Sebastian Kolh. Qué de raro que en el interior de todos se haya
instalado el miedo al monstruo.
Y a la noche,
en el hogar de los Booth, mientras fuera truena y sigue diluviando, Brennan en el ordenador repasa el caso, Booth vuelve de acostar a Christine, ¿Está bien? le pregunta
preocupada. Sí, duerme como un bebé. Le dije que si se asustaba, fuera al armario y
le dijera al monstruo, “si no paras mi papá va a meterte una bala por el culo”.
Una advertencia muy a tener en cuenta por el monstruo, claro, pero que
a Brennan no le hace gracia, “Era
una broma”, se defiende Booth, en
realidad un consejo de Aubrey.
Broma o verdad lo cierto es que mientras se toman una
cerveza y en el ordenador comienza a sonar Buffalo
Gals con su desasosegante sonsonete, “Chicas de Buffalo, ¿no salís esta noche,
salís esta noche, salís esta noche?
Christine se despierta, tranquila. Se levanta de la cama, por un momento duda entre seguir la música o… se decide, y con paso titubeante se dirige al armario, ¿qué va a hacer? “Chicas de Buffalo, ¿no salís esta noche a bailar a bajo la luz de la luna? Dice la canción que ya sabemos no tan inocente, algo está por ocurrir que no nos va a gustar.
Christine se despierta, tranquila. Se levanta de la cama, por un momento duda entre seguir la música o… se decide, y con paso titubeante se dirige al armario, ¿qué va a hacer? “Chicas de Buffalo, ¿no salís esta noche a bailar a bajo la luz de la luna? Dice la canción que ya sabemos no tan inocente, algo está por ocurrir que no nos va a gustar.
Christine avanza,
extiende su mano hacia el pomo de la puerta, parece dudar, termina por
agarrarlo, confiada en la palabra de su padre va a enfrentar al monstruo del
armario, pero… ¿estará vació el armario u ahora si ocultará a uno? ¿la
obligará salir a bailar a la luz de la luna bajo la lluvia?
En el salón
donde Booth y Brennan leen se
escucha un ruido de cristales rotos. Brennan
se levanta como un resorte y corriendo se dirige hacia la habitación de Christine, Booth la sigue, la cama está
vacía, la niña ha desaparecido “Dios, no puede estar pasando esto”
Se dicen, nos decimos… recordando a Allison.
—No te enfades, mami — dice— Siento haber roto mi bola de nieve,
intenté hacer lo que papá me dijo y cuando abrí la puerta me caí con los
peluches —les
explica.
Brennan
y Booth aun
sobresaltados, el corazón desbocado por el miedo la tranquilizan, nadie está
enfadado con ella, sólo estaban preocupados. Pero no sería Christine quien es, ni hija de su madre, si no dijera sonriendo:
— ¿Por qué? Tienes razón mami, no
hay monstruos ¿ves? —y le
muestra el armario vacío lleno de animales de peluche.
Y sin embargo Christine se equivoca, aunque esta
noche, en ese instante en su armario sólo haya un montón de juguetes, fuera, un
lugar por ahora desconocido, hay un ser maligno avizorando el castigo,
rehuyéndolo, preparando una nueva maldad.
Un psicópata
manipulador que en esos instantes contempla en su ordenador las imágenes que la
cámara de la casa de George le ha enviado,
que las amplía y la centra sobre el rostro de su madre. Y la pregunta que cabe
hacernos es: ¿a quién atrapará ahora? ¿A una
madre, a un padre o a una hija? Porque el escalofriante viaje prosigue.
“La mejor manera de saber
lo que puede venir es recordar lo que pasó”
(George
Halifax)
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